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Heidegger en la radio del Tercer Reich

Fuentes: Mosca Cojonera

Hitler en una charla de sobremesa le confesó a Herman Rauschning: «El exceso de crueldad no sirve para nada. Convierte a las masas en apáticas. Existe un medio más eficaz que el Terror: es la transformación metódica de la mentalidad y sensibilidad de las multitudes. Es una especie de propaganda, más fácil en nuestra época, […]

Hitler en una charla de sobremesa le confesó a Herman Rauschning: «El exceso de crueldad no sirve para nada. Convierte a las masas en apáticas. Existe un medio más eficaz que el Terror: es la transformación metódica de la mentalidad y sensibilidad de las multitudes. Es una especie de propaganda, más fácil en nuestra época, porque disponemos de la radio». La radio, la Rundfunk, así como un poco más adelante la novedosa televisión (donde los nazis fueron pioneros), fueron armas poderosas para la legitimidad de masas del SS-Staat. La radio fue un puntal en las situaciones de crisis del estado nacionalsocialista, como la derrota en Stalingrad, el atentado de 1944 contra Hitler o negando la derrota final. Goebbels estaba obsesionado por la radio: «Sostengo que la radio es el medio más moderno y de mayor influencia sobre las masas que existe hoy en día», sostenía en 1933. A dos días de haber asumido como canciller, Hitler hablaba por primera vez por la reda nacional de radiodifusión. Sólo en 1933 se emitirían por radio cuarenta y cinco discursos del Führer. Creía fervientemente que la radio suplantaría la influencia de los periódicos. Cuatro años después podía afirmar que «el sistema de radiodifusión se ha convertido en una verdadera institución popular. Desde la revolución nacionalsocialista, el número de oyentes ha aumentado de cuatro a nueve millones». Según el director nazi de la RRG, el Reichsendeleiter Eugen Hadamovsky (hombre de confianza de Goebbels y de profesión mecánico de automóviles) el propósito primordial de la programación radial es crear alegría y solidificar la comunidad racial («Volksgemeinschaft»). Tal fue el objetivo: consolidar el cemento ideológico entre masas y estado nacionalsocialista. Otra función de segundo nivel era agitar los territorios que reclamaba Alemania y la primera oportunidad fue la reincorporación al Reich de la región de Saarland, un campaña descarada de mentiras y propaganda racial-imperialista a lo largo del año 1934. El Saar era una zona fronteriza que debía unirse o no a Alemania a través de un plebiscito a realizarse en 1935 por la Sociedad de Naciones. Gracias a la intensidad radiofónica de la campaña de Goebbels, el 95% de sus habitantes le dieron el sí a Hitler. Goebbels sintetizó sus metas con esta declaración: «Alemania tiene que convertirse en el país radiodifusor más poderoso del mundo».

La guerra como siempre es la madre providencial de muchos avances. También es el caso de la radio. La Gran Guerra aceleró el uso de la radio de onda corta para transmitir sin cables información militar codificada, pero en 1917 Hans Bredow, ingeniero en la Telefunken (una join-venture de AEG y Siemens), experimentó con emisiones que consistían en música clásica, lecturas literarias y reportes sobre los soldados en el frente. Bredow después de la guerra será funcionario civil de la República de Weimar y jugando un papel decisivo en el desarrollo de la radio. La socialdemocracia en el poder tomó como primera medida encorsetar a todas las posibles fuentes de transmisión bajo control estatal. No por casualidad: los intentos revolucionarios de 1918 contaron con entusiastas de la izquierda que con equipos sustraídos al ejército apoyaron el movimiento de consejos obreros. Ebert, el mismo que reprimió y toleró los asesinatos de Rosa Luxemburg y Karl Liebchknet, decretó que ningún civil podía ser poseedor de un equipo de emisión de radio sin el permiso del gobierno, so pena de cárcel. El monopolio autoritario sobre la radio fue producto de la socialdemocracia y los conservadores, que reconocieron (gracias al ejemplo de la broadcasting en el Reino Unido y el sistema liberal de los EE.UU.) que era una arma poderosa políticamente e insustituible. Los nazis heredaron este sistema autoritario y centralizado cuando tomaron el poder en 1933, porque desde 1925 el Ministerio de Correos dirigía la Sociedad Nacional de Radiodifusión (Reichsrundfunkgesellschaft) e influenciaba todas las radios provinciales. Goebbels a través del Ministerio de Ilustración Popular y Propaganda (Reichsministerium für Volksaufklärung und Propaganda), adquirió todas las acciones de la RRG, llegando a controlar no sólo el contenido, sino el propio hardware: los fabricantes de aparatos de radio. Se presionó a los fabricantes para que produjeran aparatos de recepción buenos y baratos (pero que no pudieran recibir emisiones extranjeras), de modo que todo alemán pudiera permitirse tener uno en su hogar. El producto fue la mítica radio Volksempfänger (Receptor Popular), cuyo nombre técnico era Ve-301, en honor a la toma del poder por los nacionalsocialistas: (V)olks(e)mpfaenger, Receptor del Pueblo y la cifra 301 por 01/30/1933. La radio venía con una etiqueta de seguridad muy curiosa, que le avisaba al poseedor: «Recuerda: la recepción de estaciones de radio extranjeras es un crimen contra la seguridad nacional de nuestro Pueblo. Y está castigado con años de prisión por orden de nuestro Führer». Existe un cuadro muy famoso del pintor austriaco nacionalsocialista Paul Padua (1903-1981), titulado «Der Führer spricht» (El Führer habla), donde puede verse a toda una familia proletaria, del más viejo al más joven, esperando con ansiedad y devoción religiosa las palabras de Hitler emitiéndose desde una Volksempfänger. La foto en blanco y negro del Führer ocupa el lugar del antiguo crucifijo en la humilde salita… Las ventas fueron impresionantes: durante 1933 se vendieron 1.500.000 de unidades. En 1936 8.000.000 de hogares poseían Volksempfänger o un aparato similar. De estos sólo un 22% eran en hogares de trabajadores. Esta cifra no incluye los supeditados a la propia broadcasting en avenidas, plazas y altavoces públicos o en sitios colectivos, como restaurantes y fábricas. El régimen promovía la escucha comunitaria. Alrededor del 70% de los hogares alemanes poseía una radio en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, el más alto porcentaje de todo el mundo.

Desde 1927 la radio de onda corta se transformó en una herramienta de control ideológico y de agitprop sin igual. Gran Bretaña fue el primer país imperialista en establecer un sistema de broadcasting de onda corta mundial (BBC), tanto para su sistema colonial en el Este y Oeste, como para la hegemonía en las clases medias autóctonas. En 1932 se logró la extraordinaria proeza que George V hablará en simultáneo y directo para todo el mundo. El mismo año comenzó sus emisiones la radiodifusión en la URSS y en la Alemania de Weimar. Con el triunfo de Stalin en 1929, las emisiones rusas al exterior se emitían en alemán, inglés y francés, cosa que impresionó a los nazis cuando asumieron el poder total. Su sistema de broadcasting era una mezcla del inglés, el bolchevique y el fascista italiano. Una vez evolucionada la programación, que era de diecinueve horas diarias, casi una cuarta parte comprendía comentarios, discursos y dramas planificados como propaganda directa y agitprop. El resto eran noticias de la DNB «Deutschen Nachrichten Büro» (agencia estatal que proveía también a la prensa) y programas sofisticados de música clásica alemana, aunque a veces se colaban valses y marchas militares. Se extirpo el humor o los sketches satíricos por ser parte del destructivo espíritu judío. Por ejemplo en el programa de invierno por la noche importantes orquestas y directores de renombre interpretaban obras clásicas o bajo el título de «Campesinos y Paisaje» se emitían noticias y propaganda al campesinado alemán junto con noticias agrícolas, «Juventud Hitleriana», con contenidos relacionados con las organizaciones juveniles del NDSAP y «La Hora de la Joven Nación», los miércoles, auspiciada por al Asociación de Profesores Nacionalsocialistas (NSLB). Incluso había emisiones especiales que coincidían con los períodos de descanso en los lugares de trabajo. Por supuesto: nadie que no fuera leal al regimen tenía posibilidad de utilizarlo. En marzo de 1934 el filósofo Martin Heidegger, Rektor de la Universidad local, leerá un discurso desde la radio local de Freiburg, luego repetida desde Berlín y publicada en el suplemento cultural del diario nacionalsocialista de Freiburg «Der Alemanne». La excusa fue la negativa del filósofo a una invitación para asumir una cátedra en la Universidad de Berlín.

La interna nazi: el 27 de octubre de 1933 Heidegger hace pública su negativa de aceptar una cátedra en la Universidad de Berlín, mientras mantiene sus dudas con respecto a un ofrecimiento similar para la de Munich, la capital política del IIIº Reich. En ese momento son las dos universidades alemanas más importantes. Brevemente recordemos que Heidegger, simpatizante de larga data del NSDAP, se afilió públicamente en 1933 e inmediatamente fue nombrado Rector de la U. de Freiburg. Allí aplicó con extremismo y radicalismo inusitado la política de «Gleichschaltung» (nivelación o coordinación de todos los ámbitos de Alemania al «FührerPrinzip»), tanto que llamó la atención del Ministro nazi de Cultura y Educación, Bernhard Rust, antiguo maestro de la secundaria y «alter Kämpfer» del NSDAP desde 1922. El término «Gleichschaltung», clave en el léxico nazi, no es fácil de encontrarle un equivalente exacto en español, se traduce generalmente por nivelación u homogeneización, señalando su lado brutal y autoritario de fuerza. En inglés se la traduce como «Coordination». Pero estas palabras no alcanzan a captar el significado plural y amplio de la palabra en alemán, que designa al mismo tiempo uniformización y puesta en punto. La «Gleichschaltung» nacionalsocialista reposa en efecto sobre una coordinación de arriba hacia abajo que pretende purificar el orden racial. Todos pueden y deben ser «nivelados», «coordinados», gleichgeschaltet.En la universidad en especial, se trata en primera medida de eliminar a los elementos «non-aryens», no-arios de la función pública, depurar el cuerpo de docentes para asegurar la homogeneidad racial («Gleichartigkeit»), preludio a la exclusión completa que se hará efectiva con las leyes raciales de 1935, las «Nürnberger Gesetze». Con Heidegger como Führer-Rektor, sobre 93 profesores, 13 fueron suspendidos por «no-arios», por el decreto A-7642. El segundo objetivo de la nivelación nazi es introducir el «FührerPrinzip» en el interior de las instituciones heredadas de Weimar, desde sindicatos hasta ministerios y gobiernos provinciales. Las ofertas que le llegan a Heidegger tienen que ver con su actuación política, que ha tenido repercusión nacional. Los primeros días de septiembre de 1933 el secretario del ministro de Educación, Staatssekretär Dr. Wilhelm Stuckart (co-autor de las leyes de Nüremberg y que luego participaría como parte del Ministerio del Interior en la Conferencia de Wannsee sobre la exterminación de los judíos en Europa), le comunica en una carta dirigida a la Facultad de Filosofía de Berlin que el nombramiento de Heidegger es una iniciativa personal del ministro y que su motivo se debe a «consideraciones de estado y de gran política». Heidegger mismo le confiesa en una carta a Elisabeth Blochmann que la cátedra en Berlín es «una misión política» («politischen Auftrag»), donde el hecho de que imparta clases es accesoria. Lo curioso es que ni la U. de Berlin, ni la de Munich, han propuesto a Heidegger como aspirante, su candidatura es impuesta por las más altas autoridades del SS-Staat. El objetivo era la edificación unitaria de una futura constitución nacionalsocialista para todas las instituciones de educación superior en Alemania. ¿Y la negativa de Heidegger? Lejos de ser un acto opositor, o el fin de un ingenuo equívoco, es una apuesta política que pretendía o bien permanecer como indiscutido Führer filosófico del Sur o bien lograr acceder a la cátedra en Münich, todavía pendiente de respuesta. Las esperanzas de Heidegger, su obsesión por trasladarse a la capital del NSDAP las explica en otra carta a Blochmann: «tendré la posibilidad de estar muy cerca de Adolf Hitler».

Ideología Völkische y Rassenkunde: la locución radial de Heidegger se contextualiza en el marco ideológico de lo völkische, lo popular-racial, y el debate dentro del nacionalsocialismo sobre la raza aria. El Pueblo del campo, el Landvolk puramente alemán, frente a la Ciudad, el LandStadt, tal es el nuevo relato ideológico que comienza a aparecer en el polo de izquierda del national Bewegung, el Movimiento nacional, en la conjunción de los nacionalrevolucionarios y los nacionalbolcheviques con el movimiento campesino desde las primeras luchas en 1928. El principal ideólogo no vendrá del NDSAP, que por esas fechas ignora la cuestión campesina, sino de Ernst von Salomon, un NR que será uno de los asesinos del ministro de asuntos exteriores Walter Rathenau. En 1932 publicará una novela: «Die Stadt» (La Ciudad), donde atacará la supuesta necedad americana de las grandes metrópolis, el iluminismo inauténtico con su mezcla de técnica y multitud. La esencia de la existencia para el Landvolk de la Alemania profunda es la Granja, frente a ella todo un Sistema que le es hostil, que arremete contra la tierra ancestral, el terruño y la Heimat, la pequeña patria heideggeriana, de la cual se trata de salvar la substancia y el ser de la verdadera y única Alemania, el inneren Reich atacado por la barbarie liberal del occidentalismo urbano. Como en Heidegger, esta corriente deutsche-volkische, sostiene que la Voluntad de un nuevo comienzo debe partir de la eterna Granja. El campesino alemán reúne las condiciones ideales: conservador y revolucionario a la vez, pero para conservarse como auténtico campesino alemán debe hacer una revolución. Los Landvolk-leute son los alemanes más puros, incontaminados, alemanes como nadie. De ahora en adelante el campesino es el impulso y la reserva auténtica de la revolución nacional que impondrá el nuevo Reich. «Blut-und-Bloden Ideologie», Sangre y Suelo, es la consigna spengleriana que invoca la guerra a la vía liberal de Occidente, a la Ciudad como sistema extraño, al «bolchevismo fiscal», la superalienación de la cultura de masas, el artificialismo, lo extravagante, la Überfremdung de lo extranjero. El campesino alemán puro, no contaminado, ligado a su tierra inalienable (Hitler decretó la «Erbhofgesetz» sobre la herencia de las Granjas), campesino ancestral por siempre bajo la protección del «Wehrstand», la «Wehrmacht» más las «SS». Nación es la relación sanguínea de una Rasse con el Heimat, el terruño biológico. Y si el fundamento de la esencia del Dasein alemán es el suelo (Bloden), el valor universal de Alemania no puede realizarse más que de forma imperialista, como Reich, como espacio vital. El argentino Richard Walter Darré, el filósofo devenido especialista en la cuestión genética y campesina del NSDAP y luego ministro de Alimentación y Agricultura, lo sintetizaba en el título de su libro de 1929: «El Campesino como Fuente Vital de la Raza Nórdica» («Das Bauerntum als Lebensquell der nordischen Rasse»). En el corto texto se irradian conceptos típicamente nazis, como Bodenständigkeit, pertenencia y amor al suelo, o pertenencia, Zugehörigkeit. Hay otra significación de segundo grado, que forma parte de la ideología nacionalsocialista regional, y es el uso discursivo del llamado «Alemannische Dialekt», un alemán diferente al del Norte, y que no sólo indicaría el origen plural y disperso del idioma alemán, sino una disputa en la discusión entre el Amt Rosenberg, que sostenía la primacía, la Herrenrasse de los alemanes del Norte (sostenido por el punto de vista del ideólogo Hans Günther) y el de Friedrich Merkenschlager, sobre el punto de vista de una gran raza alemana equilibrada entre el Norte y el Sur, con la cual concordaba Heidegger.

El texto: originalmente escrito para su radiodifusión en la Radio de Berlín, fue difundida el 2 de marzo de 1934 por la Radio de Freiburg y a través de la Südwestdeutsche Rundfunk a todo el sud-oeste alemán: Frankfurt, Cassel, Tréveris, Colonia y Stuttgart. El 7 de marzo apareció bajo forma de artículo en el diario nazi local. Según los editores de sus obras «semicompletas» o la mayoría de los traductores del filósofo, por ejemplo el francés François Fédier, este texto es esencialmente político en el sentido más profundo («un texte politique en un sens plus profund»). Fédier, hagiógrafo y distorsionador de los textos y contextos heideggerianos, ve en esta pieza filosófica un ethos de la limitation, que se separa de las dos ideologías mortales de nuestro tiempo: el nacionalsocialismo y el bolchevismo. Heidegger intentaría recuperar al campesino en su verdadera y auténtica existencia, lejos de los estereotipos ya biológicos, ya racistas, ya economicistas. Otro hagiógrafo-periodista, Rüdiger Safranski, nos presenta este texto («una calumniada alocución de radio») como la explicación sencilla, desideologizada y esencial de Heidegger sobre su trabajo en su humilde cabaña en la montaña. Simplemente el filósofo admitiría que el mundo de su vida y pensamiento concuerdan en la cabaña de Todtnauberg y las montañas de la Selva Negra. El historiador revisionista alemán Ernst Nolte nos da otra hipótesis apologética. Heidegger simplemente se despide de su corto romance con el nacionalsocialismo reivindicando el «autoctonismo» con una negativa rotunda al régimen. Todas estas afirmaciones se hacen a la ligera, sin demostrar nada, realizando una torsión lingüística a los conceptos de Heidegger, ocultando su praxis política y en el caso de las traducciones (ya sea al francés o al italiano) traicionando la exactitud y la semántica de los conceptos.

«Paisaje creador:

¿por qué permanecemos en la Provincia?»

tc «Paisaje creador: ¿por qué permanecemos en la Provincia?»» (7 de marzo de 1934)

En una abrupta cuesta de un amplio y alto valle de la Selva Negra se levanta un pequeño refugio de esquiadores («kleine Skihutte») a 1.150 metros de altura sobre el nivel del mar. Su planta mide de 6 a 7 metros. El bajo techo recubre tres cuartos: la cocina, el dormitorio y un gabinete de estudio. En el estrecho fondo del valle y en la ladera opuesta, igualmente abrupta, yacen dispersas las granjas de los campesinos, ampliamente emplazadas, con el gran techo que pende sobre ellas. Cuesta arriba se extienden las praderas y las tierras destinadas a pastos, las dehesas, hasta el bosque con sus viejos, enhiestos y negros abetos. Todo lo domina un claro cielo soleado en cuyo resplandeciente espacio dos azores se elevan trazando círculos.

Este es mi mundo de trabajo («Arbeitswelt») visto con los ojos contemplativos del huésped o el veraneante. Yo mismo nunca miro realmente el paisaje. Siento su transformación continua, de día y de noche, en el gran ir y venir de las estaciones. La pesadez de la montaña y la dureza de la roca primitiva y ancestral, el crecimiento contenido de los abetos, el lujo luminoso y sencillo de los prados florecientes, el murmullo del arroyo de la montaña, la austera simplicidad de los llanos totalmente recubiertos de nieve; todo esto se agolpa y vibra allá arriba a través de la existencia diaria («das tägliche Dasein»). Y, nuevamente, esto no ocurre en los instantes deseados de un sumergimiento gozoso o de una compenetración artificial, sino solamente cuando la propia Existencia («das eigene Dasein») se encuentra en su propio trabajo («Arbeit»). Sólo el trabajo abre el ámbito de la realidad de la montaña. La marcha del trabajo («Der Gang der Arbeit») permanece hundida en el acontecer del paisaje.

Cuando en la profunda noche del invierno una furiosa tormenta de nieve brama sacudiéndose en torno al refugio («die Hütte») y oscurece y oculta todo, entonces es la hora propicia de la Filosofía. Su preguntar debe tornarse entonces sencillo y esencial. La elaboración de cada pensamiento no puede ser sino ardua y severa. El esfuerzo por acuñar las palabras se parece a la resistencia de los erguidos abetos contra la tormenta.

Y es así que el trabajo filosófico no transcurre como una especie de ocupación apartada de un extraño, sino que tiene una íntima relación con el trabajo del campesino («die Arbeit der Bauern»). Mi trabajo se asemeja al del joven campesino cuando sube la pendiente remolcando el trineo de montaña y luego, una vez bien cargado con leños de aya, lo dirige a su granja en peligroso descenso; al pastor cuando con su andar lento y meditabundo arrea su ganado pendiente arriba; al del campesino cuando en su granja dispone en forma adecuada las innumerables tablillas para su techo. Allí arraiga su inmediata pertenencia («unmittelbare Zugehörigkeit») a los campesinos.

El hombre de la ciudad («Städter») piensa que se ‘mezcla con el Pueblo’ («unter das Volk») tan pronto condesciende a entablar una larga conversación con un campesino. Por las tardes, cuando durante la pausa del trabajo me siento con los campesinos en torno de la estufa o en la mesa junto al rincón donde está la imagen del Señor, casi nunca hablamos. Fumamos nuestras pipas en silencio. Que el trabajo se termina en el bosque, que en la noche anterior se metió una marta en el gallinero, que posiblemente mañana una vaca parirá, que el campesino Oehmi ha tenido un ataque, que el tiempo pronto ‘cambiará’. La íntima pertenencia («innere Zugehörigkeit») del propio trabajo a la Selva Negra y sus hombres viene de un centenario arraigo Suabo-Alemán («alemannisch-schwäbischen Bodenständigkeit») al suelo, a la tierra que nada puede reemplazar.

Al hombre de la ciudad una estadía en el campo, como se dice, a lo más lo ‘estimula’ («angeret»). Pero la totalidad de mi trabajo está sostenida y guiada por el mundo de estas montañas y sus campesinos. Ahora, mi trabajo allá arriba se ve interrumpido a menudo por largas pérdidas de tiempo debido a gestiones, viajes para dictar conferencias, discusiones y la actividad docente de aquí abajo. Pero tan pronto retorno arriba se aglomera, ya desde las primeras horas de estadía en mi refugio, todo el mundo de las antiguas preguntas y, por cierto, en la misma huella con que las dejé. Sencillamente soy trasladado al ritmo propio del trabajo y, en el fondo, no domino en ningún caso su ley oculta («inneres Gesetz»). Los hombres de la ciudad se maravillan a menudo de este quedarme sólo tan largo y monótono entre los campesinos y las montañas. Sin embargo, esto no es ningún mero y simple quedarme sólo: pero sí soledad. En verdad en las grandes ciudades el hombre puede quedarse sólo como en ningún otro lugar es posible. Pero allí nunca puede estar a solas. Pues la auténtica soledad tiene la fuerza primigenia («ureigene Macht») que no nos aísla, sino que arroja a la totalidad de la Existencia («Dasein») del hombre en la extensa vecindad de la Esencia de todas las cosas («des Wessens aller Dinge»).

Es posible convertirse fuera de allí en una ‘estrella de cine’ («Berühmtheit») en un instante mediante los periódicos y las revistas. Este es siempre, por cierto, el camino más seguro por el que el sentimiento más auténtico sucumbe al malentendido y llega al olvido profunda y rápidamente.

Por el contrario, la memoria campesina («bäuerliche Gedenken») tiene su fidelidad («Treue») sencilla, segura, oculta e inaccesible. Hace poco le llegó la hora de su muerte a una campesina allá arriba. Ella conversaba conmigo a menudo y de buena gana, y me enseñaba viejas historias del pueblo. En su lenguaje enérgico y lleno de imágenes conservaba todavía muchas palabras viejas y diversas sentencias que habían llegado a ser ininteligibles para los actuales jóvenes de nuestro Pueblo y, así, han desaparecido del lenguaje vivo. Todavía el año pasado, cuando yo vivía semanas enteras en mi refugio, esta campesina, con sus 83 años, subía a menudo la abrupta cuesta que conduce a él. Quería ver, como decía, si yo todavía estaba allí y si no me había robado de improviso algún duende. La noche que murió la pasó conversando con sus parientes y, hora y media antes de su fin, envió todavía un saludo al ‘Señor Profesor’ («Herrn Profesor»). Tal recuerdo vale incomparablemente más que el más hábil ‘reportaje’ de un periódico de circulación mundial («Weltblatt») sobre mi pretendida filosofía.

El mundo de la ciudad («städtische Welt») está en peligro de sucumbir ante una falsa creencia («Irrglauben») corruptora. Una impertinencia muy ruidosa y muy activa y muy estetizante parece, a menudo, preocuparse por el mundo de los campesinos y su Existencia («Dasein»). Pero con ello se niega precisamente lo que ahora sólo hace falta: mantener la distancia de la existencia del campesino («bäuerlichen Dasein»); abandonar, ahora más que nunca, a la existencia del campesino a su ley interna; ¡fuera las manos!… para no arrastrar a la Existencia en una falsa habladuría de literatos sobre lo popular-racial («Volkstum») y el amor al suelo («Bodenständigkeit»). El campesino ni quiere ni necesita en ningún caso esta exagerada amabilidad del hombre de la Ciudad. Lo que ciertamente necesita y quiere es el tacto reservado respecto a su propia esencia y a su propio modo de estar («Eigenständigkeit»). Pero muchos de los procedentes de la gran ciudad y de los turistas, y no en último término los esquiadores, se comportan a menudo en la aldea o en la granja del campesino como si se ‘divirtieran’ en sus salones de entretenimiento y diversión de la gran ciudad. Tal ajetreo destruye en una sola noche más de lo que puede fomentar jamás un adoctrinamiento científico de varios decenios sobre lo popular-racial («Volkstum») y las costumbres del Pueblo («Volkskunde»).

Abandonemos toda intimación condescendiente y todo falso culto de lo popular-racial («Volkstümelei»); aprendamos a tomar en serio allá arriba aquella existencia sencilla y dura. Sólo entonces nos podrá decir algo.

Hace poco recibí la segunda llamada a la Universidad de Berlín. En una ocasión semejante me retiro de la ciudad a mi refugio. Escucho lo que dicen las montañas, los bosques y las granjas. Voy a lo de mi viejo amigo, un campesino de 75 años. En los periódicos ha leído sobre el llamado a Berlín. ¿Qué irá a decir?.. Lentamente desliza la segura mirada de sus ojos claros en los míos, mantiene los labios fuertemente apretados, me coloca su mano fielmente circunspecta sobre mi hombro y sacude su cabeza en forma apenas perceptible. Esto quiere decir: ¡irrevocablemente no! («unerbittlich nein!»).

Traducción: del original alemán por Nicolás González Varela

http://fliegecojonera.blogspot.com/2006/12/heidegger-en-la-radio-del-tercer-reich.html