Mucho se ha escrito y hablado sobre el golpe de Estado, incluyendo a los que se dicen paladines de la democracia, de modo que poco podría añadir si pretendiera hacerlo en la misma línea. Pero faltan detalles. Hechos y recuerdos. Finalizaba la jornada laboral el 23-F. Alrededor de la siete de la tarde Fernando Morán, […]
Mucho se ha escrito y hablado sobre el golpe de Estado, incluyendo a los que se dicen paladines de la democracia, de modo que poco podría añadir si pretendiera hacerlo en la misma línea. Pero faltan detalles.
Hechos y recuerdos.
Finalizaba la jornada laboral el 23-F. Alrededor de la siete de la tarde Fernando Morán, que entonces era Senador y más tarde Ministro de Exteriores, daba una conferencia -no recuerdo el título- en el salón de actos de la Escuela de Empresariales de Gijón, situada en lo más céntrico de la ciudad. Y allí llegué completamente despistado con respecto a lo que sucedía, a pesar de que en el trayecto algo había oído en la radio.
Ya en el salón de actos se aclaró la situación. Fernando Morán se dirigió a la escasa media docena de personas que allí estábamos diciendo que ningún golpe Estado iba a alterar el programa de la conferencia prevista. No obstante, dadas las circunstancias, sí podíamos hablar de la situación, si nos parecía bien. La información era escasa y pasado un tiempo poco podíamos hacer y decir en aquella pseudoconferencia «encerrados» en aquel salón. Acordamos salir a la calle e ir a la cafetería Oxford, situada a escasos metros.
Esta actitud, a modo de consigna espontánea, respondía ni más ni menos que a la necesidad de hacer frente al golpe, tomando y permaneciendo en la calle. Entendíamos que a los golpistas les habría sido más fácil realizar detenciones a domicilio, pero no tanto en la calle y, de hacerlo, les resultaría más complicado y escandaloso. Pero de aquella escasa media docena uno no estaba dispuesto a hacer frente a nada en la calle. Vicente Álvarez Areces simplemente desapareció, se esfumó con el pretexto de que podía ser detenido, como si los demás tuviéramos salvoconducto alguno con el que pudiéramos estar seguros de nada.
Pero Areces ya apuntaba maneras, poco después salió del PC por la «izquierda» en el Congreso de Perlora. Y no mucho más tarde comenzó su aproximación al PSOE para acabar alzándose como candidato a la Alcaldía de Gijón en las elecciones internas del PSOE, gracias a un fraudulento pucherazo como así lo ratificó el juez dos años después, cuando ya llevaba media legislatura como alcalde. Doce años duró su alcaldía hasta que ascendió a Presidente de Asturias, cargo que en el que ahora también cumplirá otros doce años. Total 24 años iniciados ignominiosamente.
Una trayectoria similar es la que ha seguido Juan Carlos, Rey. Inicia su puesta en escena para el reinado de la mano de un dictador y, llegado el momento de dar el Do de pecho, al igual que Areces, permanece en fuera de juego hasta que todo se va aclarando y a las tantas de la madrugada aparece en la tele, cuando todo estaba ya más o memos controlado y el golpe había fracasado. Para poco servía tener tomado el Congreso cuando ya en la calle y demás lugares estratégicos nada había. Incluso algunos malintencionados dicen que el monarca en algo participó o que sí tenía conocimiento previo de la asonada.
Si nos referimos a la impronta que ambos personajes hayan podido impulsar en lo que se refiere a los derechos sociales, al progreso económico o a cualquier otra cosa, como lo relacionado con los derechos humanos, las memorias de estos dos caudillos, Rey uno y Presidente el otro, es muy breve, tanto que ni siquiera podría comenzarse, sobraría hasta el primer renglón.
Si nos referimos a las relaciones internacionales, el Rey se ha convertido en amigo y anfitrión de los dictadores o de las monarquías más infames, de las que ahora están en el candelero. Si hablamos del Presidente Areces, le falta la proyección internacional, pero en lo que es la regional, siempre con los promotores inmobiliarios, patronal y con los afortunados, cosa que puede estar muy bien, pero en nada ha repartido su tiempo con el resto de la población azotada por la precariedad y el paro.
Si nos referimos a su crecimiento y desarrollo personal, en lo económico claro, el progreso ha sido excelente, extraordinario. La política monárquica-socialista les ha dado muy buenos frutos, también a los de sus respectivos clanes y familias. Ambos están mucho más allá y muy lejos del pensionazo, de los ERE y de los demás recortes sociales. Porque gracias a lo que representan, hacen y han hecho, son parte importante del liderazgo neoliberal que, en provecho propio sin duda, nos han llevado a la ruina y han incrementado las diferencias sociales.
Si nos referimos a su aportación a la ética y a su modelo ético (no digo a su legalidad, que es otro tema) de cómo han llegado a sus respectivos cargos, sí podríamos escribir bastante, pero nada favorable, sería un buen modelo de cómo no debe ser.
Sus figuras y lo que representan no tienen desperdicio.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
rCR