Las gentes de izquierdas tenemos en estos momentos la enorme responsabilidad de ofrecer una alternativa a la España del paro y la corrupción. Millones de parados y sus familias miran a las fuerzas políticas como a meras máquinas de poder y enriquecimiento ilícito. El escándalo de las estafas, prevaricaciones, transfuguismos y pelotazos, mientras la economía […]
Las gentes de izquierdas tenemos en estos momentos la enorme responsabilidad de ofrecer una alternativa a la España del paro y la corrupción. Millones de parados y sus familias miran a las fuerzas políticas como a meras máquinas de poder y enriquecimiento ilícito. El escándalo de las estafas, prevaricaciones, transfuguismos y pelotazos, mientras la economía se hunde, tiene un efecto sociológico: Una inmensa e inquieta ciudadanía, que cada vez encuentra más difícil llegar a fin de mes, percibe a los gobiernos y a los partidos como parte del problema y no de la solución.
La esfera de lo público. La cosa pública, la re-publica, aparece cada vez más como espacio de latrocinio y corrupción. Quienes creían en la política se encuentran decepcionados, mientras que los jóvenes no quieren verse asociados con semejante palabra. Se refuerza así el individualismo más feroz. Este individualismo es, a su vez, la mejor arma con que cuenta la derecha, los ricos de toda la vida, para mantener aislados y sometidos a quienes dependemos de un salario para desarrollar nuestra vida. Cada vez que un joven dice o piensa que «la política es para robar», se incrementa la cuenta de beneficios de un banquero.
Necesitamos un nuevo programa de La Izquierda. Es hora ya de superar el síndrome de la caída del muro, símbolo de aquel modelo de socialismo inhumano que fue incapaz de conciliar igualdad y libertad. Quienes no tuvimos edad para aceptarlo en su momento, lo contemplamos como lo que es: un intento fallido. Un fracaso cuya magnitud no es comparable al espectacular reguero de hambre, destrucción ambiental, injusticia, explotación y guerra que genera el capitalismo real. Necesitamos construir la nueva propuesta de La Izquierda. Un nuevo orden que ponga en el centro las necesidades reales de las personas, en igualdad efectiva de derechos y garantizando tanto la libertad como la justicia social. Necesitamos una sociedad de hombres y mujeres iguales que no se vean abocados a la destrucción de su calidad ambiental y de vida para comprar una falsa calidad a través del consumo. Un nuevo contrato que incluya plena democracia política y económica como condiciones de partida para el efectivo ejercicio de los Derechos Humanos.
Necesitamos también un nuevo modelo de político, de representante público. Un sector importante de la ciudadanía, de los votantes, de los trabajadores, no soporta ya más a esos hombres y mujeres que se encaraman a la estructura de un partido para satisfacer sus aspiraciones económicas o su ego. No es sólo la corrupción. Mucha gente de izquierda está asqueada de recurrentes escisiones que, miradas con lupa, esconden intereses personales de quienes las promueven. A veces corrompe el dinero; a veces el afán de protagonismo. La Refundación de La Izquierda exige la búsqueda de otras formas de hacer política que no pasen por aferrarse una década a los cargos públicos y después resistir contra viento y marea los procesos de renovación (a veces hasta inventando un partido nuevo), cuando las bases deciden democráticamente que ya toca.
La izquierda política y social tiene que reaccionar a ambas realidades a la vez: si no es capaz de ofrecer una salida al empobrecimiento galopante de los trabajadores españoles, el triunfo del conservadurismo, con su secuela de desigualdad, violencia estructural, explotación y deterioro de la libertad, puede durar una generación. Por otra parte, para elaborar y articular esa reacción, necesita que las personas críticas, los otrora activistas de izquierdas, los y las sindicalistas y la juventud desencantada se organicen en torno a una convocatoria política.
La tarea es inmensa, pero hay que comenzarla. La convocatoria que ha lanzado Izquierda Unida para refundar la izquierda en España, pretende, con las fuerzas que IU tiene, provocar ese proceso de regeneración en lo ideológico, creando un nuevo programa de La Izquierda. Pero también es un llamamiento a la regeneración democrática y a la rebeldía ética. En especial de la ética que debe revestir la acción pública de todos aquellos que se atreven a dirigirse a sus conciudadanos pidiéndoles su voto, su apoyo, su confianza. En el camino podrán cambiarse estructuras, métodos, nombres y dirigentes. Lo importante es la meta.
Desde la ética y la rebeldía, La Izquierda debe refundarse, no dividirse.
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