En los últimos meses han sido muchas las cosas que han tocado a su fin. Muchos y muy variados hechos se han sucedido poniendo punto y final a diferentes realidades. Desde la vida de Bin Laden hasta la invulnerabilidad de la estabilidad económica estadounidense. Desde la hegemonía autonómica del PSOE hasta el futuro político de […]
En los últimos meses han sido muchas las cosas que han tocado a su fin. Muchos y muy variados hechos se han sucedido poniendo punto y final a diferentes realidades. Desde la vida de Bin Laden hasta la invulnerabilidad de la estabilidad económica estadounidense. Desde la hegemonía autonómica del PSOE hasta el futuro político de Zapatero. Desde la virginidad carcelaria del ex presidente del Fondo Monetario Internacional hasta la confianza en la viabilidad del capitalismo autorregulado. Todo ello forma parte del pasado. Un pasado que un día fue capaz de ilusionar al ser humano con la irresistible idea de que un horizonte de prosperidad infinita se alzaba sobre nuestro futuro. Desengañados, hemos tomado conciencia de lo que en realidad ha ocurrido. Cuando se nos hablaba de prosperidad en realidad se referían a riqueza ficticia encerrada dentro de hipotecas basura. Cuando se nos insinuaba que sería infinita en realidad querían decir que se habían asegurado de modelar un sistema que no tuviera más opción que rescatarlos en caso de colapso.
En medio de este panorama, la efervescencia social se ha disparado. Tras darnos cuenta de que el mundo en que vivimos no es un plácido y manso vaso de agua sino una lata de refresco gaseoso, no ha sido necesario más que agitarlo un poco para que explotara. El estallido de la burbuja financiera dio origen a la crisis económica. El estallido de la burbuja social ha puesto de relieve la crisis política.
Desde hace tres meses una palabra cuasi monopoliza el debate público español. Indignación. Indignación ante la flagrante gestión de la crisis, que ha hecho realidad el sueño de todo amoral empresario: socialización de las pérdidas y privatización de los beneficios. Indignación ante la creciente acumulación de riqueza por una elite minoritaria mientras las clases medias se empobrecen. Indignación ante el oscuro futuro que se cierne sobre los jóvenes. Indignación, al fin, ante la falta de cauces que ofrece el sistema para canalizar todo ese sentimiento de frustración. Y es que la indignación se torna en rabia al comprobar los numerosos resortes que posee el sistema para perpetuarse. Una ley electoral injusta que otorga más valor a unos votos que a otros. Una sumisión del poder político al financiero debido a la desregulación y privatización salvaje. Una connivencia de los medios de comunicación con la oligarquía político-financiera de la que depende y a la que, por tanto, sirve. Unas Fuerzas de Seguridad del Estado utilizadas como perros de presa cuando el fantasma de la desestabilización amenaza a los centros de poder.
El movimiento de los indignados, conocido también como 15-M -debido a que nació a raíz de una manifestación y posterior acampada el día 15 de mayo de 2011-, ha gozado de un crecimiento imparable. El caldo de cultivo propicio -descontento popular ante la precarización de la vida, constantes amenazas de nuevos recortes, cifra de paro desorbitada-, unido a una situación política propicia -cercanía de elecciones, primero regionales y ahora nacionales- han facilitado que el movimiento se extienda como un reguero de pólvora sin la respuesta contundente de las autoridades. Una inusitada permisividad policial permitió que miles de personas acamparan durante varias semanas en el corazón de las ciudades españolas. Dejando claro que su principal razón de existencia es el triunfo electoral, los partidos políticos idearon sus estrategias para responder al desconcertante, inédito y masivo movimiento social espontáneo.
El PSOE, partido en el Gobierno, se encontraba atado de pies y manos debido a varios factores. En primer lugar, veía en la masa indignada, mayoritariamente de izquierdas, un rebaño de potenciales votantes. En segundo lugar, el candidato de facto que presentaría a los comicios generales ocupaba entonces el más incómodo de los puestos. Rubalcaba era Ministro del Interior, el máximo responsable de las actuaciones policiales. El mismo cargo que le había reportado popularidad con las operaciones antiterroristas, se tornaba ahora en una piedra al rojo vivo que le quemaba en las manos. Poco después Rubalcaba era nombrado oficialmente candidato y abandonaba la engorrosa cartera. Los socialistas, tras dar a conocer el adelanto electoral para el 20 de noviembre, continúan con su estrategia de atracción a los indignados. Sin embargo, parecen obviar que la principal causa que dio origen al movimiento fue, precisamente, la escandalosa sumisión que su Gobierno ha mostrado ante los intereses de los especuladores.
Por su parte, el PP, como es su costumbre, no ha hecho sino azotar al Ejecutivo sin mencionar ninguna propuesta constructiva. Porque el uso de la violencia para desalojar las acampadas, único posicionamiento práctico que el partido de Mariano Rajoy ha manifestado en público, no puede considerarse como constructivo sino, muy al contrario, meramente coercitivo. Utilizando a la patronal de los comerciantes madrileños como batallón de choque, los populares han tratado una y otra vez de deslegitimar al movimiento, cuando no insultarlo. Especialmente virulentos han sido los dirigentes madrileños, Aguirre y Gallardón, descontentos con que la acampada se realizase frente a la sede presidencial de la Comunidad de Madrid en vez de en la Moncloa. Parecen no comprender el concepto de visibilidad.
Porque si alguno era en un principio el propósito del 15-M, ese era el de visibilizar la preocupante situación político-económica que vive el país, analizándola desde la perspectiva del interés ciudadano y no desde el interés del poder como hasta ese momento habían hecho los medios de comunicación tradicionales. Qué duda cabe que una protesta se visibiliza mejor en la más emblemática de las plazas de cada ciudad, en el caso de Madrid, la Puerta del Sol. Y la visibilidad, además de en las calles, también se hizo notar en los medios de comunicación. Llenando telediarios y portadas del mundo entero, el 15-M consiguió captar el interés del ojo mediático, siempre más preocupado por las nimiedades propagandísticas de los políticos que por la realidad de los problemas ciudadanos. Obligados por el respaldo social masivo, los periódicos tuvieron que abrir sus páginas a la más que justificada indignación ciudadana. No obstante, no tardaron en enseñar los dientes. Poco duró en los medios la actitud de euforia ante la novedad de una sociedad civil organizada capaz de reivindicar por sí misma sus derechos. Síntoma de una democracia avanzada, la actitud no violenta y dialogante del movimiento conquistó rápidamente a los periodistas. Pero sus jefes no tardaron en reprenderles. Azuzados por los intereses económicos de los conglomerados empresariales a los que pertenecen, los medios cambiaron su actitud amable hacia el movimiento por un continuo intento de acoso y derribo. Criticando, primero, su lentitud para crear propuestas alternativas. Minimizando, después, su capacidad de convocatoria. Criminalizando, finalmente, los métodos de protesta de algunos de sus miembros.
Pero, lejos de silenciar el sentimiento de hartazgo, acontecimientos como la dimisión del Presidente de la Comunidad Valenciana, el adelanto de las elecciones generales o las alarmantes cotas alcanzadas por la prima de riesgo española, no han podido expulsar del espectro mediático al neonato movimiento. Pues, pese a los intentos de muchos de darlo por muerto, el movimiento resurge con más fuerza a cada golpe que recibe. Si su nacimiento se dio tras el desalojo de la acampada en Sol tras la manifestación del 15 de mayo, la mayor demostración de fuerza vino tras la ilegalización expresa de la Junta Electoral Central de la concentración el día previo a las elecciones del 22 de mayo. Como no podía ser de otra manera, el desmantelamiento del punto de información que el movimiento dejó en la Puerta del Sol tras la decisión de finalizar la acampada, ha tenido como reacción nuevas movilizaciones masivas de apoyo a los indignados. Y es que, convocar a decenas de miles de personas en una horas en pleno agosto, no es un hito al alcance de cualquiera. Así pues, el movimiento resiste ante los continuos certificados de defunción expedidos en los medios de comunicación.
Sin embargo, hay que reseñar que una de las grandes características del 15-M es que su difusión principal no se realiza a través de los medios tradicionales. Las redes sociales, Twitter en particular, actúan como correa de transmisión para las voces indignadas. Gracias a Internet, un medio que ofrece canales de comunicación horizontal no jerarquizados por intereses económicos ocultos, el movimiento es capaz de difundir su mensaje, llegando así a las personas interesadas en escucharlo. La posibilidad que ofrece la red de transmitir información instantánea y multimedia también es aprovechada, pues son numerosos los twitteros que acuden a las asambleas o movilizaciones y actualizan en tiempo real lo que allí ocurre, incluyendo fotografías y vídeos. De hecho, las actualizaciones en Twitter también están empezando a ser utilizadas por medios de comunicación ajenos al movimiento. Es el caso de lainformacion.com, que manda a sus redactores a cubrir los actos convocados por el 15-M. Uno de sus periodistas, Gorka Ramos, fue uno de los detenidos tras la carga policial frente al Ministerio del Interior el pasado 4 de agosto, tras una concentración de indignados que pedía la dimisión del Ministro Antonio Camacho y de la Delegada del Gobierno en Madrid, Dolores Carrión.
En una de las pancartas más exhibidas durante estos tres meses se puede leer «Cuando los de abajo se mueven, los de arriba tiemblan». No podría ser mejor descrita la situación que se vive ahora en España. El poder se ha puesto nervioso ante la amenaza que para él supone un movimiento ciudadano bien organizado. Es sin duda síntoma de ello el hecho de clausurar una plaza pública en el corazón de la capital del país de manera anticonstitucional. Y es que, como ya contábamos, el día 2 de agosto la policía procedió a desalojar el punto de información en la Puerta del Sol, así como las últimas tiendas de campaña que allí quedaban. De igual modo, se desmanteló el campamento del Paseo del Prado, instalado por indignados procedentes de todos los puntos cardinales del país tras finalizar las marchas que, durante un mes, les llevó a recorrer diferentes núcleos rurales del interior del Estado recogiendo los problemas de sus olvidados habitantes.
Pues bien, la respuesta del Gobierno ante el terremoto social que comenzaba a vislumbrarse consistió en el vaciamiento y posterior blindaje del kilómetro cero madrileño. Durante tres días se impidió sistemáticamente el acceso a la plaza, infringiendo los artículos 19 y 21 de la Constitución Española vigente, garantes de las libertades de circulación y reunión. Se inauguró así un Estado de sitio de facto sin dar ninguna explicación a la ciudadanía. Además, las Unidades de Intervención Policial de la Policía Nacional no dudaron en emplear la fuerza ante la actitud no violenta, aunque combativa, de los indignados. Como narrábamos, se llegó incluso a detener a un periodista mientras ejercía su labor profesional. Estos gravísimos hechos no son sino prueba de ese nerviosismo que ha invadido a las élites españolas al vislumbrar la posibilidad de ser apeadas de su privilegiada posición.
El movimiento 15-M se ha visto reflejado por el apoyo fuera de nuestras fronteras. Si en los primeros días de movilizaciones fueron españoles residentes en el extranjero los que iniciaron acciones de apoyo, más tarde se han ido reproduciendo movimientos autóctonos que utilizan los mismos métodos. Así ha ocurrido en países como Grecia, Turquía o Israel.
Herederos de las revoluciones pacíficas de Egipto, Túnez o Islandia, los indignados españoles no parecen dispuestos a cejar en su empeño hasta ver materializadas sus demandas. De momento, los partidos políticos no parecen más que acoger las propuestas de manera superficial como arma electoralista. No obstante, conforme la fecha de las elecciones generales se acerque seguramente veremos como las formaciones que a ellas se presentan tratan de atraer cada vez con más empeño el voto indignado.
Los indignados, por su parte, se niegan a crear un partido político propio que concurra a los comicios. Su método asambleario descentralizado -existen asambleas periódicas en todos los pueblos y barrios de Madrid, así como en muchas otras ciudades de España- se antoja incompatible con el parlamentarismo clásico, enmarañado en continuos juegos de poder que hacen a los representantes de la ciudadanía dejar a un lado los programas por los que fueron elegidos. El 15-M, utiliza el asamblearismo como modo de democracia directa, en la que todo ciudadano interesado puede acudir a proponer o debatir propuestas. Las decisiones se toman por consenso, no por mayoría, lo que ralentiza el proceso. Pero, aún lento, se asegura que en cada decisión final hayan intervenido todas las posturas, modelando decisiones que no marginan a las minorías.
Criticados por unos y apoyados por otros, el movimiento indignado parece imparable. Dispuesto a marcar la agenda de la campaña electoral, el 15-M se erige como una fuerza política apartidista que a buen seguro dará mucho que hablar en los próximos tiempos. Aglutinando el hartazgo de la población ante los excesos de la oligarquía político-financiera, recuperando formas de lucha social que parecían olvidadas y haciendo uso de la imaginación y las nuevas tecnologías para inventar otras nuevas, el 15-M es ya una realidad que se ha hecho un hueco, para bien o para mal, en la vida de todos los españoles. Nadie queda indiferente ante él.
@jaimegsb
Fuentes del texto:
http://madrid.tomalosbarrios.net/
http://twitter.com/#!/acampadasol
http://www.democraciarealya.es/
http://www.diagonalperiodico.net/Cronica-de-las-movilizaciones-del.html
http://www.elpais.com/articulo/madrid/dias/Sol/estuvo/cerrado/elpepiespmad/20110807elpmad_2/Tes
Hessel, S. (2011). ¡Indignaos!. Barcelona: Destino
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