Ayer pude ver Invierno en Badgdad, documental premiado recientemente en el festival de Málaga, dirigido por Javier Corcuera y producido por Elías Querejeta. «La película, ha explicado Corcuera, está dedicada a las víctimas de este crimen inmenso y a las personas que dijeron no a la guerra». Escasamente innovador estéticamente pero excelente argumentalmente, el trabajo […]
Ayer pude ver Invierno en Badgdad, documental premiado recientemente en el festival de Málaga, dirigido por Javier Corcuera y producido por Elías Querejeta. «La película, ha explicado Corcuera, está dedicada a las víctimas de este crimen inmenso y a las personas que dijeron no a la guerra».
Escasamente innovador estéticamente pero excelente argumentalmente, el trabajo de Corcuera y su gente es un acongojante testimonio de los niños, madres y algún padre que ha quedado en Irak tras la repugnante invasión norteamericana. Si de algo sirve este film, con el conflicto todavía latente, es que la memoria no se nos fosilice, como se intenta hacer a diario con la parcial o torticera información que recibimos.
¿Por qué en los informativos sólo vemos videos de gente secuestrada y que va a ser decapitada por supuestos grupos fanáticos o imágenes de ataques suicidas que se cobran decenas de víctimas casi a diario? ¿Por interés informativo? ¿Por audiencia? No… a alguien le interesa que veamos eso, trocitos de carne en vez de trocitos de vidas anónimas, de supervivientes. Niños currantes y luchadores, madres valientes y protectoras, padres marcados pero con el coraje suficiente para empujar, para seguir. ¡GENTE! Eso que no sale casi nunca en la pantallita del televisor.
Hace falta una ONG de la memoria, con la memoria se podría hacer más o lo mismo que con miles de tiritas. ¿Nadie se acuerda, como dice una norteamericana avergonzada en el documental, que Colin Powell enseñó en la ONU -que en paz descase- 29 pruebas de armas de destrucción masiva? ¿Nadie recuerda a Aznar asegurándonos a TODOS que las había en Irak? ¿Nadie recuerda que los supuestos atacantes a las Torres Gemelas eran saudíes y no terrorista venidos del país masacrado? ¿Y las torturas de Abu Ghraib? ¿Y la falsa heroína Kelly (Persona del año 2003 por la revista Time)?…
Entre los protagonistas del documental destacan Safiha, una maestra de escuela que ha perdido a sus dos hijas, a su nieto y a sus sobrinos, Mauy, una niña de 10 años a quien casi amputan el brazo derecho tras el impacto de una bomba estadounidense y Mustafà, un niño que no puede caminar por culpa de las bombas de racimo de los defensores de la democracia.
«¿Por qué estoy Ciengo, por qué no puedo caminar?», dice un crío en silla de ruedas. «Los americanos detienen y disparan a gente todos los días sin razón. ¿Esa es la democracia que decían traer?», dice un padre. En un plano demoledor, podemos ver camiones militares cargados de gente con bolsas de plástico en la cabeza camino a… quién sabe dónde. Un ex combatiente en Vietnam dice: «Los crímenes que estamos perpetrando aquí son incontables. Todos somos cómplices».
Los chavales retratados por el documental juegan en un una noria destrozada. Suena a hierro sin engrasar, a chatarra, como imagino sonará casi todo Bagdad a parte de a soniquete del rotor de helicópteros. Bagdad es una ciudad sin dignidad, otra más. De eso se trata, de eso debe ir la cosa de la «libertad».
Canallas llamo todos aquellos que en algún momento, de la forma que sea, tibia o segura (recordemos el escalofriante aplauso del Grupo Popular ante la aprobación en el Congreso de la entada en la guerra), hayan justificado este horror o aquel perpetrado antes, como anticipo, por Papá Bush: 200.000 muertos, muchos de ellos críos. En la guerra de Junior han caído más de 100.000 civiles inocentes.
Espero que, como el video de la FAES u otros panfletos y medios controlados por los think thanks, este trabajo tenga buena acogida. Nos jugamos que, al menos, se nos caiga la cara de vergüenza cada vez que veamos a Bono haciendo chistes idiotas con un tipo de la calaña de Donald Rumsfeld.