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Izquierda alternativa: ¿hay alguien ahí?

Fuentes: Sin Permiso

Todos los días, la gente sigue señales que apuntan a algún sitio que no es su hogar, sino un destino al que decidió ir. (…) Al llegar, terminan por darse cuenta que no están en el sitio indicado por las señales que siguieron.- John Berger Los resultados de la Izquierda Arcoiris en Italia junto a […]

Todos los días, la gente sigue señales que apuntan a algún sitio que no es su hogar, sino un destino al que decidió ir. (…) Al llegar, terminan por darse cuenta que no están en el sitio indicado por las señales que siguieron.- John Berger

Los resultados de la Izquierda Arcoiris en Italia junto a los cosechados por IU en España dan muestra del empequeñecimiento del espacio electoral a la izquierda de la socialdemocracia en Europa y de las negras perspectivas que, aparentemente, parecieran tener estas opciones para un próximo futuro. Si es por abundar podríamos incorporar aquí la debacle histórica del Partido Comunista Francés o la irrelevancia de este tipo de formaciones en casi todos los países europeos.

No obstante, otras experiencias advierten contra la tendencia a sacar conclusiones precipitadas y cuya generalización, por más de elegante, pudiera ser rotundamente falsa. En Holanda, Alemania, Grecia o Portugal la izquierda no socialdemócrata mantiene o ha mejorado posiciones y parecería así cuestionar la tesis principal: la izquierda alternativa está desapareciendo en toda Europa. Podría adicionalmente añadirse a la lista anterior Chipre o la República Checa, pero en un caso por razones históricas y en otro por razones de contexto no tiene mucho sentido su inclusión.

Pero bien mirado habría que consentir en que las experiencias antes referidas más que marcar un camino de recuperación parecen ubicarse en el espacio de la resistencia. Y en ninguno de los casos parecen ofrecerse como alternativas de poder ni a corto ni a medio plazo (a largo plazo todos calvos). Dicho en términos más clásicos: el fin de las expectativas de cambio sistémico radical han acabado con las posibilidades de los partidos de la izquierda no socialdemócrata como alternativas de poder. Todo lo más estos partidos parecen entregados a la ingente tarea de reinventarse permanentemente en busca de un espacio político en vías de agotamiento.

Las razones de este desfondamiento de los partidos tradicionalmente revolucionarios tiene que ver con la conjunción de varios cambios iniciados en la época del welfare state y rematados por las consecuencias sociales y políticas de los procesos de globalización en curso.

La lógica económica y las consecuencias sociales y culturales de los estados sociales y democráticos de derecho quebró la perspectiva de cambio sistémico entre otras razones, porque la mejora del bienestar en Europa y los procesos de movilidad social ascendente alejaron a una parte sustancial de la base social de estos partidos de sus referentes políticos.

El sistema político y de representación cambió -del partido «atrapalotodo» a los procesos de cartelización- y los intentos de algunas de estas organizaciones (el eurocomunismo entre otras) por adaptarse a los nuevos tiempos se saldaron con meritorios fracasos. La prueba del nueve de que la evolución del sistema político iba en la dirección de constreñir este espacio se reconoce en el hecho de que todos los intentos de ruptura con estos empeños de adaptación realizados desde «la izquierda» han terminado en el extraparlamentarismo sin excepción.

Y sin embargo…

La permanencia de estas opciones se hizo, en primer lugar, sobre la base de reconstruir su naturaleza y ampliar su espacio de representación. En este punto el legado cultural y organizativo de mayo del 68 abrió nuevas expectativas y posibilidades. Bien es cierto que, inicialmente, las fuerzas tradicionalmente comunistas reaccionaron con estupor y perplejidad a la irrupción de nuevos actores y nuevas agendas, pero en su seno se fue construyendo un argumentario y unas prácticas que permitieron, en última instancia, la integración organizativa y política provenientes de esas experiencias.

Y en segundo lugar, en su capacidad de representar el descontento desde «lo alternativo». Esto es, sus incrementos o descensos eran directamente proporcionales a la percepción del electorado de izquierda de la acción de gobierno/oposición del partido socialdemócrata/reformista de referencia. Esto es importante porque dice de una relación perversa pero constatable entre los partidos reformistas/socialdemócratas y los partidos revolucionarios o altersistémicos: hay vasos comunicantes sociales y electorales que interactúan en función de las coyunturas políticas, sistemas electorales etc…

No por nada, los mejores momentos de Izquierda Unida en España se corresponden con los momentos del agotamiento del proyecto modernizador liderado por Felipe González. Los mejores resultados de IU se corresponden con la crisis terminal de un modo de gobierno que había modernizado radicalmente el país, pero había dado lugar a los GAL o a la cutre corrupción o a la moral del «enriqueceos», tan paradójica para sectores de la izquierda (no solo de la ilustrada). Y no solo eso, en términos de representación IU aparece como una organización de nuevo tipo, con nuevos perfiles sociales y culturales. Es la opción preferida, por ejemplo, de sectores urbanos, de elevada cualificación, niveles medios/altos de renta y público fundamentalmente joven. Es decir, un electorado nuevo y dinámico para una opción política donde dominaba el intento de novedad sobre las hipotecas del pasado. Pero también un público exigente que guardaría lealtad electoral a la nueva formación solo en el supuesto de que esta satisficiese sus expectativas complejas.

El mundo reconstruido

Los procesos de globalización han «reconstruido el mundo» en sentido material, pero también han modificado sustancialmente el escenario de oportunidades político. En buena medida han agudizado, en el plano de la representación política, tendencias ya manifiestas en el anterior modelo.

Para lo que nos importa quiero destacar tres de ellas. En primer lugar, una modificación sustancial de la estratificación social vinculada a la crisis del estado del bienestar y al nuevo modelo de acumulación capitalista. Los procesos de liberalización, flexibilización, precarización y multiculturalización de los trabajadores han creado un nuevo espacio social que, sin embargo, no han dado lugar a una nueva conciencia emancipatoria en condiciones de ser representada por estas organizaciones. Más bien la fragmentación salarial y productiva se ha acompañado de una fragmentación cultural y de conciencia. Películas como Recursos humanos cuentan bien esa ruptura de las tradiciones sindicales clásicas y el alejamiento de los jóvenes de los modelos tradicionales de reivindicación y representación.

La consecuencia mayor de este proceso es que se ha subvalorado por las tradiciones que representaban a la izquierda alternativa, el hecho de que el nuevo mapa de conflictos emergente, requería de nuevos modos de articulación y representación. Responder a los nuevos desafíos con los viejos moldes (identitarios, entre otros) ha precipitado la marginalización de este espacio, que se ha encontrado incómodo en casi todos los nichos electorales que, más inconsciente que racionalmente, iba ocupando.

En segundo lugar, los cambios tectónicos producidos por los procesos de globalización no encontraron buenas respuestas en esta parte de la izquierda, tampoco en la izquierda socialdemócrata, por cierto. En este punto, conviene estudiar con detenimiento el modo en el que las fuerzas políticas conservadoras a través de la propuesta neoliberal en primera instancia (una propuesta de ruptura radical con el consenso socialdemócrata), y del programa neoconservador después (una nueva agenda y un nuevo consenso) han hegemonizado la explicación del nuevo mundo. Su capacidad ha consistido en construir un marco de referencia cultural-político que ha hecho inteligible para las mayorías -en clave conservadora- los nuevos problemas y los nuevos desafíos.

Conviene recordar que la resistencia cultural y política de los partidos reformistas tradicionales ha sido más bien escasa y, de hecho, ha contribuido a la extensión de un ideario que, a la postre, se vuelve contra sus propios intereses políticos. La impugnación del modelo vino desde una combinación de lo social y lo extrapolítico: el movimiento alterglobalizador. Su éxito mayor fue abrir una grieta en la, aparentemente, amurallada lógica explicativa del modelo y crear un instrumento político y social que podría haber sido una plataforma de reconstrucción programática de la izquierda social y política alternativa. Pero a fecha de hoy el Foro Social Mundial está en proceso de desaparición y la acción colectiva del movimiento ha, prácticamente, desaparecido.

Este punto quiere advertir contra la opinión de aquellos que creen que un empeoramiento del ciclo económico más una estrategia de resistencia conseguirá reposicionar a la izquierda alternativa y recuperar espacios electorales. Todos los automatismos en la representación vinculados a otro tiempo han saltado por los aires. Precisamente, los efectos más reseñables de estos nuevos tiempos son la despolitización de lo social, la individualización de los conflictos y la banalización del espacio público, justo aquello que «siega la hierba bajo los pies» no solo de las opciones transformadoras sino de todas aquellas que beben de la más amplia (y compleja) tradición republicana.

Por último, estos procesos siguen interpretándose de acuerdo a claves estatal-nacionales. Es decir, la mirada que permite comprender el alcance y las consecuencias de estos cambios está contextualizada no en un espacio global sino en el nacional. Siendo así, las agendas propias son las que tramitan estos conflictos. En el caso español, podríamos destacar al menos dos factores: en primer lugar, los efectos acumulados del sistema electoral y su irresistible tendencia al bipartidismo junto a la configuración de sistemas políticos autonómicos. Esto implica en lo que hace al caso español una ampliación de las zonas blancas de voto descendente a IU desde el año 2000. El comienzo de la polarización fue también el comienzo del trasvase de votos regular y sistemático de IU al PSOE. La consolidación estratégica del voto útil quiere decir que haga lo que haga IU y mientras no haya una percepción negativa o descenso electoral del PSOE, un castigo previo al momento del voto por mor de este perverso mecanismo del voto útil. Subvalorar esto es un pecado de lesa ignorancia con lamentables consecuencias políticas. Fíjense que no hablamos de las consecuencias posteriores al momento del recuento, esto es de la ausencia de proporcionalidad y el castigo brutal en términos de representación para una fuerza como IU.

En segundo lugar, la incomprensible estrategia de las dos orillas por parte de IU le enajenó una buena parte de las simpatías conseguidas por IU con tanto esfuerzo y es el comienzo de su espectacular caída. Es difícil imaginar el daño producido con una propuesta que en primer lugar, ignoraba que lo sustancial de su legitimidad y de su utilidad como fuerza política descansaba en estar posicionado en el eje izquierda-derecha, claramente en la izquierda. En segundo lugar, porque despreciaba a los votantes provenientes de las filas socialistas que habían, coyunturalmente, apoyado las siglas de Izquierda Unida para enviar un mensaje de corrección «por la izquierda» al partido socialista. Y en tercer lugar, ignoraba su propia condición de partido de nuevo tipo que se constituía como referente de nuevas contradicciones y con nuevos sujetos sociales y políticos en el centro de su proyecto. Con la estrategia de las dos orillas, IU renunció a su vocación de «alternativa» y de proyecto autonomizado respecto al PSOE y el peso negativo de esa herencia ha condicionado la realidad de la posición política de IU desde el año 2000.

Estos argumentos, de ser verosímiles, darían cuenta de las dificultades de este tipo de izquierda en el actual contexto, pero no deben leerse como un acta de defunción por razones «estructurales». La idea sería defender que las posibilidades de rearticulación en este espacio pasan por el reconocimiento del mundo en que vivimos y por la interiorización de los profundos cambios sociales y políticos que lo han conmovido.

En segundo lugar, las viejas identidades pueden seguir jugando un importante papel en la creación y mantenimiento de «comunidades de resistencia» pero ya no son funcionales como instrumentos de cambio. Han perdido su vitalidad emancipadora no por la voluntad de los actores que las siguen tomando como referencia sino por el hecho de que el contexto que las hacia inteligibles primero y útiles después, simplemente ya no existe y no es previsible que vuelva.

Para buscar una salida: construir una figura con cuatro lados

El desafío es una figura con cuatro lados: uno de ellos estaría constituido por los elementos culturales (la lucha por la hegemonía) que deben expresarse en construir un nuevo modo de mirar, organizar un nuevo sentido común que permita una explicación alternativa a la conservadora sobre los nuevos conflictos. Esto quiere decir volver a colocar la lucha por la hegemonía en primer lugar, no de una manera abstracta, pero no conseguiremos mejorar nuestra situación solo desde «la política». Es imprescindible una articulación con «lo político», recuperar la voluntad de explicar el mundo para transformarlo. Esto tiene implicaciones políticas y organizativas importantes. Entre otras aplicarse a convertir en energía de cambio el inmenso caudal de pensamiento crítico individualizado y disperso que existe en nuestro país. Conviene dejar claro, aquí, que esto tiene poco que ver con recuperar, sin más, viejos conceptos y viejos símbolos: hay que renombrar la emancipación y hacerla visible con nuevos ropajes. Hay que construir una nueva expresividad para nuevas identidades emancipatorias. Tampoco es lo más importante apellidar ahora a la organización buscando adjetivos sonoros y aparentemente antisistémicos. Ganar credibilidad, respeto político y capacidad de propuesta en las actuales condiciones depende menos de los nombres de la cosa que de la capacidad de ésta de responder a las expectativas.

Un segundo lado lo formaría el esfuerzo por construir un nuevo molde organizativo. Hay que aprender de la experiencia: cada cambio en el discurso debe acompañarse por un cambio en el modelo de organización, no solo en la dirección política que pretende acompañar los nuevos momentos. Hay que adaptarse a un mundo en red y con una sobresaturación de información importante. Un mundo, además, bastante alejado de la ética y la estética del sacrificio tan propio de otras condiciones. La organización tiene que hacer posible la máxima eficacia práctica (es decir, política), con la creación de comunidad. No es posible hoy (tampoco lo fue ayer) ningún grado de compromiso sin la creación de recursos y prácticas que nos permitan pensarnos en términos de un «nosotros/as» que justifique los eventuales costes de la acción colectiva. Nadie se involucra en una organización sólo por un hecho racional. Hay elementos emocionales sin los cuales no es comprensible la vida asociativa. Así es que preocuparse por pensar en cómo organizarla vida común de manera que esta sea amable, integradora etc… es indispensable para llevar a buen puerto los objetivos de la izquierda transformadora.

Al tercer lado le correspondería reinventar nuevos modos de politización de los conflictos y una nueva relación entre lo social y lo político. La clave es entender que hay que reconstruir una nueva relación entre los conflictos sociales y su representación política. Ya no hay automatismos. En los debates televisados de las últimas elecciones Mariano Rajoy, el líder del PP, se presentó como el portavoz de los sectores populares afectados por las subidas de precios y la carestía de la vida. También de los sectores medios golpeados por la subida de las hipotecas y unas inciertas expectativas económicas. Lo más relevante es que la «representación» resultaba creíble. Es decir, no había ninguna razón para desmerecer el intento de apropiación electoral del PP de sectores que en otras condiciones hubieran mirado con más convicción a su izquierda.

Repolitizar lo social es insertarse en los nuevos conflictos, ofrecer recursos y alternativas. Significa combinar la acción reivindicativa con ese nuevo sentido común que reclamamos. Significa también entender que este capitalismo voraz depredador ha generado nuevos espacios de conflicto, nuevas fracturas, nuevas espacios de confrontación que precisan una explicación, una propuesta de acción y una representación política. Lo importante aquí es recordar que ya no hay «representación natural» de los conflictos. En el espacio de lo social globalizado se han borrado los ejes izquierda-derecha y debemos aplicarnos a la tarea de construir nuevos puentes para nuevos tiempos.

El último lado debería construirse sobre la idea de un nuevo modelo de liderazgo en condiciones de poder expresar esta vocación de cambio y de alternativa. En primer lugar, que a la izquierda alternativa la representen gentes que tengan algo que ver con su base social y electoral. En segundo lugar, liderazgos en condiciones de llevar adelante con resolución las tareas que estas nuevas circunstancias exigen. En tercer lugar, liderazgos que sepan que, en las actuales circunstancias, la salida está en una mirada hacia fuera.

La mala noticia para la izquierda alternativa es que su situación no invita al optimismo. La buena noticia es que no tiene nada que perder para reinventarse.

Pedro Chaves Giraldo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid.