Con el Quinto, Quinto, Quinto, con el Quinto RegimientoCanción popular Leo en Le Monde la esquela de Sandalio Puerto, comunista español. Leo y admiro desde la distancia -le conocí en París un lejano abril de 1955- la trayectoria de un profesional de la revolución, un hombre consagrado -desde los primeros años treinta- a la agitación, […]
Con el Quinto, Quinto, Quinto,
con el Quinto Regimiento
Canción popular
Combatiente activo en Madrid, en Guadalajara y en el Ebro, luchador por desmontes y trincheras, comisario político (gorra de plato marrón, uniforme color chocolate), tras la derrota del ejército republicano pasó a Francia con su unidad siendo internado en los campos azules del Mediterráneo. Aquellos en los que la playa y los barracones eran el cielo y la tierra -las pulgas, el hambre y la disentería, torturas diarias- mientras docenas de cancerberos miraban con recelo a aquellos seres destrozados -humillados y ofendidos- por la alianza nazi-fascista que apoyó la sublevación africanista. Algunos hombres se incorporaron a la Legión Extranjera (al abrigo del ejército regular francés) y acabaron entrando en París a lomos de tanques con nombre español. Otros, mucho más atrevidos e inquietos, revolucionarios, salieron de noche de las arenas, subieron a París escondidos en trenes y camiones y colaboraron en la fundación del MOI, uno de los núcleos más importantes de la resistencia francesa. Junto a Sandalio Puerto (que llegó a dirigir el 2º Destacamento Mixto judío-español en París antes de ser detenido y deportado al campo de concentración de Mauthaussen -donde formó parte de la ya mítica organización comunista interna- y luego al campo de exterminio Gusen II) estaba, entre otros, su hermano Rogelio. Dos hombres nacidos para la acción. Rogelio Puerto llegó a ser uno de los escasos comandantes españoles de la Resistencia en París y firmante del acta de rendición de la Werhmacht. Gente seria. Gente de batalla. Comunistas.
Comentar -de pasada, como a él le hubiera gustado- que estaba en posesión de la Cruz de Guerra (1939-1945), de la Medalla Militar y de la Legión de Honor significa, hablar de la Republique y de su grandeur. Mientras en España se perseguía con saña a los rojos (Rogelio, su hermano, pasó largos años en la cárcel tras ser detenido por la guardia civil mientras comandaba la guerrilla en Asturias en 1947), Francia, una democracia imperfecta pero siempre atenta a su historia, reconocía a las mujeres y hombres que habían combatido en su territorio contra el Eje. Medallas y pensiones. Honor y dinero. Una cuestión de estilo. Frente a la Republique, el zafio proceder cuartelero del franquismo. Frente al reconocimiento francés, el silencio español. Dos países, separados por una frontera inexistente, que siguen viviendo a años luz de distancia.
Como decía, conocí a Puerto en París en 1955 en un café de la plaza de la Bastilla. De esto hace ya mucho tiempo. Quizá demasiado. Recuerdo -aunque mi memoria tienda a confundir escenas- sus penetrantes ojos azules y la ironía (la ironía es cualidad bolchevique, se decía) omnipresente en su discurso crítico. Recuerdo también, esto con claridad, la rigurosidad sus análisis políticos. Pensaba con y contra corriente y nunca fue partidario de aquella máxima tan repetida «es mejor equivocarse con el partido que tener razón contra él». Como tantos otros, mantuvo fuertes discrepancias con la dirección del PCE. Era normal. El oscurantismo de la cúpula dirigente -con el singular Carrillo al mando de todas las conspiraciones- y las arbitrarias decisiones, en muchos casos alimentadas por el interés personal, no podían encajar con las ideas de este hombre sin juventud que había empezado la actividad política con trece o catorce años en un Madrid republicano salpicado de falangistas con coches negros y relucientes pistolas. La historia, que nunca hace justicia a los pobres, también ha marginado a estos héroes con el castigo del silencio por parte de sus antiguos camaradas. En el reciente y desigual libro Caza de rojos se habla algo de esto. De traiciones y entregas.
Sandalio Puerto ha muerto en su casa, según noticia de su sobrino Manuel Fernández-Cuesta, rodeado por los suyos. Su recuerdo ha quedado fijado en algunos libros sobre españoles en la Resistencia y en los campos de concentración alemanes. Aquellos libros escritos por Mariano Constante y otros supervivientes e historiadores. Creo que concedió su última entrevista a la Fundación de Investigaciones Marxistas. Memoria de voz e imagen registrada. Recientemente, leyendo sobre el pasado (que es presente permanente en las tierras de España), he encontrado su nombre en La última gesta. Los republicanos que vencieron a Hitler (1936-1945) de Secundino Serrano. Algunos nombres nunca los borrará el viento. La muerte de Sandalio Puerto, un comunista de batalla e ideas, representa un salto en el vacío del tiempo e invita a repensar con valentía sobre aquellos años donde se combatía al fascismo. Luego vino la democracia, olvidamos las razones expuestas en los campos de batalla y nos dedicamos al consumo en las grandes superficies. Creo que, visto el devenir de la sociedad española, no nos merecemos a nuestros héroes. Puerto salió de España en 1939. El polvo de la leyenda acompañará su recuerdo. No pasarán.
Nota final: El otro día, el actual ministro socialista de Defensa, José Bono, en un acto de «homenaje y reconciliación» entre los combatientes de la batalla del Ebro (de la llamada «Quinta del biberón») habló, sin ser un lapsus, de republicanos y nacionales. ¡Nacionales! Bono es católico, hombre de orden y habla con el lenguaje rancio de la dictadura. Bono es ministro socialista (sic). Algunas veces, más vale morirse a tiempo.