Presentación de Iniciativa Internacionalista – La solidaridad entre los pueblos, en Cádiz 28 de mayo de 2009
Buenas noches.
Quiero empezar intentando explicar el contexto de mi posición en esta iniciativa. Y el contexto no es otro que el de la crisis y la desolación.
Crisis que se ha ido instalando en todos los ámbitos que vertebran las estructuras sociales, en todos los ejes en los que gira la convivencia.
Crisis económica y financiera que muestra su cara infame de beneficios pornográficos y de especulación sanguinaria, crisis laboral de profundo desprecio hacia los sectores más débiles, hacia la clase trabajadora, crisis sindical que mendiga reformas imposibles, que ampara la barbarie y que se convierte en el andamiaje necesario para la explotación sin límites.
Crisis política, esencialmente corrupta, que basada en la mentira y en el engaño, sirve a una clase dominante y hegemónicamente minoritaria que vive bien, muy bien, sobre el sufrimiento de los demás, sobre las angustias y las dificultades de los demás, de los ninguneados.
Y como no podía ser menos, una crisis de valores, una crisis cultural, que hace tiempo nos ha convertido en consumidores, en mercancía, que nos ha colocado en una espiral de individuos asustados capaces de asumir al vecino como enemigo, como competidor. Lo más lejos posible de la ternura de la solidaridad.
Una crisis y una desolación que no puede arrebatarnos nuestra defensa de la alegría, nuestra defensa de la esperanza, nuestra defensa de la resistencia como primer acto revolucionario.
Porque nada está acabado.
Porque uno no siempre hace lo que quiere, pero tiene el derecho de no hacer lo que no quiere, como diría el maestro Benedetti.
Porque nadie puede afirmar que las cosas están acabadas, frente a esta desolación me posiciono a favor de la alegría y a favor de esta iniciativa como ciudadana, como docente y como mujer.
Como ciudadana voy a empezar considerando que el lenguaje no es aséptico, que las palabras son el curso y el discurso de nuestras intenciones y me detengo un momento en la palabra por la que empieza la denominación de nuestra candidatura.
Porque es esta una Iniciativa, que según dice el Diccionario, tiene que ver con el derecho y el acto de hacer una propuesta, con el procedimiento mediante el cual interviene el pueblo (sic.). Es por tanto el comienzo de un camino que no empieza desde cero sino que busca sumar la experiencia y el trabajo ya hecho desde la lucha de los movimientos sociales y asamblearios, los movimientos antiglobalización, el movimiento feminista, el sindicalismo de clase y combativo y también la izquierda soberanista e independentista junto a la izquierda anticapitalista de ámbito estatal.
Porque como ciudadana me rebelo ante la imposibilidad de serlo. Dentro del capitalismo no es posible la democracia, no es posible la justicia. La ciudadanía es secuestrada por el poder de la mentira. Vivimos en una ilusión de legitimidad donde lo realmente legítimo es engañar a la mayoría, quien tenga más poder o más dinero para invertir en su manipulación saldrá victorioso de esta lucha desigual.
La tiranía del capital desprecia la verdad como la democracia cimentada a su medida desprecia la justicia. Se pueden construir «opiniones» sin preocuparse de si éstas son verdaderas o falsas, justas o injustas, se puede prometer un bienestar aunque éste dependa de la explotación o incluso del exterminio de otros. La retórica del poder aparece como verdad.
Como ciudadana tengo claro, como Sócrates, que para convencer de verdad hay que decir la verdad, porque sólo la verdad convence de verdad.
Y la verdad es que vivimos en una ilusión de ciudadanía, hay pruebas que demuestran el desmantelamiento del estado de derecho cuando le haga falta a los que mandan, del bochornoso espectáculo del poder judicial plegado y sumiso ante la barbarie, hay pruebas que demuestran que se puede mentir, es más, que se puede hacer una guerra en base a la mentira repetida y que no pase nada más que la impunidad. Hay pruebas que demuestran que ante una crisis que golpea con fiereza a las clases populares, se liberan miles de millones del erario público para salvar a los empresarios y a los banqueros. Hay pruebas que demuestran que el problema de España no es ETA, que el problema de la humanidad no es el terrorismo.
Y seguirán existiendo pruebas, desde el ciudadano Juan Carlos I y su séquito de sanguijuelas hasta la Conferencia Episcopal y su comitiva de fascistas, iluminados y violadores que nos demostrarán que la ciudadanía en el estado actual de cosas, es imposible.
Y no me resigno. Por eso formo parte de esta iniciativa popular.
Porque nada está acabado.
Porque ahora, más que nunca, tiene que emerger una ciudadanía que rompa la mentira y el silencio, que tome la iniciativa. Por eso me reto y os reto a la alegría de la lucha cotidiana, al compromiso con la acción ética que rescate la verdad, que rescate a las clases populares y al reparto necesario de la riqueza que es la única forma de sembrar futuro.
Porque ahora, más que nunca, nos corresponde a nosotras, a la ciudadanía, la responsabilidad de poder llegar a serlo, la responsabilidad de tomar la iniciativa en la derrota del capitalismo.
Porque dentro del capitalismo la ciudadanía, la democracia y la justicia son imposibles.
Esta misma imposibilidad afecta también a mi condición de enseñante, a mi condición de docente, de trabajadora de la enseñanza comprometida con la acción y la reflexión y consciente del potencial transformador e igualitario que la educación desde una pedagogía crítica y por ende anticapitalista como la ciudadanía por la que apostamos, podría y debería tener.
Como docente vuelvo nuevamente la mirada sobre el panorama desolador ante el que nos encontramos.
Dentro de la lógica del sistema, padecemos una escuela convertida en mercancía, que refleja, padece y reproduce todas las consecuencias del capitalismo depredador.
Porque los conflictos que se dirimen en la escuela (el fracaso escolar centrado en las clases populares, la formación profesional supeditada sin ambages al libre mercado, la violencia escolar, la privatización encubierta a través de la doble red con la escuela concertada religiosa…) no son más que una parte de la crisis más general de la política y de la ciudadanía en el capitalismo global.
El mismo poder que niega la ciudadanía y la democracia se ha consolidado en el momento actual como un bunker que ejerce una influencia cada vez mayor:
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Sectores del capital que abogan por soluciones mercantilistas neoliberales a las cuestiones educativas (no hay más que mirar la ofensiva que supone la propuesta mercantilizadora del Plan Bolonia en la educación universitaria o en el contexto estadounidense multinacionales del capitalismo avanzado como McDonald o Burger King, o Coca Cola subvencionan libros de texto de la enseñanza secundaria o mobiliario a cambio de la suculenta publicidad que esto les reporta: lo primero que encuentra un estudiante en la puerta de su clase es la máquina expendedora correspondiente que le sigue recordando que lo importante es el consumo, la chispa de la vida Puede parecer imposible aquí pero en ese camino vamos)
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Intelectuales conservadores, académicos casposos, que abogan por el retorno a unos mayores niveles de exigencia y a una supuesta cultura común (Silvio Berlusconi lo resume con su lema de las tres íes para la política educativa: inglés, Internet y empresa. Magnífico resumen del ideario neoliberal; o en el ámbito más doméstico Rosa Díez, arrojando su discurso tan españolista como cateto haciendo burla de la diversidad cultural y lingüística de los pueblos.)
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Y, por último, la Iglesia y sus fundamentalistas religiosos, inquisidores populistas, que se sienten amenazados por el laicismo y pretenden preservar sus ámbitos de control -bien visibles a nivel educativo en sus escuelas privadas financiadas con dinero público- e imponer a toda costa sus propias tradiciones.
Comparten todos ellos el objetivo de crear las condiciones educativas para aumentar la competitividad, las ganancias y la disciplina y, como no, asegurarse una mano de obra barata y dócil que siempre se recluta de la escuela pública y de los sectores más desfavorecidos.
Se ha abandonado, desde los poderes públicos, aunque no se reconozca, la idea de que la educación debe estar al servicio del desarrollo integral de las personas y de la formación de ciudadanos y ciudadanas críticos, capaces de intervenir en el mundo y transformarlo. Por mucho que digan, este ideal ha sido roto.
Lo prioritario, así puestas las cosas, pasa a ser el logro de la eficacia y la eficiencia, en un doble sentido: para responder a las necesidades del mercado a la vez que para homogeneizar e integrar a quienes se educan en un pensamiento pragmático, realista, acrítico y siempre favorecedor de la individualidad y de lo privado y compatible no con el ejercicio como ciudadanos sino exclusivamente como clientes y consumidores. Este engendro tecnocrático fascistoide es lo que sustentaba realmente el discurso ampuloso y mentiroso del ya expresidente andaluz, Manuel Chaves, cuando preconizaba la segunda o no sé si ya la tercera, modernización de Andalucía.
No puedo dejar de recordar que en el estado español un partido socialista y obrero fue el que hizo posible la financiación con dinero público de la escuela privada con el régimen de concierto, consolidando la doble red y renunciando al histórico modelo de la escuela única: hoy en día prácticamente toda la enseñanza privada está concertada. Y lo más significativo es que casi un 70% de este sector privado corresponde a centros docentes de la Iglesia Católica, con lo que se constituyen en un auténtico subsistema consolidado y con gran poder.
Consolidar esta doble red ha supuesto admitir el primer y más importante mecanismo de segregación social del sistema educativo, que ha relegado al sistema público, a la función subsidiaria de la formación de los sectores sociales desfavorecidos y sin futuro académico.
No son palabras en el aire, las sentimos en el día a día de las escuelas. Participo en un proyecto educativo que desarrollamos en un Instituto de esta ciudad. Un proyecto que trata de ser honesto y comprometido, que parte de la inclusión, de la justicia social y del esfuerzo por construir una escuela democrática y participativa. Trabajamos con los chicos de 12 a 18 años y a pesar de nuestro ingente esfuerzo y de nuestra acción:
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Vemos cómo apenas disminuye el vergonzoso porcentaje de fracaso escolar, que alimenta la bolsa de los excluidos, de los más precarios, .. Cómo entre los descendientes de personas obreras no cualificadas, al llegar a secundaria, más de la mitad de este alumnado tiene un retraso de al menos un año escolar, y casi un tercio ha repetido más de una vez. Sólo el 19% estudia bachillerato. Es el ejemplo más flagrante de distribución por clase social.
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Vemos cómo, a pesar de nuestro ingente esfuerzo, sólo arañamos tímidamente las peores consecuencias que la violencia estructural y cultural consustanciales al capitalismo genera en estos chavales: el escepticismo inevitable ante un futuro deseperanzador, la falta de expectativas ligadas a la educación, el conformismo generalizado, la exaltación del individualismo y del éxito como medida del valor, la asunción de que la única forma de ejercer la ciudadanía es el consumismo… Como señala Galeano la publicidad aturde a millones y millones de jóvenes desempleados o mal pagados, repitiéndoles noche y día que ser es tener, tener un coche, tener zapatos de marca, tener el último móvil, tener, tener,…. y quien no tiene, no es.
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También percibimos la fuerza de los tentáculos de la Iglesia: fuimos denunciados en comisaría, en la delegación y ante el obispado por tener un cartel, como otros muchos de los que tenemos, que decía: «La religión fuera de la escuela. Por una enseñanza racional, científica y laica».
Tal y como dice Enrique Javier Díez «estamos hartos de intentar curar los síntomas de un modelo económico, por eso la única opción que queda es «anular» el sistema que se esconde detrás de esos síntomas».
Por eso necesitamos más que nunca un utopismo concreto que proporcione tanto un discurso ético para desafiar el cinismo, cada vez más expandido, en relación al cambio social, como un referente político para fundamentar la crítica y hacer posible la transformación social.
Por eso, porque el ejercicio de curar los síntomas sin anular el sistema que los provoca no deja de ser una historia de fracaso, por eso, he tomado la iniciativa de apostar por este proyecto.
Como ciudadana, como docente y como trabajadora asumo mi posición en esta candidatura que apuesta inequívocamente por lo público como la única opción coherente de construir, entre todas y todos, un tejido social justo, solidario y emancipatorio.
Y también como mujer me siento orgullosa de unir mi voz a la de esta Iniciativa que opta por poner en primer plano también la luchas de las mujeres, sin posturas ni composturas, para recoger y amplificar sus voces no como una declaración de intenciones ni como un mero enunciado formal y vacío de contenido, sino como una exigencia normativa, jurídica y práctica que posibilite realmente el fin de la discriminación.
Y frente a los sembradores de pánico que -como dice Galeano- nos condenan a la soledad, nos prohíben la solidaridad os proponemos nuestra SOLIDARIDAD ENTRE LOS PUEBLOS como una propuesta política que llevar a las fábricas, a las ciudades, a los barrios, a las escuelas y a las calles de los pueblos europeos, y aprender, debatir y mejorar nuestra acción.
Porque será ahí, en el corazón de los conflictos, donde explicaremos cómo y por qué luchamos por un socialismo que es, a la vez, ecologista y feminista, antirracista, contrario al desarrollo consumista y compulsivo.
Tendiendo Puentes como los que nos propone construir Ángela Figuera Aymerich, poeta olvidada y silenciada de la posguerra, la que León Felipe proclamó como autora del mejor salmo y de la mejor canción, y con cuyas palabras (palabras escritas en 1958) acabo:
Puentes
Lo que nos hacen falta son los puentes.
Mientras no construyamos
los puentes otra vez y a toda costa,
siempre estaremos muertos y remuertos,
metidos en la isla
(esta asquerosa isla sin ventanas).
Sólo seremos unos tristes muertos
de mala muerte. No hay que darle vueltas.
Hay que hacer puentes (dale que dale)
si no tenemos hierro,
cemento ni otras cosas,
con palos o con cañas.
O suspiros.
(Hay uno de suspiros no sé dónde)
O con los corazones disponibles,
que alguno quedará por muy difuntos
que estemos todos hace tantos años.
Blas Otero decía «pido la paz y la palabra». Pedimos la paz, la palabra y entregamos la esperanza.
Fany Miguens (Candidata nº 29 por Iniciativa Internacionalista)
José M. López (Comisión promotora de la candidatura)