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Inútiles y subversivos

Fuentes: Punto Final

Venido directamente de las catacumbas pinochetistas, el senador designado Carlos Larraín Peña desentierra el odio que la derecha mantiene siempre al alcance de la mano, y se despacha una definición que, si se mira bien, resulta interesante extrapolar a la luz de los últimos hechos. El representante del bestiario más anacrónico de la derecha nacional […]

Venido directamente de las catacumbas pinochetistas, el senador designado Carlos Larraín Peña desentierra el odio que la derecha mantiene siempre al alcance de la mano, y se despacha una definición que, si se mira bien, resulta interesante extrapolar a la luz de los últimos hechos.

El representante del bestiario más anacrónico de la derecha nacional propone no dejarse manipular por lo que llama «una manga de inútiles y subversivos». A continuación, protegido por el invisible pero efectivo manto de la impunidad en el que se cobijan los miembros del selecto grupo de los políticos del sistema, sigue su derrotero anacrónico como si nada.

Según el diccionario, las persona inútiles son aquellas que no sirven o de las cuales no se puede tener provecho alguno. Pocos ejemplos tan claros para esta definición de inutilidad como los políticos de los cuales el senador designado Carlos Larraín es un exponente de lujo. También resultan inútiles algunos ministros, si nos apegamos a la letra de la definición. Si el encargado de mantener el orden público no es capaz de su cometido, es un inútil. Más aún, si al ministro del Interior se le adjudica la conducción política de un gobierno que adolece de tal, es evidente estamos frente a un ministro inútil.

Inútiles serán los intentos de los partidos de la Concertación por desinflar las protestas que gozan de una salud envidiable, a pesar de la manipulación y desinformación de los medios de comunicación uniformados. Sin que se les mueva músculo alguno, Walker, Tohá, Gómez y Andrade cruzan, como romeros en ofrenda, los pórticos del poder, para hacer saber su disposición de recibir en el Congreso las propuestas para desactivar el conflicto, pero no para solucionar sus demandas.

En el rango de inútiles de primer corte se sitúan los ex presidentes de la Concertación que, unos más otros menos, hacen malabares para no salir tan mal parados de un estado de cosas de las cuales son coautores, cómplices y encubridores.

Los eternos políticos del sistema entrenados en el arte del chamullo y la movida, intentan repetir esa joya de operación tramposa que el año 2006 desactivó el movimiento estudiantil y creo la LGE, piedra angular de todo lo que hoy aborrecen los estudiantes y algunos trabajadores movilizados.

En el rubro seguridad pública, han demostrado una inutilidad abismante los infiltrados de la policía en las manifestaciones. Explicados como agentes especiales con la misión ultrasecreta de detectar a los agitadores y revoltosos que generan daños y desórdenes, desde que las movilizaciones comenzaron hace ya casi tres meses, la policía no ha sido capaz de mostrar un solo detenido por la gestión sofisticada de sus agentes encubiertos. Peor aún, algunos han sido descubiertos bajo sus disfraces mientras azuzaban a los más exaltados, en el vano intento por mimetizarse aún más entre sus objetivos y lograr la mejor toma digital.

El régimen está aprendiendo a vivir encerrado en sus inútiles oficinas, cuyas felpas y tapices los aíslan de la furia de la muchedumbre. Las noticias del extranjero avisan que Chile vuelve a estar en las páginas de los diarios por la irrupción rebelde de centenares de miles de jóvenes resueltos a hacer historia.

De bien poco o nada han servido la bravata aleve de las autoridades, las mariguancias espurias de los políticos del sistema, y la dejadez extraña de las inútiles centrales sindicales que no han dicho esta boca es mía.

Un sistema se revuelca maniatado por la fuerza de la realidad que se impone en las calles, sin permiso y a pesar de las amenazas de los cobardes de todos los tiempos. Algo huele bien en Chile, cruzado por el aroma que dejan a su paso las risas de los jóvenes estudiantes y su impertinente intransigencia fecunda. El régimen y todos sus adláteres, su política y su modelo económico afirmado en las deudas eternas de los perdedores de siempre, sus policías y ministros, sus oficinas secretas y sus agentes encubiertos, han demostrado ser unos inútiles, si se les mide desde el punto de vista de parámetros humanos de cierta decencia.

Los hermosos muchachos y muchachas de estas generaciones que muchos dicen desencantada, han logrado sacar de las casillas, por la sencilla vía de decir lo que piensan y obrar en consecuencia, y de manera simultánea hacen saber a quien quiera escuchar, que no están disponibles para aceptar el mundo que los inútiles les imponen por la fuerza. Y para decir las cosas con la fuerza de la verdad, se definen como subversivos, esos que no respetan un orden público que no los respeta a ellos y no respeta a nadie sin fortuna.

Subvertir significa destruir lo establecido, y ese verbo que en la boca de los mandamases y prepotentes suena a caos, en la acción magnífica de la juventud chilena se ve como una obligación que les impone la decencia, la honestidad, la certeza de ser herederos legítimos de las mejores tradiciones de lucha de los hombres y mujeres libres del mundo

Publicado en «Punto Final», edición Nº 740, 19 de agosto, 2011

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