Nota de Clara Valverde: La periodista catalana, Magda Bandera (hasta hace poco periodista de Público en Madrid) acaba de hacer dar a conocer que desde hace 5 meses tiene cáncer y denuncia la privatización de la sanidad pública.
Sé que tengo cáncer de mama desde hace cinco meses. Todo va bien y el tumor reaccionó a la medicación satisfactoriamente desde el primer momento. Pero todo podría ser mucho más sencillo ahora si me lo hubieran detectado 10 meses antes, cuando fui a hacerme una ecografía para controlar mis quistes. Desde entonces, he acudido a tres médicos más -en total, dos privados y dos de la Sanidad pública-, porque sabía que algo no funcionaba bien. Su respuesta siempre fue que me tocaba sufrir, «los quistes son así», y vieron innecesaria -o cara- hacerme una mamografía. Un cúmulo de negligencias y listas de espera, y supongo que una dosis de mala suerte, ha hecho que mi cáncer llegara a ser «localmente avanzado».
Pero el momento clave fue julio del año pasado, cuando descubrí que tenía un ganglio axilar muy inflamado y corrí al médico de la Seguridad Social. Según el facultativo que me atendió, era «probablemente benigno». Ante mi insistencia, encargó una ecografía que debían hacerme cuatro meses después, maldita lista de espera. «Te la harán cuando probablemente ya no lo tengas», predijo el doctor.
Uxue Barkos anunciaba el lunes que debe retirarse de la vida pública para superar el cáncer de mama que padece. La semana pasada fue Esperanza Aguirre. De repente, al oírlas, todo se remueve. Es un sentimiento de solidaridad inmediato y muy profundo. Los primeros días que siguieron a mi diagnóstico solía pensar a menudo cuando veía a alguna chica joven «por favor, que no te pase, que no te pase». Es la misma fuerza que siento cuando voy a quimioterapia.
Hasta ahora, no sabía nada sobre esas sondas que te inyectan en el cuerpo. Una bolsa tras otra. No las había visto jamás y a fecha de hoy desconozco cuánto cuestan. Bromeo diciendo que deben de ponerle droga, porque siempre estoy ansiosa por recibir cada nuevo «chute». Desde el principio, pude ver cómo, día tras día, se reducía mi tumor. El mismo que durante el verano, después de mi visita a propósito del ganglio afectado por el cáncer, creció hasta hacerse enorme.
Finalmente, acudí a Urgencias el 8 de octubre y ahí empecé a tener algo de buena suerte: encontré a alguien que hacía bien su trabajo y no me obligaba a esperar más. Me atendió mi doctor perfecto, Xavier Encinas, quien aceleró todo el proceso en cuanto vio mi inflamación. Consiguió incluso que el laboratorio, que iba a cerrar por el puente del 12 de octubre, pusiera en marcha un viernes a mediodía («a última hora de su jornada laboral») el proceso para analizar la biopsia.
Por eso escribo hoy. Soy periodista y prefiero evitar la primera persona en mis textos. Llevo meses dándole vueltas a abrir un blog con informaciones sobre el cáncer de mama. He estado a punto de colgarlas muchas veces, pero me vencía la emoción. Hoy es otra cosa. Hoy me mueve la indignación, como diría Stephane Hessel, y no escribo ni como periodista ni como enferma de cáncer, sino como una ciudadana que desde siempre cree en la educación y la sanidad públicas.
Una ciudadana que hoy ha sentido rabia de veras por primera vez desde que enfermó al oír que el conseller de Salut de la Generalitat de Catalunya, Boi Ruiz -antiguo jefe de la patronal de los hospitales-, ha decidido que los quirófanos cierren por la tarde. Ayer la noticia era que acaba de eliminar el compromiso de que las listas de espera para las operaciones no sobrepasen los 180 días. Sus recortes también afectarán a los medicamentos más caros y el catálogo de servicios no incluirá ningún fármaco ni prestación nueva si no hay presupuesto. ¿Anunció esa barbaridad Artur Mas durante su campaña electoral? Yo jamás se lo oí decir.
Ya tengo asignada fecha para mi operación y ahora mismo llevo más del 60% de las sesiones de quimioterapia previstas inicialmente. Si todo va bien, debería de haber superado el 50% del tratamiento total. Los porcentajes, los dichosos pronósticos, son muy importantes para alguien que tiene cáncer. A menudo los traducimos en esperanza. Es una multiplicación infernal que no conduce a nada, por eso la evito. Pero sí hay otros números que no quiero obviar: los del presupuesto que cada gobierno destina a la Sanidad pública. El catalán ha confirmado que reducirá el suyo en un 10%, mil millones de euros.
En su nota de prensa, critica además que entre los años 2003 y 2010 los presupuestos de salud de Catalunya crecieran en un 76,5%. Pero el gobierno conservador de Mas no es la excepción.
Nos sublevan los controladores aéreos, contribuimos a la criminalización de los funcionarios y perdemos el tiempo «espiando» a los medios de comunicación neoliberales. Pero no hacemos nada por defender lo que es de todos y pagamos entre todos, incluido los millones de españoles que ahora están en paro. Nos creemos a pies juntillas que tenemos uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo, pero lo cierto es que hasta ahora sólo tenemos cubiertos los mínimos. Y la cosa va a empeorar mucho.
En estos momentos, por ejemplo, la Seguridad Social no ofrece, en la inmensa mayoría de los casos, la atención psicológica necesaria para afrontar una noticia de tal impacto ni para afrontar la dureza del tratamiento. Tampoco especialistas en nutrición para los enfermos de cáncer. Yo he tenido que buscarlo y pagarlo por mi cuenta y, gracias a esa asistencia, estoy minimizando los efectos secundarios de la quimioterapia a corto y medio plazo, y he aprendido qué alimentos son adecuados para luchar contra esta enfermedad. Pronto buscaré el modo de hacer públicas todas esas «recetas».
Por desgracia, en nuestro sistema, psicología y nutrición pueden considerarse «lujos». Lo que ya no es comprensible es que, en buena parte de los hospitales, como en el mío durante todos estos meses, no exista la figura del cirujano plástico para los casos que requieren una reconstrucción tras la extirpación de una mama. Cuando pregunté por todos los servicios disponibles, me dijeron que había «recortes». A veces, esas operaciones llegan a tardar varios años cuando se derivan a otro centro, «hasta seis». Al oírlo, no di crédito, pero no reaccioné. Durante los primeros meses apenas si he podido hacer otra cosa que concentrarme en lo que yo llamo «producir células buenas» como una tricotosa y cuidarme.
Durante todo este tiempo, apenas nunca he usado la palabra lucha. Ni enemigo, ni bicho, ni todo ese léxico bélico que acompaña a esta enfermedad mortal. Asumo que mis células se han vuelto locas y hay que poner cordura. Sin rencor ni rabia por los errores médicos que han cometido conmigo. He tenido bajones y llanteras, pero hasta ahora ninguno me ha paralizado. Desde que comprobamos que no había metástasis (por los pelos) y mi médico pronunció la frase «eso es importante para tu futuro», supe que tenía que descansar y disfrutar más que nunca.
Por suerte, yo he podido hacerlo, porque desde hace más de tres años no soy autónoma. Tengo un contrato de trabajo que me permite estar de baja hasta curarme y mi empresa paga el 100% de mi salario. Pero soy plenamente consciente de que vivo en el país de los mileuristas y del 20% de la población en paro. Tampoco olvido que cuando era free-lance tuve una hepatitis A que me obligaba a escribir artículos a pesar de tener los ojos amarillos como patatas y el cuerpo agotado.
Dicen que el cáncer te cambia y probablemente lo sabré dentro de algún tiempo, porque estoy decidida a salir de ésta. En cualquier caso, lo que noto es que me está radicalizando. No me da miedo usar esa palabra. Desde que empezó mi desfile por aparatos de diagnóstico de última tecnología -¿hasta qué punto afectarán los recortes diseñados por los políticos con mutua privada a la adquisición de esas máquinas?-, más convencida estoy de que debemos ser más activos que nunca y decir «no» a muchas cosas. La pasividad ante la pérdida de derechos sociales y económicos es una de ellas. Estamos obligados a «indignarnos», a reclamar a qué queremos que se destinen nuestros impuestos, más allá de la casilla de la Iglesia. ¿Por qué nadie plantea el debate de los presupuestos participativos?
Puedo perdonar los errores médicos pero no las listas de espera que crecerán en el futuro. Tampoco las declaraciones del vicepresidente primero del Gobierno español. Hace unas semanas, Alfredo Pérez Rubalcaba se atrevió a justificar la adopción de las medidas neoliberales de su gobierno diciendo que la austeridad «son las becas, las pensiones, las camas de los hospitales y las resonancias magnéticas del mañana».
Con eso no se juega. Las listas de espera matan muchas esperanzas. De vida.
Nota edición: Comentarios lectores.
Magda, estoy totalmente de acuerdo contigo: es verdaderamente indignante la situación de la Sanidad y el recorte. Una verdadera injusticia cuando hay tantas otras cosas de las que se pueden recortar, empezando por las pensiones y sueldos de los políticos, las redundancias en las administraciones, por mencionar sólo dos. Realmente no hay derecho y es nuestra obligación rebelarnos. Gracias por tu testimonio y mucha fuerza, Patrícia
Enviado por: Patrícia Soley Beltran en Marzo 3, 2011 12:55 PM
Hola linda, no quiero revivir emociones de un pasado aún cercano (nunca se aleja) , ni afligir ni eclipsar ni un poquito tu escrito tan enérgico, tan sincero. Durante unos años acompañé a un ser querido bajo tu mismo cielo, en aquellas reuniones, y en cada sitio y momento, siempre presente el miedo, ese miedo…
Miedo en las salas de espera, miedo en las noches, en las madrugadas de urgencia, miedo en los pasillos, miedo esperando día y hora, miedo el día de la máquina, miedo en las reclamaciones; en los resultados, miedo en el sueño, en el despertar, en la bañera, en la ropa, en el abrazo….
Y de todo ese miedo aprendí vuestra infinita humanidad y que hoy me has vuelto a recordar.
Para mi suerte, yo no era el enfermo.
Te quiero Magda, ya estás saliendo.
Enviado por: Ubaldo en Marzo 3, 2011 01:12 PM
Fuente: http://www.magdabandera.com/archives/000794.html#more