«Debería haber planes de inserción laboral, escolar, sanitaria. Y la excusa es que los gitanos son indocumentados o pobres, como dice Sarkozy. Me parece que hay una actitud determinista hacia el pobre, hacia el ilegal, hacia el gitano; y el gitano es el paso inicial para un montón de limpiezas étnicas; porque sería ingenuo pensar […]
«Debería haber planes de inserción laboral, escolar, sanitaria. Y la excusa es que los gitanos son indocumentados o pobres, como dice Sarkozy. Me parece que hay una actitud determinista hacia el pobre, hacia el ilegal, hacia el gitano; y el gitano es el paso inicial para un montón de limpiezas étnicas; porque sería ingenuo pensar que va a parar ahí la cosa».
Jorge NEDICH – Gitano, escritor y docente autodidacta. (Argentina)
Lo que han escrito algunos lectores del diario progresista EL PAIS, sobre la deportación de los Roms en Francia por el presidente Sarkozy, podría perfectamente servir de vomitivo. En una tribuna, el diario PUBLICO recordaba que sin el ruido mediático que ha envuelto en esta ocasión la expulsión de 700 gitanos, nadie recordaría que «Francia trasladó forzosamente, en años anteriores, a 10.000 gitanos rumanos en 44 vuelos.» Hoy Sarkozy, para frenar su caída vertical en los sondeos de opinión, recurre de nuevo a esta rentable iniciativa, electoralmente se entiende.
La política de la búsqueda y utilización del chivo expiatorio tiene, por desgracia, numerosos antecedentes. Alemania y el régimen nazi, que suelen ser citados como ejemplo para condenar estos crímenes, no han sido los únicos a lo largo de la historia. Además de su voluntad de borrar del mapa a las comunidades judías de los países que ocuparon durante la Segunda Guerra Mundial, también inmolaron, no lo olvidemos, a 500.000 gitanos. Y a muchos de los antifascistas que cayeron en sus manos cuando sus tropas avanzaban, victoriosas, por los países conquistados.
Antes de estas deportaciones se contabilizaban en Francia 400.000 gitanos, en su mayoría ciudadanos franceses y, dentro de esa cifra, a una minoría de emigrantes llegados de los países del Este, en particular de Bulgaria y Rumania, víctimas de una política de exclusión y de marginación de sus gobiernos.
Respecto a lo sucedido en Francia… Un incidente acaecido en la ciudad de Grenoble, en el que la policía mató a un joven gitano (calificado de delincuente), provocó la reacción violenta de los suyos, que atacaron una comisaría. Este incidente, grave pero aislado, justificó ante la opinión pública francesa la decisión de aplicar contra este colectivo, el de los gitanos, una política de expulsión y de negación de los derechos individuales más elementales. La tribuna del diario PUBLICO antes citada, trás la evocación de estos hechos, concluía a una «etnitización del problema». Es decir, al traslado de todo un grupo de unas actuaciones individuales que debían ser tratadas en el marco de la legislación vigente. Por el contrario, ante una opinión pública manipulada por los medios de comunicación, se oficializó un pretendido «problema gitano». Y se reforzó la imagen negativa de un grupo constituído de individuos que «solo viven de rapiñas y de robos, que no aceptan las reglas de circulación y desplazamiento vigentes, y que se niegan a adaptar su vida y costumbres a las del resto de la sociedad». En resumen: que no quieren dejar de ser gitanos.
No es de extrañar que en nuestro país, con una larga tradición de presencia de esta etnia (sañudamente perseguida durante el reinado de Isabel la Católica), exista una tradición de rechazo hacia los gitanos. Recientemente, con las noticias llegadas de allende los Pirineos, este rechazo se fué agudizando, agravado por la llegada a España de gitanos procedentes de los países del Este ya mencionados, que acuden a la Europa del «bienestar» huyendo de las condiciones de vida miserables que les deparan sus países de origen.
Las medidas persecutorias de Sarkozy -condenadas de forma hipócrita, por no decir más- por la Unión Europea, fueron acogidas en el foro de los lectores de EL PAIS, salvo raras y honrosas excepciones, con un aplauso y una aprobación casi unánimes. Expresando además el temor (véanse las reacciones del PP de Badalona) de que esos gitanos expulsados de Francia, tuviesen la idea peregrina de cruzar la frontera para venir a instalarse en nuestro país.
He aquí, a título de ejemplo, lo que opinaban dos de esos lectores. El primero de ellos afirmaba:
«Hay aquí mucho progre que sale en defensa de esta gente, porque no viven al lado de sus casas o sus ciudades, que si no te digo yo a tí. no es racismo ni nada. lo que no se puede permitir es que españa sea un refugio de toda persona que no quieran en otros paises, para que no nos llamen racistas. venga hombre. ¿cuando gobernara un presidente como el frances o el italiano? ¿cuando?».
Y el segundo, por su parte, proponía:
«Hagamos un referéndum en españa. nadie los quiere cerca. absorben todos los servicios sociales, alla donde esten, con la excusa interminable de la integracion. viviendas sociales, ayudas…en mi ciudad tienen viviendas unifamiliares en la puerta de la estacion del ave, donde una vivienda libre no baja de los 310.000 euros. eso si, hay que ver como las tienen (de sucias y descuidadas, digo). pero no pasa nada, seguro que se las pintan gratis.»
Para el racismo no existen fronteras. La lectura de estos dos párrafos me ha llevado, a pesar mío, a recordar palabras y comentarios de este tipo que pude oír en Francia durante mi niñez. Al acabar la guerra, nuestra guerra, junto a otros niños extranjeros, oí decir repetidas veces en la escuela, a mis compañeros de clase -con los que acabé a mamporros en más de una ocasión, «que habíamos venido a Francia a comerles el pan». Eran críos como yo, y no hacían más que repetir lo que oían en sus casas. Allá por los años 60, varios compañeros españoles y franceses fuimos detenidos en Paris y llevados a la Comisaría por habernos manifestado en un teatro público, el TNP, contra la presencia de los Coros y Danzas del Frente de Juventudes (Falangista). Enfurecido, un policía se encaró conmigo y me dijo que porqué no íbamos a manifestar a la España de «Francó». Al contestarle que lo hacíamos porque estábamos en el país de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, me soltó un bofetón. Me abalancé sobre él y fueron sus propios compañeros los que nos separaron.
No quisiera caer en el anecdotario personal. Simplemente recordar que en los períodos de crisis, azuzado o no por políticos de la catadura moral de Sarkozy, es bastante corriente que el hombre de la calle sucumba a la xenofobia y al racismo. Felizmente, existe otra Francia que la de los políticos, cínicos y oportunistas como Sarkozy, o abiertamente fascistas como Le Pen. La que desfiló en numerosas ciudades de aquel país para protestar contra la política represiva, excluyente y bajamente oportunista del Presidente de la República. Esa es la Francia con la que podemos sentirnos identificados.
Las ideas y opiniones que reflejan las cartas de esos dos lectores las hemos oído, repetidas mil veces, en la propia Francia contra otro chivo expiatorio: el «árabe». El árabe, antiguo «súbdito» francés, al que muchos no perdonaban la pérdida, al término de una cruenta guerra de independencia, de una de las «provincias» francesas de ultramar: Argelia. Pese a que, por decenas de miles, emigraron más tarde a Francia y le brindaron a ese país, al término de aquel conflicto, una mano de obra abundante y barata. En el rechazo hacia los árabes, antecedente del rechazo actual a los gitanos y en general a los emigrantes, se expresaban muchas de las frustraciones de los propios trabajadores franceses. Los árabes, decía en aquellos años la «vox populi», «arruinan a la Seguridad Social (aserción completamente falsa), son sucios, no son de fiar, tienen prioridad sobre los franceses para obtener pisos», etc., etc. Fueron ellos, sin embargo, los que contribuyeron a levantar la economía y los que aceptaron los trabajos más duros y peor remunerados que no querían hacer los franceses. Como sucedió más tarde con los emigrantes en España, durante los años de expansión económica.
Ponemos un término a este artículo dando un consejo desinteresado a esos «foristas» y a los que comparten sus opiniones. Vamos hacia una crisis, estamos ya inmersos en ella, como jamás la conoció la humanidad. El sistema económico y político dominante en el mundo es un monstruo frío que exigirá cada vez más víctimas y más sacrificios. A pesar de todos los brotes tiernos, todas las señales imperceptibles de recuperación de la economía que nos anuncian, todas las ruedas de molino que nos quieren hacer tragar los servidores de ese Sistema.
¿Os sentís inseguros porque los gitanos representan una amenaza y eso no os permite ver el peligro que se cierne sobre vuestras vidas?… También a vosotros os puede llegar el turno de tener que atravesar una o varias fronteras. En el mejor de los casos, os veríais obligados a emigrar a algún país de Europa. Sabréis entonces lo que es vivir esa experiencia-límite, extremadamente dolorosa: la del exilio o de la emigración forzosa. Os hallaréis en un país del cual, será lo más probable, desconocéis la lengua, lejos de los vuestros. Os tratarán como a extranjeros, al menos al principio. No seréis nadie, o casi nadie. Y de poco os valdrá invocar que sois europeos. Os servirá de muy poco. Más bien de nada. Y para sobrevivir, os tendréis que integrar.
AHUYENTAR A LOS LOBOS, DEFENDER A LA SEGURIDAD SOCIAL
¿Alguien me puede explicar, en su calidad de cotizante y de futuro pensionista, por qué el Fondo de la Seguridad Social, se alimenta solamente con las rentas del trabajo? (Como nos recuerda el profesor Vicenç Navarro, las cuentas del Estado dependen exclusivamente de esas rentas y muy poco de las rentas del capital y de rentas no ligadas al trabajo). ¿Acaso no existen otras fuentes de riqueza y de financiación? Por ejemplo: los beneficios que reportan las acciones en Bolsa, los del capital financiero, los altos salarios y las primas de los ejecutivos de las grandes empresas, los patrimonios individuales, las transacciones de todo tipo, etc.
En nuestras sociedades «opulentas», la riqueza -de forma inmisericorde- no ha parado de crecer, y ello a pesar de la crisis (véase, los beneficios espectaculares de la Banca, de las compañías aéreas (Iberia), de INDITEX (Zara)… entre otros. Al tiempo que se proyecta alargar los períodos de cotización a la Seguridad Social. Es decir penalizando a los que crean esa riqueza y, por el contrario, con la ayuda del Estado, favoreciendo a los privilegiados (obedeciendo a los dictados de unas instituciones internacionales carentes de toda legitimidad democrática).
La ofensiva llevada a cabo actualmente en toda Europa -con la complicidad de los Gobiernos y de los partidos en el poder, cuando no en la oposición- contra los sistemas de repartición de la Seguridad Social, solo tienen un objetivo: amedrentar a la gente con el pretexto del envejecimiento de la población y la consiguiente disminución del número de cotizantes. Y predecir la quiebra futura de los sistemas actuales basados en la solidaridad intergeneracional. Con un solo fin: permitir que los bancos y las aseguradoras logren, tarde o temprano, adueñarse de la montaña de oro que representan las cotizaciones. ¿De qué manera? convenciendo a los trabajadores, gracias a esta y a otras campañas, de que opten por un sistema «seguro»: el de los fondos de pensión individuales. Y que renuncien a luchar por un sistema, basado en una financiación amplia,colectiva, que garantice a todos, al final de su vida laboral, unos ingresos dignos y suficientes.
Los franceses nos demuestran, una vez más, manifestando una y otra vez contra las medidas antisociales del gobierno Sarkozy, el camino a seguir. Lucha y movilizaciones en la calle para hacer retroceder a los gobiernos y presencia masiva en la huelga general del 29 de septiembre y siguientes. Como único método eficaz para defender los derechos de los trabajadores y ahuyentar a los lobos.
EL PARO, UNA SOLUCION
Creo útil citar la frase del sociólogo francés Pierre Bourdieu, hoy fallecido, cuando afirmó que «para el capital el paro no era un problema, sino una solución»… No nos engañemos: la vuelta a la tasa de empleo anterior a la crisis, alcanzada gracias a un modelo económico destructivo y depredador, es un espejismo o, más bien, un engaño. La termporalidad, la precariedad, el paro, son instrumentos utilizados por los poderosos para domeñar a los trabajadores que habían arrancado con sus luchas una parte de la plusvalía creada con su esfuerzo, que los patronos consideraban normal apropiarse.
No creo, vista la situación actual, que tengan la intención de renunciar a esas nuevas formas de explotación y de dominación. Muchas de las cartas de los lectores que se expresan a través de períodicos de gran difusión, como «EL Pais» o «Público» suelen expresar la rabia, por no decir la desesperanza, que les produce el comprobar que la riqueza de nuestros países «opulentos» sigue creciendo, mientras que sus condiciones de vida se degradan cada vez más. Ven, por otra parte, que las organizaciones que en principio les defienden y les representan, forman parte hoy en día de la tramoya institucional. Intuyen sin embargo (no todos los sindicatos están pegados a la ubre del poder) que sin ellos la indefensión de los trabajadores sería aún mayor. Y que el fascismo, o ciertas formas de autoritarismo, podrían ser la respuesta de ese poder al vacío político y al descontento de la población.
La clase política, corrupta o simplemente beneficiaria de su «representatividad», los sindicalistas «profesionales» y los «cazadores de prebendas» que pululan en torno a estos privilegiados, son los que provocan en prioridad la ira y el enojo de la gente de a pie. Habría que interrogarse si en el contexto actual la mediatización de la corrupción es realmente desinteresada. Reduce, por una parte, la política-espectáculo al nivel de la prensa del corazón y de la emisiones-basura de la televisión (el bolso de la Rita Barberá, los trajes de Camps, el juicio de Isabel Pantoja, etc.), y deja que los culpables de la crisis y sus auténticos beneficiarios permanezcan en la sombra. O que sigan, a modo de expiación, expuestos a la luz del día, como el corrupto e impresentable patrón de patronos, Diaz Ferrán.
Vivimos en un sistema económico de una voracidad infinita, que tendrá cada vez menos en cuenta nuestras necesidades y que intentará desmantelar, lo está haciendo ya, las leyes y derechos sociales arrancados por nuestros antecesores: la Sanidad, la Educación, la Seguridad Social, las Pensiones, etc. No se trata de derechos intemporales, sino de conquistas amenazadas. Como lo está nuestra propia especie. Como lo pueden estar los primates de Borneo.
Nuestro planeta acabará por agotar sus recursos en un plazo relativamente breve. No se abren ante nosotros muchos caminos: salvo el de luchar por defender y ampliar esos derechos y el de salvaguardar la vida en el planeta Tierra.
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