Pareciera una vivienda común, pero no lo es, aunque intenta parecerse lo más posible a cualquier casa de familia. Allí viven seis niños y seis niñas que comparten sus días y 47 personas adultas que cuidan de ellos.
Conocido como Hogar de niñas y niños sin amparo familiar 240, se identifica con el número de la calle donde se ubica en La Lisa, un barrio lejano del centro de la capital. Este es uno de los 53 centros de este tipo que en Cuba acogen a niñas, niños y adolescentes que, por diversos motivos, no cuentan con la compañía y cuidado de sus madres y padres.
La mayoría, en el 240, lleva entre cinco y seis años de estancia y algunos más, pues se mantienen en estos hogares hasta que cumplen los 18 años, momento que marca la mayoría de edad. También pueden irse antes, cuando las condiciones permiten que retornen a sus familias.
Una de las niñas que hoy está allí ha vivido por 10 años en diferentes hogares. Hay tres huérfanos, una que fue abandonada y el resto tiene a sus padres recluidos en prisión o con otras situaciones que no les permiten estar juntos. Sus edades oscilan entre 11 y 17 años de edad.
«Esta es su casa», resume en una frase Yadina Carrión Tamayo, instructora de arte de 49 años y directora del hogar, con muchos años de experiencia en la enseñanza especial.
«Aquí viven su rutina diaria, que empieza con el desayuno y termina con el sueño de la noche, sin dejar de ir a la escuela, jugar, asearse, alimentarse, ver televisión, pasear y a veces visitar a sus familias.
«Provienen, casi siempre, de familias disfuncionales que no pueden encargarse de su cuidado en ausencia de sus padres y por eso vienen a estos centros, donde tratamos de darles todas las condiciones de un hogar», señala.
Allí siempre están acompañados. Las asistentes trabajan en turnos de 24 horas y se encargan de cuidarles y enseñarles desde pequeños a bañarse, comer y valerse por sí mismos.
«Tenemos los mismos problemas y rutinas que tiene una mamá en casa», dice Carrión, riendo, mientras describe el cuadro de una familia tan extendida en la que los hijos no siempre quieren bañarse a la hora indicada o cumplir alguna tarea.
Obra de mucha entrega
Los hogares para niñas, niños y adolescentes sin amparo familiar son «instituciones que se asemejan a una casa de familia, un hogar común, pero instituciones educativas al fin necesitan también de un grupo de actividades que les den continuidad a las que se realizan en las escuelas», expresa a SEMlac Beatriz Roque Morales, directora Nacional de Educación especial.
Por ello las y los menores de edad asisten a escuelas en las inmediaciones y la persona al frente de cada hogar funciona como su representante legal y responsable también de su desarrollo y atención integral, agrega.
Orfandad, abandono, casos sociales extremos o padres que no puedan cumplir con su responsabilidad parental por diversas situaciones son las causas que están detrás de la llegada de niñas y niños a estas instituciones.
«Son niños y niñas que han tenido una vida muy triste; es un trabajo duro que necesita de una entrega muy grande de todos, desde la dirección del centro hasta el personal de la limpieza», comenta Dunia Caridad Carrillo, licenciada en educación preescolar y directora del Hogar 83, también en La Lisa.
Una comisión municipal analiza cada caso y decide el acogimiento de estos niños en los hogares, aunque se trata de garantizar el vínculo con su familia de origen, siempre que sea posible y conveniente para el interés superior del niño o niña, argumenta Roque.
«Actualmente hay 53 instituciones de este tipo, 12 de ellas en La Habana y el resto distribuidas en el país, pero en cada provincia hay al menos un hogar», precisa.
Aunque se trata de acciones tuteladas directamente por el Ministerio de Educación, precisan de un enfoque intersectorial para la necesaria atención integral que esos centros demandan.
De ahí que intervienen también otras entidades y organizaciones que apoyan, destinan recursos y adquieren responsabilidades, señala la funcionaria, quien destacó además el apoyo que en materia de capacitación y recursos materiales les brinda Unicef.
Agradecida de cada persona que tiende su mano para ayudar, Carrillo reconoce también a centros y entidades recreativas siempre dispuestas a acercarles el disfrute a las y los menores.
Entre otros menciona, por ejemplo, el complejo marítimo del sector privado en 1ra y 70, Miramar, donde pasan buen rato los fines de semana y celebran fiestas «sin cobrarnos un centavo»; las instalaciones del círculo social de Educación y el Parque Lenin, donde siempre son bien recibidos.
Recomponiendo vidas
Yindra Rocío Hernández Marín suelta su nombre como una ráfaga. Lo tiene que repetir despacio, entre risas, para poder anotarlo. Pronto cumplirá 16 años y es desinhibida, sociable; habla rápido, pero segura de lo que dice.
Para ella suman ya cuatro años viviendo en hogares para niñas, niños y adolescentes sin amparo familiar. Los dos primeros los pasó en el 83, los siguientes en el 240, donde también se siente a gusto y ha podido reunirse con sus tres primos.
«Aquí la paso bien, me gusta cómo me tratan y me llevo bien con todo el mundo. La directora es muy genial. No quiero nunca que se vaya porque es la directora, pero la quiero como si fuera mi mamá. Tengo confianza y fe en ella», asegura.
Este 31 de diciembre tendrá su primer fin de año en el hogar. «Y no porque no haya remedio, sino porque yo quiero», aclara. Ese momento le hace ilusión, por eso lo menciona. «Los demás niños me han dicho que es divertido y la pasan bien», explica.
«Siempre la pasamos bien, me entretengo mucho con los demás niños. No me gusta fajarme, soy una niña tranquila. Al contrario, me gusta ayudar a la gente, expresarme y todo lo que siento se lo explico a la directora. Ella me entiende y me aconseja».
Además de ropas, juguetes, alimentos, medicinas cuando las requieren y otros artículos necesarios, en el hogar reciben el cariño de un colectivo que vela por su estabilidad emocional. También reciben un pequeño estipendio mensual para satisfacer algunos gustos y deseos.
«El objetivo es que tengan un desarrollo educativo y de vida adecuado, que puedan cursar sus estudios y que salgan de aquí con algún vínculo laboral y opciones para desarrollar su vida de forma independiente», explica Carrión. «Muchos de ellos, afortunadamente, conservan sus casas, y a quien no la tenga, tratamos de facilitarle alguna con el apoyo de otras instituciones».
Para ella, lo más difícil ha sido tener que separase de ellos cuando ya retornan a sus casas. Ella reconoce que se apasiona mucho con el trabajo y en su corto tiempo dirigiendo el centro, que no llega al año, eso le da deseos de seguir, aunque también le ha tocado dos veces el duro momento de las despedidas, cuando vuelven a vivir con sus familiares.
De todas formas, no dejan de verlos ni se desentienden de ellos. «Los visitamos todos los meses, en un seguimiento que dura dos años, para comprobar que todo marcha bien o ayudarles si lo necesitan», precisa.