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Izquierda Unida en movimiento

Fuentes: Rebelión

Hablar al inicio de 2005 de Izquierda Unida, a nivel estatal, por federaciones o localmente, es hablar de una «organización» más que de un movimiento y más política que social, que vive sus peores momentos electorales, mediáticos, e internos. Todos sabemos que el futuro pasa por un esfuerzo plural y común en deshacer creativamente esa […]

Hablar al inicio de 2005 de Izquierda Unida, a nivel estatal, por federaciones o localmente, es hablar de una «organización» más que de un movimiento y más política que social, que vive sus peores momentos electorales, mediáticos, e internos. Todos sabemos que el futuro pasa por un esfuerzo plural y común en deshacer creativamente esa estructura de partido clásico en la que nos estamos convirtiendo, relanzando lo que de movimiento y social tiene nuestro proyecto. Este reto, no sólo es necesario en cada uno de los distintos órganos, personas y áreas de decisión de Izquierda Unida, sino que se espera, como «agua de mayo», para reconducir un panorama sociopolítico neoliberal de órdago en los tiempos que se avecinan.

Deberíamos tener suficiente experiencia para saber diferenciar un proyecto político en sus dimensiones ideológicas, estratégicas, programáticas y coyunturales de lo que es la vital y necesaria labor de organizaciones no gubernamentales y movimientos altermundialistas; pero eso no es incompatible con un planteamiento que inspire a estos colectivos y foros, confianza, coherencia y corresponsabilidad. Por tanto, esa simplificación de futuribles, en los que algunos consideran que el destino de la organización pasa por convertirse en una «ong» luchadora y cañera es tan mala (y, por cierto, desconocedora de lo que es una auténtica organización no gubernamental), como la que defiende que si se quiere mantener cotas de poder político debemos profundizar en un planteamiento de partido clásico.

La octava asamblea federal, más allá de sus penosos momentos desde los ámbitos de dirección, estatutarios, mediáticos y de «pasillos», ha constatado el triunfo de la pluralidad y los deseos de cambio. Pluralidad que tendrá que reflejarse en las direcciones, pero también en acciones y espacios en los que la ciudadanía activa y progresista tenga voz y poder de decisión. Deseos de cambio que, junto con lo anterior, provoque un proyecto político sólido y diferenciado en el que se garantice la toma de decisiones en cualquier ámbito. O sea, una herramienta programática elaborada pluralmente que sea enormemente funcional para transformar y «golpear»la realidad (y no sólo para arreglar los desperfectos).

Toda crisis esconde debates sin resolver y un cierto miedo al abismo del cambio; no obstante, la dialéctica nos muestra no sólo el camino para superarla sino la importancia que la acción y el compromiso tiene en ello. Asomarse al abismo, es retar al pasado con nuevas fórmulas, donde: Las viejas luchas y sus métodos sean compatibles con las nuevas, el discurso políticamente incorrecto nos enorgullezca aunque sacrifiquemos poder institucional, la salud e higiene del proyecto supere a los intereses particulares…

Hay un terror mayor al miedo al abismo del cambio y es reflejarte en el espejo de lo real y no reconocerte ni distinguirte.