Parece una tradición consolidada: después de cada elección todas las fuerzas políticas se declaran ganadoras y a las perdedoras hay que buscarlas con lupa. IU no escapa a esta tradición: elección tras elección entramos en melancólicos debates para elucidar si la botella está medio llena o medio vacía, al final, a casi nadie se engaña […]
Parece una tradición consolidada: después de cada elección todas las fuerzas políticas se declaran ganadoras y a las perdedoras hay que buscarlas con lupa. IU no escapa a esta tradición: elección tras elección entramos en melancólicos debates para elucidar si la botella está medio llena o medio vacía, al final, a casi nadie se engaña y la realidad emerge mas allá o más acá de las resoluciones de los órganos dirigentes de la coalición de izquierdas.
Para comenzar, la verdad: IU no se recupera electoralmente y continúa su lenta decadencia. Discutir si estamos ante un estancamiento a la baja o a la alta es más propio de la estupidez burocrática de tal o cual facción, que el producto veraz de un análisis cuidadoso de unos datos complejos y no siempre es fácil de valorar. Una cosa es necesario subrayar desde el principio: este es nuestro mejor formato electoral, el tipo de elección que permite minimizar las constricciones del bipartidismo y maximizar el esfuerzo político y organizativo de nuestra militancia. Dos lecciones: una positiva, el compromiso de nuestra militancia, que ha tenido, en muchos casos, que inventarse campañas y medios; otra negativa, el contexto político general no puede ser eludido en las batallas locales.
Una segunda consideración: la abstención y el voto en blanco se dan en un contexto de polarización política extrema. Sin duda hay una correlación entre una y otra. Para el PSOE el asunto es fácil: la «bronca» política busca la abstención y responde a una estrategia muy pensada del PP. Para otros, la polarización es artificiosa y sitúa una agenda de prioridades que poco o nada tienen que ver con las preocupaciones reales de la ciudadanía y, específicamente, de los trabajadores y las trabajadoras. Para muchos, una mezcla de ambas cosas: polarización artificial que aparta de la política a una parte importante de la base social y electoral de la izquierda.
Este asunto lleva a otro: parece verosímil afirmar que la tensión bipartidista se va a incrementar aún más en el próximo futuro. De hecho, esta ya ha estado muy presente en estas elecciones, especialmente en las capitales y en los núcleos de mayor población. Si nos atenemos a la opinión publicada, la percepción que existe es que el PP puede ganar las próximas elecciones. No parece exagerado conjeturar que el PSOE va a demandar, una vez más, el «voto útil» de toda la izquierda para vencer a la derecha, máxime cuando esta aparece con posibilidades de ganar. El estrecho sendero de la presión bipartidista puede reducir aún más el peso electoral y político de IU. Este es el problema real, lo demás, literatura, mejor dicho, mala literatura.
Este es el desafío: como asegurar en positivo, la viabilidad del proyecto político de IU en un contexto poco propicio. Hay diversas salidas, como siempre. La primera, no hacer nada, o casi nada, es decir, seguir en la pelea interna y reducir el asunto a la lucha por el poder de tal o cual fracción (más de lo mismo). La segunda, no tan diferente de la anterior, mirar al PSOE y «a ver que dan» y asegurarse un lugar en el sol de lo mediático electoral. Tercero, tomar nota de los problemas reales de IU e iniciar, aprovechando la tensión político electoral, el proceso de refundación y reconstrucción de la izquierda alternativa. Una cosa es clara: las otras alternativas ya se han ensayado y no han llevado demasiado lejos, basta mirarnos y, sobre todo, percibir como nos ven los demás. La apuesta, el riesgo calculado, es como se dice en el título, refundarse o desaparecer. Es bueno tener en cuenta, en este contexto, aquella observación de Max Weber cuando decía que «la política consiste en una dura y prolongada penetración a través de tenaces resistencias, para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura. Es completamente cierto, y así lo prueba la Historia, que en este mundo no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una o otra vez».
Hay que acertar en el diagnóstico. La crisis de IU es profunda: de proyecto, de estrategia y de organización. De proyecto: queda poca identidad y el militante, la afiliada, y los electores no saben demasiado bien qué somos hoy, que propuesta política-cultural defendemos y las viejas consignas poco dicen ya. De estrategia: no hemos sido capaces en estos años de construir un programa que singularice un modo específico de hacer y pensar la política y somos percibidos como socios preferentes (donde ha primado la opción por la gobernabilidad y en el acuerdo, independientemente de la correlación social de fuerzas) de un gobierno que no hace una política de izquierdas y que no tiene otro proyecto conocido que impedir que el PP llegue a La Moncloa. De organización: la dinámica que se ha ido imponiendo en los hechos es que cada federación busque una salida individual producto, entre otras cosas, de una dirección política débil, cuestionada y dividida. La militancia en la sociedad, más allá de los eventos electorales, es escasa y la implicación del afiliado es pequeña, abrumados por las transformaciones de la realidad político-social, hartos de las peleas internas y, lo que es más grave, sin mucha esperanza de que las cosas pueden realmente cambiar.
Como siempre, se nos dirá lo de siempre: pesimismo, análisis que desmoralizan a la gente y dañan nuestra imagen. Argumentación favorita: no hemos desaparecido y sobrevivimos. Está bien. El problema no es perpetuarse sin más, sino asegurar la viabilidad social, política y electoral del proyecto que IU defiende, desde una afirmación que es necesario repetir aquí y ahora: IU es necesaria, sigue representando realidad social y propuesta política. Si hay un déficit político real en este país es este: un déficit de izquierda social, un déficit de crítica y de programa alternativo a una realidad que concentra poder y riqueza en una plutocracia que fija límites a la democracia y que cuestiona sistemáticamente los derechos sociales tan duramente conquistados.
Una crisis tan profunda obliga también a pensar que las salidas no son fáciles y que requieren de mucha tenacidad y tiempo; para decirlo con mayor precisión: se necesita una estrategia compleja, un proceso más o menos dilatado en el que se pueda actuar sobre aquellos elementos más relevantes, jerarquizando las prioridades e impulsando dinámicas que hagan perceptibles los cambios.
La propuesta de refundación republicana, federal y socialista de IU tiene que ver con el necesario reforzamiento de la identidad y del proyecto de IU. Una fuerza política no es solo programa, es un imaginario, una idealidad que fomenta la implicación subjetiva de los afiliados y afiliadas y que les permite, por ejemplo, organizarse y luchar en contextos políticos poco propicios y ante eventualidades electorales caracterizadas `por la así llamada «inutilidad del voto». Si el objetivo principal es este: reforzar la militancia, ganar afiliados y afiliadas e insertarse activamente en la sociedad civil, lo fundamental es motivarlos e implicarlos. La propuesta de primarias para elegir el candidato o candidata a la Presidencia del Gobierno o a los posibles diputados, tiene mucho que ver con esta opción por la refundación como algo que viene no solo de arriba, sino fundamentalmente desde abajo, convirtiendo a los hombres y mujeres de IU en los verdaderos protagonistas de la recuperación del proyecto.
Aquí tampoco habría que engañarse. Como han demostrado las recientes elecciones, la opción real es: elección por las direcciones correspondientes (precedida y seguida de bronca pública dilatada en el tiempo) o participación de todos y cada una de las personas afiliadas a IU a través de deliberación y elección democrática.
La asamblea en dos fases serviría para esto: dar señales reales de cambio, unir desde la política y restablecer los vínculos con nuestra base electoral. La primera fase serviría para ratificar al candidato elegido y hablar de política, es decir, del programa electoral que sintetice para la opinión pública la propuesta que IU defiende. La segunda fase la haríamos después de las elecciones, con el objetivo explícito de continuar en la refundación republicana, aprobar el programa de IU y elegir la dirección. En medio, entre una y otra fase, un gobierno de coalición interna que asegure el máximo consenso y el aprovechamiento de todos los recursos políticos y morales que IU sigue teniendo, al servicio de una campaña electoral entendida como un esfuerzo sistemático para desarrollar nuestra organización, su vinculación con la sociedad y su coherencia interna
La refundación republicana, federal y socialista de IU depende de todos los hombres y mujeres que seguimos pensando que otro mundo es posible y que depende de nosotros, es decir, de cada Asamblea local, de cada organización (por muy pequeña que sea y por muy alejada que esté de los centros de poder internos). La refundación es demasiado importante para dejarla en manos exclusivamente de la dirección o de las direcciones. Para cambiar IU tenemos también que cambiar nosotros.
Manuel Monereo Pérez es miembro de la Presidencia Federal de Izquierda Unida