El documental de Fernanda Restrepo Arismendi Con mi corazón en Yambo -sobre la desaparición, tortura y crimen de sus hermanos Santiago y Andrés en manos de la Policía del Ecuador en enero de 1988- es, obligadamente, un viaje de dos décadas por el Ecuador político y sus rostros y acciones más cínicas. La memoria de […]
El documental de Fernanda Restrepo Arismendi Con mi corazón en Yambo -sobre la desaparición, tortura y crimen de sus hermanos Santiago y Andrés en manos de la Policía del Ecuador en enero de 1988- es, obligadamente, un viaje de dos décadas por el Ecuador político y sus rostros y acciones más cínicas.
La memoria de la que tanto se habla para explicar las razones del filme apela a mirar el país con sensibilidad y coraje, y constatar que la política como recurso básico de la vida en sociedad no ha podido enlazar derechos humanos y paz social. Así, el documental de Fernanda, a más de ser un poema a la vida como lo expresa el Pájaro Febres Cordero, también es un tratado de las contradicciones que tienen los ciudadanos a la hora de asumir la política de modo directo.
Cuando empezaba la universidad (1991), un compañero de aula me hacía notar que la protesta de Pedro Restrepo y Luz Helena Arismendi era una protesta contra el mismo Estado de orden y coerción que ellos nutrían desde su posición de clase. Y que tal contradicción, acaso, restaba valor a su protesta. Por eso, mi asombro mayor -que me provoca una reflexión cruzada-, al ver el documental, sobreviene precisamente cuando Fernanda cuenta la adhesión de sus padres a la propuesta política de orden que hacía León Febres Cordero en su campaña electoral en 1984, y cómo sus certezas -las de los Restrepo- de tal disciplinamiento general se fueron derrumbando al conocer, por dentro, todo el andamiaje institucional que soportaba semejante modelo político.
Me parece significativo que Fernanda ponga sobre la mesa un asunto tan complejo de manera tan, digamos, doméstica, pues no es algo menor revelar los embelecos ideológicos que el poder dispensa -por distintos medios y formas- a los ciudadanos que trabajan, aparentemente, al margen de posturas o tareas políticas. Por tanto, la protesta que inició Pedro Restrepo en la Plaza de la Independencia, frente a Carondelet, enseguida cobró un valor político -no partidista- que el establecimiento rechazó por instinto de conservación y miedo. Y ese valor político se construyó, hay que decirlo, alrededor del humanismo de izquierda de quienes se unieron a la lucha de los derechos humanos y contra la tortura y desaparición de personas inocentes. Cosa que por esos tiempos olía a subversión y terrorismo, y remitía a un tipo de coerción estatal que sus aparatos de propaganda, sin pizca de vergüenza, practicaban y justificaban. Y cosa que Pedro Restrepo, principalmente, empezó a descubrir, sin anestesia y con asco, en las mentiras de los policías implicados en el caso. Sin olvidar, y esto es clave, la participación comprometida y solidaria de medios y periodistas que investigaban, desconcertados, tanta farsa policial.
Si el documental Con mi corazón en Yambo explora las penas y el absurdo de las emociones íntimas de una familia, también expone el cinismo de algunos políticos a lo largo de estos últimos veinte años. No puede ser más repulsiva la actitud de Sixto Durán -y de su hija- al rechazar la «bulla» de los Retrepo en la Plaza Grande, cuando sugirieron que mejor tocaran música clásica para que Sixto, el anciano de gustos refinados, trabajase tranquilo. El registro visual de un Sixto presidente, simplón y frívolo, no es distinta del Sixto ex presidente fumando puros y con amnesia selectiva frente a una Fernanda Restrepo haciendo esfuerzos por presentarlo con razones -no compartidas, pero razones- de un hombre de Estado. La sala de cine, en ese momento, no oculta disgusto y vergüenza ajena. «¿Ese hombre fue nuestro presidente?»…
Más allá de las ofensas políticas de un sistema que se repite en las omisiones de sus mandatarios, o sea, en sus propias miserias, el documental proyecta la metáfora de la muerte reclamando vida a pesar de la inversión de los tiempos vitales. Porque si los espiritistas más necios hurgan en la vida después de la muerte, habría que preguntarse, como lo hace Dolores Padilla en un mail sentido y reclamante a propósito del caso Restrepo: «¿hay vida antes de la muerte?».
Pedro Restrepo viene de la muerte de sus hijos y Fernanda viene de la muerte de sus recuerdos. Pero el documental los muestra vivos y vitales. Buenos y espontáneos. Nosotros, espectadores de sus vidas y sus muertes simultáneas, les debemos esa horrible experiencia de cambiar sus comodidades y apatías individuales ante las atrocidades del poder y sus secuaces. Porque el caso no está cerrado. Los chicos muertos reclaman que las vidas, nuestras vidas, los encuentren.
Tengo la certeza de que solo estaremos tranquilos cuando esta sociedad y este Estado se atrevan a decir que sí hay vida antes de la muerte.