La conclusión que sacaron los dirigentes de la coalición Izquierda Unida, al conocerse los resultados obtenidos en las elecciones europeas de 1999, fue la misma que manifestaron la noche en que supieron cuántos votos habían conseguido con las europeas del pasado día 13 de junio: «Es el peor resultado en la historia de nuestro partido». […]
La conclusión que sacaron los dirigentes de la coalición Izquierda Unida, al conocerse los resultados obtenidos en las elecciones europeas de 1999, fue la misma que manifestaron la noche en que supieron cuántos votos habían conseguido con las europeas del pasado día 13 de junio: «Es el peor resultado en la historia de nuestro partido».
El líder de esta coalición (Gaspar Llamazares) promete abrir, en el seno familiar de IU, un debate en profundidad «e ilimitado»; se supone que para luego diagnosticar las causas de tan galopante crisis, y, sobre todo, para intentar encontrarle un remedio que les ayude a superarla.
(En realidad, I.U. nació como un «remedio» para atajar la «enfermedad» (degenerativa) que, con el «cambio» del régimen (1976), empezó a sufrir el PCE. Hoy está muy claro que no fue eficaz…).
Algunos dijeron que el PSOE había ganado las elecciones generales del pasado día 14 de marzo, además de por los errores cometidos por un prepotente PP, gracias a que los militantes y simpatizantes de la coalición (poscomunista) les habían «prestado» sus votos.
Pero confiando en que esos votos «prestados» retornarían a IU a la hora de necesitarlos para votar en sucesivos actos electorales. Se equivocaron.
El proceso de democratización de la sociedad española ha sido –y continua siéndolo– el mayor espectáculo que un régimen caduco pudo ofrecerle a una sociedad tan insegura ideológicamente como lo es ésta: la oportunidad de entretenerse con las imágenes para que se desentendieran de las ideas. Se consolidaba el Estado-TV…
En ese momento, el PCE, que siempre había sido un manantial de ideas muy concretas, y muy debatidas, asumidas con entusiasmo por la mayoría de los españoles que se resistían a la dictadura –en algunos casos, hasta consumirse con el sacrificio personal…– abandona la costumbre de reflexionar y se decide a convertir también en espectáculo sus renuncias a lo que, hasta entonces, habían sido sus ideas esenciales.
La transformación del histórico PCE ha sido un gran «show» ofrecido al mundo por los «capataces» de la llamada democratización del régimen franquista.
Izquierda Unida es el último «gag» de aquella espectacular escenificación de la celebrada «civilización» ideológica del comunismo español.
Llamazares ha prometido «profundizar» hasta dar con las causas de la crisis de su partido. Supongo que no necesitará calar muy hondo para encontrar algunas de las principales: la liquidación definitiva del movimiento obrero; la sustitución del ilustrado sentimiento de clase por la inopia consumista (ojo: dice consumista…), que anula la clase y potencia el individualismo más radical; el abandono de las reivindicaciones de los derechos históricos de la II República Española, masacrada con tanta crueldad; la renuncia sesgada al idealismo marxista…
En fin, la crisis actual de IU es la consecuencia de un tremendo error político cometido por esta democracia: su irascible desprecio por los comunistas españoles, a los cuales les debe principalmente su propia existencia…
Con la Transición, los españoles pudieron contemplar, sentados ante sus televisores, el increible auto sacramental montado por la teología del neoliberalismo, en donde el desarrollo de la trama «democrática» se ha transformado en un colosal drama interactivo: el consumismo. Aquí se vota con el mismo «talento» con que se consume: atendiendo a las ofertas que ofrecen los «sacerdotes» de la Iglesia-Mercado, en donde se cumple inexorablemente la ley divina de Say: la oferta provoca la demanda…
Aunque IU lleve en su mismo cuerpo el virus de la crisis que sufre, su caída en picado significa algo más que la evidente decadencia del ideal marxista: es un elocuente dato del empobrecimiento de las ofertas políticas que hace la democracia (neo) liberal.
La derecha se regocija ante el evidente triunfo del bipartidismo, que simplifica las opciones políticas a los clientes del nuevo «españolismo». Esto no es un avance, sino un retroceso.
A la sociedad española se le ha impuesto un sistema que tuvo su época de furor político en la segunda mitad del siglo XIX: el canovismo. Fraga quiso emular a Cánovas y su discípulo Aznar pretendió lo mismo. («Yo soy liberal conservador»: ésto lo ceceaba también Cánovas…)
El caso es que Cánovas se ha convertido en el «gran ideólogo» de la ( moderna?) Monarquía española.
En un escenario tan antiguo como es éste, no hay sitio para un tercer actor, que bien pudo haberlo sido el PCE aunque fuera solamente por sus méritos contraídos durante el proceso final de la Transición.
No debería sorprender que Izquierda Unida tenga tan difíciles las cosas para ser un partido más, en este paisaje democrático cautivo de la tradición canovista: tiene enfrente dos «grandes superficies» de la política dinástica: el PSOE y el PP. Tan distantes en las urnas, pero tan próximos a la hora de gobernar.