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Huelga decirlo

Fuentes: Rebelión

Resuenan ya los tambores de la Huelga General. Se escucha de todo: 1) Desde la ultraizquierda, se dice que los sindicatos amarillos «movilizan para desmovilizar», para desactivar una supuesta «revuelta griega» que, aunque no lo creamos, es inminente y que traerá lo que verdaderamente necesitamos: una huelga general indefinida. 2) Desde los medios de comunicación, […]

Resuenan ya los tambores de la Huelga General. Se escucha de todo:

    1) Desde la ultraizquierda, se dice que los sindicatos amarillos «movilizan para desmovilizar», para desactivar una supuesta «revuelta griega» que, aunque no lo creamos, es inminente y que traerá lo que verdaderamente necesitamos: una huelga general indefinida.

    2) Desde los medios de comunicación, la huelga es presentada como un «chantaje al usuario» y se intenta inculcar en la población una ideología tatcheriana y reaccionaria, según la cual un esquirol es en realidad un prócer del «derecho al trabajo».

Ambas ideas coinciden, en mi opinión, en constituir una burda tergiversación de la realidad, yendo además en contra de los intereses del pueblo trabajador y, por tanto, a favor de los de la CEOE. Intentaré argumentar mi postura rebatiendo lo que en mi opinión son (des)enfoques que impiden la comprensión del asunto:

I)

Es innegable la existencia de sindicatos amarillos en el Estado español. El rol jugado por las burocracias dirigentes de CC OO y UGT (a pesar del honesto trabajo de muchos de sus militantes de base) oscila entre el papel de esquiroles en muchos conflictos y el de servicio de Recursos Humanos del empresario en otros. También es cierto que la huelga llega tarde y mal (salvo en el País Vasco, ya que allí CC OO y UGT constituyen la minoría sindical y, por tanto, al predominar un sindicalismo enormemente combativo, la huelga se realizó cuando debía realizarse, es decir, antes del verano).

Ya habrá tiempo a partir del 29 de septiembre de ajustar cuentas con los sindicatos mayoritarios. Lejos de negar esta necesidad, me atrevería a decir que hace falta en la izquierda una cultura de cambio, de profundo debate y de reflexión acerca de la urgencia de dar firmes pasos en pos de la superación de las burocracias de CC OO y UGT, apostando, allá donde sea posible, por un sindicalismo alternativo (como hizo el KKE en Grecia, apostando por el PAME, en lugar de por los sindicatos amarillos tradicionales).

Pero no obstante a) esta huelga es tan nuestra como de ellos (o más nuestra que de ellos), porque llevamos años predicándola y presionando en pos de su convocatoria, y b) de fracasar la huelga, no perderá la burocracia sindical, sino que perderemos todos (y probablemente también nuestros hijos).

Por otro lado, luchar-como-Grecia no es tan fácil como desear-luchar-como-Grecia; ni en los análisis más soñadores y optimistas puede intuirse un estallido así en el Estado español; además, si surgiera un movimiento semejante, nos pasaría por encima (como le sucedió a la izquierda francesa en Mayo del 68), al no existir organizaciones con la implantación y la capacidad necesarias para canalizar el estallido hacia objetivos rupturistas sólidos.

También es cierto que para frenar esta ofensiva podría ser necesaria una huelga general indefinida; pero, lógicamente, para hablar seriamente de eso, primero tendremos que demostrar que somos capaces de sacar adelante una huelga de un solo día. Ser tácticos implica entender que cada cosa tiene su momento. Ahora lo prioritario es que el 29 de septiembre no sea un fracaso. De ser un fracaso, la patronal entenderá que puede campar a sus anchas, sin que la clase trabajadora reaccione. Y no deseamos eso.

II)

Los medios de comunicación son juez y parte, ya que son empresas privadas o están financiados por la publicidad de empresas privadas. Por ello, no es extraño que hablen de «chantaje al usuario», aunque resulte algo sospechoso que no denuncien, en cambio, el chantaje del tándem FMI-Obama al gobierno español para que aplique estos recortes sociales. Y eso por no hablar del chantaje cotidiano que implica el hecho de que el trabajador, al no disponer de sus medios de vida, deba elegir (merced a su tan celebrada «libertad») entre aceptar las cainitas condiciones que le ofrece el empresario, o bien morirse de hambre.

Tampoco se indignan estos medios ante realidades como el abaratamiento del despido, o la reducción de las pensiones, o el retraso de la edad de jubilación. Sin embargo, cuando -en reacción a dicho ataque- estalla la huelga, se transforman en beligerantes defensores de una extraña -y por lo visto maltratada- categoría social: el «usuario», supuestamente chantajeado. El propio empleo de la palabra «chantaje» es semánticamente improcedente, ya que no puede existir chantaje al usuario si ni siquiera se le exige nada. Con todo, a pesar de que servicios básicos como hospitales o ambulancias están garantizados, los medios denuncian que el día de huelga el «usuario» (el trabajador en huelga, imagino, o tal vez el millonario-parte-contratante) no podrá darse un agradable paseo en el transporte público y observar la bella contaminación de la ciudad moderna.

Claman también los medios por el «derecho al trabajo»… aunque sólo este día (el día de la Huelga General). Los 364 días del resto del año guardan un significativo silencio al respecto. Y no pedirán, por supuesto, que se reparta el trabajo que existe para acabar con el paro (extrayendo el dinero para los salarios de las plusvalías empresariales). Lo que piden es, sencillamente, apoyo social para los esquiroles, es decir, para quienes venden a sus compañeros, por carencia de conciencia de clase o, es más, por carencia de miras a medio y largo plazo (si bien no incluyo aquí a las muchas personas que ese día se verán obligadas a trabajar, por vivir un auténtico régimen de terror en sus puestos de trabajo, ya que a esos no se les puede considerar esquiroles).

Al apoyar el «derecho» del trabajador individual a romper los acuerdos colectivos (tomados por su clase social que, como clase, trata de defender sus intereses), los medios de comunicación (nuevamente muy en consonancia con las novedades de esta reforma laboral) están atacando el principio de la negociación colectiva obligatoriamente vinculante, principio reconocido en la práctica totalidad de los textos constitucionales del mundo y sin el cual la sociedad sería una auténtica barbarie (como lo fue, de hecho, en los inicios de la Revolución Industrial, antes de las leyes fabriles, promulgadas porque la nueva generación de trabajadores nacía cada vez más débil y de menor estatura… lo que disminuía las ganancias empresariales).

Y si la sociedad, como decimos, sería una barbarie sin este principio, es por el sencillo motivo de que siempre habría algún parado dispuesto a cobrar un poco menos que los que ya están trabajando. Por tanto, «derechos» como el derecho al esquirolaje o a la negociación contractual individual (y no colectiva) ni siquiera son en realidad derechos en el sentido kantiano del término (es decir, actos de la libertad cuyo ejercicio individual no impide al resto de los individuos ejercer esos mismos actos), sino abusos o privilegios que, por mecanismos estructurales implacables (y esto lo demuestra la propia historia), hacen desembocar a la sociedad en una situación radicalmente incompatible con el ejercicio de cualquier otro derecho (e incluso si reconociéramos al esquirolaje el rango de «derecho», seguiría entrando en contradicción con otros derechos prioritarios, por el sencillo motivo de que los seres humanos, para poder ejercitar cualquier derecho, antes necesitamos comer, vestirnos, etc.)

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Para concluir, recordaré algo que puede consultarse en cualquier biblioteca o libro de historia. No fue el liberalismo el que regaló los derechos sociales que ahora intenta arrebatarnos. Fueron los marxistas, los anarquistas, los revolucionarios o simplemente los trabajadores con hambre quienes, a base de huelgas generales, tuvieron que conquistarlos. Sin el arma de la huelga, no habrían sido posibles la jornada laboral de menos de 14 horas, la prohibición del trabajo infantil o el propio sufragio universal. Los liberales siempre se opusieron a todas estas reivindicaciones, que sólo la lucha popular y huelguística logró arrancarles de las manos.

Huelga decirlo: no tienen vergüenza, ni la han tenido, ni la tendrán. Pase lo que pase, sus medios de comunicación dirán que la huelga fue un fracaso. También lo dijeron en los primeros días de la huelga del metro de Madrid, y fue preciso suspender los servicios mínimos para que dejaran de mentirnos a todos.

No deja de ser cierto, por otro lado, que una huelga de un día, a nivel económico o material, provoca a la CEOE daños limitados. Sin embargo, a nivel simbólico, la correlación de fuerzas entre las clases cambia radicalmente. Porque los trabajadores, aunque sea por un día, antes de que la carroza se convierta de nuevo en calabaza, cobran conciencia de que ellos tienen las riendas de la sociedad; de que el mundo está en sus manos; de que si llegara el dia en que dijeran ‘hasta aquí hemos llegado’, entonces…

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.