En elecciones los dirigentes políticos del Partido Popular se desmadran. Hoy piensan en una ciudadanía de integración por puntos para inmigrantes. Se trata de una propuesta cuyo fondo, de no ser por su contenido xenófobo y racista, deberíamos tomarlo a guasa. Según sus dirigentes más avezados, Mariano Rajoy y Arias Cañete, los emigrantes, si ganan […]
En elecciones los dirigentes políticos del Partido Popular se desmadran. Hoy piensan en una ciudadanía de integración por puntos para inmigrantes. Se trata de una propuesta cuyo fondo, de no ser por su contenido xenófobo y racista, deberíamos tomarlo a guasa. Según sus dirigentes más avezados, Mariano Rajoy y Arias Cañete, los emigrantes, si ganan los comicios, deberán pasar por un test de calidad. Firmar un documento en el cual se comprometen a ser subsumidos y ser respetuosos con los valores y las costumbres del país. Un examen de admisión en toda regla. Si suspenden serán repatriados por inadaptados al considerárseles un problema para la seguridad interior del Estado.
Pero, ¿qué significa respetar las costumbres? ¿Se puede obligar a un inmigrante a sentirse español y asumir su cultura? Pensemos en algunas de las cuales, los españoles, se sienten orgullosos cuando salen al exterior. Si hacemos una lista, el vino destaca entre ellos. Así, se podría exigir a un musulmán beber sus caldos con denominación de origen en concordancia con la comunidad autónoma de residencia. Rioja, Valdepeñas, Cariñena, Penedes, etcétera. Tras los vinos se vanaglorian de sus productos genéricos. La tortilla de patatas, el jamón ibérico, los quesos y embutidos. Los inmigrantes deberán comer continuamente jamón ibérico, queso manchego, tortilla española, pan de hogaza y paella, entre otros platos típicos. Igualmente, deberá estar vestido para la ocasión. Traje típico y bailar jotas, chotis, o lo que indiquen sus anfitriones. Así, el inmigrante irá asimilando costumbres y se sentirá uno más de la comunidad. Otro elemento importante es hablar correctamente la lengua. No se puede ser inmigrante y optar a la españolidad sin un perfecto dominio del castellano y sus diferencias. Hay que distinguir y pronunciar el acento gallego, andaluz, vasco o valenciano. También debe cumplir con ciertos requisitos deportivos. Los españoles se sienten orgullosos de tener deportistas en la elite mundial. Nadal en tenis, Alonso en Fórmula Uno, Gasol en baloncesto. Los inmigrantes tienen la obligación de ser fervientes forofos de dichos personajes. Ni se le ocurra apoyar o mostrar preferencias por un extranjero. Ni qué decir del fútbol. Para ser un inmigrante con costumbres españolas, tendrá que estar al día de que ocurre en la liga nacional. Ser socio del Real Madrid, el Barça y apoyar a la selección española. Como se trata de ser más papistas que el Papa, no queda mal integrarse en las bandas ultras de cada equipo. Para la derecha española sería un síntoma de asumir las costumbres y comportarse como un buen inmigrante. Ello permitiría ganar puntos para gozar de un permiso de trabajo y de residencia. Ahora bien, tampoco puede ver programas ni películas extranjeras. Debe siempre preferir la producción nacional y las series y telenovelas del país. Todo para asimilar las costumbres. Sin embargo, haga lo que haga, siempre corre el riesgo de ser considerado despectivamente. Es un ser inferior, mediocre y no está a la altura de los españoles. Requiere un aprendizaje. De allí que debe someterse a un test de españolidad. Ser un camarero, por ejemplo, es complejo y los ecuatorianos que laboran en el sector son lentos y torpes. No pueden compararse con la vieja guardia nacional. En boca de Arias Cañete, secretario ejecutivo de economía y empleo del Partido Popular, se diferencian de aquellos maravillosos que teníamos, que les pedíamos un cortado, mi tostada con crema, la mía con manteca colorá, y a mí una de boquerones con vinagre, y te lo traía todo con una enorme eficacia. A los actuales inmigrantes hosteleros que trabajan 12 horas por un sueldo miserable, se les cae el café, tardan, no recuerdan el pedido, huelen mal, son negros, bajitos y te miran con odio cuando no dejas propinas.
Los populares subsanarán todos estos hándicaps. Según ellos, si no aprenden bien el castellano y no se asimilan serán, repito, expulsados en término de un año. No se trata de que cumplan las leyes y se integren, sino de ser asimilados en tanto esclavos al servicio de los señores esclavistas de nuevo cuño. En este sentido, les propongo a los señores del Partido Popular una cartilla para inmigrantes. Se trataría de obtener puntos para garantizar su control y correcto aprendizaje de las costumbres donde empresarios y españoles de bien, como antes los cristianos viejos, puedan sellar los recuadros hasta completar la cartilla. Por ejemplo: hablar sin sesear sumaría 10 puntos. Asistir a tablaos flamencos, corridas de toros y Semana Santa, cinco puntos. Vivas al rey dos puntos. Criticar los matrimonios gays, manifestarse contra la educación por la ciudadanía, apoyar la familia tradicional, asistir a misa los domingos y declararse en pro de la educación privada, 20 puntos.
Sin embargo, más allá de esta mala caricatura, la propuesta del Partido Popular cuenta con un respaldo amplio de la población española. Sobre todo en los sectores populares y medios. Estos ven con recelo la llegada de tanto inmigrante y lo consideran un peligro. Además aflora el sentimiento xenófobo y racista en otra parte de la sociedad. Cuando se juntan estos ingredientes el discurso contra la inmigración cala profundamente y se convierte en un argumento para defender la identidad nacional. Los más afectados, trabajadores sin oficio, jornaleros, obreros de la construcción etcétera. Ellos ven al recién llegado como enemigo, como esquirol. Trabajan por menos dinero, contratos basura, cuando no ilegales.
El discurso político de la derecha ha metido en la cabeza de los españoles la falsa idea de ser, los inmigrantes, los responsables del colapso de la sanidad pública y culpables del déficit de la seguridad social. Es una realidad tenebrosa. Un sector importante se identifica con este discurso, votará al Partido Popular y, por tanto, apoya esta medida. Lo mismo ocurrió en Francia con Sarkozy.
En conclusión, estas políticas evidencian que la derecha no busca que los inmigrantes cumplan con la ley ni la integración, sino el sometimiento y la pérdida de identidad en favor de una dominación que va más allá de una lógica de conocimiento histórico de los valores y las costumbres de la sociedad en la cual trabajan, coadyuvan a su desarrollo y enriquecen cultural, económica y políticamente. Para la derecha siempre serán mano de obra barata de segunda clase.
* Marcos Roitman Rosenmann es sociólogo