En los pasados días, sobre todo en los previos a las elecciones municipales y autonómicas celebradas el domingo 22 de mayo, se ha hablado mucho de la indignación de los jóvenes y de algunos adultos, la cual se ha puesto de manifiesto en las acampadas realizadas en plazas céntricas de varias ciudades españolas. En la […]
En los pasados días, sobre todo en los previos a las elecciones municipales y autonómicas celebradas el domingo 22 de mayo, se ha hablado mucho de la indignación de los jóvenes y de algunos adultos, la cual se ha puesto de manifiesto en las acampadas realizadas en plazas céntricas de varias ciudades españolas.
En la mayor parte de los casos se ha hablado bien y en algunos muy bien. Los políticos profesionales, en el peor sentido de la expresión, han hecho lo primero porque la cercanía de las elecciones no les dejaba otra salida si no querían ver sus intereses perjudicados. ¿Quién iba a ser el valiente capaz de enviar a la policía a desalojar por la fuerza a los acampados una vez que sus declaraciones y pancartas estaban en gran parte de los diarios e informativos del mundo entero?
Una acampada estudiantil es una ocasión tan buena como cualquier otra para hacer soñar a los que desde hace años duermen solamente en un colchón colocado encima de un somier. Los máximos dirigentes del PSOE sueñan que la gente es idiota y declaran en la tele que «entienden» la indignación, para achacarla en su soberbia a renglón seguido a la crisis, la cual milagrosamente no afecta ni a políticos ni a sus amigos banqueros. Una cosa es predicar democracia en el desierto de Libia y en las montañas de Afganistán y otra dar trigo en las calles de España.
Los del PP sueñan que la gente es todavía más idiota, que por fin se ha dado cuenta de las muchas virtudes de sus dirigentes y de la fuerza de su programa y que por ello van a ganar las elecciones sin darles a cambio otra cosa que promesas de un bello porvenir. Como ni si quiera pueden esperar a que el PSOE termine de hacerles el trabajo sucio -Zapatero acaba de anunciar que hay que seguir con el mismo tipo de medidas contra la crisis- y se hunda aún más profundamente, piden a gritos la anticipación de las generales.
Cuando el PSOE se vaya por la cañería del desagüe, lo único que podrá hacer el PP para que su política sea diferente a la de aquél es colocar a un obispo al frente del ministerio de educación y a un general en el de defensa.
Lejos de aquellos, los izquierdistas de verdad sueñan que la primavera árabe se ha trasladado a Europa y que España es su punta de lanza.
Está por verse, de momento la indignación no ha tenido resultados a corto plazo, o sea, no ha llevado los votos hacia la izquierda, ni siquiera a una abstención masiva, ni tiene pinta de que vaya a tenerlos a largo plazo por varias razones, una de las cuales es la fundamental y sobre la que sí se puede abrigar esperanzas: el triunfo de Bildu.
Los votos indignados se han ido al PP, a los nulos y a los blancos, lo cual lleva a preguntarse -una vez más- si se puede transformar una situación política sin conciencia ni acción política por parte de sus actores, solamente a base de su indignación.
Por supuesto que la gente está indignada, hasta el PSOE lo admite, pero eso no basta ni remotamente, aunque se exprese de forma clara y colectiva mediante acampadas o incluso manifestaciones, para hacer que los responsables de una situación que les beneficia la alteren para beneficiar al resto. El PP adora a los indignados y por eso la misma noche de las elecciones Rajoy ha dado «las gracias a todos, especialmente a los votantes del PSOE que ahora han dado su confianza al PP».
Al margen de ese lío de pareja, el movimiento de Bildu, más antiguo que el de los indignados y sin lucir esta etiqueta en su actividad política, ha dado una lección de cómo llevar a cabo la transformación de la realidad que causa esa indignación: conciencia política y consecuente acción organizada.
Hay otros ejemplos, también de largo recorrido, que han actuado con éxito en su entorno y que también tienen algo que enseñar, el caso de Marinaleda.
Parece que algunos jóvenes y otros que no lo son tanto tienen cierta aversión y casi miedo a la organización política. Que estén escaldados de los partidos políticos «tradicionales» no es de extrañar, que estén hartos de su corrupción, nepotismo y simonía es natural, pero las acampadas sin más sólo pueden ser un germen, no una solución. Conviene por ello que estudien el ejemplo de los que trabajan por el cambio con esfuerzo y constancia en su propio medio.
En cuanto a acciones concretas, en una dictadura como las que están (al menos aparentemente) bien ancladas en países árabes, la mera ocupación de plazas públicas en las ciudades constituye un desafío al poder político porque se trata de un ataque directo al poder, pero en una (al menos aparente) democracia el poder no tiembla cuando la gente se limita a salir a la calle unas horas sin más.
Es más, si el poder maneja la situación con habilidad, como ha ocurrido en la Puerta del Sol y otras plazas (salvo al comienzo, cuando tuvo lugar la metedura de pata de un intento de represión), la situación termina por agotarse por sí misma. Parece pues que hay que enfrentarse al poder no dictatorial mediante otras acciones que le hagan pagar un alto precio.
La indignación, en principio algo positivo, no es en sí misma una actitud política, mucho menos un programa. Es sencillamente una respuesta humana ante un abuso, al cual no se va a poner fin sin más «trabajo» -y seguramente sacrificio- por parte de los indignados.
De nuevo Bildu es un ejemplo. Tras la persecución de la que ha sido objeto ha salido triunfante con alguna sorpresa ciertamente, pero lo principal es que lo ha hecho superando todo lo que tenía en contra.
Afortunadamente aquí no hay que jugarse la vida como en los países árabes, pero no por ello el poder -sea del PSOE o del PP- va a ceder en nada que no le convenga. Tan absortos están uno y otro en sus cuitas, uno en cómo no perder más y otro en cómo ganar más, que apenas prestan atención a los indignados.
Por el bien de la democracia, la justicia, la libertad y el socialismo ojala sea ésta la hora de los indignados, pero no lo será sólo por la indignación, ni tampoco por ser jóvenes, ni por estar parados, sino por tomar conciencia de su situación y trabajar para modificarla a su favor y al lado de todos los que están bajo la bota de la democrática alianza político-empresarial.
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