Del «nada en exceso» de Delfos, sabiduría rotunda, hemos pasado al todo ya para mí que nos gobierna desde el analfabetismo moral. Sabemos que hay otra sabiduría, sin conocimiento ni consciencia, que sabe hacer vidas, paisajes y fértiles encuentros entre ambos. Sabemos que lo que sabe hacer la sabiduría natural nos resulta imposible por mucho […]
Del «nada en exceso» de Delfos, sabiduría rotunda, hemos pasado al todo ya para mí que nos gobierna desde el analfabetismo moral.
Sabemos que hay otra sabiduría, sin conocimiento ni consciencia, que sabe hacer vidas, paisajes y fértiles encuentros entre ambos.
Sabemos que lo que sabe hacer la sabiduría natural nos resulta imposible por mucho que creamos saber, por mucha tecnología ortopédica en la que nos apoyemos. Es más, considero esto último como la aportación científica más importante de la historia.
Insisto: el reconocimiento de nuestra incapacidad para crear la complejidad de los sistemas naturales, ciclos y procesos, es la faceta más sabia de nuestra exclusiva sabiduría.
De poco nos vale cuando aplicamos la mayor parte de nuestras tareas a ignorar y por tanto acabamos siendo violentos contra lo que no sabemos. Elevamos así nuestra ignorancia a la enésima potencia.
No saber hacer lo que la Natura hace es el mejor regalo, la dádiva más afortunada que de lo espontáneo nos llega. Conviene no olvidar que se trata nada menos que de la más original y diestra de las creadoras. Además, la Natura resulta eficaz, eficiente, barata hasta la gratuidad y no descansa.
Ha puesto sobre la piel del mundo, a lo largo de su historia de 30.500 siglos, nada menos que quinientos millones de formas vivas diferentes. Todas ellas supieron y saben vivir conviviendo, es decir, aceptando lo suficiente como lo único necesario. Todas ellas supieron despedirse de este planeta tras una media de dos millones de años de existencia, dejando algo mejor adaptado el lugar que ocupaban. Abro paréntesis para aportar la duda de que consigamos ser herederos desde el momento en que no consideramos hereditaria a la Natura, sus conocimientos y servicios.
Nadie sabrá nunca qué es realmente la vida, pero todos los vivos saben vivirla. Todos menos nosotros, los sabios para los que resulta necesario mucho, muchísimo más de lo suficiente. Por eso se lo quitamos a los otros saberes de este mundo. Lo hacemos inculto al destruir lo que la Natura sabe. Al acumular sin cuento, ni mucho menos cuentas. Porque si se tiene en cuenta a la vida, ninguna de nuestras cuentas saldría positiva. Si se tuviera en consideración el valor de lo destruido, todos los balances económicos se acercarían a la quiebra.
Un solo dato, de esos incómodos y que nos quitan tantas simpatías a los que respetamos la sabiduría que nos antecede. Desde que este campesino emboscado, que ahora les escribe, empezó a defender a la Natura, hace 50 años, ha desaparecido la mitad de la fauna de vertebrados no domesticada del planeta. ¿Hace falta recordar que como mínimo el 40 % del PIB mundial depende de la productividad biológica del planeta y que no hacemos más que mermarla? Poco daño si lo comparamos con las úlceras de aires, aguas, suelos, es decir de lo que funda y mantiene toda la vida. No menos lacerada queda nuestra sensatez que también forma parte de las imprescindibles bases para la continuidad de la vida.
Desemboco
Si hay quien hace muy bien lo imprescindible, no cesa en su empeño y no cuesta nada, ¿por qué no ser sabios dejando que siga trabajando en beneficio de toda la vida, nosotros incluidos?
¿Por qué si cuando preguntados reconocemos que la belleza espontánea nos complace, la avasallamos masivamente?
Nada más sabio que dialogar, entre otros motivos porque suele evitar la violencia. Si el diálogo es entre nuestra sabiduría exclusiva y la del resto de lo viviente cabe aceptar, otro conocimiento imprescindible, que la merma de la vivacidad, el amontonamiento de lo oscuro, sucio y feo, que el cambio global, en suma, pueden ser superados. Se trata de hacer la paz con lo que nunca nos declaró guerra alguna y, sin embargo, arrasamos como al peor enemigo, cuando es el mejor amigo.
En ese encuentro entre lo que somos y lo que también somos -vida en medio de la vida- se basa el tan denostado, espero que por incomprendido, pensamiento ecológico. Este que escucha a la otra sabiduría y dialoga con ella.
Joaquín Araujo. Naturalista, escritor, divulgador medioambiental
Fuente: http://www.efedocanalisis.com/noticia/articulo-del-servicio-firmas-la-agencia-efe/