Revisado por Caty R.
El 8 de julio de 2008, la tensión subió un grado entre Rusia y Estados Unidos después de la firma de un tratado entre Praga y Washington relativo a la instalación de un radar en la República Checa, pieza clave del escudo antimisiles estadounidense. A pesar de la hostilidad de la mayoría de sus ciudadanos, el canciller checo Karel Scharzenberg selló el acuerdo con la Secretaria de Estado estadounidense, Condoleezza Rice. Según la Casa Blanca, este arsenal militar se destina a proteger esta región del mundo contra los «Estados canallas». Poco convencida por esas explicaciones, Moscú ve en este despliegue bélico una amenaza para su seguridad nacional (1).
El presidente ruso Dmitri Medvedev y su canciller denunciaron «el acercamiento de elementos del potencial estratégico estadounidense al territorio ruso» (2). El Primer Ministro Vladimir Putin también criticó la duplicidad de la administración Bush: «Nos dicen que esta defensa sirve contra los misiles iraníes, pero ningún misil iraní tiene suficiente alcance. Parece evidente entonces que esta novedad nos concierne también a nosotros, los rusos» (3).
A guisa de respuesta, Putin lanzó un llamado a favor de la restauración de las relaciones con Cuba, sin descartar una cooperación de orden militar. «Debemos restablecer nuestra posición en Cuba y en otros países», afirmó. Los medios occidentales aludieron a una eventual instalación de una base militar rusa en el Caribe, que podría ocasionar una nueva crisis similar a la de octubre de 1962, que casi desembocó en un Apocalipsis nuclear (4).
El 31 de julio de 2008, el presidente cubano Raúl Castro recibió al viceprimer ministro ruso Igor Serchine con el objetivo de «ampliar el proceso de restablecimiento de los intercambios económicos, comerciales y financieros», según la declaración común. La colaboración concierne particularmente los sectores de la energía, recursos minerales, transporte agrícola, sanidad y telecomunicaciones. En ningún caso, el documento oficial mencionó algún acuerdo de orden militar (5).
En realidad, es poco probable que La Habana acepte cualquier nueva cooperación militar con el Kremlin por varias razones. Primero, los cubanos apreciaron poco las declaraciones rusas relativas a una nueva colaboración militar sin ser consultados. Además, el gobierno revolucionario sabe a ciencia cierta que la instalación de un arsenal bélico extranjero en su territorio sólo exacerbaría las tensiones con Washington. Desde 1960, Estados Unidos impone sanciones económicas inhumanas a Cuba que afectan a las categorías más vulnerables de la población.
Por otra parte, una base militar rusa no tendría ninguna utilidad para los cubanos, incluso para su defensa nacional. Saben a ciencia cierta, y desde hace mucho tiempo, que en caso de agresión militar por parte de Washington, Rusia no intervendría para defenderlos y que sólo podrían contar con ellos mismos. Fidel Castro evocó esa eventualidad durante las conversaciones con el famoso periodista Ignacio Ramonet:
«En determinado momento llegamos a la convicción de que, si éramos atacados directamente por Estados Unidos, los soviéticos jamás lucharían por nosotros. Ni podíamos pedírselo. Con el desarrollo de las tecnologías modernas, era ingenuo pensar, pedir o esperar que aquella potencia luchara contra Estados Unidos si éstos intervenían en la islita que estaba aquí, a noventa millas del territorio norteamericano.
Y llegamos a la convicción total de que ese apoyo jamás ocurriría. Algo más: se lo preguntamos directamente un día a los soviéticos, varios años antes de la desaparición de la URSS. ‘Digannoslo francamente’. ‘No’, respondieron. Sabíamos que era lo que iban a responder. Y entonces, más que nunca, aceleramos el desarrollo de nuestra concepción y perfeccionamos las ideas tácticas y estratégicas con las cuales triunfó esta Revolución y venció incluso en el terreno militar a un ejército cien veces más numeroso en hombres y no se sabe cuántas veces más poderoso en armas. Después de esa respuesta, más que nunca nos arraigamos en nuestras concepciones, las profundizamos y nos fortalecimos a un nivel tal que nos permite afirmar hoy que este país es militarmente invulnerable; y no en virtud de armas de destrucción masiva» (6).
Finalmente, los cubanos tienen buena memoria y recuerdan todavía la triple traición de la que fueron víctimas en el pasado por parte de Moscú. Primero, durante la crisis de octubre de 1962, Nikita Kruschev había decidido retirar los misiles sin ni siquiera tomarse la molestia de consultar al gobierno de Osvaldo Dorticós y Fidel Castro. Después, cuando la caída del bloque soviético, de un día para otro, el presidente Boris Yeltsin rompió los acuerdos económicos, comerciales y financieros con La Habana, sometiendo a la nación a la peor crisis económica de su historia. Finalmente, en 2001, Vladimir Putin tomó la decisión unilateral de cerrar la estación radar de Lourdes en Cuba, también sin consultar a las autoridades de la isla, para responder a las conminaciones de George W. Bush. No obstante, ésa era vital para la seguridad de la nación caribeña y generaba ingresos de 200 millones de dólares al año a Cuba.
Rusia y Cuba tienen una larga historia de amistad que no se acabará pronto. Los dos pueblos se aprecian y se respetan y los vínculos que tejieron no pueden romperse por cuestiones de geopolítica. Pero las afrentas del pasado no se pueden olvidar como no puede eludirse la siguiente realidad: la defensa de la nación cubana sólo depende de los cubanos.
Notas
(1) Stéphane Kovacs, «Bouclier antimissile: Prague signe un accord avec les USA», Le Figaro, 8 de julio de 2008.
(2) Fabrice Nodé-Langlois, «Bouclier antimissile: Medvedev menace», Le Figaro, 9 de julio de 2008.
(3) Libération, «Poutine: ‘Le bouclier antimissile américain va relancer la course aux armements'», 4 de junio de 2007.
(4) The Associated Press , «Putin Calls For Restoring Position in Cuba», 4 de agosto de 2008.
(5) Ria Novosti , «Russie-Cuba: un vice-premier ministre russe reçu par Raúl Castro», 1 de agosto de 2008.
(6) Ignacio Ramonet, Cien horas con Fidel (La Habana: Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, 2006), tercera edición, pp. 415-16.
Salim Lamrani es profesor, escritor y periodista francés especialista de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Ha publicado los libros: Washington contre Cuba (Pantin: Le Temps des Cerises, 2005), Cuba face à l’Empire (Genève: Timeli, 2006) y Fidel Castro, Cuba et les Etats-Unis (Pantin: Le Temps des Cerises, 2006). Acaba de publicar Double Morale. Cuba, l’Union européenne et les droits de l’homme (Paris: Editions Estrella, 2008).
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Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate. Este artículo se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la revisora y la fuente.