Sí, es cierto. La vida te pone a veces en situaciones contradictorias, casi absurdas. Las cosas a menudo no son lo que parecen, porque si lo fueran podríamos creer que habitamos una realidad desquiciada, fuera de sí misma. Esta cosa llamada ‘sindicalismo’ se presta más aún a lo resbaladizo. Era un lunes a principios de […]
Sí, es cierto. La vida te pone a veces en situaciones contradictorias, casi absurdas. Las cosas a menudo no son lo que parecen, porque si lo fueran podríamos creer que habitamos una realidad desquiciada, fuera de sí misma. Esta cosa llamada ‘sindicalismo’ se presta más aún a lo resbaladizo.
Era un lunes a principios de septiembre. En un primer vistazo veo a Pilar Bardem, a Adriana Ozores y a Guillermo Toledo junto a otras caras conocidas. Ellos me miran desde la platea de un teatro y yo estoy sobre el escenario. El mundo al revés, como en un sueño. Pero no estoy solo. Me acompañan representantes de organizaciones de actores, de músicos, de directores de escena y de grupos y salas alternativas de teatro. Yo represento al sindicato de técnicos del cine y del audiovisual. El acto: una asamblea convocada para articular la participación conjunta de todos los trabajadores y trabajadoras del espectáculo y el audiovisual en la Huelga General del 29 de septiembre.
Esa asamblea fue el primer paso. Luego nos organizamos para hablar con todos los teatros y todos los rodajes de series y películas. Obtuvimos tres respuestas diferentes: había quienes secundarían la huelga, había quienes estaban desinformados o tenían miedo a las represalias y había quienes se negaban a parar porque, decían, esta huelga le hace el juego a la derecha.
Es sorprendente de entrada este argumento, más allá de especular sobre los movimientos en las tendencias de voto del electorado y el posible desgaste del gobierno social liberal de Zapatero. Cabe pensar que la derecha no es lo que era y, por tanto, tampoco la izquierda es lo que se supone que debe ser. ¿Esquiroles contra la derecha? Corren malos tiempos, y va a hacer falta más que una huelga como la del 29, fuera cual fuera su incidencia, para aclararnos un poco. Porque no solo nos encontramos con quienes, curiosamente, odian a la derecha pero no a las políticas de derechas, sino también con quienes odian a los sindicatos mayoritarios incluso cuando se comportan como deben comportarse. Menudo galimatías.
¿Y la clase trabajadora? La clase trabajadora en el ojo del huracán de la crisis, recibiendo palos y más palos sin saber de dónde le vienen. Eso sí es como siempre ha sido. Y Díaz Ferrán de rositas, por poner un ejemplo de escándalo.
El otro día volví a ver la película El nombre de la Rosa, donde se escenifica el enfrentamiento entre un racionalismo incipiente y el oscurantismo del brazo inquisitorial del pensamiento escolástico. Escolástica es esa forma de pensamiento propia de la Edad Media en la que los dogmas de fe se daban por ciertos como principio de cualquier razonamiento posterior, sometiendo el conocimiento a un encierro forzoso en una tétrica mazmorra. «No existe el progreso, solo una permanente recapitulación», clama un viejo monje desde el púlpito.
Tengo la sensación de que la modernidad se ha convertido en una especie de Nueva Edad Media hipertecnológica, donde la escolástica vuelve a ser el sistema de pensamiento hegemónico. Uno es de izquierdas por tradición, o por inercia, como el que es seguidor de uno de los equipos de la ciudad y no del otro, y no importan razones o razonamientos. PSOE o PP, PP o PSOE.
Pero es sin duda Zapatero quien le está haciendo el juego a la derecha, escandalizada en su prensa por el hecho de que los sindicatos coleen aun, después de haber gobernado ellos 8 años. No el juego; el trabajo sucio, que es peor, y el que entienda el ser de izquierdas como un compromiso real con el proyecto de la ilustración, la razón frente al oscurantismo, no puede comulgar con ruedas de molino. La DERECHA, en mayúsculas, se nos viene encima. El FMI y la UE, la banca, la patronal y el PP, vienen a abrir la lata del Estado del Bienestar europeo para saquear lo poco que queda dentro, y su abrelatas se llama Partido Socialista Obrero Español. Todo eso se nos viene encima, así que la huelga del 29-S no le ha hecho el juego a la derecha; la reforma laboral de Zapatero, sí. ¿Le hemos hecho el juego a unos sindicatos podridos? El tiempo lo dirá. En todo caso, el partido había que jugarlo, con la convicción de futuros lances por venir.
Y, por cierto, me encanta el final de El nombre de la Rosa. Los campesinos depauperados por el diezmo toman el monasterio al asalto y corren a pedradas al inquisidor. Eso sí es irrumpir en el escenario de la historia. Una huelga general de un día no es eso, claro, pero todo llegará. Todo llegará…