Un 0,2% de la población canaria controla el 40% de la riqueza producida en el Archipiélago. Menos de mil familias. Por eso el 16% de nuestra gente viven por debajo del umbral de la pobreza. O sea, unas trescientas veinte mil personas. A medida que crece la acumulación de capital en manos de unos pocos, […]
Un 0,2% de la población canaria controla el 40% de la riqueza producida en el Archipiélago. Menos de mil familias. Por eso el 16% de nuestra gente viven por debajo del umbral de la pobreza. O sea, unas trescientas veinte mil personas. A medida que crece la acumulación de capital en manos de unos pocos, se endurece la vida para los demás.
Mientras esa minoría acumula tanto dinero (es decir, tanto trabajo no pagado a los trabajadores canarios) que ya no saben ni qué hacer con él, Canarias tiene el triste récord de los salarios más bajos del Estado. De la jornada laboral más larga. El número real de parados, muy superior a las maquilladas cifras oficiales. El 95% de los contratos son temporales. Muchos quedan excluidos de una vida mínimamente digna. No se les ve. No salen en las fotos oficiales, ni en las postales turísticas. Ni siquiera pensamos en qué consiste su pobreza. Pero es fácil de entender.
Por ejemplo, tener cortado el teléfono por falta de pago. Verse obligado a racionar el agua y la luz que se gasta. Pasar por la caja de un supermercado y tener que dejar la mitad de la compra atrás, porque no alcanza. Ir por las calle con dos dientes de menos, porque lo del dentista es un lujo inalcanzable. Llegar a final de mes sólo con leche de la más barata y galletas como menú único. No poder comprar ropa nueva, por mucha falta que haga. Bañarse con agua fría y con lavavajillas del barato porque no hay para arreglar el termo ni para geles. Disponer de gasolina sólo para unos días a principio de mes. Tirar constantemente de la reducida pensión de la madre.
Si se tiene «suerte», tener que aceptar trabajos miserables en condiciones de auténtica esclavitud. Permitir que tus hijos pasen desconsuelos hasta en lo que comen. Y encima mantener el tipo y ocultarlo, porque nos han adoctrinado en la creencia de que ser pobre es una vergüenza. En cambio, ser un explotador es una cosa dignísima. Así nos va.