En algunas cadenas de televisión proliferan -entre misa y misa- debates políticos descaradamente parciales, en los que tres de cada cuatro contertulios son cercanos ideológicamente o bien provienen del mismo partido cavernario que gobierna hace unos meses -parecen años- el Estado. Estos debates chocan de forma tan radical con la deontología periodística, que llegan a […]
En algunas cadenas de televisión proliferan -entre misa y misa- debates políticos descaradamente parciales, en los que tres de cada cuatro contertulios son cercanos ideológicamente o bien provienen del mismo partido cavernario que gobierna hace unos meses -parecen años- el Estado. Estos debates chocan de forma tan radical con la deontología periodística, que llegan a ser divertidos a la manera del esperpento, y he de confesar que la exaltación radicalizada de sus protagonistas puede plantarme frente a la caja tonta, atónita e incrédula ante la estupidez reinante. En uno de esos debates amañados participaba el otro día Cristina Tavío, la flamante vicesecretaria regional del Partido Popular, como siempre hinchada -cual pavo navideño- de sí misma.
Los temas eran en apariencia varios, pero el fondo siempre era el mismo: el Partido Popular, el baluarte de la austeridad ajena, salvaría a una España despojada por el despilfarro y la ineptitud de Zapatero, pero sucedía que aún no había transcurrido tiempo suficiente para que dieran espléndido fruto sus brillantes políticas reformistas, basadas únicamente -añado yo- en el recorte vil y en el retroceso de derechos ciudadanos. Tocaba, en consecuencia, atravesar un doloroso vía crucis engarzado de sacrificios hacia la salvación final, teniendo como estúpida recompensa el déficit cero. A veces imagino una rueda de prensa en la que unos dirigentes del Partido Popular ya ancianos siguen echando la culpa del deterioro económico a sus predecesores, y me pregunto por cuánto tiempo más les valdrá ese argumento: ¿uno, dos, tres años; dos legislaturas?
Pero lo mejor vino después. Cristina Tavío se sintió cómoda para continuar su apostolado neoliberal, introduciendo el calificativo «intervencionista», como gran pecado gubernamental de nuestro tiempo. Un intervencionismo que, sostenía, llevaba a destinar demasiados recursos económicos al sector público, cuando en realidad había que fomentar la iniciativa privada, y emprender el adelgazamiento urgente de la estructura pública, con todo lo que conlleva de pérdida de empleos y de deterioro de los servicios.
Probablemente a Cristina Tavío, cuando mencionó la idea de intervencionismo, le estaban viniendo a la cabeza -aunque no lo dijo- los 24.000 millones de euros de dinero público con los que el Gobierno español va a auxiliar a Bankia, grupo financiero privado mal-dirigido por el exconsejero de Economía y Hacienda del PP, y también expresidente del FMI, Rodrigo Rato. ¿O tal vez se refería la dirigente popular a las fluyentes dádivas monetarias que el Banco Central Europeo prácticamente dona a los bancos al 1% para que luego éstos se lo presten a los estados europeos al 5% sangrando sus economías de guerra, en una espiral absurda y diabólica ideada para trasvasar dinero público al sector privado?. ¿O no será que tal vez Cristina Tavío recordaba como ejemplo de intervencionismo los privilegios legales concedidos a los empresarios canarios, para que continúen sin abonar impuestos sobre el 90% de sus beneficios, mediante un instrumento fiscal llamado Reserva de Inversiones?; más de 20.000 millones de euros no se han ingresado en las arcas públicas desde su creación. ¿Será éste el intervencionismo público que ella criticaba?
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