Jacques Rancière es uno de los filósofos vivos más estimulantes y consistentes de la izquierda radical. Radical quiere decir ir a las raíces y este filósofo francés lo hace reivindicando la igualdad. Pero no se limita a hacerlo de manera retórica o ideológicamente correcta ,sino que intenta llevar esta afirmación hasta las últimas consecuencias. Que […]
Jacques Rancière es uno de los filósofos vivos más estimulantes y consistentes de la izquierda radical. Radical quiere decir ir a las raíces y este filósofo francés lo hace reivindicando la igualdad.
Pero no se limita a hacerlo de manera retórica o ideológicamente correcta ,sino que intenta llevar esta afirmación hasta las últimas consecuencias. Que no son pocas. Implica, por ejemplo, aceptar lo que él llama la emancipación intelectual, que quiere decir que cualquiera puede entender lo que quiera si pone suficientes ganas, esfuerzo y atención. Así de sencillo. No se trata de buscar la igualdad como un objetivo sino de aceptarla como principio. Si somos desiguales es porque nos han convertido en tales a través de un orden policial que coloca a cada uno en su lugar. Cuando los trabajadores libres y pobres de Atenas accedieron a la igualdad política Platón ya se preocupó de llamarles al orden. Lo que habían de hacer era dejar gobernar a los competentes, a los mas sabios. La diferencia entre competentes y no competentes no me gusta, como a Rancière. Me hubiera gustado que los ideólogos pedagogos que diseñan nuestro sistema educativo hubieran utilizado la palabra capacidad mas que competencia. No se trata, como parecen sugerir, de una técnica a aprender y que divide según los resultados sino de una capacidad universal a actualizar, de manera dinámica y permanente.
El mismo Rancière había tenido que superar las enseñanzas de su maestro Althusser cuando éste le decía que la teoría de la que disponían los marxistas era la verdad científica, frente a las espontáneas falsedades de una mayoría alienada por la ideología. Todo esto tenía sus implicaciones en la pedagogía, que Rancière descubrió básicamente a partir de unos documentos que encontró de un pedagogo del siglo XIX, Josep Jacotot. Este hombre pudo comprobar como sus propios alumnos eran capaces de aprender por sí mismos cuando él tuvo que ausentarse. Dedujo que el maestro no tiene que ser necesariamente alguien que sabe, sino alguien que quiere que los alumnos aprendan. Para ello lo importante no era saber más que el alumno, sino saber hacerle trabajar. Todos tenían, tenemos, capacidad para aprender por nosotros mismos. Lo único que necesitamos es voluntad, que quiere decir esfuerzo, energía y esfuerzo. Este es el maestro ignorante, el maestro emancipador que ayuda al alumno a pensar por sí mismo. La condición es que el maestro esté emancipado, porque nadie puede enseñar a pensar si él mismo no sabe hacerlo. Es lo que Rancière llama el dominio de la voluntad del maestro sobre el discípulo. Pero no hay jerarquía, sólo hay impulso. Pero cuando el maestro domina intelectualmente entonces sí hay jerarquía. La hay porque el maestro siempre sabe más que el alumno, siempre mantiene esta distancia con él que le permite mantener su status.
No pensemos que Sócrates sea un buen ejemplo de maestro ignorante. El «Sólo sé que no sé nada» es tramposo. Sócrates pensaba que siempre iba más avanzado que su interlocutor y quería hacerle seguir un camino predeterminado por él. Tampoco las reformas educativas de los últimos tiempos van por este camino. Aunque sí plantean como principio que lo importante es motivar, lo que hacen luego en la práctica es marcar unos procedimientos y unas etapas absolutamente reglamentados. Lo contrario de lo que dice Rancière. El lenguaje es una caja de herramientas que cada cual debe utilizar a su manera. Sólo necesitamos que nos lo enseñen. Los objetos de estudio de la filosofía, de la psicología y de las ciencias sociales pertenecen a cualquiera que quiera pensar, son imprescindibles para formar el pensar crítico y, por lo tanto, la democracia. Los filósofos, los historiadores, los sociólogos tenemos nuestros métodos pero no son excluyentes. Los otros pueden pensar igual que nosotros. A veces incluso más interesantes. Pero siempre igual de respetables.
La emancipación intelectual es la base para la emancipación política, que es la única posibilidad de una democracia real.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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