Estuvimos el sábado pasado en la concentración contra el capitalismo convocada en la plaza de España de Mérida y éramos el G-20, porque por ahí andaba la cifra de asistencia. Un par de pancartas eran lo único que nos diferenciaba de cualquier grupillo de amigos que han quedado a tomar unas cañas… Y eso hicimos, […]
Estuvimos el sábado pasado en la concentración contra el capitalismo convocada en la plaza de España de Mérida y éramos el G-20, porque por ahí andaba la cifra de asistencia. Un par de pancartas eran lo único que nos diferenciaba de cualquier grupillo de amigos que han quedado a tomar unas cañas… Y eso hicimos, nos sentamos en una terraza a beber algo, un colacao caliente, y conversar. Aquello se nos convirtió en una breve asamblea improvisada de la que salió una lista de correo ante la voz insistente de un compañero muy optimista que decía que todo empieza siendo muy pequeñito y había que convertir la unión de los que estábamos allí en el comienzo del fin del capitalismo. Mi buena amiga Paca, con su maravillosa franqueza, expresó que le parecía muy bien, pero que ya llevamos muchos comienzos…
A pesar de la sorprendente cobertura del diario Público, las concentraciones convocadas en toda España a base de emilios han sido reuniones nimias, frustrantes, aisladas entre sí, de cortísima participación, ridículas ante la monstruosidad del enemigo. Son el resultado de la desarticulación máxima de la organización ciudadana, del naufragio de la izquierda en el país. A pesar de lo duramente que está azotando la crisis a la precaria clase obrera española, sólo nos hemos juntado cuatro gatos para gritar lo de que la crisis la paguen ellos.
Al mismo tiempo que fracasaba la pretendida espontaneidad de los correos electrónicos y se llenaban la barriga de alta cocina los veintipico cabecillas políticos del sistema de saqueo global en EEUU, Izquierda Unida celebraba su IX asamblea federal. Con una atención mediática extraordinaria, curiosamente sesgada para favorecer en todos lados a la derecha de la organización, el cónclave no ha decidido lo que al parecer era lo más importante, a saber, el liderazgo. Vaya, de los tiempos ilusionantes de la búsqueda del sorpasso, cuando el PSOE se ahogaba en su propia caca, sólo quedan con un papel predominante los viejos chupópteros de la organización, los especialistas en reventar el trabajo de base y ganar las asambleas con la urdimbre mafiosa de las redes clientelares de la miseria laboral. Por cuatro puestos de trabajo mal contados, un ejército de brazos de madera ha plantado una infranqueable resistencia ante la idea de que la izquierda, por fin, recupere una organización capaz de, valga la redundancia, organizar algo más que sus asambleas y las cagadas electorales. IU está al borde de la desaparición parlamentaria, pero más preocupante aún es la desaparición física de su patrimonio -y el del PCE, ese avalista perpetuo- y de su presencia social. Muchas de sus bases más combativas hace tiempo que dejaron un movimiento político y social que parecía concebido ante todo para echar el freno con tanta conspiración y tanta calculadora. Lo que nació para tratar de aglutinar los movimientos sociales y llevarlos a la política, en una acción concertada de transformación social en muchos frentes, tras dos décadas de batalla campal interna entre los satélites del PSOE aferrados a sus privilegios institucionales y los izquierdistas carbonizados, es un completo fracaso social y electoral… de tal modo que la única organización posible, a día de hoy, para una izquierda unida en todo el estado está neutralizada, parasitada, enferma.
Al senador desnudito (que es lo que nuet significa en catalán) le ha pasado como en el cuento del traje nuevo del emperador, se le ha visto el pelo cuando ha declarado sin sonrojarse que lo que hace falta es más pragmatismo y menos ideología. No hay que hacerse muchas preguntas, tener principios es una rémora de dogmáticos cuando hay que negociar sillones en los consejos de administración de las cajas de ahorros o en ayuntamientos, instituciones regionales, el senado o lo que sea. Con una mayoría abrumadora de delegados (y con el voto en contra de Julio Anguita) se ha aprobado un documento político blando y autocomplaciente, que no critica la horrorosa gestión del llamazarismo derechista y pro PSOE que ha estado a punto de dar la puntilla a IU. Y es que en el PCE también hay demasiados individuos que viven del tinglado con su escandalosa mediocridad intelectual y que conspiran desde la defensa a ultranza de un puesto de trabajo que para ellos es la diferencia entre el hambre y la posición social asentada y hasta obesa. ¿Cómo puede ser que una asamblea que dice que va a refundar IU no haga una crítica profunda de lo que la ha conducido al fracaso total, no revise los mecanismos internos ni planee ningún cambio sustancial en su modo de ser y gobernarse?
Desesperanzados, los fracasados de Mérida bromeábamos imaginándonos a Ángel Pérez -el jefe en la sombra de una de las tendencias importantes de la derecha de IU- de vuelta a trabajar en el Metro de Madrid. «No lo verán tus ojos», me dijo Manuel Cañada, ex coordinador de IU Extremadura que, por hartazgo y dignidad, se fue del parlamento regional y del puesto de liberado, derechito al paro. «Pero imagínatelo… como pase, brindamos con champán», le contesté. Revivo lo que significaba enfrentarse a individuos como ese en la organización de Madrid: en periodo de asamblea, aparecían por las agrupaciones afiliados (que no militantes) que decidían las votaciones sin haber participado ni en una sola reunión o acción política. Aún recuerdo, como en una pesadilla, la potente voz de uno de los hermanos Cabo (haciendo honor a su apellido, como guardaespaldas del padrino) llamándome «provocador» a voz en grito por denunciar públicamente que un montón de delegados de la asamblea se salían del debate, no escuchaban nuestros argumentos, y volvían sólo a votar en contra de cualquier cosa que propusiéramos.
La izquierda española, en estos tiempos que debieran ser propicios por la crisis del capitalismo, está en un terrible callejón sin salida. La organización histórica no es una organización, es una guerra de trincheras que inutiliza a los militantes que se meten en ella mientras alimenta a los generales, capitanes y sargentos chusqueros de los bandos, sobre todo los que no hace tanto tiempo te miraban muy mal si decías ser comunista. Y no se ve el modo de crear algo nuevo que funcione. Todos los intentos, hasta el momento, han sido abortos.
¿Por dónde seguir? ¿Puede que el Partido Comunista de España tenga que servir como vehículo de transformación, a pesar de todo? Quizás tenga razón el compañero optimista de Mérida, puede que haga falta crear un nuevo frente de izquierda, avalado por los intelectuales en los que aún confiamos casi todos, al que se pueda incorporar la gente (y las organizaciones) con ganas de unirse para luchar sin perderse en la grilla. A partir de un manifiesto que sea capaz de llamar a las cosas por su nombre, una invitación a constituir asambleas de base, células o lo que sea, en todo el territorio y… a empezar de nuevo.