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Jaime Gil de Biedma, Manuel Sacristán y Francisco Fernández Buey

Fuentes: Rebelión

Pels amics i mestres Francisco Gallardo, Carles Gil i Xavier Juncosa.   Se afirmó y repitió durante años y años, durante décadas (y se sigue afirmando en la actualidad en alguna ocasión): Manuel Sacristán se opuso a la militancia de Jaime Gil de Biedma en el PSUC. La impidió de hecho. ¿Por qué? Por la […]


Pels amics i mestres Francisco Gallardo, Carles Gil i Xavier Juncosa.

 

Se afirmó y repitió durante años y años, durante décadas (y se sigue afirmando en la actualidad en alguna ocasión): Manuel Sacristán se opuso a la militancia de Jaime Gil de Biedma en el PSUC. La impidió de hecho. ¿Por qué? Por la homofobia y el dogmatismo político, el totalitarismo y la falta de cintura del autor de -fue su tesis doctoral- Las ideas gnoseológicas de Heidegger.

Cuando se sostenía tal acusación -de eso se trataba, de acusar- se usaban como únicas fuentes de información lo que se decía en el seno del PSUC-PCE y en sus alrededores, y, en ocasiones, lo que se infería o podía inferirse de una lectura rápida e interesada de lo sostenido por el autor de «Pandémica y celeste» en su retrato del artista en 1956. Ni una referencia al tema sin embargo, ¡ni una sola!, en El argumento de la obra. Correspondencia (1951-1989), según edición de 2010 de Andreu Jaume para Lumen [1].

No importó nunca la buena relación entre ambos en Laye, el Manolo o «Sacristest» de alguna de las cartas (a Carlos Barral, 5 de agosto de 1952) del autor de Moralidades, la admiración que Sacristán siempre confesó por la obra de Gil de Biedma (y a la inversa: para Carlos Barral el autor de «Canción del aniversario» era un sacristanista sin matices), la inconsistencia que tal supuesta homofobia podía representar con respecto a otras relaciones del autor de Introducción a la lógica y al análisis formal, el papel no esencial (o dirigente) del traductor de El Capital en el PSUC de aquellos años, recién ingresado en el partido comunista catalán en la primavera de 1956 tras su vuelta del Instituto de Lógica de Münster. Ni siquiera han contado más recientemente las entrevistas a Miguel Núñez realizadas muchos años después [2].

Gregorio Morán ha vuelto sobre el tema en su última intempestiva [3]. Lo ha hecho en términos muy alejados de los que él mismo sostuvo en su reconocida historia del PCE. Se le escapa algún detalle que tiene que ver con las memorias de Luis Goytisolo [4], pero lo esencial del asunto está dicho por el autor de El maestro en el erial en los siguientes términos: «Marchó [Landínez] a París hacia 1960 y siguió escribiendo. En una vieja y hermosa casa de Santander pude descubrir su famoso manuscrito «El aprendiz de genio», que no es una obra maestra pero tiene páginas memorables. También otros textos de mayor valor, inéditos. El secreto mejor guardado es que Luis Landínez fue el argumento que sostuvo la dirección del PSUC cuando […] Jaime Gil de Biedma solicitó el ingreso en el partido. No es verdad que Manolo Sacristán le dijera que no lo admitían por homosexual. Como militante disciplinado que era, Sacristán consultó con su superior jerárquico en la organización comunista, en este caso, Miguel Núñez, quien le respondió: «Después del caso Landínez hay que tener mucho cuidado con los homosexuales en la clandestinidad. Son más susceptibles a chantajes«. Probablemente Sacristán no sabía quién era Landínez, pero Núñez sí. Y así quedó este enigma aún hoy sin resolver…» [la cursiva es mía].

No es verdad, entre otras razones, podemos añadir, porque no fue Sacristán quien le comunicó a Gil de Biedma la (difícil) decisión del partido de los comunistas catalanes, de aquellos arriesgados combatientes que lucharon por las libertades nacionales de Catalunya cuando algunos nacionalistas catalanes se dedican a los negocios o preparaban su curriculum para los tiempos futuros.

¿Qué quedará de toda esta historia? Pues probablemente, a no ser que también nos pongamos en ello, lo que ha quedado hasta el momento: que Sacristán fue un dogmático cerril -Francesc-Marc Álvaro es uno de los «intelectuales» que ha apuntado y abonado esta consideración-, un dirigente y luchador político que no dio ni una, un utópico insustantivo que hubiera debido dedicarse a la lógica y a asuntos de filosofía de la ciencia y dejar en paz otras temáticas más adecuadas para gentes responsables. Al ejemplo de Gil de Biedma, se le solían y suelen sumar los de Gabriel Ferrater y Manuel Vázquez Montalbán, su crítica irresponsable a la Inmaculada Transición borbónica y al eurocomunismo e incluso su apoyo a la manifestación «alocada» en Ramblas tras el asesinato de Julián Grimau.

Hay un punto más sin embargo en el que interviene su amigo, discípulo y compañero Francisco Fernández Buey.

El autor de La gran perturbación impartió un curso de doctorado sobre la vida y obra de Sacristán en el año académico 1993-1994, en la Facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona, donde entonces era profesor de metodología de las ciencias sociales.

Uno de los temas del curso, por supuesto, fue el papel de Sacristán en el asunto de la negación de militancia a Gil de Biedma. Los alumnos que asistimos preguntamos y preguntamos sobre ésta y mil cuestiones más. El 22 de marzo de 1994, FFB me escribía una carta en la que, entre otros asuntos, hacía una potente reflexión sobre el asunto y otros temas relacionados [5]. Resumo brevemente.

El segundo punto en el que discrepo, señalaba el profesor FFB, es el punto en el que yo mismo me refería en una nota a la «frivolidad» de Gil de Biedma y otros literatos. La frivolidad de la que se hablaba en 1956 en relación con la entrada de alguien en el PSUC era otra cosa muy distinta de la seriedad poética o literaria (a la que yo hacía referencia en mi nota). FFB usaba «frivolidad» en el sentido de inconstancia y no le parecía necesario insistir -sin ninguna crítica anexa- en el comportamiento del poeta en aquel entonces. El mismo Gil había hecho referencia a ello. FFB añadía: «Diré más: considero apreciable en muchos aspectos un comportamiento (inconstante, frívolo) así; sobre todo en lo que tiene de crítica práctica a la hipocresía burguesa». FFB siempre había apreciado mucho el talante del Max Estrella valleinclandesco, al igual que Sacristán (firmó a veces con ese nombre), pero no creía que una persona de «tales dotes hubiera cabido en el partido comunista de los cincuenta: por el bien de unos y de otros».

FFB estaba de acuerdo con la actitud de Sacristán en aquel entonces. En cambio, no estaba seguro de que tal como habían ido las cosas, en España y en el mundo, se pudiera entender bien «ese otro punto de vista». ¿Qué otro punto de vista? El siguiente: «el de quien apreciando la seriedad literaria de un hombre hasta defenderlo, en este plano, contra los correligionarios que trataban de imponer una poética determinada», había criticado al mismo tiempo, en el plano político-moral, la frivolidad de un comportamiento cotidiano que podía poner en peligro la vida y la seguridad de otros compañeros, de otros militantes y simpatizantes del PSUC.

FFB añadía: en el plano de las ideas estéticas Sacristán era más bien aristocrático y vanguardista. Tenía pensado un segundo volumen de crítica literaria que iba a continuar el dedicado a Goethe y Heine. Iba hablar en él de Rimbaud y Maiakovski. Pero como político combatiente Sacristán era «como un obrero profesional y se entendía muy bien con los obreros. Durante años se peleó con los suyos en dos planos: con la dirección política del partido por su insensibilidad en las cuestiones intelectuales y con los intelectuales por su insensibilidad ante el trabajo productivo de los otros».

Cuando a finales de los cincuenta se intentaba entrar en la organización clandestina del partido comunista, la seriedad artística o intelectual de la persona no era, lógicamente, lo más importante. Tampoco el nombre que tuviera la persona. «Ser alguien en la literatura empezó a contar (como cosa positiva) en el partido muchos años después». Lo más importante, prosigue FFB, era el comportamiento cotidiano de la persona que iba a tener responsabilidad políticas por las que uno y sus compañeros podían pagar entonces «con un montón de años de cárcel». La vida de los militantes sufría un vuelco enorme. Fueron, entre muchos otros, los casos de Sacristán y del propio Fernández Buey. «Hasta entonces también yo era un joven aficionado a la ironía y a la literatura. A partir de entonces se me puso la cara seria, entre tras cosas por el miedo: por el miedo a ser detenido y a lo que me iban a preguntar de los otros». FFB vio como el joven Quim Sempere iba a parar a la cárcel de Cáceres tras ser detenido pidiendo la libertad, entre otros, de Jordi Pujol.

El equívoco en opinión de FFB que se solía producir al tratar la relación Sacristán/Gil de Biedma era que casi siempre se implicaba en el juicio un vínculo demasiado unilateral y estrecho, de dirección única, entre lo literario y lo político. Él pensaba que gran parte de la mejor poesía europea de todos los tiempos se había producido de espaldas al compromiso político serio, al margen de militancias, y la otra, la literatura políticamente comprometida en serio, «casi siempre acaba con la tragedia personal del poeta o el literato». Para él, si se tenía que discutir una decisión histórica, concreta, de alguien que tenia también criterios artísticos serios (no politiqueros) había que saber en detalle de qué plano se estaba hablando preferentemente.

El resumen del coautor de Ni tribunos sobre la, digamos, anécdota: «si hablamos de poesía no hay duda: Gil de Biedma fue uno de los grandes (y ni los comunistas de entonces ni los de ahora discuten eso); si hablamos de política y lo que se critica es el comportamiento de un partido o de un miembro de ese partido respecto de un hombre que pudo ser importante en el comunismo hispánico, entonces no hay más remedio que preguntarse qué hizo ese hombre mejor que los que le criticaron en ese plano». El a prori implícito de FFB: en el plano político-moral cuando uno se mete con alguien tiene que intentar hacerlo mejor que ese alguien en el punto justo que está criticando: de lo contrario, señala el propio Fernández Buey, se acaba haciendo de perro del hortelano («lo cual puede no ser tan malo cuando se tiene hortelano, pero es una torpeza cuando no se tiene o no se sabe quien es»)

Ni que decir tiene que los a priori del autor de Leyendo de Gramsci no son los a priori de muchos otros intelectuales que intervinieron e intervienen de forma no siempre documentada sobre este vértice (no fue el único claro está) de la relación entre dos grandes escritores de la cultura catalana que no escribieron en catalán pero que valoraron mucho la obra de, entre otros, Gabriel Ferrater. 

Notas:

[1] Con algunas pullas o comentarios jocoses de Gil de Biedma, que (indocumentadamente) casi nunca consideró los trabajos de crítica literaria de Sacristán (que seguramente desconocía parcialmente) ni su gusto estético. Dos ejemplos: «Debes recordar por otra parte los inconvenientes de ser un poeta lento, esto quiere decir que el poema ha sido elaborado y realizado con una técnica que es fruto de una etapa mental muy posterior a aquella en que se produjo la intuición originaria. Es curioso que tus reparos a «Las Afueras» ven a coincidir, partiendo de lugares muy distintos, con los que hace Sacristán -pero tranquilízate: no coincidía por completo: lo que menos le gusta a él son los poemas en tercetos, dice que son pedantes» (p. 147, 1956, la cursiva es del amigo del que fuera Duque de Alba). El segundo: «Lo único que me ha resultado en eso de «Estaño viajero…» (este primer verso cojea de una sílaba con lo que imagino aludes -a lo mejor estoy cometiendo una coladura tipo Sacristán- a las monedas de los transeúntes sobre el platillo del ciego)» (p. 161, 1956).

[2] Entrevista de Xavier Juncosa a Miguel Núñez para los documentales Integral Sacristán», El Viejo Topo, Barcelona, una de las grandes obras del director, historiador y escritor barcelonés. ¡No se pierdan su premiada novela El Missatger del fred, «El Mensajero del frío»! ¿Para cuándo su traducción al castellano?

[3] Gregorio Morán, «La leyenda del gran Landínez». La Vanguardia, 15 de diciembre de 2012. http://www.caffereggio.es/2012/12/15/la-leyenda-del-gran-landinez-de-gregorio-moran-en-la-vanguardia/

[4] Salvador López Arnal, Cuatro momentos de la historia del PSUC. Entre intelectuales: Manuel Sacristán y Gabriel Ferrater, Gil de Biedma, Manuel Vázquez Montalbán y Alfredo Costafreda, El Viejo Topo, Barcelona (en prensa). Prólogo de Joaquín Miras; epílogo de Jordi Torrent.

[5] Francisco Fernández Buey, «Carta a SLA, 22 de marzo de 1994». Biblioteca de la UPF (pendiente de depósito).

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.