Que la familia Pujol Ferrusola ha actuado como un clan corrupto, no cabe duda. Que su vinculación con el poder lo ha favorecido, dado el papel más que relevante jugado por el patriarca, Jordi Pujol i Soley, tampoco cabe duda. Que lo que nos contó el patriarca acerca de la herencia recibida de su propio […]
Que la familia Pujol Ferrusola ha actuado como un clan corrupto, no cabe duda. Que su vinculación con el poder lo ha favorecido, dado el papel más que relevante jugado por el patriarca, Jordi Pujol i Soley, tampoco cabe duda. Que lo que nos contó el patriarca acerca de la herencia recibida de su propio padre suena a cuento infantil y resulta más que plausible. Es más, la figura del padre del padre, esto es, el abuelo Florenci, nos lleva a unas prácticas económicas que son propias de buena parte de quienes empiezan en el mundo de los negocios, lo que corrobora que nos encontramos ante una herencia, no sólo económica, sino de forma de entender la vida.
Jordi Pujol i Soley ha personificado para mucha gente durante mucho tiempo a Catalunya. Algo que, en realidad, no es cierto, porque sólo ha personificado a una parte de Catalunya: la burguesa y, en sentido amplio, la pequeño-burguesa. Ha aunado, así, dos tradiciones, que hasta 1936 se expresaron políticamente de forma diferenciada. La propiamente burguesa, de larga trayectoria desde el siglo XIX y ya en el XX con la Lliga Regionalista de Catalunya, tuvo siempre un componente pragmático, consciente que el bolsillo y el corazón no debían distanciarse en demasía, lo que la llevó al pactismo permanente con el estado. Derrotada políticamente al comienzo de la II República, después de su apoyo inicial al golpe de Primo de Rivera en 1923, acabó sucumbiendo al franquismo, al que se abrazó porque le pudo más el bolsillo que el corazón.
La Catalunya pequeño-burguesa tuvo la hegemonía política durante la II República a través de Esquerra Republicana de Catalunya, pero acabó siendo doblemente derrotada: durante la guerra y en lo que vino después. En la primera, aun con Lluis Companys como presidente de la Generalitat, no pudo ante el empuje popular en unas circunstancias excepcionales. Y frente a lo que vino después, poco o nada pudo hacer.
Y es aquí donde entra en juego el abuelo Florenci, que había sido militante de ERC. Derrotado políticamente, se centró en la prosperidad económica personal para sobrevivir material y anímicamente. Una forma de sublimar las aspiraciones de clase, haciendo del bolsillo la expresión del corazón o, si se prefiere, lo económico como expresión de lo político.
Y en esto su hijo Jordi Pujol i Soley acabaría siendo el culmen. Médico de formación, acabó subsumido en lo político. Demasiado estrecho lo primero, se centró en lo segundo, que le permitía abrir horizontes más amplios. Para ello nunca le faltó el apoyo de su padre, con Banca Catalana como su pilar material. Una entidad que pretendió ser el germen de algo más, pero que acabó presa de la lucha feroz existente entre quienes manejan las finanzas bancarias.
Jordi Pujol i Soley, empero, consiguió siendo la personificación de Catalunya. Bueno, de una parte, pero creyéndose él que lo era todo. Ganador sorpresa en las primeras elecciones autonómicas de 1980, se le permitió gobernar en minoría. Con su marca CiU, las célebres siglas que agrupaban los partidos que representaban los dos sectores sociales que representaban: Convergencia Democrática de Catalunya, más ligada a la pequeña burguesía y las clases medias de las provincias, y Unió Democrática de Catalunya, más entroncada con la burguesía catalana.
En ese momento, en 1980, ni el PSC ni ERC se opusieron al gobierno en minoría de CiU, evitando así un pacto de izquierdas con el PSUC. Desde entonces Pujol i Soley y CiU fueron ganando sucesivamente todas las elecciones autonómicas hasta 2003 (en 1999, sólo en escaños). Y paralelamente, pese a no ser en su territorio el partido más votado en las elecciones generales, fueron sosteniendo a todos los gobiernos centrales que lo necesitaron: el de UCD de 1979, el del PSOE de 1993 y el del PP de 1996. Eso fue lo que, entre otras cosas, permitió que Jordi Pujol i Soley saliera indemne en los años ochenta del escándalo de la Banca Catalana.
Todo un éxito político completo: el pactismo, propio de la burguesía catalana desde el siglo XIX y expresado políticamente hasta 1923 por la Lliga, estaba instalado en el poder con eficacia; y el nacionalismo, herencia de la radicalidad expresada en otro tiempo por ERC, se manifestaba a través de lo que nuestro protagonista ha denominado tantas veces como «hacer país». Y todo un éxito personal, con el propio Jordi Pujol i Soley convertido en Honorable. Atrás dejaba el título más entrañable de l’avi que se le había dado a Francesc Maciá o el recuerdo como mártir de Lluis Companys.
Pero la derrota electoral de 2003 tuvo consecuencias. Primero alejó a Jordi Pujol i Soley de la primera fila de la política, dejando como fiel escudero a Artur Mas. Pero, sobre todo, abrió la primera fisura en lo que se había montado. Cuando Pasqual Maragall pronunció en 2005 aquello del 3%, abrió la caja de los truenos. Es cierto que de inmediato el PP se encargó de romper la caja del todo, dando lugar a lo que estamos viendo desde hace unos años. Pero desde entonces todo se ha ido precipitando.
Ya nada es como era. Ni en la familia Pujol Ferrusola. Todo lo que vamos conociendo, pone al descubierto que en su seno se ha seguido la tradición inaugurada con el abuelo Florenci. Que su hijo Jordi nunca se separó de ella, aun cuando la política le obligara a descuidarla. Fueron sus hijos, los Pujol Ferrusola, quienes la recuperaron. ¡Y de qué forma! A lo mejor, también, con la ayuda de la madre, que según algunas fuentes la denominan como la «madre superiora».
Lo que sí parece seguro es que Jordi Pujol i Soley ha arruinado todo su capital político. El suyo y el de su partido, Convergencia Democrática de Catalunya. Y me atrevo a decir que algo más importante: el de quienes aspiraban a hacer de Catalunya un estado independiente. En aumento durante el primer gobierno de Mariano Rajoy, el procés se ha estancado. Porque uno de sus componentes, lo que ahora llaman Partit Democrático de Catalunya, con Mas al frente, no deja de ser la herencia del pujolismo. Es decir, expresión de la corrupción habida en ese territorio. La misma que ha roto una de las patas de la legitimidad en que se sustentaba el procés.
Jordi Pujol i Soley, el Honorable, ha dejado de serlo y con ello ha condenado las aspiraciones que tenía buena parte de la sociedad catalana: la burguesa, no tanto; la pequeño-burguesa, en mucha mayor medida; y la popular, en diversos sectores y estratos, aunque minoritarios. Es cierto que ERC se está convirtiendo en la fuerza hegemónica del nacionalismo, pero la losa de la corrupción de quien no deja de ser su aliado en el gobierno está pesando demasiado.
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