El orden de El Capital , de Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero resultó el libro galardonado este año con el Premio Libertador al Pensamiento Crítico, galardón concebido para estimular el pensamiento de izquierda y de avanzada en el mundo. El jurado estuvo compuesto por los reconocidos intelectuales latinoamericanos Atilio Borón, de Argentina; Ana […]
El orden de El Capital , de Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero resultó el libro galardonado este año con el Premio Libertador al Pensamiento Crítico, galardón concebido para estimular el pensamiento de izquierda y de avanzada en el mundo. El jurado estuvo compuesto por los reconocidos intelectuales latinoamericanos Atilio Borón, de Argentina; Ana Esther Ceceña, de México; Juan Valdés Paz, de Cuba y los venezolanos Luis Damiani y Humberto Mata. Sin embargo, la noticia apenas fue dada a conocer por unos pocos medios, entre los que se cuentan Rebelión, en España, y Cubahora, en la Isla. Filósofo, escritor, guionista, ensayista y profesor de Filosofía, amigo de nuestro país, Fernández Liria tiene en su haber varios libros de ensayo entre los que se cuentan Cuba, la Ilustración y el socialismo, escrito junto con Santiago Alba, y Educación para la ciudadanía. Vía correo electrónico La Jiribilla entrevistó a este investigador insaciable, quien ha apostado por ser un cuestionador del orden establecido, incluso de los conceptos como democracia, tradicionalmente asociados a una concepción del mundo.
Dos décadas después de proclamado el fin de la historia, usted y Luis Alegre Zahonero nos invitan a retornar a Marx en El orden de El Capital. ¿Cuánto puede aportarle una relectura de El Moro a una América Latina en revolución, un África que pugna por autorreconocerse y una Europa y Oriente Medio en llamas?
Lo primero es conocer al enemigo. Y cada vez está más claro para más gente que el enemigo es el capitalismo, es decir, el mismo enemigo contra el que Marx escribió El Manifiesto Comunista. Es el capitalismo el que ha devastado África. La historia de América Latina, como dijo Eduardo Galeano, es la de un continente en el que para dar libertad al dinero, no se ha cesado de encarcelar a la gente. La actual crisis económica que está acabando con el estado del bienestar europeo es una crisis capitalista. Como ha demostrado muy bien Naomi Klein en su libro La doctrina del shock, al capitalismo le conviene generalizar el Tercer Mundo y generar un desastre social a nivel planetario. El enemigo es el capitalismo, pero no resulta fácil saber en qué consiste el capitalismo. Marx se pasó toda su vida intentando comprender este sistema económico y se murió dejando El Capital a medio terminar. Pensamos que dio con lo esencial del asunto; pero, por su estado inacabado y por muchas más razones, se trata de una obra difícil de interpretar. Nosotros hemos querido ofrecer una interpretación que no perdiera de vista todas esas luchas de las que hablas.
En una entrevista resaltaba que ningún medio en España había reseñado la noticia del Premio Libertador y declaraba que hoy los medios «son inmensas corporaciones económicas que no miran más que por sus intereses»; en la contrapartida tenemos a unos sitios «contrahegemónicos» que tampoco logran posicionar su información. ¿Por qué, a su juicio, sucede esto y cuáles serían las estrategias para validar las acciones que desde la izquierda se realizan para estimular el pensamiento que va «a contracorriente»?
Las dificultades con las que se encuentran todos los intentos de crear medios «contrahegemónicos» son de muy distintos tipos y algunas de ellas no tienen fácil solución. En efecto, el principal obstáculo con el que se encuentra cualquier intento de construir información y pensamiento alternativo es la limitación de medios materiales. En el estado español, por ejemplo, ha habido proyectos muy serios, desarrollados por grandes profesionales (bastante mejores que los que pueblan la prensa convencional) y con unas dosis enormes de entrega y entusiasmo pero que, de todos modos, se encuentran con que las limitaciones materiales hacen muy difícil que logren disputar hegemonía a los grandes medios. Estoy pensando, por ejemplo, en proyectos informativos como Diagonal o TeleK. Lo cierto es que esta no es la única dificultad. Hay ocasiones en que es la propia marginalidad de la izquierda transformadora la que nos condena a la elaboración de un discurso de mero «consumo interno», un discurso en ocasiones muy autorreferencial que nos permite, como mucho, construirnos identitariamente como grupo de resistencia -casi como una tribu urbana-, pero que nos impide conectar con el sentido común básico de la sociedad en la que trabajamos y, en esa medida, estar en condiciones de dar la batalla en el terreno donde se disputa la hegemonía -que no es la construcción de identidades revolucionarias muy puras, pero marginales, sino la construcción colectiva de un nuevo sentido común-. En ese sentido, lo que ha ocurrido con el 15-M ha abierto un mundo de posibilidades y, sobre todo, nos ha puesto delante de los ojos en qué puede consistir una estrategia exitosa para fomentar el pensamiento a contracorriente. En el instante ha irrumpido un movimiento generalizado de indignación ciudadana, se ha multiplicado el interés por entender qué está pasando, se ha generalizado la discusión política, la permeabilidad hacia los argumentos y la búsqueda de información veraz. En estas condiciones de recuperación de la actividad y la participación ciudadana, han bastado las redes sociales, las discusiones establecidas en todo tipo de foros, la expansión viral denunciando la manipulación de medios, la represión de la policía y el robo de los banqueros, es decir, han bastado los medios que Internet nos facilita para que, en cuestión de pocas semanas, el movimiento ciudadano haya avanzado a gran velocidad hacia posturas cada vez más radicales.
Refiriéndose a movimientos como el 15-M, ha afirmado que «lo que está ocurriendo en Internet es una revolución inusitada»; para el decano de la Facultad de Periodismo de la Universidad de Sevilla, Francisco Sierra «quien no está en la red no tiene futuro». ¿Cómo conciliar esas posiciones que son hoy una realidad en Europa, EE.UU. y otros países desarrollados, con la desconexión digital que vive aproximadamente un tercio del planeta?
Claro que hay una brecha digital; pero es ante todo una injusticia que se debe combatir. No se puede negar el acceso a Internet y las posibilidades de organización política y social que proporciona una herramienta de resistencia crucial como se ha puesto también de manifiesto en todas las revueltas del norte de África. En este sentido, es perfectamente comparable con el acceso a la lectura y la escritura. Siempre ha habido una gran brecha con la que se excluía -y se dejaba sin futuro- a la población analfabeta. Lo que habría sido absurdo es negar que las grandes luchas obreras necesitaron del acceso a la escritura y de poder difundir todo tipo de periódicos, revistas, manifiestos, pasquines y proclamas con la esperanza de que pudieran ser recibidos. Y mucho más absurdo todavía habría sido desconfiar del carácter revolucionario de esas movilizaciones que necesitaban difusión por escrito apelando a que, como una parte importante de la población no tenía acceso a la escritura, cualquier revolución que la tomase como herramienta se convertía en sospechosa de encarnar los intereses de los privilegiados. Hasta donde sé, nadie razonó de un modo tan desatinado en su momento y, sin embargo, desgraciadamente, no se puede decir lo mismo del momento actual.
Llama la atención su insistencia por la necesidad de recuperar conceptos como el de democracia o el de libertad de expresión que la historiografía y la politología burguesa han asociado a su propio imaginario. ¿A qué otros teóricos debiéramos recurrir y qué caminos debe recorrer el pensamiento de izquierda en este rescate conceptual para la construcción de imaginarios propios? Siempre conviene huir de los dogmas y de las escolásticas. Conviene leer con rigor a los clásicos, sin filtros ideológicos. En especial, consideramos fundamental releer la tradición republicana en el marco del pensamiento de la Ilustración. No podemos seguir funcionando con los esquemas con los que la tradición comunista se representó la historia de la filosofía, sobre todo porque casi todo lo que se decía era incorrecto, a veces, incluso, disparatado. Había afirmaciones -sobre Kant, sobre Hegel, sobre la polémica idealismo-materialismo, etc. – que en boca de Lenin cumplieron su función, pero que sería insensato llevar más allá de su papel puramente polémico y coyuntural. Hace falta volver a leer la historia de la filosofía. Para nosotros, por ejemplo, está claro que la lectura de Kant o de Robespierre ha resultado vital. Un libro muy importante a este respecto es el de Toni Domenech, El eclipse de la fraternidad. Florence Gauthier nos parece también, sobre Robespierre, una autoridad imprescindible. Hay un libro de Domenico Losurdo que puede resultar muy útil para comenzar a poner las cosas en su sitio: Autocensura y compromiso político en Kant. Pero no es cuestión ahora de hacer una lista interminable de lo que tenemos que estudiar. Me abruma el panorama de todo aquello sobre lo que no tengo ni idea.
De la herencia histórica cubana recupera una frase y afirma: «Eso de ‘socialismo o muerte’ va a cobrar un nuevo sentido, porque o acabamos con el capitalismo o el capitalismo acaba con nosotros». En Cuba, la Ilustración y el socialismo, usted y Santiago Alba afirmaban que la Isla era el último sostén crítico de la herencia del proyecto ilustrado. Si de reapropiaciones se trata, ¿tendrían aún que beber los movimientos sociales y de izquierda en el mundo de los aportes teóricos de la Revolución Cubana?
El libro El orden de El Capital se lo hemos dedicado a los comunistas y eso tiene que ver, de modo muy destacado, con Cuba. En primer lugar, hay que decir que los comunistas que lucharon y que luchan contra el capitalismo, tenían toda la razón y la siguen teniendo. No hay más que ver el panorama actual. El capitalismo ha terminado por crear un mundo basura en el que unos se mueren de hambre y otros se mueren de pena. Además, las necesidades del capitalismo ya no caben en este planeta.
Para que la población mundial accediese a un nivel de vida parecido al del europeo medio, serían precisos cuatro planetas Tierra. Esto lo sabemos muy bien, lo ha dicho hasta la ONU. Y, sin embargo, pretendemos escapar de esta encrucijada huyendo hacia adelante cada vez más deprisa. Es un suicidio. Se puede dar tantas vueltas como se quiera a este dilema; pero son habas contadas: o la población encuentra un modo de apropiarse del control de la producción o estamos perdidos. Hay que someter la economía al control de instituciones verdaderamente democráticas. Esto no se puede conseguir sin estatalizar los principales medios de producción. Hasta dónde debe llegar la estatalización, qué margen han de tener la propiedad privada o el mercado, todo eso es muy discutible. Y aquí la experiencia de Cuba es vital para plantear el problema .