Es comprensible que haya gente indignada por lo que está haciendo Federico Jiménez Losantos desde la Cadena Cope. Lo que me parece comprensible no es que se indigne por lo que está haciendo, sino porque lo esté haciendo desde la cadena de radio de la Conferencia Episcopal Española. Hay dos posibles razones que justifican ese […]
Es comprensible que haya gente indignada por lo que está haciendo Federico Jiménez Losantos desde la Cadena Cope.
Lo que me parece comprensible no es que se indigne por lo que está haciendo, sino porque lo esté haciendo desde la cadena de radio de la Conferencia Episcopal Española.
Hay dos posibles razones que justifican ese específico enfado. La primera concierne a la ciudadanía, en general, que tiene sobrados motivos para quejarse de que el Estado subvencione una institución que se gasta el dinero a raudales financiando un servicio de agit-prop sectario y agresivo. La segunda tiene más que ver con los católicos que no participan ni poco ni mucho de las opciones políticas ultramontanas defendidas por esa cadena de radio. Están molestos con la jerarquía católica -y se entiende- por lo mucho que se ha implicado en esa particular bandería política.
Fuera de eso, a mí las opiniones y diatribas de Jiménez Losantos -en las que, a decir verdad, no soy nada experto, porque lo he oído muy poco, y siempre de rebote-, me parecen tan disparatadas, falsarias y desagradables como legítimas. Él opina lo que opina, y lo dice. Y por qué no. Le ampara la libertad de expresión. Que defienda que otros seamos silenciados, a capones si es preciso, no cambia ni en un ápice mi criterio. A diferencia de él, yo defiendo la libertad de expresión de todos, incluyendo la de quienes están en contra de la libertad de expresión.
No digo que deba dejársele pasar sin crítica. Todo lo contrario. Me parece de perlas que se le ponga de vuelta y media, que se desmonten sus falacias y se desenmascare su agitación en pro del enfrentamiento civil. Hay que combatirlo y hay que vencerlo. Pero con argumentos; no con censuras.
Por lo demás, vuelvo a una de mis reflexiones más queridas. El verdadero problema no es que existiera un ugandés llamado Idi Amin Dada, capaz de matar a medio millón de personas y de comerse a un buen puñado de ellas. Lo que merece estudio es el entramado de intereses internos e internacionales que se reunieron para conducir a esa mala bestia hasta la Presidencia de su país y para mantenerlo en ella desde 1971 hasta 1979. Lo primero es anecdótico: hay gente para todo. Lo segundo, en cambio, es clave. Del mismo modo, y sin mejorar lo presente, la cuestión no es que una viborilla turolense traumada por una triste experiencia personal en Cataluña decidiera dedicarse a soliviantador ultraderechista de las ondas. Lo realmente interesante es determinar por qué la deriva fanática de tan singular personaje ha ido ganándose tan fuertes y tan amplios apoyos. Por qué se ha convertido en el predilecto de la extrema derecha, civil, militar y religiosa.
Las realidades sociales ni se crean ni se destruyen por decreto. Tapar la boca a Jiménez Losantos no sólo sería un atentado contra la libertad de expresión; también una gran torpeza política. No vale la pena detenerse en el personaje. Mejor es preocuparse por lo que tiene por detrás y preguntarse por qué ese magma reaccionario está yendo a más y envalentonándose.