Manuel García Viñó, escritor y crítico literario y de arte, revitalizador de la novela española fines de los años sesenta, cuando se hallaba estancada en un vacío realismo social, a través del movimiento que se dio en llamar «novela metafísica», o «realismo total», reacciona, a través de la revista La Fiera Literaria, contra la absoluta […]
Manuel García Viñó, escritor y crítico literario y de arte, revitalizador de la novela española fines de los años sesenta, cuando se hallaba estancada en un vacío realismo social, a través del movimiento que se dio en llamar «novela metafísica», o «realismo total», reacciona, a través de la revista La Fiera Literaria, contra la absoluta mediocridad – y acaso mucho menos – de los «escritores famosos» de la España actual.
– Manuel, supongamos que se acerca a ti un extranjero admirador de la cultura española, que ha llenado parte de sus horas con la lectura de Quevedo, Cervantes, Lope, Tirso, Galdós, Valle Inclán, por citar algunos de sus autores, y que, convencido de que el genio de un pueblo que ha dado semejantes escritores no se ha de agotar muy fácilmente, te pregunta sobre cuáles son los grandes a partir de la segunda mitad del siglo XX, tú, a ese hipotético curioso, ¿qué le responderías?
– Entiendo la intención de la pregunta, pero tengo que decir que la debacle que tendría en la mente el preguntante no se produce en el medio siglo, sino, incomprensiblemente, cuando la transición a la democracia, esto es, con la conquista de la libertad. Como ha escrito en algún lugar Juan Ignacio Ferreras, en ese momento se conquistan libertades, digamos, positivas, pero también libertades dañinas: las económicas. Cuando el neoliberalismo se apodera del negocio editorial, empieza una carrera desenfrenada por ganar más y más dinero, por buscar lectores fáciles, con olvido total de los valores culturales, y se convierte el libro – lo mismo que los cuadros -. de valor de uso a valor de cambio. Se «inventan» escritores, se «inventan» grandes obras, se «inventan» méritos, como por ejemplo, ganar un premio que, en realidad, está amañado, o acceder a la Academia sin títulos para ello… Las décadas de los cincuenta y los sesenta – yo suelo decir que hasta el 68, por poner una fecha emblemática – es muy fructífera para la novela española. Y para la poesía, el teatro y el ensayo. Y eso en plena segunda mitad del siglo. Algunos escritores relevantes, como José Luis Castillo Puche, han vivido hasta hace poco. Nadie le echaba cuenta. Incluso le rechazaron la Academia, a la vez que admitían en ella a gente sin mérito para ello, como Juan Luis Cebrián, Muñoz Molina, Fernán Gómez, Pérez Revert.. En fin, a la segunda mitad del siglo pertenece la obra de bastantes de los narradores del exilio y la de Torrente Ballester, Álvaro Cunqueiro, Núñez Alonso, Elena Quiroga, Ana María Matute (antes de que, entre la Academia y los años, la entontecieran) los miembros del grupo de la novela metafísica (los primeros que intentaron que la novela española, que se perdió en los cincuenta en un costumbrismo de poca altura, se universalizara), enormes poetas como Valente, Brines, Claudio Rodríguez, Manuel Mantero, Mariano Roldán… Y muchos más en todos los géneros… Si, de la segunda mitad del siglo XX podemos decir que tiene veinticinco años, no sólo ricos, sino esperanzadores, y veinticinco que, salvo en lo que han hecho los que he mencionado, expresa o tácitamente, y que en gran parte no han podido publicar, o de manera casi clandestina, en editoriales modestas, es un desastre: la marca de una regresión.
– Pero a ese señor, siguiendo su buen criterio, le parecerá lógico pensar que la buena literatura surgirá en los grandes premios, como el Nadal o el Planeta, y en aquellos autores consagrados que la RAE ha acogido en su seno.-
Cada vez menos puede ocurrir eso, porque ya todo el mundo sabe lo que son los premios. Al Sistema no le importa sacar a la luz sus miserias, porque sabe que cuenta con una sociedad aborregada, a la que, lo mismo en el campo de los premios como en el da la televisión basura, le dices: «Oiga, que eso es mentira», y lo sigue viendo y comentando como si fuera verdad. Hace un tiempo, yo he sido testigo de las manifestaciones de estupor de doctorandos extranjeros, que venían a estudiar la novela española y adquirían los «premios», pensando que se iban a encontrar con lo mejor. Y se encontraban no sólo con cosas muy malas, sino incluso con lo peor de los escritores en cuestión. Es realmente espantoso que el Ministerio de Cultura tolere esa estafa, incluso bendiga alguna de ellas con la presencia en sus «fallos» de la Ministra y otros cargos… ¡Hasta el Jefe de Estado en una ocasión! ¿Te imaginas a esos personajes dando un premio al mejor chorizo? ¡Pues es igual! A mí, como republicano, que el rey haga el indio me puede divertir, pero hay que entender lo que significa: la que se llama «industria cultural» es tan poderosa que puede utilizar al Jefe de Estado en sus operaciones de «marketing». Y el caso es que un centenar de escritores y profesores de literatura presentaron hace un año un escrito en el Ministerio de Cultura, pidiendo que se regulen los premios. ¡Y ni les han contestado!
– Ya, pero, entonces, perdido por perdido, buscará la orientación de la crítica. Te preguntará sobre a quiénes y qué libros leer, y acaso supondrá que un buen comienzo sea la opinión de ese «gran discípulo de Blecua» que dice ser el señor García de la Concha, actual director de la RAE, ni más ni menos.-
– Ni la crítica ni la Universidad ni la Academia han hecho nada por proporcionar un mínimo de orientación. En un panorama tan amplio, en el que hay casi más críticos que escritores, nadie ha tenido la gallardía de enfrentarse a lo establecido y decir la verdad, que muchos conocen y hasta manifiestan en privado. Han preferido participar en la merienda de negros, subirse al carro de los poderosos, no buscarse enemistades, y disfrutar del agradecimiento de escritores y editores. Otra vez, aquí, la presencia del poder económico de que hablaba en la anterior respuesta, capaz de comprarlo todo… Especialmente en una época en que todo el mundo parece dispuesto a venderse… Hacer las páginas culturales cuesta dinero y los grandes medios no se arriesgan a perderlo, y menos por causa de la literatura, la pintura, etc: la cultura. Es más, quieren ganar, sacar producto a esas páginas, y eso lo consiguen con publicidad. Por tanto, no están dispuestos a correr el riesgo de que, por una crítica rigurosa y honrada, la editorial les retire los anuncios. Y, en el caso de que, excepcionalmente, un crítico no tenga estómago para transigir en un momento dado, pues se le encarga esa recesión a otro; siempre hay unos diez o doce dispuestos a obedecer la consigna. Y a lo peor hasta lo hacen con convencimiento, sin necesidad de forzar sus puntos de vista. He observado lo suficientemente bien el panorama como para haber descubierto que la publicidad hace mella hasta en los supuestos críticos. No hay uno solo que se atreva a meterse, por ejemplo, con una de las estrellas de Prisa, de Alfaguara, que para mí son los peores. Pero los críticos los tienen por intocables y terminan tomándolos por indiscutibles. En cuanto al señor García de la Concha, se comporta como esos críticos sin rigor de los que he hablado. Es, sin duda, uno de los principales culpables de lo que ocurre. Es director de la Academia y da la impresión de que está contra la Literatura. Por el puesto que ocupa, debería ser el primero en orientar, y hace todo lo contrario. Es hombre de muy poco alcance, culturalmente hablando, hechura típica de una universidad desnortada, sin fundamentos sólidos… Pero es que su antecesor, Lázaro Carreter, un auténtico sabio, se dedicaba igualmente a coquetear con el sistema. El fue el primero en meter en la Academia a personas como Muñoz Molina, Cebrián, Mingote, Fernán Gómez, que nada tiene que hacer en ella, mientras cerraba el paso al profesor Quilis, que ha sido el mejor conocedor de nuestra lengua que ha existido, y a creadores de raza como Castillo Puche.
– A propósito, que opinas del estado de la Lengua Española, una de las más habladas del mundo, una de las más ricas. Antes se decía que las lenguas evolucionaban de abajo hacia arriba, es decir, que las modificaciones que procedían del pueblo concluían imponiéndose. Hoy día el pueblo parece ser un elemento pasivo, un mero repetidor del habla de los periodistas y los políticos.-
– Pienso que, a esos efectos, a los políticos y a los periodistas podríamos considerarlos pueblo, pues son producto de un pueblo inculto y, unos y otros, víctimas de un pésimo sistema educativo, una crítica literaria prácticamente inexistente o venal y unos académicos que son ineptos, como García de la Concha o Francisco Rico, que no saben más que de fechas y de ubicación de documentos, o que no cumplen con su papel, como Lázaro Carreter, por una comodidad que les lleva a hacer dejación de su deber. Éste dirigía sus dardos contra los periodistas, contra los locutores, pero no contra los escritores, porque la mayoría publicaba en el mismo periódico y editorial que él. Hay que tener en cuenta que él metió en la Academia a Muñoz Molina, Cebrián, Mingote y Fernán Gómez -Pérez Reverte, como otros escritores sin interés ni verdadera categoría, es cosa del director actual-, y quería meter a Almudena Grandes y Javier Marías, que son quienes peor escriben y han escrito en todos los tiempos y lugares. Según parece, el temor a los comentarios de «La Fiera Literaria» los detuvo. Quienes los conocen dicen que la capacidad de medro de Rico y de la Concha es infinita. Pero que don Fernando echara por tierra al final una carrera tan gloriosa es muy triste.
– «Pero no, no, no es posible- te dirá nuestro forastero – que un país que publica 80.000 libros al año, pueda hallarse en tal límite de pobreza intelectual».-
– Pues precisamente que se publiquen ochenta mil libros al año puede ser la explicación o parte de ella: señala la primacía de la cantidad sobre la calidad. Se trata a la cultura como a una industria y el fin principal de la industria del libro no es publicar buenas novelas sino ganar dinero. Así, el libro, de valor de uso ha pasado a ser valor de cambio. Y como no hay crítica, ni la Academia cumple con su misión – se ha convertido en un negocio editorial y en un club social – ni el Ministerio de Cultura con la suya, pues todo va a peor, ya que los editores se comportan como comerciantes sin escrúpulos, de esos que adulteran los productos. Todo el mundo sabe que los llamados «premios literarios», de que hablé antes, son operaciones comerciales para obtener publicidad gratuita; pues bien, como también dije, quienes tendrían que poner orden participan en ellos dándoles lustre, haciendo de jurados – falsos jurados, que no hacen sino actuar como ya está acordado, aunque finjan que hacen votaciones… El Ministerio manda a los fallos la televisión y la radio que pagamos todos… La crítica da preferencia a los libros «premiados» y toma el premio como un mérito. Una estafa.
– Creo que es difícil perder la esperanza en la cultura española. Pero también es cierto que sus destructores están muy bien pertrechados, que la atacan con armas de «destrucción masiva». Surgirá de sus cenizas, como el ave Fénix. Pero, ¿qué podemos hacer ahora, mientras todo son cenizas?-
– ¿Qué podemos hacer? Esta es la cuestión más importante. El profesor Vidal Beneyto ha hablado de «resistencia cultural», como si señalara a un movimiento, del estilo del movimiento antiglobalización, encaminado a impedir que la mercantilización que se ha apoderado de todos los procesos y actividades humanas se apoderase también de la cultura. Pero sin señalar ninguna dirección, sólo poniendo como ejemplo de resistencia en este campo de altermundismo… Se trataría, si le he entendido bien, de tolerar la sociedad de mercado, si es inevitable, en todas las parcelas menos en la cultural. Al cabo de más de ocho años de ver batallar a «La Fiera Literaria», haciendo la crítica más rigurosa, libre, independiente, y también científica que se hace hoy, probablemente en el mundo, yo estoy convencido que ni con cien «fieras» se lograría hacer un descosido al sistema. El mal está muy arraigado, entre otras razones, porque la gente está dispuesta a vender su alma por muy poco. No voy a dar nombres, pero son bastantes los escritores y profesores que están de acuerdo con los puntos de vista de «La Fiera Literaria», y hasta la ayudan con una suscripción generosa, pero que no se despeinarían por oponerse a una injusticia ni por ayudar a nadie que no sea del sistema. El mismo Vidal Beneyto, que ha levantado una teoría de la resistencia, escribe en «El País» y se expresa como si este periódico, la SER y las editoriales de Polanco no tuvieran nada que ver con la contaminación del mundo de la cultura, de la novela sobre todo. Es triste que personas que seguro que aman la literatura no la pongan por encima de cualquier otra consideración. Contestando por derecho a la pregunta: creo que lo único que serviría de algo sería una especie de Mayo/68 o de lo que sería un movimiento de antiglobalización, contra las mafias culturales, contra el monopolio editorialcontra la publicidad engañosa, directa o subliminal… Sólo algo así, ruidoso, espectacular, despertaría algunas conciencias, ahora adormecidas, de escritores, críticos y lectores. Por lo menos, habría que incomodar a los mercaderes y a sus cómplices, especialmente a esos que van de progresistas en otros campos que no afectan a su posición de privilegio, pero que en el de la cultura se prestan a los chanchullos de los premios, de las listas de libros más vendidos, de las ferias del libro y sus datos falsificados, del monopolio de las grandes editoriales en las librerías importantes, de los medios, etc., etc. No sé si sabes que los espacios de las librerías -escaparates, mesas de novedades, estanterías más visibles.- se alquilan muy caros. Siempre a las editoriales más publicitadas.
– En todo este marasmo de ignorancia y mediocridad han de existir – me resisto a pensar lo contrario – aunque ocultos y olvidados, buenos críticos, buenos escritores, jóvenes autores de talento y grandes desconocidos.
– Seguro que existen y yo los dividiría en dos grupos: los que, aun teniendo que hacer para ello dejación de parte de las posibilidades de su talento, luchan y hasta medran por ingresar en el engranaje del circuito, amoldándose a las exigencias de la industria cultural, y los que prefieren vivir en el olvido y publicar en editoriales y revistas modestas, antes de claudicar.