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A 300 años de su nacimiento

J. J. Rousseau, un revolucionario y coloso ecologista

Fuentes: Rebelión

Hace varios meses se cumplió el año 300 en que Jean Jacques Rousseau vino al mundo para d ejar un cúmulo de escritos, descubrimientos y reflexiones sobre la naturaleza, el ser humano y la sociedad. Su descomunal aporte productivo y positivo habría de llevarlo a la galería de los grandes intelectuales del Siglo XVIII, porque […]

Hace varios meses se cumplió el año 300 en que Jean Jacques Rousseau vino al mundo para d ejar un cúmulo de escritos, descubrimientos y reflexiones sobre la naturaleza, el ser humano y la sociedad. Su descomunal aporte productivo y positivo habría de llevarlo a la galería de los grandes intelectuales del Siglo XVIII, porque pretendió y logró entender el desarrollo de la humanidad en su objetiva, como real magnitud, para forjarla a un mejor destino.

Este extraordinario personaje inicia su vida en condiciones sumamente críticas. Nace en Ginebra el 28 de junio de 1712 de una familia calvinista, y queda huérfano sin conocer a su madre. Desde temprana edad se muestra inquieto por la cultura, porque apenas yendo a la escuela, y a menos de cumplir diez años, ya leía obras clásicas de la antigüedad greco-romana (Tácito, Ovidio, Pl utarco) Su padre, un relojero, hubo de escapar de la ciudad por encontrarse en problemas relacionados con asuntos de caza y un duelo, quedando el pequeño Jacobo bajo el cuidado formal de un pastor protestante. Dos años después, ya librado a su propio destino, comienza a trabajar como ayudante de grabador para poder subsistir, soportando el violento carácter de su maestro, aunque abandonándolo después para laborar en muchos otros oficios. Fue también tendero, doméstico de una dama francesa y después doméstico también de un conde.

De muy joven comenzó a estudiar filosofía, química, matemáticas y latín. Aprendió música y luego la enseñó. Fue también empleado del Estado.

Como cualquier ser humano tuvo sus relaciones sentimentales. Lo atrajo una mujer modesta, Thérese Le Vasseur , con la que tuvo cinco hijos, que fueron dejados sucesivamente en un orfelinato, para que aquél pueda continuar con sus propósitos pre-establecidos. Más adelante se tocará de nuevo este tema por las consecuencias que produjo la honestidad de su conciencia, al reconocerlo por escrito.

Su producción escrita.

El género epistolar estaba de moda. Toda la intelectualidad de su época la empleaba para hacer conocer su pensamiento y aquella se desplazaba hacia lo más selecto. Los seguidores de Rousseau se ocuparon de reunir su material epistolar en Obras Completas, cuyos temas versaban sobre tópicos variados de asombrosa versatilidad. Sobre música, escribió un Diccionario y pretendió modificar la escritura musical. Sobre botánica escribió «Fragmentos» para un diccionario. Escribió también sobre espectáculos, literatura, filosofía, teatro, ópera, poesía, novela, crítica literaria y economía política, lo cual muestra sus vastos conocimientos como autodidacta, pese a que apenas fue a la escuela, que no pudo concluir, dada la pobreza de su triste orfandad.

Hablando de todo aquello, un investigador no identificado sostiene:

El caso es que Rousseau mantuvo a lo largo de su vida una copiosa correspondencia, la cual arroja un saldo bien espectacular. Su correspondencia completa, publicada por la Voltaire Foundation entre 1965 y 1998, ocupa nada menos que 52 tomos -quedando los tres últimos dedicados a distintos índices- y comprende un total de 8.386 cartas, ya que, a partir del volumen 41 y hasta el 49, se recogen cartas y documentos post eriores al óbito de Rousseau, muerto el 2 de julio de 1778. Esta documentación «póstuma», que llega hasta el año 1806 y cuya última carta incluida es del mismísimo Napoleón, arroja siempre alguna luz sobre los avatares biográficos de Rousseau o el influjo de su obra…

Sólo en los primeros cuarenta volúmenes nos encontramos con 7.180 cartas, de las cuales unas 2.700 fueron escritas por el propio Rousseau y el resto por su legión de corresponsales, así como por otras personas que se refieren a él en su correspondencia con un tercero. Lo asombroso es que la magnífica edición de su Correspondencia completa fue una empresa personal, iniciada por Ralf Alexander Leigh (1915-1987) en 1965 y que prosiguió infatigablemente hasta su muerte, acaecida cuando el tomo 47 ya estaba camino de la imprenta.

Sus libros más conocidos son su famoso y premiado ensayo denominado: «Discurso sobre las ciencias y las artes» (1751), «Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres (1755), «El contrato social, o principios del derecho político» (1762) y Emilio, o de la educación (1762)

Después de su muerte se publicaron sus «Diálogos: Rousseau, juez de Jean-Jacques» (1782), «Ensoñaciones de un paseante solitario» (1782) y «Confesiones» (1782-1789)

El mismo escritor anterior, continúa:

A decir verdad este carácter tan polifacético le granjeó un curioso destino. Los filósofos le creen demasiado literario y los novelistas parecen juzgar que sus escritos acaban resultando excesivamente filosóficos. Así las cosas, todos le citan, desde luego, mas no tantos han leído de cabo a rabo sus textos y son muy pocos quienes conocen globalmente su obra, como si no cupiera conectar entre sí sus distintas facetas de compos itor, crítico musical, botánico, dramaturgo, biógrafo de sí mismo, politólogo, novelista, filósofo de la religión o pensador ético, cuando en realidad cada una de tales vertientes tiene un influjo decisivo sobre las demás.

Si algo sorprende cuando se lee a Rousseau, es el hechizo de su pluma. Sin ir más lejos, Kant, que devoró en cuanto llegaron a sus manos el Emilio y Del contrato social, anotó estas reflexiones: «La primera impresión de quien lee los escritos de J.J. Rousseau con un ánimo distinto al de matar el tiempo es la de hallarse ante una mente inusitadamente sagaz que cuenta con la noble inspiración del genio y ante un alma sensible en tan alto grado como quizá nunca haya poseído ningún escritor de cualquier época o lugar. En un segundo momento, le asaltará la perplejidad suscitada por sus paradójicos y singulares puntos de vista, tan contrapuestos a los tópicos habituales que uno se pregunta si este autor no consagra tan extraordinario talento sino a esgrimir la fuerza mágica de su elocuencia, en aras de una cautivadora originalidad cuya penetrante agudeza le hace descollar entre todos y cada uno de sus rivales. Una tercera meditación impone aleccionar a la juventud para que venere al entendimiento común mediante principios lógicos y morales»

Sobre sus ideas y hechos

Rousseau fue un auténtico revolucionario que descubrió, ya en sus tiempos -todavía incipientes de la ciencia política- que las bases de la sociedad deben encontrarse en los orígenes del hombre dentro la naturaleza y no en la civilización, por ser ésta última la autora de sus miserias. «El hombre nace libre, pero en todas partes vive con cadenas», es la expresión más importante de su obra «El Contrato Social», libro que acabó en la censura oficial.

Las francas aseveraciones contra la actividad del clero en la enseñanza y educación de la juventud, expuestas en su obra «Emilio», fueron severamente contrarrestadas por la Iglesia Católica de Francia que dispuso orden de captura contra aquél. También por su carácter anti monárquico, sus libros fueron secuestrados y quemados, debiendo escapar de Francia donde vivía, a Suiza, su tierra de nacimiento.

Tampoco en su nueva sede dejó de ser víctima de la ignorancia. Lo insultaban en la calle, lo acusaban de herejía y no faltaban quienes sostenían que estaba poseído por el demonio. Consecuentemente hubo de huir de nuevo.

El famoso filósofo David Hume, a quien conoció en París, cuando este último desempeñaba labores diplomáticas como subsecretario del embajador británico, le dio su auxilio para asilarse en Inglaterra. Fue tanta la estima de Hume por aquél que lo comparó con Sócrates, destacando que su modestia parece ser «la ignorancia de su propia excelencia». Lo llevó personalmente a Inglaterra y le consiguió residencia y trabajo.

Rousseau ya se había ganado importantes adversarios en la intelectualidad francesa, particularmente de la Enciclopedia (de la cual fue miembro) porque sus ideas, al descubrir lo vano y falso de la cultura universal, convertía a aquellos en charlatanes sucesivos. Además su estilo fue francamente agudo, combativo y franco. El Barón D’Holbach, un progresista de finos modales, vasta cultura y anterior amigo de aquél, no tuvo reparos en calificarlo de «víbora».

Infelizmente para nuestro filósofo, una broma pesada de Horace Walpone le hizo saber que el gobierno tenía planes para asesinarle, utilizando su proximidad con el ya indicado filósofo Hume, como parte de la conjura; situación que agravó las cosas entre ambos y provocó ruptura escandalosa. Era de esperar la reacción de Rousseau, que -mal visto por castas altas y ex amigos- haya de sufrir obsesiones persecutorias. Ya algún amigo leal he hizo saber que sus cartas le eran interceptadas.

Sus enemigos hacían todo por desprestigiarlo, al extremo de publicar la pugna Hume-Rousseau, por cuenta propia, aunque sin lograr su objetivo. Sin embargo, los escritos de tan importante pensador eran altamente apreciados y sus amigos y admiradores lo defendían por carta. Su prestigio llegó, para indignación de sus rivales, al ocupar un primer lugar entre todos los escritores de Europa. Se dice que su novela «Eloisa» era una especie de «Best Seller» de nuestros tiempos al extremo que los libreros franceses la alquilaban por hora. Sin embargo el escritor continuaba, como siempre, solitario y pesimista.

Es de explicar su conducta. Posiblemente no llegó a conocer a todos sus admiradores de Europa y, menos, a contactar con aquellos. Por otro lado sus rivales continuaban fuertes y nunca tuvo propósito personal (ni se le ocurrió) de crear un movimiento político para llevar adelante su pensamiento. Posiblemente aquello lo hubiera hecho poderoso aunque, dado el absolutismo de las monarquías (de distintos tonos), no había condiciones para tal cosa. Nadie se lo hubiera permitido en parte alguna del continente europeo, por considerarlo subversivo. De todas maneras es probable que haya reflexionado que con la «ilustración» de su tiempo, sus ideas no captarían éxito masivo.

Los círculos intelectuales de su época, aludidos por el escritor, -aludidos no en forma individual sino como un fenómeno general de la civilización- integrados por personalidades de respetabilidad por su cultura personal, y otros por su alcurnia y buena situación social-económica, gozaban de fácil acceso a clubes, salones y particularmente, cafés, y eran el mejor lugar para atacarlo en tertulias. Rousseau no se peleó con ellos por razones personales, ni su «demencia» (como así lo sostenían), menos por tratarse de una personalidad beligerante. Su rechazo era ideológico. En conciencia, aquellos intelectuales tampoco podían ser sus amigos. Además de darse por ofendidos con las verdades roussonianas, el rechazo se tornó en pasional y, en cierto modo, molesto por su creciente fama .

Contribuyó al rechazo, como leña para fuego en su contra, la difusión de su vida contenida en su libro «Confesiones» (que era leído en público), donde salen sus intimidades a la luz para enriquecer la boca de sus detractores. Por supuesto ninguno de estos atrevió a seguir su ejemplo de decir por escrito su propia historia (y, quizá, sus aventuras)

Su rival más importante y sus difamadores.

No cabe duda que el intelectual de mayor peso e influencia en la Enciclopedia era Voltaire. Cu ltor de la razón, adversario de la Iglesia (aunque no de la monarquía), de pluma hábil y de método magistral para exponer sus ideas -aun imponiendo sus verdades con la majestuosidad de sus palabras- era partidario de transformar el orden social de acuerdo a la naturaleza humana y sus tendencias, lo cual reclama la consecución de la felicidad civilizada en libertad, sin torturas, persecuciones, castigos sin juicio, y con tolerancia del Poder Central. Destaca el principio político de la libertad como manifestación de la razón; sin embargo no era partidario de la igualdad porque prefería jerarquías en la sociedad. Sostiene que el hombre, merced al desarrollo de la educación, la cultura y la razón puede separarse de la bestia y llegar a ser mejor.

Rousseau sostenía todo lo contrario. Nunca usó lenguaje que imponga verdades, por su estilo siempre persuasivo. Sus textos están plagados de interrogantes y reflexiones para provocar que el lector tome posición sobre el tema (cosa que fue materia de burla por el autoritario Voltaire) Tampoco acepta Rousseau el razonamiento de que el orden social deba transformarse de acuerdo a las tendencias humanas, por estar viciada toda tendencia o inclinación del hombre por los intereses que se ocultan. Frente al absolutismo opone la democracia general de la voluntad popular libremente expresada. A la inversa de Voltaire, sostiene hay que volver a la misma naturaleza para inspirarse y orientarse con las sabias leyes naturales y en base a ellas construir un nuevo orden social. Destaca expresamente que la naturaleza no miente. Menos acepta que el desarrollo de la cultura o de la ciencia (que siempre han esclavizado y corrompido al hombre) puedan liberarlo, porque más bien lo han separado de la naturaleza.

Rechazando a la caricatura de «cultura» que exhibe la sociedad y sus charlatanes portavoces, expresa una famosa frase de plegaria: «Dios omnipotente, líbranos de las luces».

Su obra censurada «Emilio» (1762) es el monumento a una nueva educación, libre de taras y cadenas ni imposición de dogmas ni disciplinas que le metan miedo, reivindicando sentimientos naturales, el amor a sí mismo y al prójimo. Rechaza la pedagogía ilustrada y no acepta que el niño sea un instrumento: «le acostumbráis a que siempre se deje guiar, a que no sea otra cosa más que una máquina en manos ajenas. Queréis que sea dócil cuando es pequeño y eso es querer que sea crédulo y embaucado cuando sea mayor». Y este tipo de educación no tenía cabida en el nuevo mundo que se estaba forjando, con ciudadanos libres en ascenso. Rousseau odia la «buena educación» porque destruye la transparencia de las personas y las obliga ser lo que no son.

Al dirigirse a la humanidad, destaca un texto digno de transcripción:

¡Oh hombre! Cualesquiera que sean tus opiniones, escucha: He aquí tu historia, tal cual he creído leerla, no en los libros de tus semejantes, que son unos farsantes, sino en la naturaleza que no miente jamás. Todo lo que provenga de ella será cierto; sólo dejará de serlo lo que yo haya mezclado de mi pertenencia, aunque sin voluntad. Los tiempos de que voy a hablarte son muy remotos.

¡Cuánto has cambiado de lo que eras! Es, por decirlo así, la vida de tu especie la que voy a describir de acuerdo con las cualidades que has recibido y que tu educación y tus costumbres han podido depravar, pero que no han podido destruir.

Hay, lo siento, una edad en la cual el hombre individual quisiera detenerse: tú buscarás la edad en la cual desearías que tu especie se detuviese. Descontento de tu estado actual por razones que pronostican a tu malhadada posteridad, disgustos mayores aún, querrás tal vez poder retroceder, siendo este sentimiento el elogio de tus antepasados, la crítica de tus contemporáneos y el espanto de los que tengan la desgracia de vivir después de ti. ( Discurso sobre la desigualdad de los hombres, 1754)

Ante semejante lenguaje franco como consecuente del escritor, no resultaba extraño que quienes resultaban charlatanes -la selecta intelectualidad de su tiempo, con muy raras excepciones- tomen partido contra Rousseau. Voltaire, coqueteado por los salones ilustrados y altas esferas de la sociedad, como Señor de las Luces, tenía una poderosa influencia para tomar venganza. El escritor Gabriel Moreno Plaza, comentando la novela de Luis López Nieves: «El Corazón de Voltaire», y sosteniendo «¿Pero es que Voltaire tenía corazón?» destaca que es difícil encontrar un ejemplar humano más frío, insidioso y vengativo que Voltaire, el súper genio racionalista, el héroe de la razón, el artífice de la más corrosiva ironía imaginable. Nos recuerda que aquél amasó una gran fortuna con especulaciones económicas, entre ellas el juego de casinos.

No olvidemos que Voltaire era ya un burgués con su castillo. Siempre, desde altas posiciones ataca a Rousseau, que nunca fue burgués sino un intelectual de modesta economía, que debía trabajar para la nobleza y poder sobrevivir.

Para burlarse del amor de Rousseau por la bondad del salvaje dentro la naturaleza y su desprecio por la corrupción de la civilización, Voltaire, en un libelo titulado: «Lettre au docteur Jean-Jacques PANSOPHE» (1766), se expresa textualmente:

Juicioso administrador de la estupidez y de la brutalidad de los salvajes, usted ha gritado contra las ciencias y cultivado las ciencias. Usted ha tratado a los autores y los filósofos de charlatanes y, para servir de eje mplo, usted ha sido autor. Usted ha escrito contra la comedia con la devoción de un capuchino, usted ha considerado como una cosa abominable lo que un sátrapa o en duque tienen de superfluos y usted ha copiado música para esos sátrapas o duques que usted considera superfluos.

No es difícil de apreciar el grado de ironía burlona de aquél gran crítico, contra quien tenía que trabajar para subsistir, así sea en favor de gente que despreciaba. Además, al dirigirse a su pers ona, emplea en tal carta ocho veces la palabra «Pansophe», que en griego antiguo significa: «toda sabiduría» (como diciéndole: «doctor sabiduría» a cada momento).

Pero Voltaire va más lejos. Además de calificar la obra de su oponente como «filosofía del mendigo», su carta de 30 de agosto de 1755, luego de leer «El Contrato Social», expresa:

No se pueden pintar con colores más fuertes los horrores de la sociedad humana, donde nuestra ignorancia y nuestra debilidad se permiten tantas consolaciones. Nunca se ha empleado tanto espíritu para querer convertirnos en bestias. Cuando se lee su obra, se sienten deseos de andar a cuatro patas. Pero tengo ya sesenta años y he perdido el hábito. Siento que por desgracia me es imposible practicarlo. Dejo esta manera natural de ir a aquellos que son más dignos que usted y que yo. Tampoco puedo embarcarme para ir a encontrar los salvajes de Canadá precisamente porque las enfermedades que he acumulado me retienen cerca de los grandes médicos de Europa y que no encontraría la misma seguridad entre los misuris [indios] En segundo lugar, la guerra ha llegado a esos países y que los ejemplos de nuestras naciones han convertido a los salvajes en casi tan malos como nosotros (…) Yo me limito a ser un salvaje apacible en la soledad que he elegido en vuestra patria, donde usted debería estar.

Diez días después llega la no menos famosa respuesta de Rousseau:

Sabed que yo no aspiro a restableceros en vuestra bestialidad, aunque por mi parte lamento lo poco que he perdido de ella. En cuanto a usted se refiere, señor, este retorno sería un milagro tan grande a la vez y tan nocivo que correspondería a Dios hacerlo y al Diablo desearlo (…) No se sienta tentado a recaer en cuatro patas. Nadie en el mundo lo logrará menos que usted (…) Acepto todas las desgracias que persiguen a los hombres célebres en las letras. Incluso acepto todos los males correspondientes a la humanidad y que parecen independientes de nuestros vanos conocimientos. Los hombres han abierto sobre sí mismos tantas fuentes de miseria que, cuando el azar se vuelve contra alguno, no deja de ser poco afectado (…) Por otra parte, hay en el progreso de las cosas relaciones escondidas que el hombre vulgar no percibe pero que no escapan al ojo del sabio cuando éste reflexiona.

En cuanto a mí se refiere, si yo hubiera seguido mi primera vocación y no hubiera leído y escrito, yo habría sido más feliz sin duda alguna; sin embargo sin las letras se hubieran mantenido aniquiladas, yo me hubiera privado del único placer que me queda. Es en su seno que yo me consuelo de todos mis males; es entre aquellos que las cultivan que yo gusto de la dulzura de la amistad y que aprendo a gozar de la vida sin temor a la muerte.

Si buscamos la fuente primera de los males de la humanidad, encontraremos que todos los males de los hombres provienen más del error que de la ignorancia y que lo que no sabemos nos molesta menos que lo que creemos saber. ¿Y que conduce a correr de error en error que no sea el furor de saberlo todo? (…) Si no se hubiera pretendido saber que la tierra no giraba, no se hubiera castigado a Galileo por haber dicho que giraba. Si los filósofos no hubieran reclamado este título, no habrían sido perseguidos los enciclopedistas

No me sorprende encontrar que las espinas son inseparables de las flores que coronan los grandes talentos.

Aprecio vuestra invitación y, si este invierno me deja en condiciones para ir en primavera a mi patria, aprovecharé vuestra bondadosa invitación, pero preferiré beber el agua de vuestra fuente que la leche de vuestras vacas, y en cuanto a las hierbas de vuestro vergel, temo que no encontraré otra cosa que lotos, que no son pasto para las bestias, Y la Moly [hierba mágica, de raíz negra y flores blancas, que es mencionada en la mitología griega] que impide que los hombres se hagan (demasiado) humanos.

Un resumen de la polémica permite dos últimas transcripciones:

Voltaire: «todo filósofo me es querido, excepto J.J. Rousseau».

Rousseau: «Os odio, puesto que así lo habéis querido».

La crítica de los enemigos de Rousseau adquiere un sinfín de matices, llegando desde la ironía burlona hasta la falsa piedad. Hacen su aparición los «perdonavidas» que aconsejan: «compasión hacia un hombre desgraciado, cuyo particular carácter y constitución mental -mucho nos tem emos- lo hacen infeliz en toda situación».  

El historiador británico Paul Johnson, se desenfrena en el uso de los adjetivos calificativos:

… era un masoquista, exhibicionista, neurótico, hipocondríaco, masturbador… incapaz de afectos normales, paranoico, narcisista asocial a causa de su enfermedad, patológicamente tímido, cleptómano, infantil irasc ible y tacaño. Y además, por si fuera poco, explotador de pobres mujeres, seductor de camareras, padre cruel y, para remate, feo como la muerte.

Otro escribiente, de nombre desconocido (quizá para ocultarse ante sus exageraciones e imp utaciones alejadas de la verdad), lo califica de ególatra de tintes patológicos, insoportable, litigante egoísta e insociable, de visión muy particular de sí mismo y la realidad y mundo que le rodeaba. Bajo el título de: «Un padre modélico», el mismo desconocido prosigue:

Se enamoró de una costurera llamada Thérése Levasseur [Nota del autor.- Era ayudante de cocina y no co sturera, menos lavandera como sostienen otros] con la que nunca se casó [Nota 2.- Falso. Contrajo matrimonio con aquella el 30 de agosto de 1768 ante el Alcalde de Bourgoin] y con la que tuvo cinco hijos, todos ellos llevados a asilos de expósitos y orfanatos públicos nada más nacer, [Nota 3.- Los expósitos son abandonados en secreto en horas nocturnas, acto que les hace perder toda identificación y nombre] ninguno de los cuales sobrevivió a los primeros meses de vida… [Nota.- ¿Cómo podía el acusador, saber de cinco muertes «prematuras» con tan prolongadas separaciones de tiempo, si no hay forma como saberlo, dado el secreto del abandono?]

Sobre la entrega de los recién nacidos a la Inclusa (orfelinato), nadie más que el mismo Rousseau podía saberlo y confesarlo. Y así lo dice recordando, apenado, en sus «Confesiones»

Puesto que no me hallaba en condiciones de educar yo mismo a mis hijos hubiera sido necesario dejarlos crecer junto a su madre, la cual les hubiese viciado, y a la familia de ella, que hubiérales convertido en monstruos. Me estremece este mero pensamiento». [Nota del autor. – Su pareja era, virtualmente, ignorante e inapta para darles una mejor educación]

¿Cómo podría tener la tranquilidad mental necesaria para mi trabajo con mi buhardilla llena de problemas domésticos y el sonido de los chicos?

A continuación vuelve el difamador anterior a su afrenta:

Y claro, en alguien que tiene un alto concepto de sí mismo, mantener a su prole supondría tener que reb ajarse a trabajos degradantes.

Sabiendo esto, ¿nos puede extrañar que Rousseau se sacara de la manga su idea de que debe ser el Estado el que debe educar a todos y no sólo cuando son niños sino también a ciudadanos adultos?

En su obra «El Contrato Social insiste en la necesidad de crear un Estado paternalista que se ocupe incluso de las necesidades vitales de sus ciudadanos/huérfanos y de su educación desde la más tierna infancia.

El Estado incluso debe sustituir a la familia como institución responsable de cubrir esas necesidades mín imas. ¡Qué buena justificación social a su conducta como padre!, ¡que excelente coartada moral…! [Nota del autor.- Este último texto desnaturaliza de mala fe, dando orígenes domésticos al criterio de Rousseau sobre la educación a cargo del Estado. Para el escritor, la solución dada se basa en las barbaridades de su tiempo, por siglos, causadas por del monopolio educativo de la Iglesia]

Toda clase de defectos se buscaba al insigne pensador.

Dionisio Diderot, su contemporáneo de la Enciclopedia, lo acusa de conspiranoico, de sentirse conspirado por sus enemigos y también por cualquier persona y que su odio contra los advers arios, se había incrementado.

Hace ya un siglo y medio atrás, el psiquiatra y criminólogo italiano Cesare Lombroso, muy or iginal por calificar a los delincuentes en base a típicas formas antropológicas que aquellos mostraban, también se ocupa de Rousseau: «Quienes quieran hacerse una idea bastante completa de las torturas internas de un lipemaniaco sin frecuentar un sanatorio mental, no tienen más que leer las obras de Rousseau, sobre todo las últimas, es decir, Confesiones, Diálogos y Sueños de un paseante solitario».

Las obras (de honesta autobiografía) del insigne escritor, que acaba de citar Lombroso, (y otras más), sirven también para que sus enemigos lo acusen de extravagancias y delirios de persec ución, bastando con sólo su transcripción. Oigámoslo:

Heme aquí, solo en la tierra, sin hermano, ni prójimo, ni amigo ni otra sociedad que yo mismo.

 

La liga que se ha formado contra mí es demasiado poderosa, demasiado ardiente, demasiado hábil, demasiado acreditada para que esté en condiciones de hacerle frente en público. Cortar las cabezas de esa hidra sólo serviría para multiplicarlas.

Rousseau se dio cuenta, algo tarde, de que la sociedad a la cual intentaba adaptarse no era para aquél. Consciente de su posición ideológica naturalista y de la falsedades y apariencias de la civ ilización, menos habría de agradarle el esplendor castizo de las clases cultas y peor frente al esplendor de la nobleza. Ante esta situación, que implicaba sentirse sólo y aún solitario, era natural que surja un propio temor, causado por el mismo odio activo de sus adversarios, que no sólo le afectó seriamente como obsesión social, sino por las provocaciones físicas que hubo padecido. Lo insultaron, lo apedrearon en plena calle, y aún en su domicilio con trozos de volúmenes considerables. Tal era el precio que pagaba por sus ideas, a las que nunca abjuró ni renunció.

Como aquél no había fundado club ni grupo alguno en que apoyarse y robustecerse, su psique estaba profundamente afectada: timidez, lentitud y torpeza en sus reacciones ante la provocación. No era para menos el sentimiento de ser excluido de una sociedad destacada, de privilegios, con su intelectualidad acostumbrada y envanecida por el brillo de fiestas, tertulias, reuniones y cualquier otra forma de fulgor. Es humanamente comprensible que cualquier intelectual persiga algún grado de aprobación y simpatía.

Dicho lo anterior ya se puede apreciar por qué – parafraseando un verso del poeta latino Ovidio – sostenga: «Para ellos soy un bárbaro porque no me comprenden.»

Las ideas de Rousseau nunca tambalearon por su solidez, pero hicieron tambalear el pensamiento de sus rivales, ya que todos arrastraban el mismo pecado social. Sin embargo, el mismo escritor llegó a tambalear personalmente en lo humano, ante las adversidades sufridas, porque sus rivales controlaban la superestructura cultural dominante.

Vigorosos textos, extractados de sus obras. Su éxito.

… los hombres son perversos» » ¿Qué será de la virtud cuando sea necesario enriquecerse a cualquier pr ecio?

…las ciencias y las artes deben (…) su nacimiento a nuestros vicios» «cubren con guirnaldas de flores las cadenas (…) que los agobian (…), los hacen amar su esclavitud y los transforman en lo que se ha dado en llamar pueblos civilizados.

El primero que, habiendo cercado un terreno, descubrió la manera de decir: ¡Esto me pertenece! y halló gentes bastante sencillas para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Qué de crímenes, de guerras, de asesinatos, de miserias y de horrores no hubiese ahorrado al género humano el que, arrancando las estacas o llenando la zanja, hubiese gritado a sus semejantes: «Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos pertenecen a todos y que la tierra no es de nadie!

No acuso a los hombres de este siglo de tener todos los vicios; no tienen más que los de las almas cobardes; son sólo pícaros y bribones. En cuanto a los vicios que suponen valor y firmeza, los creo incapaces de ellos.

Sé de antemano que me atacarán con grandes palabras. Luces, conocimientos, leyes, moral, razón, decoro, miramientos, dulzura, amenidad, urbanidad, educación, etc. A todo esto res­ponderé únicamente con dos palabras que suenan en mi oído con mucha más fuerza. ¡Virtud, Verdad!, exclamé sin cesar; ¡verdad, virtud!

Antes de que las horribles palabras tuyo y mío se inventaran; antes de que existiera esa especie de hombres crueles y brutales que se llaman amos y esa otra especie de hombres bribones y mentirosos que se llaman esclavos; antes de que existieran hombres lo bastante abominables para atreverse a poseer lo superfluo mientras otros mueren de hambre; antes de que la dependencia mutua les forzara a ser unos bribones, celosos y traidores; me gustaría que alguien me explicara en qué podían consistir esos vicios, esos crímenes que se les reprocha con tanto énfasis.

¡Qué extraña y funesta constitución, donde las riquezas acumuladas facilitan siempre los medios para acumular más y donde es imposible que el que no tiene nada adquiera algo; donde el hombre de bien no tiene miedo alguno para salir de la pobreza; donde los más bribones son los más honrados y donde es necesario renunciar a la virtud para llegar a ser un hombre honesto! Ya sé que los declamadores han dicho esto más de cien veces; pero lo decían declamando y yo lo digo basándome en razones; han visto el mal y soy yo quien descubre la causa; y hago ver, sobre todo, algo muy consolador y muy útil al mostrar que todos nuestros vicios no pertenecen tanto al hombre como al hombre mal gobernado.

Entre los Salvajes, el interés personal habla con tanta fuerza como entre nosotros, pero no dice las mismas cosas: el amor de la sociedad y el cuidado de su defensa común son los únicos lazos que los unen: la palabra propiedad, que cuesta tantos crímenes a nuestros hombres honestos, casi no tiene sentido entre ellos: entre ellos no tienen discusiones de intereses que los dividan; nada que los lleve a engañarse mutuamente; la estima pública es el único bien al que aspira cada cual y que todos merecen (…). Lo digo con pesar; el hombre de bien es aquel que no necesita engañar a nadie y el salvaje es este hombre.

El origen de su fama se remonta al año 1749 cuando llega a sus manos un periódico informando que la Academia de Dijon ha convocado a un Concurso de Ensayo sobre el tópico de si el restablecimiento de las ciencias y de las artes ha contribuido a depurar las costumbres. Se presenta al concurso y obtiene el primer premio con un trabajo que denominaría después: Discurso sobre las ciencias y las artes , lauro con el que adquiere renombre. El extracto final del tema es que las ciencias y las artes sólo han contribuido a la perversión y envilecimiento del ser humano, no obstante que hacen más agradable la vida y cuya consecuencia es que los hombres se comportan como esclavos y los tiranos, con apariencias virtuosas, someten a los pueblos. No hay progreso, sino decadencia y corrupción; peor aún con la invención de la imprenta, que multiplica el mal.

Tres años después, Rousseau lee un nuevo anuncio sobre otro concurso de la misma Academia, cuyo tema fue: «Cuál es la fuente de la desigualdad entre los hombres y si está autorizada por la ley natural». Vuelve a concursar con otra de sus grandes obras: Discurso sobre el origen y el fundamento de la desigualdad entre los hombres ., sin ser favorecido, no obstante lo profundo de su trabajo.

En esta obra profundiza sus convicciones sobre la decadencia de la sociedad el origen arbitrario de la propiedad privada y el sometimiento de los hombres. A la inversa de la civilización, nuestro autor sostiene que en el estado de naturaleza los hombres son buenos, felices y llevados por el amor a sus semejantes, pleno en virtudes y solidaridad, donde el cerebro humano no se halla afectado por las complicaciones. Sin embargo llega la civilización y echa a los hombres a perder, empujándolos a la propiedad privada, la riqueza, el egoísmo y la injusticia. Así nace el Estado.

Comentando el estado de naturaleza sostiene que es: » un estado que no existe ya, que acaso no ha existido nunca, que probablemente no existirá jamás, y del que es necesario tener conceptos adecuados para juzgar con justicia nuestro estado presente «.

La sociedad civilizada le quita al ser humano de sus cualidades naturales de pureza material y moral y denomina civilización a lo que es una caída. Lo que se llama «progreso» es una degeneración, fruto de las desigualdades sociales, consecuencia de la propiedad privada, que precisa del Derecho para ser protegida, y del poder del Estado para hacerla respetar. El Derecho protege a los que poseen, no a los pobres.

Volver a la naturaleza puede cambiar las cosas, rompiendo toda estructura que atenta contra la libertad de las personas. Vuelta a la naturaleza no significa volver atrás o al pasado superado, sino abandonando las estructuras sociales y haciendo que la sociedad, mediante la voluntad general de aquella, imponga lo que conviene a su bien. La voluntad es la decisión popular, o sea del mismo pueblo. Se trata de un pacto social.

Rousseau no habla de clases sociales; pero sí las engloba con el concepto: «ricos» y pobres po rque en ese tiempo no estaban perceptibles la burguesía industrial ni la clase trabajadora. Sin embargo sus atisbos, resultan asombrosos.

La gran frustración de Rousseau.

Es posible que Rousseau haya tenido frustraciones personales en su vida, sea en su sufrida infa ncia por no haber conocido a su madre y haber de niño perdido al padre y luego ser objeto de torpes rudezas patronales en sus jornadas de trabajo para ganarse la vida. Es posible que haya sufrido pasiones sentimentales amorosas con el sexo femenino y la penuria de no haber podido mantener y educar a sus hijos. También puede haber sido motivo de neurosis el trabajar para los ricos, sabiendo el desprecio que sentía por aquellos. Puede haberse sentido infeliz de no pertenecer a una clase intelectual que despreciaba, y le cerraba puertas, por no ser adulador, dadas sus convicciones. Igualmente puede haberle afectado en profundas crisis, las persecuciones sufridas, fugas, actuar desde la clandestinidad y, finalmente el descubrir complots contra aquél (con ayuda de amigos) Tampoco es nada grato recibir, de súbito, gruesos insultos agresivos y el impacto de pedradas.

La peor desgracia de Rousseau -que, por supuesto, aquél nunca la supo- aunque sí fue una gran desgracia para la humanidad y la historia, es que no haya podido vivir once años más .

Fue una pena y una enorme frustración que este gran hombre, inspirador directo y dinámico de la Revolución Francesa, hubiera fallecido estando tan cerca de aquella y sin sospechar que semejante suceso ya se avecinaba.

Imaginemos las consecuencias. Su facilidad de palabra, lo magistral de su pluma, su estilo persuasivo e interrogador, su sencillez para ser entendido aún por la gente de baja ralea, su robusta ideología a la que se suma el ambiente revolucionario de la Francia heroica de 1789, su valentía y audacia para enfrentar a sus enemigos, le hubieran hecho perder su forzada timidez ante a las personalidades de la sociedad monárquica, ¡tan cerca de su desmoronamiento!

Con toda seguridad, semejante coloso hubiera liderado la grandiosa revolución, llevándola hasta sus últimas consecuencias. Probablemente, dada su inteligencia iluminada por la intuición política que demostró tener, hubiera movilizado al populacho y trabajadores no sólo contra las estructuras monárquicas, sino también contra los residuos de su resurrección, cuya expresión vergonzante fue la solapada acción traidora y oportunista de los girondinos i . Posiblemente, ante su vigorosa presencia, los jacobinos ii no hubieran necesitado las rudezas de la guillotina para intimidar y asustar, provocando la contrarrevolución. Posiblemente la primera Constitución francesa hubiera sido muy diferente y las estructuras de la Patria revolucionaria hubieran dado otro resultado, aún más grandioso, al mundo. Recordemos que Rousseau nunca fue rico, siempre fue pobre y se consideraba como tal.

Y el gran Rousseau fue homenajeado como se merecía por la Asamblea Nacional de Francia, por la expresión más franca, honesta, capaz y progresista de la Revolución Francesa. Maximiliano Robespierre, -el destacado líder sin miedo a adversario conservador alguno- honró que aquel gran hombre atacó a la tiranía con franqueza, destacando además:

«… su elocuencia enérgica y proba describió con ardor los encantos de la virtud. ¡Ah, si hubiera presenciado esta revolución de la que fue precursor y que le ha llevado al panteón, quién puede dudar que su alma generosa hubiese abrazado con arrebato la causa de la justicia y de la igualdad!» (Robespierre: Elogio de Rousseau ante la convención. -7.5.1794; CC 8169, vol. XLVII, p. 238.)

Imaginemos ahora si también hubieran sobrevivido para tan magno suceso histórico, los demás destacados intelectuales (la mayoría, sus adversarios), que -no puede negarse- también fueron también fuente de sólida inspiración para aquella.

Voltaire , el ilustre hombre culto, influyente en todas las esferas de pensamiento (y en cuyo honor se conserva su cerebro en la Biblioteca Nacional de París) preconizaba la razón y la educación como medio de elevar a la sociedad. Atacó a la Iglesia por su oscurantismo, superstición e ignorancia, pero tenía temor por el pueblo y prefería las jerarquías estamentarias. Al tener una vida cómoda en su castillo, gozar de ingresos económicos especulativos y preferir como solución una monarquía ilustrada, no brindaba seguridades para avanzar la revolución . No tenía otra salida que acabar como un girondino más, horrorizado ante el explosivo poder del pueblo, levantado por su emancipación especialmente desde sus capas sociales más bajas.

Montesquieu , otro hombre probadamente ilustrado, que dio énfasis a las leyes para acabar con el absolutismo y dividió teóricamente los poderes de la monarquía (siguiendo a John Locke) en tres ramas diferentes (legislativa, ejecutiva y judicial), y así terminar con la concentración centralizada de la autoridad de los reyes, nunca salió de monárquico. Aquél mismo era un ilustre y respetado Barón. No le hubiera quedado otro recurso que -siguiendo el mismo destino del anterior- ser, igualmente, girondino sufriendo -quizá amargado- la decepción de que sus buenas ideas tampoco serían para el momento revolucionario, sino para mucho después.

Otros intelectuales titanes precursores: D Alembert, Diderot, Holbach, Helvecio, Condillac , si bien fueron de ideas progresistas y aún materialistas en pro de una nueva sociedad culta y libre de las taras religiosas y sociales del pasado, tampoco hubieran podido salir de su origen y alcurnia. Eran burgueses en potencia. De sobrevivir, presenciar y actuar ante tan trascendental revolución, no hubieran llegado más allá de la línea moderada girondina . No tenían otra posibilidad ni otro destino como inspiradores de la burguesía; no hubieran podido llegar muy lejos si se tiene en cuenta que la lid política, a diferencia de la lid teórica, no puede ir contra sus propios intereses materiales. Encontrándose de antemano, ya limitado su horizonte, la racional consecuencia los ubica en el lado conservador.

La mejor prueba de lo afirmado la encontramos en el destacado intelectual estudioso, escritor sobre la filosofía de la historia y el progreso, Nicolás de Condorcet . Este hombre, que logró vivir y participar en la heroica revolución, se quedó simplemente donde estaba. Al presenciar el fenómeno de la explosión popular, (que nunca hubo sospechado), sus teorías sólo quedaron como tales y aquél como como un triste moderado, sin comprender que el progreso de la humanidad (que preconizaba) y el avance de un estadio social a otro más elevado implica, necesariamente, no sólo la participación de la masa, sino también la dura acción del sacrificio y el martirio de sus protagonistas. La conducta timorata de Condorcet en la Asamblea, demostró todo lo contrario de sus ideas progresistas, aunque no la efectividad del interés económico escondido. Muy leal a la burguesía, no estaba interesado en avanzar más adelante, bastándole solo la toma del poder para consolidar a la nueva clase en ascenso.

Es momento de aquilatar ahora por qué Rousseau atacó despiadadamente a la intelectualidad de la llamada: «civilización». Es que la intelectualidad siempre disfraza su pluma, confirmándose que muy pocos pueden escribir sin traicionar sus principios, con conductas contrarias o contradictorias posteriores, impulsadas por el motor económico.

Contemporáneos detractores.

Han pasado tres siglos desde que Rousseau vino al mundo, padeciendo de dolores, desgracias y sacrificios por brindar luminosas ideas sociales, defendiéndolas como muy pocos. Sin embargo sus enemigos, aún en nuestros tiempos, -al no poder refutarlo- exhiben su tirria y tratan de desacreditarlo como puedan.

Vaya un ejemplo de la osadía dela literatura difamatoria. Un periodista argentino (si es tal), de nombre Carlos A. Canta Yoy, Presidente de Directorio del periódico «La Nación» -morboso r ecopilador de difamaciones, odio indisimulado y sin honra a la ética periodística de no falsear la verdad- sostiene que el ilustre pensador, «embaucaba» a las mujeres con palabras porque su aspecto no era nada agradable. Sostiene también que tuvo mil ocupaciones y oficios, fracasando en todos, y que según sus patrones era insolente y vil, además de vanidoso. Hace decir a una de sus amantes frustradas, Sophie d’ Houdetot, que era feo y nada atractivo en el amor, aunque un loco interesante. Transcribe al crítico literario, Jules Lemaitre, (también enemigo) que la súbita apoteosis de Rousseau «fue una prueba de la estupidez de la humanidad».

Buscando otros motivos para desprestigio, extracta material del libro «Confesiones» y sostiene que aquél se quejaba de sus enfermedades. Se burla de su dolencia prostática por orinar de cont inuo, y que aquello le hacía mojar sus blancas medias. Le atribuye exageración a sus dolencias, insomnio y autocompasión y delirios de persecución, como un «fastidio» para sus contertulios. Se burla de su amor por la humanidad por el hecho de que peleaba con los demás [por supuesto, con sus rivales de pensamiento] Revela las intimidades del pensador (de niño como de muchacho), típicas de muchas personas, sin considerar su crisis como huérfano y solitario. Finalmente le brinda la gran mancha moral de avergonzar y despreciar a su sirvienta «la lavandera Thérése con la que vivió 33 años y nunca se mostraba con ella, salvo como mucama», con la que tuvo 5 hijos para luego llevarlos a la Inclusa (el orfanato) sin identificación sin tener un nombre por lo menos y sin anotar las fechas de los nacimientos, [aspectos ya esclarecidos más atrás] y sin tener tiempo para ser padre, porque «Seguramente estaba ocupado en redactar sus obras de «ficción literaria» para mostrar su amor por la humanidad.

La lectura de los textos, releva a cualquiera, de respuesta.

¿Y la ecología y el medio ambiente?

El gran aporte de Rousseau en esta materia fue por un ángulo magistral, completamente diferente del empleado por los ecologistas de hoy. Por supuesto hay que entender su pensamiento, ya que hace trescientos años el Planeta Tierra no tenía los problemas actuales y se podía respirar, comer, trabajar, circular y, finalmente, vivir sin la crisis del presente. De ninguna manera, implica aqu ello que aquél medioambiente haya sido impecable y color de rosa. Sin embargo, el laboratorio de la naturaleza podía auto regenerarse de los accidentes y males sufridos, dado que aquél capitalismo -aún incipiente y/o rudimentario- era casi inofensivo.

Rousseau, pese a sus brillantes atisbos hacia el futuro, no sospechaba lo que sobrevendría en el Siglo XXI con el bárbaro proceso de la destrucción de la naturaleza, porque aquella causa modesta (el capital), tardaría mucho en convertirse en una bestia planetaria, como lo es ahora. Es que el destino de la economía altamente industrializada, tecnológica e informatizada, habría de arrasar -sin excepción- con toda fuerza y recurso natural, poniendo en grave peligro a la vida global.

Nuestro filósofo -tal cual se hubo transcrito más atrás- desarrolla su propio método para entender a la naturaleza encontrando que aquella no puede mentir jamás. Aquella brindó a los hombres de tiempos remotos, un mundo pleno de virtudes, solidaridad y apoyo recíproco sin los vicios de la sociedad posterior, degradando y depravando la propia esencia del hombre primitivo, limpia moralmente. Los tiempos han empeorado hasta situaciones de horror donde deberían detenerse las cosas, porque le esperan disgustos, penas y desgracias horrorosas que ya espantan de antemano.

¿No es eso lo que está sucediendo ahora? ¿No se avecina la destrucción planetaria y con ella todas las desgracias soñadas por el ilustre filósofo? ¿No es objetivo el método de comparar al hombre que vive en la naturaleza con el que vive en la sociedad, sea rico o pobre, patrono o proletario? La naturaleza no tiene patrones, jefes, reyes ni gobierno alguno, el cerebro humano del hombre generado por ella es simple y sin las complicaciones de la vida «civilizada» -sociedad de clases, es hoy el término adecuado- llena de lujo y ostentación por un lado y por otro de hambre y miseria. El único Derecho que importa es el Derecho Natural, donde el planeta es para todos y no para unos y está preparado para ser poseído en común. A la inversa, sus dueños, los «señores» no respetan la naturaleza porque pretenden someterla a sus caprichos.

Los grandes revolucionarios de los Siglos XIX y XX

Si jugamos con el pensamiento, no por ociosidad sino como proyección lógico-racional, podrí amos comprender y aceptar por qué el pensamiento de Rousseau no puede morir ni ser olvidado. Las pruebas históricas -o muestras históricas- resultan tan simples como patentes:

  1. Inspiró a la Revolución Francesa; empero las corrientes moderadas, que luego se convirtieron en retrógradas, hicieron fracasar la aplicación de su ideología revolucionaria cuyo objetivo nunca fue en favor de un grupo privilegiado, sino de toda la humanidad. Es completamente falso que Rousseau haya sido un simple inspirador de la burguesía.

  2. La Comuna de París, como primer experimento social de la voluntad del pueblo, se inspiró en el filósofo ginebrino.

  3. La revolución norteamericana, tuvo igual influencia.

  4. Todos los movimientos revolucionarios contemporáneos tienen que ver algo con el ilustre pensador. El socialismo, el anarquismo, el comunismo, incluso los nacionalismos, igualmente tienen en quien inspirarse, porque nadie -antes que aquél- tocó el viviente problema de la democracia directa del pueblo, para un nuevo orden que implique el regreso a las leyes naturales.

  5. También el sindicalismo tiene inspiración en la democracia roussoniana.

  6. No hay político de avanzada, que se atreva a negar la influencia y las enseñanzas de aquél gran pensador.


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Por todo lo expuesto, quien tenga un mínimo de ilustración no puede ignorar la existencia de Juan Jacobo Rousseau y su aporte en favor de la sociedad. Recordémoslo nosotros con admiración y respeto.


Notas:

i Grupo moderado de la Asamblea General, compuesto principalmente por la burguesía rica, especialmente de los grandes puertos.

ii Grupo radical, compuesto por defensores de la soberanía popular, e inspirado precisamente en J.J. Rousseau.

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