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El autor argentino, ya enfermo de leucemia, aceptó en 1983 la invitación del editor Mario Muchnick para pasar en Segovia su último verano

Imágenes y memorias del último viaje de Julio Cortázar

Fuentes: El Mundo

MADRID.- La silueta larguísima, la cara escondida detrás de una espesa barba negra y de unas enormes gafas, la ropa y el calzado modestísimos. – Usted es el señor Cortázar, ¿no es cierto? Lo vimos en el periódico. Quienes se dirigieron a Julio Cortázar aquella tarde de agosto de 1983 fueron dos guardias civiles destinados […]


Gafas enormes para el sol de un verano en el que el escritor estaba ya enfermo. (Foto: Colección Mario Muchnik) MADRID.- La silueta larguísima, la cara escondida detrás de una espesa barba negra y de unas enormes gafas, la ropa y el calzado modestísimos.

– Usted es el señor Cortázar, ¿no es cierto? Lo vimos en el periódico.

Quienes se dirigieron a Julio Cortázar aquella tarde de agosto de 1983 fueron dos guardias civiles destinados en la provincia de Segovia, entre entusiasmados y cohibidos por saludar al escritor argentino en medio de un sendero rural.

Extraña escena. El editor Mario Muchnik asistió a ella y la inmortalizó con un par de fotografías. En la primera, la pareja y Cortázar posan como si él escritor fuese un detenido; en la segunda, un paisano y su burro se suman a la composición.

Las dos imágenes forman parte ahora de la exposición ‘Cortázar por Mario Muchnik’, que reúne en el Centro de Arte Moderno de Madrid los retratos que el editor tomó del autor a lo largo de su vida (muchas de ellas inéditas) y, sobre todo, en el verano de 1983, el último en la vida de Julio Cortázar. El mismo verano que Muchnik relata en las páginas del libro (la palabra catálogo se queda corta) que acompaña a la muestra.

Su punto de partida es la muerte de Carol Dunlop, la última mujer del escritor, en 1982. «El duelo de Julio duró hasta su muerte, en febrero de 1984″. En esas condiciones, Muchnik y su mujer, Nicole, insisten a Cortázar para que no pase el verano solo y lo invitan a pasar unos días con ellos en un molino que tienen alquilado en la sierra de Segovia. En contra de lo previsto, y a última hora, su amigo accede.

«Ya estaba enfermo, es claro. Hacía varios meses que tenía leucemia pero nosotros no lo sabíamos y él, en principio, tampoco», escribe ahora Muchnik. «Pero ese día de agosto en que lo recibimos en la estación de Chamartín, Julio estaba dicharachero y tenía buen aspecto. Había trabado amistad con un joven compañero de viaje y tuvimos que esperar a que intercambiaran direcciones y teléfonos».

Los siguientes días son una sucesión de mañanas de trabajo (el escritor se llevó una máquina de escribir Hermes Baby en el equipaje), cordero y vino tinto en los almuerzos, paseos por los bosques por las tardes y más cordero y vino en las cenas. El día del cumpleaños (el 26 de agosto, el mismo día de los guardias civiles y el del regreso a Francia), la dieta incluye alguna copa de whisky y una despedida atropellada.

Sin embargo, el texto con el que Muchnik recuerda aquellos días no es una simple relación de costumbres sobre las plácidas vacaciones de un casi setentón enfermo. Eso hubiese consistido en sumarse al molesto hábito de «sorber, una y otra vez, el nombre de Cortázar», como escribe Muchnik. «No es aventurado afirmar que son más los que quieren volver a oír su nombre que los que quieren volver a leer su obra».

Cortázar por Mario Muchnik no es ‘Rayuela’ pero, al menos, va más allá de la devoción hueca. Así, en el texto del editor hay tiempo para profundizar en la psicología del escritor argentino. En su relación con las mujeres, por ejemplo.

Así, por las páginas de Muchnik desfilan las tres grandes parejas del escritor: la argentina Aurora Bernárdez, la primera mujer del escritor, su amiga eterna, que lo acompañó hasta los últimos días de su enfermedad, en febrero de 1984; la lituana Ugné Karvelis, una especie de admiradora que quiso poseer al ídolo y a su obra; y la canadiense Carol Dunlop, la cómplice que acompañó a Cortázar en proyectos como ‘Los autonautas de la cosmopista’.

También aparece la muerte en el texto de Muchnik. Ronda por ahí, como una sombra, desde la primera página, desde que Cortázar aparece solitario y más delgado que nunca, como si su figura fuera un anuncio siniestro. Y se hace explícita en el triste invierno de 1984.

Estoy muy harto de mi cuerpo, Mario-, le dijo Cortázar a Muchnik en enero.- La verdad es que estoy bastante desesperado.

Un mes después, el escritor pudo ver un ejemplar de su último título, Nicaragua, dulcemente cruel en la víspera de su muerte. Aurora Bernárdez le contó a Muchnik, después del entierro de Cortázar, que a éste le había gustado la edición, pero que la fotografía del autor en la solapa parecía un presagio de la muerte. La imagen la había tomado el propio Muchnik aquel verano, en Segovia.


La silueta larguísima, la cara escondida detrás de una espesa barba negra y de unas enormes gafas, la ropa y el calzado modestísimos. Julio Cortázar, cámara en mano.


Extraña escena. El editor Mario Muchnik asistió a ella y la inmortalizó con un par de fotografías. Dos guardias civiles destinados en la provincia de Segovia se dirigieron a Julio Cortázar aquella tarde de agosto de 1983, entre entusiasmados y cohibidos por saludar al escritor argentino en medio de un sendero rural. En esta imagen, la pareja y Cortázar posan como si él escritor fuese un detenido.


Un paisano y su burro se suman a la pareja de guardias civiles y a Cortázar.


El escritor acababa de quedar viudo y ya estaba enfermo. «Por favor, no pases el verano solo», le pedían sus amigos.

Fuente: http://www.elmundo.es/elmundo/2008/03/16/cultura/1205663156.html