Todos los días encontramos infinidad de información, artículos y opiniones sobre las causas y posibles salidas a ésta profunda crisis económica, financiera, social y de valores en la que estamos inmersos. Sin embargo no es arriesgado decir, en lo que a números se refiere, que la inmensa mayoría de ellos, muy cercano al cien por […]
Todos los días encontramos infinidad de información, artículos y opiniones sobre las causas y posibles salidas a ésta profunda crisis económica, financiera, social y de valores en la que estamos inmersos. Sin embargo no es arriesgado decir, en lo que a números se refiere, que la inmensa mayoría de ellos, muy cercano al cien por cien, se sitúan en la senda de los defensores del neoliberalismo. Hay que buscar en medios alternativos, sobre todo en Internet valoraciones y argumentos distintos. En la prensa escrita, radio y televisión, un día sí y otro también, leemos, escuchamos y vemos el mismo mensaje: hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, gastamos más de lo que ingresamos, no podemos seguir así, es necesario apretarnos el cinturón ahora, para que en el futuro podamos mantener medianamente nuestro nivel de vida y de prestaciones, etc, etc, por lo cuál la solución, que ya la estamos viendo, consiste en renunciar a conquistas sociales y derechos duramente conseguidos, en rescatar bancos con dinero público las veces que haga falta, sin rescatar del paro a los millones de desempleados. Y todo esto debemos asumirlo, no ya con resignación, sino con naturalidad, porque se trata de una verdad absoluta, un dogma que no debemos ni podemos discutir. Este es el guión que está escrito. Debemos asumir con naturalidad que ésta democracia nuestra consiste en meter una papeleta en una urna cada cuatro años y poco más, pues da igual a quien votemos, porque las decisiones que afectarán a nuestro país y a nuestro futuro la tomarán personas y organismos a quienes no hemos votado. Debe quedar claro que no es posible salirse del guión establecido, que no podemos decidir sobre las cosas que nos afectan, que no podemos escribir nuestra propia historia. En definitiva, se trata de que los dogmas neoliberales entren en nuestro cerebro y formen parte de nosotros, y cuando esto ocurre estamos absolutamente perdidos.
En el acto final de campaña de las últimas generales en Badajoz, Julio Anguita decía con mucho acierto, que en las elecciones sólo nos permiten elegir a los capataces, pero no a los amos. Dicho de otro modo, podemos decidir quien es el pastor de las ovejas, pero no su dueño. Votemos a quien votemos, alguien por nosotros decide qué es lo correcto. El pasado mes de Junio, la organización de IU en Extremadura decidió democráticamente abstenerse en el pleno de investidura. Ilusos de nosotros, pensamos que aquello de la participación de las bases en la toma de decisiones era lo más justo y democrático. Pero nos saltamos el guión escrito de antemano, la verdad absoluta. El compañero coordinador general veía natural que la decisión se tomara en Madrid, sin tener en cuenta a la organización extremeña. El dogma neoliberal ya está insertado en el cerebro y se manifiesta con toda claridad.
No sirvieron de nada a la Federal los argumentos desde Extremadura: los 28 años de nepotismo y clientelismo de un partido de izquierdas, la voluntad de los extremeños manifestada en las urnas, el respeto a las bases de IU. No hubo manera. Y se desató una guerra cruel con todos sus ingredientes: se utilizó la amenaza, quintacolumnas, mentiras y desestabilización interna que continúa a fecha de hoy. Y todo porque los militantes extremeños no nos conformamos con ser simples actores secundarios del espectáculo sino que queremos decidir sobre lo que nos afecta, escribir nuestra propia historia. Queremos ser dueños de nuestras decisiones. Queremos ser libres para acertar o equivocarnos en nuestras actuaciones. Q ueremos ser respetados, y si no nos apoyan desde Madrid, pues simplemente, que nos dejen en paz.
Afortunadamente y para quien no lo sepa, el coordinador regional no es nuestro capataz, ni él pretende serlo, tampoco es un pastor de ovejas, porque nosotros no somos un rebaño, lo único que pasa es que nos tomamos muy en serio esto de la democracia.
Es evidente que la decisión sobre el voto en el pleno de investidura no es un capítulo cerrado. Nuestro camarada coordinador general nos lo recuerda constantemente. Estamos en contradicción permanente y debemos rectificar aquel error. La cuestión es: como se cambia la opinión del 80% de los militantes. Desde Madrid saben lo difícil que esto resulta, así que, como si de un equipo de fútbol se tratara, es más fácil echar al entrenador y el cuerpo técnico que a todos los jugadores. Y si encima cuentas con un grupo de dinamiteros que trabajan desde el interior, pues mejor.
Al día siguiente de celebrarse las elecciones autonómicas andaluzas, un portavoz del grupo disidente minoritario, autodenominado curiosamente La Mayoría exigía la presentación de una moción de censura en la Asamblea de Extremadura. Todo un alarde de oportunismo e ignorancia, pues deberían saber que nuestro grupo no puede presentar dicha moción, como tampoco podía votarse a si mismo en el pleno de investidura o que nos quedamos sin representación, por unas décimas, en las anteriores elecciones, con Víctor Casco como coordinador, debido a un rosario de leyes aprobadas por el PSOE que ha gobernado nuestra región durante 28 años y al que este grupo minoritario pretende devolverle el poder con el manido argumento de que vamos a desalojar a la derecha del poder para que gobierne la izquierda, con lo cual dejan bien sentado que durante 28 años aquí en Extremadura ha gobernado la izquierda. Algo muy discutible sin duda.
La situación política en Andalucía tras las elecciones autonómicas es parecida a la de Extremadura. Sin embargo desde aquí no vamos a dar lecciones ni consejos a nadie. La decisión soberana de la organización andaluza de IU, sea cual sea, será absolutamente respetada y aplaudida desde Extremadura. Tendrán el mismo respeto que nos hubiera gustado recibir desde Madrid hace casi un año. No podría ser de otra manera, lo contrario hubiera sido caer en la tan cacareada contradicción permanente.
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