El acoso sexual ha vuelto a ser empleado de nuevo en el operativo policial, llevado a cabo la semana pasada en Euskal Herria, especialmente contra Beatriz Etxebarria, que denunció haber sido violada mediante la introducción de un palo en su cuerpo. Relató a su letrado que la subieron completamente desnuda a un taburete donde le […]
El acoso sexual ha vuelto a ser empleado de nuevo en el operativo policial, llevado a cabo la semana pasada en Euskal Herria, especialmente contra Beatriz Etxebarria, que denunció haber sido violada mediante la introducción de un palo en su cuerpo. Relató a su letrado que la subieron completamente desnuda a un taburete donde le esparcieron vaselina en el ano y en la vagina, y le introdujeron un palo.
La joven vizcaina indicó que le arrebataron la ropa de forma reiterada, y que en una ocasión le echaron agua fría sobre su cuerpo desnudo. Beatriz Etxebarria, como el resto (Íñigo Zapirain, Daniel Pastor y Lorena López), permaneció todo el periodo de incomunicación con un antifaz y denuncia que, mientras le echaban agua en las manos, escuchaba un ruido que simulaban ser electrodos.
Por supuesto, que el fiscal general, el Sr. Conde Pumpido, así como el juez Marlaska, el delegado nacional en Euskadi, el Sr. Cabieces y el lehendakari López con su escudero verde, Ares, guardaron, como siempre ante la tortura y violación que practican, un religioso silencio. Ellos torturaron y callaron, y acusan a otros, que todavía según ellos no son e impugnan para que no sean, de guardar silencio. Me acordé del bello escrito de Harald Martenstein, cuando escribe:
Sigo aún sin entender por qué estudié precisamente románicas, siendo en la escuela mi nota más baja la de francés. ¿Quizá porque me gustaba la literatura francesa? También me gustaba el vino tinto, desayunaba con croissants y oía con agrado la canción Amsterdam de Jacques Breli, ¿fue todo esto lo me motivó a estudiar románicas? Hoy sigo sin entender la decisión de entonces.
En los seminarios para principiantes de carreras todos hablaban correctamente francés. En mí no era ese el caso. Se podía ir a una escuela francesa como maestro suplente de alemán, pensé que así aprendería francés, que era lo que deseaba. Pero se exigía el examen intermedio, que había que haberlo aprobado y yo no lo tenía, porque para aprobar este examen había que hablar bien francés. Y éste era precisamente el punto de partida de una tragedia griega. Hagas lo que hagas y vayas en la dirección que vayas te encuentras con que no tienes el certificado, te aguarda el rechazo.
Fue horas antes de que acabase el plazo de inscripción cuando me apunté al puesto de maestro suplente. Con «horas antes» quiero decir: el último día a minutos de extinguirse el plazo. La secretaria me miró con gesto adusto. Pero sucede que si cometes una falta, te disculpas y muestras una actitud contrita puede que te ayude. La mujer, como era de suponer, preguntó por el certificado del examen intermedio. Y entonces dije yo: ¡me cachis la mar! El certificado de marras, ¿pero no he adjuntado? Siempre es posible el milagro.
Yo no afirmé que tenía, tan sólo pregunté si no lo había adjuntado, manifesté un halo de descuido. Nunca miento, créanme. La mujer pensó que yo presentaría el certificado en la escuela francesa, y anotó algo en la hoja de inscripción. Disculpen, me he olvidado mencionar algo. Aceptaban a todos los que solicitaban puesto en el norte de Francia, porque allí nadie quería ir. Todos iban a la Provenza o a París. En la escuela francesa nadie me preguntó por el certificado. Tenían otras preocupaciones. Se sentían felices con el nuevo maestro auxiliar allí, en el norte. Al final del año era capaz de parlar, galantear, enfadarme, filibustear, y yo me sentía inmensamente feliz. Tras este puesto me inscribí en otra universidad alemana. Como dicen los latinos, variatio delectat.
En la secretaría de esa otra universidad me preguntaron, como cabía esperar, de inmediato por el certificado intermedio. Yo dije: «¿Pero acaso sin el significado se puede trabajar como maestro auxiliar en Francia?» Respondí preguntando, pero sin mentir. Y, claro, se quedaron satisfechos, y mi magíster Artium lo absolví con nota excelente, con summa cum laude. Con esto no quiero decir que el summa cum laude lo obtiene todo aquel que sabe contar hasta tres. No ejerzo el título, al menos no de manera oficial. Es decir, ni soy ministro alemán, ni obispo de diócesis ni, tampoco, presidente del consejo central de antropósofos, aun cuando me siento capaz de todo ello. Tampoco es tan difícil. Lo más importante es la inteligencia social. En lugar de todo eso escribo comentarios sobre temas fundamentales político-morales y, de vez en cuando, escucho la canción Amsterdam de Jacques Brel».
Palabra de honor, jamás mentí. Yo, cuando torturé y violé, me calle.
Nota:
i Suena la canción de este cantante belga: Dans le port d’amsterdam/ y a des marins qui chantent/ les rêves qui les hantent/ au large d’amsterdam/ dans le port d’amsterdam/ y a des marins qui dorment/ comme des oriflammes/ le long des berges mornes/ dans le port d’amsterdam/ y a des marins qui meurent/ pleins de bière et de drames/ aux premières lueurs/ mais dans le port d’amsterdam/ y a des marins qui naissent…
En el puerto de Amsterdam/ hay marinos que cantan/ los sueños que les asedian/ a lo ancho de Amsterdam…
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