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It’s a free world

Fuentes: Estación Finlandia/Rebelión

Tras la aparición en pantalla del título de la película, It’s a free world…, Ken Loach fabrica una poderosa contra-imagen a base de varias secuencias de la vida cotidiana. Así, la frase «Es un mundo libre…» se contrapone, por ejemplo, con imágenes de trabajadores esperando el transporte público que los llevará, como cada día, a […]

Tras la aparición en pantalla del título de la película, It’s a free world…, Ken Loach fabrica una poderosa contra-imagen a base de varias secuencias de la vida cotidiana. Así, la frase «Es un mundo libre…» se contrapone, por ejemplo, con imágenes de trabajadores esperando el transporte público que los llevará, como cada día, a su puesto de trabajo. Dicha ruptura entre imagen y texto ilustra muy bien la disonancia existente entre el discurso que nos inunda en la sociedad capitalista y nuestra práctica cotidiana.

Libre es el mercado que hace a todos los trabajadores competidores a escala global. Libre es la competencia no falseada que propugna la Unión Europea y que prohíbe o desalienta la gestión pública de nuestros recursos. Libre debe ser la prestación de servicios por empresas de la UE según la Directiva sobre desplazamiento de trabajadores que sirve al Tribunal Europeo de Justicia de coartada para reducir drásticamente los derechos de los trabajadores (véanse [1] los casos Vaxholm, Viking y Rüffert). Como bien señalaba Marx [2]:

Señores, no os dejéis imponer por la palabra abstracta de libertad. ¿Libertad de quien? No se trata de la libertad de un simple individuo, en presencia de otro individuo. Se trata de la libertad del capital de aplastar al trabajador.

La democracia capitalista se presenta así misma como el mejor de los sistemas posibles. Para reproducir las relaciones sociales que le son necesarias, ésta nos somete a una dominación ideológica por muchos confundida con el fin de las ideologías. En España tenemos pruebas fehacientes de su eficacia. Así, desde la firma del Estatuto de los trabajadores en la tan laureada Transición Española las derrotas cosechadas por la clase trabajadora han sido innumerables (ver por ejemplo Papeles de la FIM, 26-27, La clase trabajadora, después del Estatuto de los Trabajadores y sus reformas.). Numerosas reformas que han ido acompañadas de una atomización de la clase trabajadora (expresamente buscada por la patronal) y de un fuerte retroceso de las rentas del trabajo frente a las rentas del capital. Parece que la llegada de la democracia no puso las cosas tan fáciles como pensábamos. Como decía Lenin [3]:

En el más democrático Estado burgués, las masas oprimidas tropiezan a cada paso con una contradicción flagrante entre la igualdad «formal», proclamada por la democracia de los capitalistas, y las mil limitaciones y tretas «reales» que convierten a los proletarios en «esclavos asalariados».

A pesar de que esto no es nada nuevo, existe un elemento novedoso en las democracias liberales que las hace a mi entender aún más temibles que aquellas que existían en los tiempos de la revolución bolchevique: la aceptación explícita del acto de sumisión. En palabras de Zizek [6] :

la ideología dominante se esfuerza por vendernos la mismísima inseguridad causada por el desmantelamiento del Estado del bienestar como la oportunidad de alcanzar nuevas libertades: ¿tiene usted que cambiar de trabajo todos los años, dependiendo de contratos de corta duración en lugar de un puesto estable y duradero? ¿Por qué no considerarlo como una liberación de las restricciones que supone un trabajo fijo, y como una oportunidad de reinventarse una y otra vez, para captar y comprender los potenciales ocultos de su personalidad?

Así, el sujeto liberal no sólo es víctima de la opresión a la que le somete el capital sino que además lo asume conscientemente, anulando la posible capacidad de respuesta de la clase trabajadora. Podemos ver un ejemplo de esto en la medicalización creciente de los problemas derivados de la explotación capitalista. Así, al comienzo de la crisis leíamos que [5] «el Gobierno del Reino Unido destinará 13 millones de libras (14,5 millones de euros) para pagar los servicios terapéuticos a los ciudadanos que sufran problemas psicológicos, como depresión o ansiedad, como consecuencia de la crisis económica», es decir, aquellos que no asuman con filosofía la pérdida de su empleo tienen un problema y deben ser tratados médicamente.

Por otro lado, en las democracias burguesas, el sujeto liberal posee a su disposición una libertad formal casi infinita que se ve contrarrestada por una libertad real totalmente nula. Por poner un ejemplo, cualquier norteamericano tiene la libertad formal de viajar a donde le venga en gana aunque sólo el 10% de ellos tenga pasaporte y la gran mayoría muera sin poner los pies fuera de su país. Son muy ilustrativos en este campo los experimentos realizados por el psicólogo social Jéan-Leon Beauvois [2] que

establecían la siguiente paradoja: si, después de conseguir que dos grupos de voluntarios accedieran a participar en un experimento, se les informa de que dicho experimento supondrá algo desagradable, contrario a su ética incluso, y si, en ese momento, se les recuerda al primer grupo que tiene la posibilidad de decir que no, y al otro no se le dice nada, en ambos grupos, el mismo porcentaje (muy elevado) aceptará seguir participando en el experimento. Lo que esto significa es que conceder la libertad de elección formal no marca diferencia alguna: aquellos a quienes se les da libertad escogen lo mismo que aquellos a quienes (implícitamente) se les niega [6].

Es imperativo pues, defender frente a esta falsa elección la libertad real como aquella que es capaz de transformar el marco en que nos movemos. Como resume Zizek [6],

la elección verdaderamente libre es aquella en la que no sólo escojo entre dos o más opciones dentro de un par de coordenadas dado, sino aquella en la que decido cambiar el propio conjunto de coordenadas. Así se explica los ataques de Lenin contra la libertad «formal»: no hay ninguna democracia «pura», siempre deberíamos preguntar a quién sirve la libertad, cuál es la función de dicha libertad en la lucha de clases. La libertad «formal» es la de elegir dentro de las coordenadas de las relaciones de poder existentes, mientras que la libertad «real» señala el espacio de una intervención que socava las coordenadas en sí.

[1] El dumping social en europa: los casos vaxholm, viking y rüffert y la futura
directiva bolkestein. Utopias / Nuestra Bandera, Número 216, 2008.

[2] Jean-Léon Beauvois. Tratado de la servidumbre liberal. La Oveja Roja, 2008.

[3] V. I. Lenin. Contra el revisionismo, la revolución proletaria y el renegado Kautsky.

[4] Carlos Marx. Extracto de un discurso pronunciado ante la Asociación democrática de Bruselas. 7 de Enero, 1848.

[5] Pascual Serrano begin_of_the_skype_highlighting end_of_the_skype_highlighting . Perlas del mes de marzo de 2009, www.pascualserrano.net.

[6] Slavoj Zizek. Prólogo al Tratado de la servidumbre liberal, de Jean-Léon Beauvois. La Oveja Roja, 2008

Fuente: http://estacionfinlandia.wordpress.com/2011/08/11/its-a-free-world/

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