Hace años, todavía joven, con muy pocos y sin éxito empujé hacia ella, convencido de que era pacífica solución política a aquellas miserias nuestras. Desde entonces, he hecho mucho camino pero el capital, su cruel ambición, no cambia y, hoy unido a la cómoda derecha insolidaria y a la izquierda más ignara, se evidencia motosierra […]
Hace años, todavía joven, con muy pocos y sin éxito empujé hacia ella, convencido de que era pacífica solución política a aquellas miserias nuestras. Desde entonces, he hecho mucho camino pero el capital, su cruel ambición, no cambia y, hoy unido a la cómoda derecha insolidaria y a la izquierda más ignara, se evidencia motosierra y nos amputa derechos ganados por la lucha de otros, nos devuelve al XVIII. En 1906, Rosa Luxemburgo rellenó el vacío teórico generado por el fracaso de la Comuna de París al escribir en «Huelga de masas, partidos y sindicatos» que la Huelga no debe ser «táctica» de los trabajadores, propietarios de la fuerza del trabajo, para ganar/defender derechos coyunturales, sino continua «estrategia» para hacer frente a un sistema que, igual que ayer, fabrica desigualdad, caos, crisis, esclavitud, hambre, incluso muerte… Esa Huelga General, mezcla de sindicalismo y política, es un derecho legítimo y, por supuesto, de ejercicio obligatorio; cosa aparte es lo de legal, pues sabido es que la ley prefiere ser herramienta del poder.
Explica Marx en «Salario, precio y ganancia» que, no se dejen engañar, los hechos evidencian cómo «la voluntad del capitalista es embolsarse lo más que pueda» y, por ello, no debemos «discurrir acerca de lo que quiere, sino investigar lo que puede, los límites de este poder y el carácter de estos límites» y, por encima de ello, saber que el trabajador no vende al capital la mercancía que fabrica, sino la fuerza de su trabajo, potencia que es solo suya, exclusiva, una «mercancía que tan solo toma cuerpo en la carne y la sangre del que trabaja» y sin la que el capital no existe. El detentador de la fuerza de trabajo que, al contrario del capital, sí que es imprescindible, debe saber que si usa la Huelga y es constante no habrá mercancía que vender, ni robo de plusvalía, ni explotador lesivo… y se hará imprescindible abrir otras relaciones, más naturales y humanas. Si en verdad hiciera Huelga y esta fuera Solidaria, General, Pacífica y Revolucionaria, temblaría el capital, asubio de improductivos que alardean de sucias ganancias y exigen cada día más a la fuerza del trabajo.
Otra vez soy convocado, ahora a un tímido paro que los pobres sindicatos, acaso tan sólo errados, llaman Huelga General. Vuelvo al Marx más actual y a «El tamaño de una bolsa«, a John Berger y el subcomandante Marcos explicando que «resistir no significa solo negarse a aceptar la absurda imagen del mundo que se nos ofrece, sino también denunciarla, pues cuando el infierno es denunciado desde dentro, deja de ser infierno», y que «el carácter armado del ¡aquí estamos! de los indígenas zapatistas no preocupa a los que mandan -bastaría un poco de plomo y fuego para acabar con tal desafío-; lo que les importa y molesta es (…) su existencia misma, (…)». A la espera de la otra Huelga, la de verdad, para que vea el capital, la derecha cómplice, la falsa izquierda… que estamos aquí y nos movemos, a pesar de mis pesares, acudiré al llamamiento.
Berger, un marxista experto en arte, muestra la importancia del tamaño de la «bolsa de resistentes» que «se forma cuando dos o más personas se ponen de acuerdo y se unen» para hablar del poder, de historia, de política, de arte, de sexo, de la vida… porque ese «intercambio refuerza de modo inesperado nuestra convicción de que lo que está sucediendo hoy en el mundo es perverso y que las explicaciones que se nos suelen ofrecer al respecto son un montón de mentiras» y enfatiza que ahora lo escribe con la «mayor sensación de urgencia». Estoy de acuerdo.
En la caverna del capital no hay hombres ni mujeres, ni sexo feliz, ni inteligencia, arte o cultura libres, ni águilas y garzas, ni campesinos o indígenas… Sí hay dinero, mucho dinero inventado, inútil, improductivo, recortes que para el capital son aportes, cuentas de resultados, compras de voluntades, mercados, guerra, desgracia ajena, desigualdad, hambre, paro… lacerante paro que, si no cesa, traerá guerra. Alardea esa caverna de lo que llama progreso y, lenguaje pervertido, es destrucción del futuro de nuestros hijos, agresivas centrales, alta tensión, parques eólicos, incineradoras tóxicas, cementeras, canteras, carísimas autovías y alta velocidad superflua en un mundo que se para, puertos deportivos vacíos, campos de golf para pocos, planes para «ordenar» un litoral que nos legaron hermoso… y, repito, paro, lacerante paro; un progreso que, si resulta preciso, nos impondrá nucleares en la playa, como me gritó hace tiempo el pueblerino abusón que mandaba en un periódico.
La vieja y culta Europa se ha rendido, sus gobiernos, sindicatos y partidos, serviles administradores de migajas, se evidencian incapaces; los clandestinos «mercados», sus «agencias de calificación», multinacionales, bancos, sus siniestras hipotecas… los han pasado por encima, aplastado, laminado y destruyen nuestros puestos de trabajo, generan paro, hacen trabajar más horas por menos salario, eliminan derechos… Nos han convertido en dóciles productores baratos y compulsivos consumidores caros, además han conseguido que nos parezca estupendo y, al demonizar el derecho a pensar, quejarnos, intentar echarlos… nos privan de lo que, bien usado por todos desde la libertad individual, nos permitiría hacer frente al poder; a ellos.
¿La alternativa? Difícil, muy difícil. Jean-Paul Sartre y Hoederer, el revolucionario de «Las manos sucias», explicaron que «la revolución no es asunto de mérito, sino de eficacia, y no hay cielo», nos remitieron a la militancia, a la inevitable oposición de fines y medios, a la «reconciliación por aniquilamiento del adversario». Es lo que la caverna ha hecho, hace y hará siempre, pese a lo cual y a saber que es la guerra, al hombre y a su conciencia les costará, si es preciso, hacerlo. No sé, veremos.
El domingo ocioso acrecienta la melancolía del viejo que, aún fuerte, piensa, me echo a la calle, troto para remojar mis ansias sin ahogar su fuego, leo cosas de Mark Twain, Tom Sawyer, Huckleberry Finn, sabio canto al ocio, de Jack London, socialista que hizo poesía con el duro coexistir de hombre y naturaleza, me animo al volver a leer «La insurrección que viene«, panfleto de un clandestino Comité Invisible y veo claro que hay que pensar, reunirse, hablar con otros, decidir lo que queremos, convencernos de que el sistema esta muerto y lo que vendrá dependerá de nosotros, llenar bolsas de resistentes… aprestarnos a organizar una Huelga General.
Fernando Merodio es Abogado
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