En su último libro ‘La desfachatez machista’, la escritora lanza un mensaje contra “el pensamiento misógino y antifeminista de conocidos opinadores, tertulianos y líderes de opinión”.
La escritora y especialista en lenguaje inclusivo María Martín Barranco hace una advertencia a los lectores de su último libro, ‘La desfachatez machista. Hombres que nos explican el verdadero feminismo’. A las mujeres que lo lean, especialmente a las que son feministas, les alerta de que “algunos pasajes pueden provocarle reflujo, ardores de estómago e incluso náuseas”. Y “también se han descrito reacciones alérgicas y episodios agudos de euforia”. A los hombres, pero en especial a los que ella denomina como ‘señoros’, la advertencia va más allá: “Si es usted señoro, podría sufrir cambios de humor, confusión, alteraciones en el ritmo cardiaco (en caso de tener corazón) y, en afecciones muy graves, arrebatos incontrolados de furia patriarcal”.
En su libro pone, a través del humor, “frente a frente con su propia desfachatez” a opinadores y articulistas reconocidos que utilizan su espacio en medios de comunicación para criticar a las mujeres o a la lucha feminista. “Es muy repetitivo cuando hablan de la guerra de sexos, de que estamos en contra de ellos o cuando niegan nuestras necesidades sean cuales sean. La manera de mentir, de decir que somos unas lloricas, cuando la realidad es que los que se quejan todo el rato son ellos. A nosotras nos matan, nos asesinan, nos violan, nos ridiculizan, nos someten y nos arrebatan derechos, y cuando lo decimos nos llaman quejicas y después son ellos los que lloran porque no saben si nos van a tener que abrir una puerta o porque les llamamos machistas”, critica.
Licenciada en Derecho, Martín Barranco es conocida por abordar a través de libros, ensayos y otras publicaciones la importancia del lenguaje inclusivo. Firme defensora de la RAE hasta hace 15 años, la escritora comenzó a darse cuenta de que la academia “no tenía la última palabra, de que la última palabra la tiene quien habla”. Pese a que muchos críticos y académicos relacionan el lenguaje inclusivo con la destrucción de la lengua o con la imposición, Martín Barranco desecha esas ideas e insiste en que es algo positivo que abre otras posibilidades. “El objetivo es contar cómo se producen las discriminaciones para que quien quiera las evite. Esto no se trata, como dicen tantas veces, de censurar ni de imponer. Al revés, es justamente lo contrario. Se trata de dar la posibilidad de hablar sin discriminar, incluso si se quiere seguir las normas gramaticales. No hace falta romper la gramática de la lengua española ni de ninguna otra para poder hablar sin discriminar”, sostiene tras pasar por Donostia, donde ha participado en el Congreso Internacional ‘Igualdad, Ciencia y tecnología, por un cambio de paradigma’, organizado por el Departamento de Igualdad, Justicia y Políticas Sociales a través del Instituto Vasco de la Mujer (Emakunde) que ha tenido lugar en Donostia. Dentro de dos semanas, volverá a Euskadi, en este caso a la biblioteca Bidebarrieta de Bilbao, donde impartirá una conferencia titulada ‘El lenguaje inclusivo: tampoco tiene tanta Ciencia’.
A lo largo de varios ensayos y obras ha tratado el tema del lenguaje inclusivo. ¿Qué es el lenguaje inclusivo?
Es un lenguaje que tiene en cuenta al mayor número de personas posible. Así, a grandes rasgos, es un lenguaje que hace un esfuerzo para no discriminar absolutamente a nadie. Un esfuerzo premeditado, expreso y a conciencia para no excluir a nadie cuando nombra. Pero a mí me gusta hacer una puntualización y es que considero que hay una diferencia sustancial entre el lenguaje no sexista y el lenguaje inclusivo, aunque normalmente en el lenguaje inclusivo se suele meter todo.
Les llamamos viejunos y señoros, pero con argumentos y se indignan tanto que escriben artículos preguntando ‘chicas, ¿no estáis hartas?’ pues estamos hartas, pero de vosotros, básicamente
¿Cuál es esa diferencia entre el lenguaje no sexista y el lenguaje inclusivo?
El lenguaje no sexista es el que se centra en hacer visible, en no subordinar y cambiar la idea general que hay en la sociedad sobre qué son, qué hacen o cómo deben comportarse las mujeres. Y el lenguaje inclusivo va un paso más allá y lo que hace es tomar conciencia de la discriminación de colectivos que han estado tradicionalmente en situación de discriminación para hacerlos visibles de forma expresa. Y digo colectivos en lugar de otros colectivos, porque las mujeres no somos un colectivo en sí.
¿Cuándo fue consciente de que este tema era tan importante como para querer dedicarse a ello?
Hace 15 años. Ya hacía activismo y formación feminista, pero llegué al lenguaje no sexista después. Yo era de las que decían que se sentía representada en el masculino genérico y era súper fan de la RAE. Tenía fe en la RAE, para mí era mi referencia absoluta, pero claro, cuando empezaba a mirar definiciones o a trabajar sobre el lenguaje porque lo necesitaba en un curso, para un taller, para una conferencia o para mí misma, veía definiciones en el diccionario y comentarios de personas que pertenecían a la RAE, sobre todo de hombres, que no me acababan de cuadrar. A partir de ahí empecé a investigar, a aprender más sobre gramática, sobre qué se podía decir y que no, y ahí fue cuando me di cuenta de que la RAE no tenía la última palabra, de que la última palabra la tiene quien habla. El principio básico de la comunicación es que la otra persona entienda exactamente lo que quieres decir. Y si yo no nombro a las mujeres, la persona con la que estoy hablando no sé si está siendo consciente de que en mi discurso incluyo a hombres y a mujeres o en su cabeza está haciéndose la idea de un mundo en el que solamente hay señores. Así que yo intento dejarlo siempre meridianamente claro.
En su libro Mujer tenías que ser habla de cómo se ha descrito históricamente a las mujeres y qué palabras se escogen para ello. ¿Por qué ha habido tantas representaciones maléficas de la mujer?
Porque las definiciones del mundo, la idea del mundo, de lo bueno, de lo aceptable, de lo que se considera neutro y parámetro de lo humano, lo hicieron los hombres. Ellos se definieron a sí mismos y describieron lo que veían como contrario, como complemento, como subordinado. Eso éramos las mujeres. Así que, como no teníamos la capacidad de definirnos, lo hicieron por nosotras. Y quienes lo hicieron, lo hicieron desde sus puntos de vista y sus puntos de vista no nos incluían como seres humanos completos. Éramos unos seres humanos de segunda categoría a los que nos faltaban cosas. Puede parecer algo obsoleto, pero son cuestiones que hoy en día se pueden encontrar en algunos articulistas que hablan de que somos seres incompletos porque nos faltan una serie de cuestiones, entre las cuales al final siempre acaba saliendo el miembro viril. Así que básicamente nos despreciaban porque no éramos como ellos y como ellos se habían erigido como el parámetro de lo humano, pues no éramos suficientemente humanas o tan humanas como ellos. La razón es bastante evidente y cuando vas mirando a lo largo de los siglos estas definiciones y esta construcción de la idea del mundo que ha habido en cada sociedad, resulta muy claro que si las mujeres hubiéramos estado ahí, no digo que las definiciones serían mejores, pero por supuesto serían radicalmente distintas.
Nos vienen contando una película que se creen que nadie ha dicho antes, pero son argumentos que los señoros llevan utilizando durante más de 400 años
Sobre esos opinadores también habla en su último libro, ‘Desfachatez machista. Hombres que nos explican el verdadero feminismo’, en el que desmonta el pensamiento misógino de conocidos opinadores o líderes de opinión. ¿Qué se puede hacer con ellos?
Está muy bien ponerlos frente a frente con su propia desfachatez, que es lo que yo he intentado hacer en el libro. Decirles que nos vienen contando una película que se creen que nadie ha dicho antes, pero son argumentos que los señoros llevan utilizando durante más de 400 años. Es ridículo porque, cuando te fijas, es muy repetitivo cuando hablan de la guerra de sexos, de que estamos contra ellos o cuando niegan nuestras necesidades sean cuales sean. La manera de mentir, de decir que somos unas lloricas, cuando la realidad es que los que se quejan todo el rato son ellos. Eso en el libro queda súper evidente. A nosotras nos matan, nos asesinan, nos violan, nos ridiculizan, nos someten y nos arrebatan derechos, y cuando lo decimos nos llaman quejicas y después son ellos los que lloran porque no saben si nos van a tener que abrir una puerta o porque les llamamos machistas. En el libro recojo los insultos vacíos y huecos que esos hombres hacen a mujeres y al feminismo completamente sin argumentos y les interpelo para decirles que dejen de contemplarnos como si fuéramos solamente madres, esposas, amantes y prostitutas, porque hacemos más cosas en la vida. Les llamamos viejunos y señoros, pero con argumentos y se indignan tanto que escriben artículos preguntando ‘chicas, ¿no estáis hartas?’ pues estamos hartas, pero de vosotros, básicamente.
En el libro habla de articulistas y opinadores reales. ¿Quiénes son?
Evidentemente Arturo Pérez-Reverte no podría faltar, pero también está Javier Marías, Alberto Olmos o Juan Soto Ivars. He intentado hacer una mezcla de antiguos, de nuevos, de jóvenes y de mayores para que se vea que no es algo generacional, sino que es algo transversal a todas las generaciones e ideologías políticas. Luego hay un capítulo que se llama ‘Aliado el que tengo aquí colgado’ que habla de esos señoros de izquierdas. Yo creo que si alguno quiere de verdad tomar nota, a partir de ahora va a tener que criticar con más argumentos si no quiere que nos riamos de él en su cara.
Cada vez es más común ver a mujeres opinar en medios de comunicación, pero su presencia históricamente ha sido menor en comparación con la de los hombres. ¿Por qué cree que ocurre esto?
Porque no se nos tiene en cuenta como voces de autoridad, siempre se considera que somos una voz de parte. Cuando ellos hablan, su opinión representa la opinión neutra, la objetiva. Se presupone que no tiene sesgo porque es masculina. Sin embargo, cuando nosotras hacemos opinión, opinamos no como seres humanos, sino como mujeres, con lo cual, nos reduce la legitimidad a un punto de vista. Yo no digo que nuestra manera de ver el mundo sea objetiva. Lo que afirmo e intento demostrar en cada una de mis intervenciones públicas es que su punto de vista tampoco es objetivo. Nos consideran peligrosas porque creen que lo que estamos haciendo es trasladar una ideología, mientras que supuestamente ellos realizan opiniones generales no ideológicas. Nos restan autoridad por eso y porque les parece que cada espacio que ocupamos se lo estamos arrebatando y que no merecemos estar ahí.
La lengua será como sea la sociedad y la sociedad está evolucionando. Cada vez se discrimina menos y cada vez las discriminaciones se ven más
¿Y qué se puede hacer al respecto?
Yo ahí tengo una postura un tanto contradictoria. Por un lado, creo que las mujeres ya hemos hecho suficiente como para tener que hacerles el feminismo a los hombres. No tenemos bastante con hacer nuestra propia revolución, que les tenemos que dejar la comida hecha antes de irnos. ¿En serio les tenemos que decir qué tienen que hacer para ser seres humanos decentes? Pero, por el otro, creo que será más rápido si les contamos el camino que hemos recorrido y les aclaramos por dónde pueden ir tirando. Y entonces me pongo y hago pedagogía y acopio de paciencia y escribo libros.
¿Considera que en el futuro el lenguaje será inclusivo o la RAE tratará de evitarlo a toda costa?
La RAE trata de evitarlo a toda costa, pero no va a poder impedirlo. La lengua será como sea la sociedad y la sociedad está evolucionando. Cada vez se discrimina menos y cada vez las discriminaciones se ven más. Esa evolución es imparable porque cada vez que una sociedad cambia, su lengua cambia, aunque haya una academia o haya una institución que intente retrasar ese cambio como reflejo de su necesidad de mantener cuotas de poder. Creo que llegará a un punto en el que el lenguaje será muchísimo menos discriminatorio, pero para eso hace falta una labor de pedagogía, porque el lenguaje lo aprendemos tan pronto que, si nadie nos las señala, no somos capaces de detectar las pautas de discriminación que reproducimos lingüísticamente. El objetivo es contar cómo se producen las discriminaciones para que quien quiera las evite. Esto no se trata, como dicen tantas veces, de censurar ni de imponer. Al revés, es justamente lo contrario. Se trata de dar la posibilidad de hablar sin discriminar, incluso si se quiere seguir las normas gramaticales. No hace falta romper la gramática de la lengua española ni de ninguna otra para poder hablar sin discriminar. Lo primero que hace falta y lo principal, es tomar conciencia. Y yo creo que en ese camino vamos despacio, pero con paso firme.