Al margen de las diferencias acusadas que se dan por países, el muy bajo porcentaje de participación en las elecciones europeas es un rasgo general que ante todo deja entrever la falta de vigor y arraigo en las conciencias de los ciudadanos de Europa como proyecto común. Ni siquiera el interés interno que toda elección […]
Al margen de las diferencias acusadas que se dan por países, el muy bajo porcentaje de participación en las elecciones europeas es un rasgo general que ante todo deja entrever la falta de vigor y arraigo en las conciencias de los ciudadanos de Europa como proyecto común. Ni siquiera el interés interno que toda elección suscita en cada una de las sociedades europeas consigue activar la participación ciudadana a un nivel digno que avale democráticamente el proyecto europeo, a pesar de la influencia en las condiciones de vida de todos los habitantes de la unión europea y la unión monetaria. La decepción sobre Europa ha cobrado carta de naturaleza y el llamado euro escepticismo se ha instalado como una alternativa en todos los países. Las razones de esta evolución son evidentes para requerir mayores comentarios en estos momentos.
Es lamentable, pero así sucede, que ese euroescepticismo alimentado por las políticas de austeridad, que tanto sufrimiento y desigualdades están originando, sea capitalizado por partidos de extrema derecha, con especial relevancia en el caso de Francia. Pero hay que tener en cuenta, o así lo creemos, que no es tanto un desplazamiento ideológico de las sociedades como una omisión muy peligrosa de la izquierda, que se ha dejado arrastrar por el proyecto neoliberal de Europa y no ha tenido la audacia de romper con las políticas de austeridad. Todo indica que las convulsiones económicas que ha venido sufriendo la unión monetaria se agudizarán a partir de ahora por la confrontación ideológica que se ha abierto en el seno de los países, en torno a la necesidad de reforzar la soberanía nacional frente a las instancias antidemocráticas europeas.
En nuestro país, el tema de Europa, decisivo para el futuro, ha estado ausente en la campaña de las elecciones, lo que parcialmente justifica el bajo índice y el retroceso en la participación (con el caso excepcional de Cataluña), pero también ha de completarse por el desapego de los ciudadanos por los políticos, en una combinación extraña de descrédito de la idea de Europa y de rechazo al propio sistema.
El bipartidismo no ha resistido la prueba de estas elecciones, lo que representa sin duda el dato político de mayor interés. Tanto PP como PSOE han sufrido un duro varapalo, más grave para el PSOE por perder las elecciones, seguir una tendencia imparable de descrédito y estar en la oposición de modo que el grande ha sido para el PP, que salva los muebles con averías graves en Catalunya o Andalucía. La crisis económica, el desgarro social, el desdoro institucional que sufre el país no va a cambiar como resultado de estas elecciones pero ya todo se ha removido. Aunque se intentará por todos los medios hacer caso omiso de esos resultados y de prolongar hasta donde sea posible la situación política descarnada del país, que sigue acumulando presión e inestabilidad.
Se podría afirmar que el bipartidismo ha muerto. O, más bien, que el bipartidismo tiene los días contados. Pero habrá que decirlo con cierta cautela, no sea que confundamos nuestros deseos con la realidad y que, a la postre, termine sucediendo que «los muertos que vos matáis gozan de buena salud…» Es decir, que haya bipartidismo para rato y que su acta de defunción haya que aplazarla para ulteriores fechas.
La izquierda está conmocionada por la irrupción estelar de Podemos y la mejora de los resultados de IU, que no son espectaculares a pesar del salto operado en sus representantes en el parlamento europeo. De la miseria de 2 parlamentarios han pasado a 6, con el 10% de los votos, pero en unas condiciones excepcionales de crisis social, descrédito del PSOE y ámbito electoral. Mucho debe meditar la organización sobre su forma de hacer política, sus objetivos y los métodos de su funcionamiento interno. Si para la organización debe ser un motivo de reflexión, la izquierda en su conjunto debe igualmente valorar el papel que debe desempeñar IU en el seno de ella.
Soberbio es el resultado de Podemos en este su estreno electoral, superando todas las expectativas. Posiblemente ha atraído a sectores sociales propensos a la abstención, pero todo parece indicar también que ha mordido en el electorado propio de IU. La gran cuestión que plantea el voto a Podemos es ¿y ahora qué? En la noche electoral ha hablado de confluencia y unidad de la izquierda, porque, en efecto, la voz de un buen comunicador no es suficiente para organizar la resistencia contra el sistema, y, después de todo, una sistemática denuncia no remedia los males sin un diagnóstico certero de su origen. Podemos, en mayor medida que IU, ha eludido el tema de Europa porque no tiene nada que decir operativo y le falta afrontar la cuestión de fondo: en esta Europa: en el marco de la unión monetaria no hay salida posible para nuestro país. Campo para la denuncia y el rechazo va a surgir muy pronto, en cuanto el gobierno traduzca las nuevas exigencias de la troika, pero esta actitud cobrará inmediatamente incoherencia es si no se pone en cuestión la pertenencia al euro y el impago de la deuda. Queda por ver la contribución de los referentes de Podemos a la unidad de la izquierda y en qué condiciones proponen impulsarla.
IU tendrá que replantearse seriamente cuestiones que estas elecciones y la proximidad de las municipales y autonómicas sitúan en el orden del día de la izquierda española. En primer lugar, cómo se diseña y desarrolla de verdad la política de alianzas que termine confluyendo en la articulación de un nuevo Bloque Social y Político. IU dio un importante paso adelante integrando en la candidatura al Parlamento Europeo a Alternativa Socialista y al incluir a su líder, el activista social y politólogo Carlos Martínez, en la lista, aunque, lamentablemente, quizás tanto con una cierta dosis de mezquindad como de ineficacia, lo relegó al puesto 16. Con Alternativa Socialista y Carlos Martínez, la izquierda transformadora cuenta con socialistas que no reniegan de su origen marxista, luchadores en todos los frentes y mareas y que no volverán a votar al PSOE. Ahora, esa política de alianzas tiene que ampliarse. Y, más allá de los sectarismos que puedan existir en ambas formaciones políticas, que las hay y no solo en una sola dirección, está claro que IU y Podemos están condenados a entenderse, si realmente se cree en la urgencia de ese nuevo Bloque Social y Político.
En segundo lugar, IU tendrá que definir, de una vez por todas, su posición real respecto al PSOE, haciendo una valoración política en profundidad de su experiencia de gobierno en Andalucía y de sus distintas opciones en Extremadura y Asturias. Es decir, tendrá que aclarar y aclararse en torno a si su participación en la Junta de Andalucía junto a un PSOE cada vez más imputado en casos de corrupción no significa sino un pesado lastre para su avance en el conjunto del país. Porque, en cualquier caso, toda la batería de denuncia y crítica al PSOE pierde fuelle en el momento en que, formando parte de un Gobierno conjunto, se le proporciona oxígeno en la Comunidad Autónoma donde, además, el PSOE tiene más peso.
En tercer lugar, es preciso que ponga en marcha otra forma de participación en el seno de la propia formación, más directa, abierta y transparente en todo momento. Y, por supuesto, más directa, abierta y transparente en el proceso de elaboración de listas para cualquiera de los comicios venideros, listas que hasta hoy no reflejan otra cosa que las distintas cuotas de poder que se dan en su interior, en el sentido más retardatario de la política de izquierdas.
Y en cuarto lugar, y como consecuencia de lo anterior, IU precisa dejar de mirarse el ombligo y proyectarse hacia afuera. Es decir, tiene que acabar con sus rocambolescas y extrañas alianzas internas entre grupos y facciones que no representan opciones distintas desde el punto de vista ideológico y político sino simplemente la suma de ambiciones de poder sin más y que luego se traducen en luchas intestinas que salpican las páginas de los medios de comunicación. El desenlace del conflicto interno en Rivas y los resultados de IU en Madrid son sumamente elocuentes al respecto. Y, al tiempo, precisa atraer hacia su programa político y sus candidaturas a personalidades de la izquierda que continúan siendo hoy referentes incontestables de rigor intelectual y honestidad sin tacha. La participación en las elecciones del ex fiscal anti corrupción, Carlos Jímenez Villarejo, militante del PSUC durante la dictadura, ignorado por IU y fichado para su candidatura por Podemos es todo un símbolo… IU y el nuevo Bloque Social y Político que la izquierda precisa y los desafíos del tiempo presente exigen necesita proyectar hacia el conjunto de la sociedad el valor de la coherencia, de la solidez profesional y de la autoridad moral que sitúe a la coalición en las antípodas del proceloso mar de la corrupción que infecta al bipartidismo.
Es un desastre para la izquierda que todas las fuerzas políticas de la extrema derecha hayan avanzado de modo tan significativo agarrándose firmemente a la necesidad de romper la Europa actual, mientras que la izquierda, en un alarde de ceguera de incoherencia política, se haya entretenido en el mejor de los casos, en hablar de políticas progresistas imposibles en el marco de la crisis y la naturaleza de la integración monetaria. El Frente Cívico ha pretendido poner en el centro del debate la necesidad de la recuperación de la soberanía económica y monetaria, pero no ha logrado divulgar sus posiciones suficientemente ni emplazar al resto de las fuerzas políticas de la izquierda a tener que definirse. Ello no resta interés a su trabajo porque la crisis económica y social sigue esperando soluciones. Pasó el tiempo de la palabra: nos espera la fase de los hechos.
Para terminar, una indicación que merece mayor análisis. Los resultados electorales en Cataluña parecen poner de manifiesto que la ola independentista cobra fuerza, lo que añade complejidad a la problemática situación del país, si bien, nuevamente, la alta abstención deja un amplio margen para interpretaciones de todo signo.
Pedro Montes es economista y Rodrigo Vázquez de Prada periodista.