¨¡Qué guerra ésta!¨
General Máximo Gómez
José Martí y Máximo Gómez, con otros cuatro expedicionarios, habían desembarcado una noche tormentosa por Playita de Cajobabo el 11 de abril de 1895 y realizado, posteriormente, una larga travesía hasta encontrarse con el General Antonio Maceo el 5 de mayo en La Mejorana, donde dirimieron coincidencias y diferencias estratégicas políticas y militares.
Luego ambos prosiguieron su travesía hacia el occidente de Cuba para continuar el levantamiento revolucionario en todo el país. Y el día 19 de mayo se inició un combate contra fuerzas del ejército español.
Aquel mismo día, en hora indeterminada, el Mayor General Máximo Gómez, General en Jefe de la Revolución Cubana, narró lo acontecido. Anotó en su Diario sus impresiones sobre la infausta caída en combate de José Martí, con quien había desatado la guerra por la independencia de Cuba.
«…encuentro al General Bartolo(mé) Masó con más de 300 jinetes… y Martí y mis ayudantes.
Pasamos un rato de verdadero entusiasmo.
Se arengó a la Tropa y Martí habló con verdadero ardor y espíritu guerrero; ignorando que el enemigo venía marchando por mi rastro y que la desgracia preparaba a nosotros y para Martí la más grande desgracia.
Dos horas después, nos batíamos a la desesperada con una columna de más de 800 hombres, a una legua del campamento, en Dos Ríos.
Jamás me he visto en lance más comprometedor… pues en la primera arremetida se barrió la vanguardia enemiga, pero en seguida se aflojó, y desde luego el enemigo se hizo firme con un fuego nutridísimo; y Martí que no se puso a mi lado, cayó herido o muerto en lugar donde no se pudo recoger y quedó en poder del enemigo.
Cuando supe eso avancé sólo hasta donde pudiera verlo.
Esta pérdida sensible del amigo, del compañero y del patriota; la flojera y poco brío de la gente, todo eso abrumó mi espíritu a tal término, que dejando algunos tiradores sobre un enemigo que ya de seguro no podía derrotar, me retiré con el alma entristecida.
¡Qué guerra ésta! Pensaba yo por la noche; que al lado de un instante de ligero placer, aparece otro de amarguísimo dolor. Ya nos falta el mejor de los compañeros y el alma pudiéramos decir del levantamiento.¨» (1)
A continuación, Gómez señala otros detalles de aquel episodio militar y su desenlace, en el que las voluntades y actos personales, los azares y las imprevistas consecuencias de las decisiones tácticas configuraron la causa de una desgracia que afectó mucho la marcha posterior de la república de Cuba en armas.
Y es que la participación de Martí en aquella batalla circunstancial era coherente con lo expresado, en carta del 25 de marzo escrita desde el hogar del General Gómez en Santo Domingo, a su amigo dominicano Federico Enríquez y Carvajal:
«…escribo, conmovido en el silencio de un hogar que por el bien de mi patria, va a quedar, hoy mismo acaso, abandonado. Lo menos que, en agradecimiento de esa virtud puedo yo hacer, puesto que así más ligo que quebranto deberes, es encarar la muerte, si nos espera en la tierra o en la mar, en compañía del que, por la obra de mis manos, y el respeto de la propia suya, y la pasión del alma común de nuestras tierras, sale de su casa enamorada y feliz a pisar, con una mano de valientes, la patria cuajada de enemigos.
De vergüenza me iba muriendo, – aparte de la convicción mía de que mi presencia hoy en Cuba es tan útil por lo menos como afuera, – cuando creí que en tamaño riesgo pudiera llegar a convencerme de que era mi obligación dejarlo ir solo, y de que un pueblo se deja servir, sin cierto desdén y despego, de quien predicó la necesidad de morir y no empezó por poner en riesgo su vida. Donde esté mi deber mejor, adentro o afuera, allí estaré yo. Acaso me sea dable u obligatorio, según hasta hoy parece, cumplir ambos. […]
Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar. Para mí la patria, no será nunca triunfo, sino agonía y deber. Ya arde la sangre. Ahora hay que dar respeto y sentido humano y amable, al sacrificio; hay que hacer viable, e inexpugnable, la guerra: si ella me manda, conforme a mi deseo único, quedarme, me quedo en ella; si me manda, clavándome el alma, irme lejos de los que mueren como yo sabría morir, también tendré ese valor. Quien piensa en sí, no ama a la patria. […] De mí espere la deposición absoluta y continua. Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir, callado. Para mí, ya es hora. Pero aún puedo servir a este único corazón de nuestras repúblicas. Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo. Vea lo que hacemos, Vd. con sus canas juveniles, – y yo, a rastras, con mi corazón roto.¨»
Y en la carta inconclusa, de fecha 18 de mayo de 1895, a su amigo mexicano Manuel Mercado, Martí había expresado su presencia en los campos insurrectos de Cuba y su misión, y la visión inmediata de los acontecimientos venideros de la revolución, tronchados por su muerte heroica. Aunque inconclusa es concluyente el pensamiento expresado sobre su visión de la Revolución Cubana como instrumento formidable de la liberación de Cuba y de América y de su carácter antiimperialista, y de su papel personal dentro de la Revolución. Sobre todos estos temas medita y escribe:
[…] ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber – puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo – de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin. Las mismas obligaciones menores y públicas de los pueblos –como ese de Vd. y mío–, más vitalmente interesados en impedir que en Cuba se abra, por la anexión de los imperialistas de allá y los españoles, el camino, que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América, al Norte revuelto y brutal que los desprecia, – les habían impedido la adhesión ostensible y ayuda patente a este sacrificio, que se hace en bien inmediato y de ellos. Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas: – y mi honda es la de David. […] Acabo de llegar. Puede aún tardar dos meses, si ha de ser real y estable, la constitución de nuestro gobierno, útil y sencillo. Nuestra alma es una, y la sé, y la voluntad del país; pero estas cosas son siempre obra de relación, momento y acomodos. Con la representación que tengo, no quiero hacer nada que parezca extensión caprichosa de ella. Llegué, con el general Máximo Gómez y cuatro más, en un bote en que llevé el remo de proa bajo el temporal a una pedrera desconocida de nuestras playas; cargué, catorce días, a pie por espinas y alturas, mi morral y mi rifle; – alzamos a gente a nuestro paso; – siento en la benevolencia de las almas la raíz de este cariño mío a la pena del hombre y a la justicia de remediarla; […] seguimos camino, al centro de la Isla, a deponer yo, ante la revolución que he hecho alzar, la autoridad que la emigración me dio, y se acató adentro, y debe renovar, conforme a su estado nuevo, una asamblea de delegados del pueblo cubano visible, de los revolucionarios en armas. […] Por mí, entiendo que no se puede guiar a un pueblo contra el alma que lo mueve, o sin ella, y sé cómo se encienden los corazones, y cómo se aprovecha para el revuelo incesante y la acometida el estado fogoso y satisfecho de los corazones. Pero en cuanto a formas caben muchas ideas, y las cosas de los hombres, hombres son quienes las hacen. Me conoce. En mí, sólo defenderé lo que tenga por garantía o servicio a la revolución. Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad. – Y en cuanto tengamos forma, obraremos, cúmplame esto a mí o a otros. […]» (3)
¡Qué vaticinios más verdaderos contenidos en ambas cartas de Martí!
Notas:
(1) [Máximo Gómez. Diário de Campaña. Ediciones Huracán. Instituo del libro.La Habana, 1968, PP..376-377]
(2) [Carta a Federico Enríquez y Carvajal 25/3/95. José Martí. Epistolario. EP V, 117-119]
(3) [Carta a Manuel Mercado 18/5/95 José Martí. Epistolario. EP, V, 250-252]
Wilkie Delgado Correa. Doctor en Ciencias Médicas. Doctor Honoris Causa. Profesor Titular y Consultante. Profesor Emérito de la Universidad de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba.
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