Guillermo Zapata, Ana Taberneros y Richard Kimball son miembros de Patio Maravillas, centro social okupado del madrileño barrio de Malasaña. Tras casi dos años de experiencia, su anunciado desalojo no se llevó a término el 22 de enero a causa del fuerte apoyo cosechado. El desahucio puede producirse ahora sin previo aviso. DIAGONAL: ¿Cómo ha […]
Guillermo Zapata, Ana Taberneros y Richard Kimball son miembros de Patio Maravillas, centro social okupado del madrileño barrio de Malasaña. Tras casi dos años de experiencia, su anunciado desalojo no se llevó a término el 22 de enero a causa del fuerte apoyo cosechado. El desahucio puede producirse ahora sin previo aviso.
DIAGONAL: ¿Cómo ha sido el proceso desde que se okupó el centro hasta el momento actual?
GUILLERMO ZAPATA: Un año antes de la okupación, un grupo de gente hablamos de la posibilidad de construir un nuevo centro social con dos premisas: que fuera metropolitano y que no estuviera en Lavapiés. Intentábamos huir de la ‘identidad okupa’. Veníamos de los desalojos de los Laboratorios, de la estabilización de la Karakola y Seco, y había un espacio de cierta indefinición que permitía hacer cosas nuevas. No queríamos un espacio de imprevistos, sino que desde el principio se trabajara en ejes: cultura, precariedad, fronteras, y territorio.
ANA TABERNEROS: La gente desde el principio era muy diversa, algunas no venían de la okupación.
D.: ¿Por qué abandonar la ‘identidad okupa’?
G.Z.: Había gente que no tenía identidad alguna. Se inicia una etapa de debates, antes de okupar, con gente muy diversa, montando un colectivo muy heterogéneo. No se trataría tanto de abandonar una identidad, sino de construir otra, y asumir el conflicto que un centro okupado plantea.
RICHARD KIMBALL: Coincide la creación de este grupo con la dinámica de la iniciativa madrileña ‘Rompamos el Silencio’, que siempre, durante sus jornadas de lucha social, okupaba un local que luego dejaba. Se llegó a un acuerdo por el que ese local pasaría a nuestro proyecto. Al abrirse así el espacio se produce una apertura muy grande a gente que lo conoció ahí y que se incorporó después al proyecto del Patio.
D.: Algunos centros sociales como el Patio han iniciado políticas muy vinculadas a los derechos sociales, o a los derechos de la ciudadanía. Políticas sobre las que otros centros son críticos…
R.K.: Creo que esa diferencia es falsa. Hay centros en Madrid, diferenciados del nuestro, que participan activamente en luchas por la sanidad pública, u otros que trabajan mucho con el tema de los centros de menores o incluso el propio tema de la vivienda. Y eso es luchar por unos derechos. Lo que hemos dejado de lado es marcar el espacio con una estética, una música o una línea cerrada de actuar. Lo ‘okupa’ no lo es tanto por lo que se es, sino por lo que se hace.
G.Z.: La diferencia radica más que en la identidad en el fondo. Nosotros no hemos tenido ese debate, en parte porque, como decimos, mucha gente del Patio no vive en esa diferencia, hasta el punto de que a veces tenemos que recordar a la gente que estamos en un espacio okupado.
D.: Un artículo de El País identificaba a centros como el Patio, que hacen políticas muy ‘aperturistas’ como de ‘segunda generación’, algo de lo que se habla también en el ‘movimiento’. ¿Os reconocéis así?
G.Z.: La okupación ya lleva muchos años y, en ese sentido, es normal hablar de generaciones. No hemos discutido si el Patio es de primera, segunda o quinta generación. No hemos tenido casi la oportunidad de compartir el camino con otras experiencias fuera de nuestro territorio. No es una preocupación identificarnos de una u otra forma.
A.T.: Es verdad que tenemos una afinidad con centros sociales como los de Terrassa o Málaga, que ellos sí se reconocen como de ‘segunda generación’. Pero nosotros no hemos tenido ese debate.
R.K.: Creo que es un concepto que viene de Italia, con una tradición más larga de okupaciones, y de esa forma se adapta más a un cambio de la realidad. Aquí también hay un cambio de enfoques entre lo que pudo ser Minuesa o los distintos Laboratorios.
D.: El Patio sí ha elegido una estrategia con el tema del desalojo, y ha buscado alianzas, no sólo sociales, sino alianzas con partidos políticos…
A.T.: Sí, hemos hablado con el PSOE y con IU. Estamos también montando unas jornadas en el Museo Reina SofÍa, hemos exigido la expropiación del edificio, recabado apoyos de todo tipo. Estrategias de defensa del espacio un tanto pantanosas, pero de las que podemos sacar beneficio, sin renunciar a nada. Es una apuesta.
D.: ¿Eso es contradictorio con vuestra idea original antes de okupar?
G.Z.: Al contrario. Cuando decimos «hay que exigir la expropiación», todos pensamos que eso está dentro del sentido común. Nosotros distinguimos, muy al estilo zapatista, el eje del fuego, y otro que llamamos el eje de la palabra. Como los trabajadores de Sintel. Nadie puede negar su radicalidad, y hablaban con todo el mundo. Era parte del conflicto. No hacerlo es evitarlo, y es que la realidad política es tan lamentable que parece estúpido creer que esa gente, los partidos políticos, nos van a recuperar de alguna forma. Nosotros confiamos en nuestra capacidad de movilización, que la hay, y a partir de ahí viene el resto.
R.K.: Lo importante es saber dónde está uno, y con esa seguridad no tienes miedo a nada. Ya eres un sujeto con voz propia, sin posibilidad de ser manipulable.
G.Z.: Los zapatistas, los sin tierra, los transportistas de Barcelona… todos los conflictos llevan una negociación, a fin de conseguir unas conquistas. Si hay un común entre los centros sociales okupados en Madrid es que todos tienen que enfrentarse a un posible desalojo. Y éste es el tema que se debería resolver colectivamente entre los espacios, aunque sea para saber que lo hacemos de forma distinta. Los centros sociales okupados no pueden ser una experiencia efímera.
D.: ¿Cuáles son ahora las perspectivas del Patio?
G.Z.: Primero ser capaces de seguir con el proceso de apertura, unir más gente a la lucha del Patio, unir fuerzas para seguir construyendo. Luego profundizar en el asunto de la expropiación, porque yo creo que el Patio se ha ganado su derecho a hablar, pero todavía no su derecho a que se le escuche. El Ayuntamiento y la propiedad pueden ignorarnos, pero hay que obligarles a tenernos en cuenta siendo más fuertes. Y si no, pues tomamos otro espacio. Y será el Patio dos, o el Patio al cuadrado, o el Patio 1.5, pero será.
R.K.: Hay que generar una tensión, no rebajarla, porque la amenaza de expulsión está ahí, tenemos que aumentar nuestra mala hostia porque nos quieren desalojar.
A.T.: Desde luego nosotros vamos a seguir insistiendo en que se nos escuche, y que nuestro grito tenga cada vez más eco. El Patio no se acaba en su posible desalojo.