La burbuja inmobiliaria ha dejado tras de sí un reguero de solares abandonados, edificios a medio construir y viviendas que no se venderán en décadas. En uno de estos escenarios, los vecinos del barrio valenciano de Benimaclet impulsan un proyecto de huerto autogestionado. La singularidad del caso es que pretenden materializarlo en un solar del […]
La burbuja inmobiliaria ha dejado tras de sí un reguero de solares abandonados, edificios a medio construir y viviendas que no se venderán en décadas. En uno de estos escenarios, los vecinos del barrio valenciano de Benimaclet impulsan un proyecto de huerto autogestionado. La singularidad del caso es que pretenden materializarlo en un solar del BBVA, que ha manifestado desde el primer día su oposición frontal al proyecto.
Benimaclet es un barrio valenciano de unos 40.000 habitantes, de los que 5.000 son universitarios y otros 5.000, población inmigrante. Pueblo independiente, después pedanía y barriada de Valencia capital a partir de 1972, Benimaclet ha estado desde siempre muy vinculado a la huerta: en la década de los 60 casi todo el barrio era suelo hortícola, pero la construcción de la Universidad Politécnica y la especulación urbanística de los 90 llenó de asfalto y cemento casi toda la tierra fértil.
El barrio cuenta con uno de los entramados asociativos más potentes de Valencia. Y una Asociación de Vecinos, que no sólo encabeza ahora la batalla contra el BBVA, sino que desde su fundación en el año 1974 ha participado en un sinfín de luchas para mejorar las condiciones de vida en Benimaclet.
Lo que hoy aspira a convertirse en un huerto urbano tiene sus orígenes tiempo atrás. En 1994, el Ayuntamiento de Valencia aprobó un proyecto urbanístico para la construcción de 1.350 viviendas en fincas de 14 alturas, con dos grandes torres en las que estaban previstos un hotel y una gran superficie. La actuación, que luego se redimensionó con criterios más racionales, simbolizaba la megalomanía urbanística de la época. Entre las dotaciones previstas figuraba un «parque urbano» de 17.000 metros cuadrados, que es donde los vecinos, 17 años después, pretenden desarrollar una huerta autogestionada.
Otra metáfora de lo que fue el boom urbanístico es la evolución del proyecto. Los 270.000 metros cuadrados del sector (superficie total) resultaron durante años un solar abandonado y lleno de escombros, un vertedero incontrolado en el que se registraron, incluso, tres incendios. Ante la inacción de las empresas promotoras y la precariedad de equipamientos en el barrio, la Asociación de Vecinos se puso manos a la obra. Alquilaron dos excavadoras y entraron en una parcela integrada en el proyecto urbanístico, con el fin de limpiarla y adecuarla como aparcamiento. Tras negociar con los propietarios, consiguieron la cesión del uso del suelo. Es el precedente directo de los huertos autogestionados.
En octubre de 2010, los vecinos, armados con la moral de la victoria anterior, buscan otra parcela del proyecto urbanístico, esta vez, dentro de los 17.000 metros cuadrados habilitados como «parque urbano». Con el visto bueno de la Concejalía de Urbanismo del Ayuntamiento de Valencia, y el compromiso de la Comunidad de Regantes de la Acequia de Mestalla de suministrar agua para la huerta, la iniciativa se presenta en una asamblea vecinal meses después, y las expectativas se desbordan: más de 200 vecinos asisten a informarse y 60 se inscriben para roturar un pedazo de huerta.
La idea es gestionar y conservar las 60 parcelas en las que se divide el huerto autogestionado. A los adjudicatarios (individuos, familias o asociaciones) se les otorga la cesión del uso del suelo durante veinte años, no la propiedad, que sigue correspondiendo al BBVA. El coste de cada parcela es únicamente el de acondicionarla y roturarla (poner en marcha el huerto urbano tendría un coste total de unos 15.000 euros). Se establecen una serie de condiciones: la agricultura que se implemente ha de ser ecológica; dirigida al autoconsumo, es decir, los productos no pueden venderse en el mercado; y una parcela desatendida durante tres meses implicaría la rescisión del contrato. Para superar los temores iniciales, labradores con experiencia imparten cursos de formación sobre agricultura ecológica. Otros talleres formativos ponen el acento en la producción y el consumo responsables.
La idea, casi un «milagro» en un área metropolitana que supera el millón y medio de habitantes, tenía visos de materializarse hasta que se topó con la barrera principal, la banca. Desde que los vecinos se dispusieron a dialogar con el BBVA, no han encontrado en el banco la menor predisposición a negociar. Gestos de desprecio, en todo caso. Cansados de la espera, el pasado mes de septiembre las máquinas alquiladas por los vecinos entraron en el solar, y lo dejaron limpio y habilitado para la siembra. Como respuesta, el BBVA se dirigió a las policías local y nacional, que forzaron el desalojo de los tractores.
En esta batalla, la gente del barrio dispone de un aliado institucional de primer orden, que avala su posición: el Ayuntamiento de Valencia. Todos los grupos políticos del consistorio aprobaron una moción en la que se apoyan los huertos urbanos, y se pide al equipo de gobierno que realice todos los trámites ante el banco para conseguir los terrenos.
El portavoz del grupo municipal de Esquerra Unida del País Valencià (EUPV-IU), Amadeu Sanchis, ha afirmado que la iniciativa de los huertos urbanos representa «el derecho democrático de los vecinos a vivir en un entorno libre de hormigón y sin escombros; en plena resaca del boom de la construcción, Valencia y otras ciudades están impulsando proyectos para recuperar el suelo de huerta que, en el caso concreto de Benimaclet, ha quedado muy mermada por la expansión de las universidades, la ronda norte y la especulación urbanística».
Aprobada la moción municipal en octubre de 2011, el BBVA accedió poco después a hablar por primera vez con los vecinos. Fuentes de la asociación vecinal de Benimaclet cuentan la sorpresa de un alto responsable del departamento inmobiliario del banco, al ver la firma del PP en la moción. «¿Cómo han podido suscribir esto con la deuda que tiene el ayuntamiento con nuestra entidad?», vino a decir. El alto cargo del BBVA se comprometió a que los servicios jurídicos estudiaran una posible cesión de suelo, pero desde entonces no ha habido respuesta. Otra vez la parálisis, y otra vez la dilación como maniobra para que se pudran las expectativas.
La gente pasa a la acción. El 17 de diciembre, una manifestación de 400 personas recorre Benimaclet y concluye en el solar del huerto. Tras dos horas de trabajo se deja la tierra preparada para el cultivo. Los vecinos vuelven una segunda vez pero, ante su sorpresa, el banco ha vallado el solar, y lo hace sin la preceptiva licencia municipal, por lo que la policía local interpone dos denuncias contra la entidad financiera. Como remate de la maniobra, excavadoras pagadas por el BBVA vuelven a llenar de escombros un solar que los vecinos habían limpiado y saneado. «Y eso que dicen en la prensa que no nos ceden el suelo y lo cercan para evitar que algún niño pase por allí y tenga un accidente», explica Antonio Pérez, presidente de la Asociación de Vecinos de Benimaclet.
En plena espiral de acción-reacción, de lucha ciudadana contra el despotismo financiero, la gente ha decidido la vía de la desobediencia: todos los sábados se organizan y se dirigen al huerto, tiran la valla (que luego recogen) y comienzan a plantar en zonas previamente adecuadas. Hasta el momento, han sembrado en aproximadamente un 5% de todo el sector destinado a huerta. Se desconoce aún la nueva maniobra del banco. Pero está claro que «sólo han accedido a hablar con nosotros cuando nos hemos plantado con pancartas en sucursales de la entidad, en el centro de Valencia», subraya Antonio Pérez.
En las últimas semanas se han redoblado los esfuerzos y las energías invertidas en la campaña. En las redes sociales, mediante el envío de cartas a Francisco González, presidente del BBVA (unas 3.500 misivas remitidas), y en breve se llamará a la cancelación colectiva de cuentas corrientes en este banco. Para vencer en el pulso, requieren la implicación municipal: «Que el Ayuntamiento se moje del todo y enseñe de una vez la propuesta de contrato elaborada por el banco, y de la que sólo tiene noticia la Concejalía de Urbanismo», afirma el presidente de la asociación vecinal.
Lo más inexplicable de todo, añade Antonio Pérez, es que con la cesión de uso del solar a los ciudadanos, «el banco no pierde nada, ya que los costes de urbanización (incluido el solar del huerto) corresponden al agente urbanizador, y éste ya se los han abonado al ayuntamiento; el consistorio tampoco pierde, porque ha cobrado del urbanizador y no es necesario que ejecute los trabajos, pues lo hacemos los vecinos; además, la iniciativa del huerto urbano permite generar cerca de 300 empleos».
¿Y la estrategia del banco? Seguramente, «presionar al ayuntamiento para que cambie las condiciones del proyecto urbanístico, por ejemplo, permitir la construcción de más viviendas de renta libre frente a las obligaciones de VPO establecidas inicialmente». O, lo que es lo mismo, mayores plusvalías para el sector financiero, mientras, en medio de la crisis, los ciudadanos exhiben la bandera del coraje frente a la degradación de los barrios.
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