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Entrevista al escritor Santiago Alba Rico

«He querido reflexionar sobre para qué sirven los niños y los libros»

Fuentes: Gara-Mugalari

Intelectual muy cercano siempre a los movimientos de liberación de los pueblos, pensador crítico y analista incisivo, Santiago Alba Rico analiza en un nuevo libro («Leer con niños», Caballo de Troya) la gran aventura que supone el descubrimiento del mundo a partir de una lectura compartida entre los adultos y los más pequeños.

En un mundo en el que la apariencia y la superficialidad reina sobre todos los aspectos de la vida cotidiana, Santiago Alba Rico ha querido, una vez más, poner un poco de orden conceptual para hablarnos de su experiencia como padre que acompaña en las lecturas a sus hijos, una aventura intelectual y vital que ha recogido en un libro titulado «Leer con niños» .

Dices que «no me ha guiado ningún propósito pedagógico ni estoy seguro que gracias a estas lecturas compartidas mis hijos vayan a ser mejores». ¿Qué has pretendido, entonces, con este libro?

Nunca me hubiese atrevido a escribir un «manual» y desde el principio evité también la exhibición ejemplarizante de una experiencia personal que, tal y como declaro en las últimas páginas, es de alguna manera un incómodo privilegio de clase. Mi propósito ha sido más bien el de reflexionar sobre dos enigmas cuya sola formulación parece casi blasfema: para qué sirven los niños y para qué sirven los libros. Sin darme casi cuenta, me vi enseguida enredado en cosas de este mundo, por citar una canción de Silvio Rodríguez. Y un libro sobre niños y libros, y sobre sus prestaciones comunes como condiciones irrenunciables de todo contrato social, se convirtió en un libro sobre las amenazas que se ciernen sobre ambos por igual. Así que una obra que yo me planteaba como una tregua en mi escritura militante, acaba prolongando la línea, quizás en otro color, de mis obras anteriores.

¿Qué quieres decir cuando expresas que «vivimos en una sociedad » soltera» en la que matar a los niños es más fácil y más tentador que educarlos»?

Las historias de Layo y Abraham, padres de Edipo e Isaac, iluminan el gesto inaugural de lo que llamamos «educación»: esa tentativa de asesinato del hijo mediante el cual éste acaba heredando al mismo tiempo las armas y los afanes de sus padres. La historia ha sido siempre una fábrica de solteros (mucho menos de solteras); es decir, de sujetos «sueltos», sin compromiso, para los que los objetos exteriores nunca acumulan suficiente realidad o lo suficientemente vinculante. Ahora bien, bajo el capitalismo la posibilidad de sustraerse al destino de los solteros es casi imposible; el capitalismo funciona implacablemente como una industria de soltería lubricada al mismo tiempo, en un lado y otro del mundo, por las bombas y por la televisión. El capitalismo, al que le resulta tan difícil establecer diferencias, tampoco distingue bien entre educar y matar; y esta confusión configura el universo mental de los supervivientes.

Citas la «Historia», de Herodoto, como una excelente lectura para niños. De forma muy resumida, ¿qué aporta, por ejemplo, este libro a los niños de hoy en día?

Aparte el tesoro de relatos que entrevera los libros de Herodoto, mi reflexión se concentra en la figura de Jerjes para tratar de iluminar dos ejes muy actuales que se deben conocer desde muy temprano: los peligros de la hybris, la desmesura o falta de proporciones que los griegos concebían como el más grave pecado -y que es la ley misma del capitalismo- y la resistencia de los pueblos contra la tiranía.

¿Qué riesgos puede haber en el hecho de traducir situaciones de hace cuatro o cinco siglos a nuestra realidad de hoy día?

Todo relato es como una ganzúa que permite abrir un número grande, aunque no ilimitado, de puertas. En un mundo al mismo tiempo tan plano y tan fluido como éste, desprovisto de memoria y de asideros, es fundamental reintroducir espesores cronológicos. El riesgo reside más bien en el eterno presente de las mercancías.

¿Hasta que punto sirve la literatura infantil que se hace hoy día para explicarles el mundo a nuestros hijos e hijas?

La literatura, infantil o no, tiene todas las de perder en una sociedad cuyo espacio central no es el ágora sino el pasillo y donde el tiempo lento de la narración ha sido sustituido por el relámpago del gag. Lo que nos gusta -incluso a sus víctimas- es ver caer una y otra vez las Torres Gemelas, el gran gag cómico al que tratan de imitar todos los géneros y todos los autores. Explicar es demasiado lento.

¿Y qué nuevo Herodoto contará todas las desmesuras de nuestra sociedad a los niños de hoy?

Hay que empezar por contárselas a los mayores y por eso mi libro es un libro para adultos. En esta tarea, en todo caso, no parece que podamos confiar en los periódicos ni en la mayor parte de nuestros intelectuales y escritores, rendidos más bien a las ventajas económicas y sociales de la producción de gags para el mercado.

Señalas que «Caperucita Roja» es, sobre todo, una lista de la compra y un tratado de anatomía. «La Iliada», un catálogo de barcos y armas. Y » Los viajes de Gulliver» constituyen el mejor capítulo de «Barrio Sésamo»… ¿Cómo elegir las lecturas?

Lo difícil no es elegir lecturas. Lo difícil es encontrar el tiempo y las fuerzas para no vender nuestros niños a las multinacionales y para abrir una pequeña plazoleta en la ininterrumpida circulación del pasillo. De lo que se trata es de reconquistar ese espacio en el cual sea posible elegir, no ya entre dos libros, sino entre un libro y -por ejemplo- una batalla de almohadas.

¿Cómo leer a los niños si los padres y madres no están formados? ¿Sete ocurren propuestas alternativas a esta situación?

Todas las propuestas que se me ocurren son de orden político radical. En Cuba hizo falta una revolución para formar a los padres y madres y, si incluso allí tienen todavía un largo camino por recorrer, han establecido ya las condiciones en las que es posible plantearse estrategias propiamente pedagógicas. En el Estado español se exige a los maestros que corrijan en la escuela un mundo que hemos puesto en manos de las mafias capitalistas, cuyo modelo exaltan los mismos que acusan al sistema escolar de no saber formar buenos ciudadanos.

¿Qué tiene que tener a tu juicio un buen relato para que merezca ser leído por los niños?

No hay buenos relatos para niños; hay buenos relatos en general y lo son siempre y cuando funcionen como instrumentos de medida, en el sentido de que sirvan para medirse a sí mismos y para medir la realidad (frente al «cálculo» que domina la producción de mercancías). En esto los relatos se parecen a los niños. Pero se parecen también en que los relatos, como los niños, dependen de otros para vivir, necesitan de un mundo mínimamente favorable para conservar su existencia. Es ese mundo «mínimamente favorable» el que hoy está en peligro. Los libros y los niños son acumuladores de realidad y por eso una sociedad estructuralmente nihilista erosiona, también estructuralmente, las condiciones mismas de su recepción.

Leer con niños, ¿hasta qué época? ¿Marcan ellos mismos los límites?

Defiendo la lectura en voz alta como una forma de torcer la digestión hacia el tiempo y de torcer los libros hacia el mundo. Si uno tiene las condiciones materiales para hacerlo, debe confiar en que los niños, al crecer, sigan leyendo en voz alta -activos y pasivos- con sus novios o novias, con sus amigos y con sus compañeros de militancia.

¿Qué te ha supuesto a ti esta experiencia? ¿En qué forma te has enriquecido?

Más que leer a mis niños, lo que me ha enriquecido ha sido tenerlos. Me han elevado, por así decirlo, a ras del suelo, donde no dejo de tropezar con cosas que no me gustan. En términos literarios, me han dado el tiempo para releer grandes obras a las que no hubiese podido ya volver y una nueva mirada para revisar mi canon, que yo creía bien asentado. Pero sobre todo las lecturas en voz alta los ha sentado muy cerca de mí -dando a nuestro vínculo una dimensión física fundamental- y ha convertido la alegría y el dolor ajenos en una intensidad común, en una pequeña comunidad de intereses desinteresados.

¿Recomiendas seleccionar las lecturas? Díme cinco libros y por qué: qué valores ponen en solfa, sobre qué podemos dialogar con ellos

No me atrevería a recomendar nada. Quizás hemos disfrutado especialmente con Harper Lee, con Carson McCullers, con Canetti, con Dickens, con Conrad, con Stevenson. ¿Por qué? Porque al contrario de lo que pretende el culto a la infancia de Walt Disney lo que interesa a los niños son precisamente los grandes personajes y los grandes temas: la finitud, la muerte, el dolor, la injusticia. Mantenerlos artificialmente alejados de estas cuestiones -mientras los niños son asesinados, violados y abandonados sin descanso en todo el planeta- es peor que un error; es el principio ya de todos los crímenes.

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