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Presentación de "Aguirre o la posteridad arbitraria"

Ingrid Galster, catedrática, doctora y profesora

Fuentes: Rebelión

1.- Ante ustedes la autora de un libro excelente y grueso. Casi íntegra la tesis para la obtención del título de catedrática. Un libro bien trabajado, útil, bien traducido por Oscar Sola y bien editado por Editorial Universidad del Rosario y Pontificia Universidad Javeriana. 844 páginas, tapa dura, cosido al hilo, 69 ilustraciones y kilo […]

1.-

Ante ustedes la autora de un libro excelente y grueso. Casi íntegra la tesis para la obtención del título de catedrática. Un libro bien trabajado, útil, bien traducido por Oscar Sola y bien editado por Editorial Universidad del Rosario y Pontificia Universidad Javeriana. 844 páginas, tapa dura, cosido al hilo, 69 ilustraciones y kilo 200 de peso

Les presento

Ingrid Galster, tras prolongada actividad administrativa, cursa el bachillerato nocturno, realiza estudios de Románicas, Germanística, Filosofía y Pedagogía en las Universidades de Düsseldorf, Duisburgo y Aix-en-Provence. Licenciada en Letras Modernas, obtiene el título estatal de profesora de Instituto de Enseñanzas Medias. De 1982-1984 trabaja como investigadora en la Universidad Católica de Eichstätt, en 1984 se doctora en filosofía en Eichstätt con la tesis sobre La recepción del teatro de Sartre en el contexto político-cultural de la ocupación alemana de París (premio Estrasburgo en 1986). Entre 1985-1990 trabaja como profesora adjunta a cátedra en la Universidad de Eichstätt; en 1987 mediante el Servicio de Intercambio de la Academia Alemana (Deutscher Akademischer Austauschdienst) profesora invitada en la Universidad de los Jesuítas en Bogotá (Colombia). Entre 1991 y 1993 recibe una beca de la Comunidad de Investigación Alemana (Deutsche Forschungsgemeinschaft) para elaborar su tesis a cátedra. En 1994 obtiene el título de catedrática en Hispánicas por la Universidad de Eichstätt con la tesis, cuyo libro hoy se presenta: Aguirre o la posteridad arbitraria (el libro figuraba a finales de agosto (2011) en la lista de libros más vendidos en Colombia); entre 1994-1996 lleva a cabo sustituciones de cátedra en Kiel y Aquisgrán; entre 1996-1998 realiza trabajos de investigación con la Comunidad científica de la Universidad de Würzburgo. En la primavera del 2000 se le llama y convoca desde las Universidades de Padeborn y Leipzig. Y de 2000 a 2009 ejerce como catedrática de Literaturas Románicas en Paderborn. Desde el 2009 es una catedrática jubilada.

Puntos fuertes de su trabajo han sido: la literatura y cultura francesa; ha publicado numerosos trabajos, entre ellos ocho libros sobre Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir en editoriales parisinas. Miembro del Équipe Sartre en el Institut de Textes et Manuscrits modernes (ITEM/CNRS, París). Ha impartido clases y publicado trabajos sobre literatura y cultura hispanoamericana, sobre el debate intelectual, la investigación empírica de la recepción, estudios sobre la mujer y el sexo, la ficción histórica, sobre las crónicas españolas en la época colonial, la recepción de Lope de Aguirre….

Se dice que detrás de un gran hombre hay una gran mujer, no sabemos si detrás de una gran mujer suele haber un gran hombre, hoy sí sabemos que detrás de la catedrática, doctora y profesora Ingrid Galster hay una gran obra, hoy destaco ante ustedes su libro, que se presenta, Aguirre o La posteridad arbitraria.

2.-

Hace unos días tropecé en una librería de Berlín con el famoso exegeta y gran conocedor de los dos primeros siglos del cristianismo, con el profesor de la Universidad de Eichstätt Gerd Lüdemann, a quien seguramente conoce nuestra invitada. Me habló de Judas Iscariote, el hombre de Kariot, un pueblo sito al sur de Judea. Por lo aprendido y relatado en los Evangelios, por la tradición repetida en catecismos, prédicas y sermones, que hemos heredado: Judas fue el discípulo malo, quien entregó a Jesús a los judíos. Un traidor. Según el derecho alemán nadie debe portar su nombre, ser un Judas. Se suicidó, reventó, se ahorcó, en fin, murió de mala manera. Está en el infierno.

¿Pero fue así?

No, es una leyenda sin base ni fundamento. El primer texto neotestamentario, me comentó Lüdemann, que habla de la entrega de Jesús es un texto de Pablo en su primera carta a los corintios, que dice: Dios entregó a su propio hijo para que su muerte fuera salvación para la cristiandad. Y esto es lo que aparece en los primigenios escritos cristianos. La entrega, el paradidômi, que es el verbo que se usa en griego, y que significa entregar, transmitir, que nada tiene que ver con traicionar, como se ha traducido. Se trata de una interpretación teológica, de una explicación de la entrega de Dios al hombre. Jesús tras la resurrección, dicen los primeros textos, se aparece a los doce apóstoles. Son textos posteriores quienes corrigen esta versión y hablan de la aparición a los 11, que es cuando la explicación teológica se quiere convertir en historia, y es entonces cuando se necesita un traidor para hacer creíble el relato, la novela que se escribe, y como desde el principio se acusa a los judíos de haber matado a Jesús nadie más apto para este papel que Judas, el judío de Judea. Y a él se le cuelga el san Benito de una leyenda sin base y que hoy, a pesar de saberse ficción, se sigue escuchando en iglesias y capillas.

¿A qué viene esto hoy y aquí?

Durante siglos, concluye Galster, la presentación de Aguirre como el arquetipo de la maldad que el clérigo Juan de Castellanos ofreció ya en 1589 no sufrió grandes mutaciones:

Dibujaba el clérigo en octavas reales, así a López pag 119

«El era de pequeña compostura

Gran cabeza, grandísima viveza,

Pero jamás perversa criatura

Que de razón formó naturaleza:

Todo cautelas, todo maldad pura,

Sin mezcla de virtud ni de nobleza;

Sus palabras, sus tratos, su gobierno

Eran a semejanza del infierno.

Charlatancillo y algo rehecho,

Sin un olor de buenas propiedades.

La cosa más sin ser y sin provecho

Que conocieron todas las edades:

Pero nunca jamás se vio pecho

Lleno de tan enormes crueldades (… j».

(cita p, 119 de su libro).

A sus ojos López de Aguirre un Judas.

Dice el boliviano Carlos Mamani, uno de aquellos 33 mineros atrapados en la mina san José en Chile el año pasado, que hasta antes de la venida de Colón a esta parte del mundo, a las gentes y a las naciones no se les llamaban indias; identidades y desarrollos propios marcaban una convivencia cuyos principios, están siendo gradualmente reconstituidos, revalorados y puestos en agenda. El asombro de Colón por la calidad de gentes con que se encontró en el lejano año de 1492, al descubrir la generosidad con que los nativos intercambiaban sus productos entre ellos el oro, se trocó en malicia: dejó de ser un mercader y se convirtió en salteador. Para el expolio se sirvió de la violencia y el terror sin límites.

Se justificó el robo mediante razones racistas, por la «desnudez del indio», que según Colón carecía de dios, de ley y de rey; era un objeto del que podía disponer a su antojo. Años más tarde Ginés de Sepúlveda escribió un tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios donde estableció que la relación entre español e indio era la del cazador y su presa. La angurria, la codicia de los europeos encontró sustento en oscuras creencias religiosas y en la legalidad de una monarquía poseída por el fanatismo, los reyes católicos. Para la extracción del oro de las minas y lavaderos de la isla de Haití (La Española) Colón y sus secuaces acabaron con nada menos que la vida de 3.500.000 personas, como fue testimoniado por Bartolomé de las Casas. Hernán Cortés como Franciscos Pizarro no hicieron más que mejorar esa primera experiencia. La carnicería, como la ocurrida el 16 de noviembre de 1532 cuando fue secuestrado el Inka Atawallpa, fue el método para el escarmiento, la despersonalización y la humillación de la víctima.

En los inicios de la invasión, ningún pueblo ni ninguna autoridad tenía por qué hacer caso de unos atrabiliarios vagabundos, ellos se presentaban en nombre de «dios» y de desconocidos gobernantes, y acto seguido exigían el oro y cuanta cosa preciosa hubiere, además de víveres, que se los gastaban en una orgía de festines. La indiferencia y la ofensa legítima entonces eran calificadas por los extranjeros de sublevación, rebeldía, traición, odio, etc. Se victimizaban para dar rienda suelta a sus instintos criminales y latrocinio.

De un personaje destacado de nuestra tierra en esta colonización habla el libro de Galster, de Lope de Aguirre. De la imagen y retrato que nos han transmitido quienes hablaron o escribieron de él desde los aledaños de la oficialidad los amanuenses cortesanos, los trepas de turno, los historiadores a sueldo, los defensores de la corona española y los del indio…, un legado muy apañado, muy coloreado y muy manipulado, que hemos recibido y que en este libro nos desentraña y revela la catedrática Ingrid Galster con fino bisturí hermenéutico. Lección que nos viene al pelo a la hora de ver la televisión, escuchar la radio o leer periódicos y ensayos en nuestros días sobre los problemas que nos acontecen a diario y aquejan al mundo, porque entonces como ahora la noticia pocas veces se sirve limpia.

Con vosotros Ingrid Galster y su libro Lope de Aguirre o La posteridad arbitraria. O, con otras palabras, Sra Ingrid Galster, realmente ¿quién fue Lope de Aguirre?

Su respuesta:

López de Aguirre, a juicio de Ingrid Galster, es opresor y oprimido, cuando se le priva de esa doble vertiente se lo mitologiza en uno u otro sentido. La causa de esa privación de complejidad se debe a la utilización de su figura y de la historia, a la manipulación, al convertirle en enemigo o en figura de identificación, en monstruo o libertador. Se erradica lo histórico y cobra peso en la descripción de la figura el destinatario: se presenta a un Lope a la carta, dependiendo del autor y el destinatario. Dice la autora: «A nuestro parecer, son sobre todo dos rasgos decisivos y contradictorios incorporados por la figura que la volvieron justamente interesante para la polémica entre latinoamericanos y vascos por un lado, y españoles por el otro y que provocaron el debate en la primera mitad del siglo XX, antes de que en la segunda mitad surgiera una nueva moda de Aguirre que se nutría de la misma contradicción: la simultaneidad, inherente de todo individuo pero en particular marcada en la figura del rebelde vasco, de las condiciones de víctima y victimario, que se muestra en el hecho de que se rebeló hasta el extremo contra la injusticia sufrida, pero al mismo tiempo practicó a su vez la injusticia, tanto contra los españoles que fueron un obstáculo para sus fines como contra los nativos, esos «bienes» alrededor de los cuales se encendía la lucha por la distribuición» (pag. 746 de su libro)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.