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José Martí y su visión de los hombres

Fuentes: Rebelión

«Una revolución no es un paseo por las riberas del mar o de un río apacible» … y las revoluciones han de «obrar conforme a la naturaleza humana y batallar con los hombres como son – o contra ellos.»   En el 160 aniversario del nacimiento de José Martí, ocurrido el 28 de enero de […]

«Una revolución no es un paseo por las riberas del mar o de un río apacible» … y las revoluciones han de «obrar conforme a la naturaleza humana y batallar con los hombres como son – o contra ellos.»  

En el 160 aniversario del nacimiento de José Martí, ocurrido el 28 de enero de 1853, el papel de los hombres y de los pueblos requiere una mirada reflexiva que parta esencialmente de sus ideas.

Según Martí «el hombre es una forma perfeccionada de la   vida.»  Y la vida de los hombres tiene muchas facetas, y el verdadero rostro de cada persona puede ir superpuesto al rostro aparente que se muestra y al rostro ideal que pudiéramos soñar o imaginar. Las apreciaciones de Martí son elocuentes cuando dice:

«[…] porque a los hombres no se les juzga por lo que son, sino por lo que parecen; y porque hay razón para juzgar mal a quien no cuida del respeto y buena apariencia de su persona.» (EP, II, 227)

En cuanto al papel de los hombres como los protagonistas decisivos en las acciones de los pueblos expresadas en las revoluciones como parteras de las más trascendentes transformaciones sociales, Martí ofrece una síntesis cardinal que puede ser objeto de un análisis profundo a la luz de la historia y de las características de estas etapas cumbres del desarrollo social de la humanidad. Martí afirma algo que la realidad vivida en cada momento histórico se encarga de legitimar como verdad:

«Pero los pueblos no están hechos de los hombres como debieran ser, sino de los hombres como son. Y las revoluciones no triunfan, y los pueblos no se mejoran, si aguardan a que la naturaleza humana cambie, sino que han de obrar conforme a la naturaleza humana y de batallar con los hombres como son – o contra ellos.» (OC, 2, 62)

En estas ideas quedan atrapadas las realidades de los pueblos que se han alzado, con sus grandezas y flaquezas, para conquistar sus sueños de felicidad o una vida mejor en medio del torbellino tormentoso de pasiones, con su mezcla de amores y odios naturales, pues han tenido que «obrar conforme a la naturaleza humana y batallar con los hombres como son – o contra ellos.» Y este dilema siempre ha estado implícito en la opción revolucionaria de los hombres y de los pueblos afrontados a un destino glorioso.

Y en la coyuntura de este análisis, hay que estar de acuerdo con lo expresado por el cineasta e intelectual cubano Alfredo Guevara sobre la naturaleza de las revoluciones:

«Pero, al mismo tiempo, hay que decir una idea que siempre he sostenido, una revolución no es un paseo por las riberas del mar o de un río apacible. Es una tormenta. Es una conmoción descomunal que rompe los cimientos de la sociedad. Destructoras para ser constructoras. Y en ese camino le toca a una generación sufrimientos indecibles y placeres memorables.»

Para José Martí existe un credo político que refleja el pensamiento y la conducta de los hombres y de los pueblos cuando se trata de definir la victoria o la derrota de una causa. Porque el verdadero ejercicio de gobierno no puede ser la acción disparatada y zafia contra los pueblos. Por eso afirma su convicción de hombre democrático:

«Quien intente triunfar, no inspire miedo: que nada triunfa contra el instinto de conservación amenazado. Y quien intente gobernar, hágase digno del gobierno, porque si, ya en él, se le van las riendas de la mano, o de no saber qué hacer con ellas, enloquece, y las sacude como látigos sobre las espaldas de los gobernados, de fijo que se las arrebatan, y muy justamente, y se queda sin ellas por siglos enteros.» (OC, 5, 108)

«[…] A la raíz va el hombre verdadero. Radical no es más que eso: el que va a las raíces. No se llame radical quien no vea las cosas en su fondo. Ni hombres, quien no ayude a la seguridad y dicha de los demás hombres.» (OC, 2, 380)

[…] «De los hombres y de sus pasiones, de los hombres y de sus virtudes, de los hombres y de sus intereses se hacen los pueblos […].» (OC, 3, 75)

Y Martí profundiza sobre la naturaleza, composición del género humano y las circunstancias que le rodean.

«[…] Unos hombres piensan en sí más que en su semejantes y aborrecen los procedimientos de justicia de que les pueden venir incomodidades o riesgos. Otros aman a sus semejantes más que a sí propios, a sus hijos más que la vida misma […].» (OC, 1, 317)

«Los que no tienen el valor de sacrificarse han de tener, a lo menos, el pudor de callar ante los que se sacrifican,- o de elevarse, en la inercia inevitable o en la flojedad, por la admiración sincera de la virtud a que no alcanzan.» (OC, 3, 363)

«De luz se han de hacer los hombres, y deben dar luz. De la naturaleza se tiene el talento, vil o glorioso, según se le use en el servicio frenético de sí, o para el bien humano.» (OC, 4, 379)

«Los hombres que vienen a la vida con la semilla de lo porvenir, y la luz para el camino, sólo vivirán dichosos en cuanto obedezcan a la actividad y abnegación que de fuerza fatal e incontrastable traen en sí. El hombre debe realizar su naturaleza. Debe el hombre reducirse a lo que su pueblo, o el mayor pueblo de la humanidad, requiera de él.» (OC, 4, 474)

Martí, que cree en el mejoramiento humano y la utilidad de la virtud, es explícito en señalar su misión de formar valores y convicciones en los hombres, que es una manera de iluminarles el camino y los destinos, y de prepararlos para asumir su protagonismo en los instantes de fundación y de transformación de los pueblos.

«[…] Cuanto rebaje a un hombre me rebaja, y un hombre bajo que viniese detrás de mí, me pesaría como mi propia bajeza. Encender a los hombres quiero, y abrirles los ojos para que con sus ojos vean la luz, y decirles la verdad que sé […]» (OC, 4, 337)

«[…] Las etapas de los pueblos no se cuentan por sus épocas de sometimiento infructuoso, sino por sus instantes de rebelión. Los hombres que ceden no son los que hacen a los pueblos, sino los que se rebelan.» (OC, 4, 324)

Y asomado desde su atalaya previsora aconseja como un médico. Con su sensibilidad especial diagnostica los males de la sociedad y recomienda el remedio mejor para la curación definitiva.

«Los pueblos, como los hombres, no se curan del mal que les roe el hueso con menjunjes de última hora, ni con parches que les muden el color de la piel. A la sangre hay que ir, para que se cure la llaga. No hay que estar al remedio de un instante, que pasa con él, y deja viva y más sedienta la enfermedad. O se mete la mano en lo verdadero, o se le quema al hueso el mal, o es la cura impotente, que apenas remienda el dolor de un día, y luego deja suelta la desesperación. No ha de irse mirando como vengan a las consecuencias, y fiar la vida, como un eunuco, al vaivén del azar: hombre es el que le sale al frente al problema, y no deja que otros le ganen el suelo en que ha de vivir y la libertad de que ha de aprovechar. Hombre es el que estudia las raíces de las cosas. Lo otro es rebaño, que se pasa la vida pastando ricamente y balándole a las novias, y a la hora del viento sale perdido por la polvareda, con el sombrero de alas pulidas al cogote y los puños galanes a los tobillos, y mueren revueltos en la tempestad. Lo otro es como el hospicio de la vida, que va perennemente por el mundo con chichones y andares. Se busca el origen del mal: y se va derecho a él, con la fuerza del hombre capaz de morir por el hombre. Los egoístas no saben de esa luz, ni reconocen en los demás el fuego que falta en ellos, ni en la virtud ajena sienten más que ira, porque descubre su timidez y avergüenza su comodidad. Los egoístas se burlan, como de gente loca o de poco más o menos, como de atrevidos que les vienen a revolver el vaso, de los que, en aquel instante tal vez, se juran a la redención de su alma ruin, al pie de un héroe que muere, a pocos pasos del panal y el vino, de las heridas que recibió por defender a la patria. Esto es así: unos mueren, mueren en suprema agonía por dar vergüenza al olvidadizo y casa propia a esos mendigos más o menos dorados, y otros, mirándose el oro, se ríen de los que se mueren por ellos. ¡Es cosa, si no fuera por la piedad, de ensartarlos en un asador, y llevarlos, abanicándose el rostro indiferente, a ver morir, de rodillas, al héroe de oro puro e imperecedero, que expira, resplandeciente de honra […].» (OC, 2, 377-8)

Martí concibe la vida como lucha, aunque con la crudeza que las realidades, a veces muy adversas, le imprimen, unida con el aliento del optimismo y el arrebato de la rebeldía. En fin, concibe la vida como un hecho revolucionario en sí que proyecta transformaciones e impone batallas en dependencia de las dificultades y la dimensión de los enemigos. Por eso afirma:

«[…] Pelear es una manera de triunfar. No hay más vencidos que los que lo son por sí propios:- por su desidia, su malignidad o su soberbia. Andar es un modo de llegar.» (OC, 3, 119)

«Hay que prever, y marchar con el mundo. La gloria no es de los que ven para atrás, sino para adelante.» (OC, 3, 142)

«Adivinar es un deber de los que pretenden dirigir. Para ir delante de los demás, se necesita ver más que ellos.» (OC, 4, 193)

Martí reflexiona sobre la acción como prueba y guía para el acatamiento del liderazgo por los hombres.

«El hombre de acción sólo respeta al hombre de actos. El que se ha encarado mil veces a la muerte, y llegó a conocerle la hermosura, no acata, ni puede acatar, la autoridad de los que temen a la muerte. El político de razón es vencido, en los tiempos de acción, por el político de acción; vencido o despreciado, o usado como mero instrumento y cómplice, a menos que, a la hora de montar, no se eche la razón al frente, y monte. La razón, si quiere guiar, tiene que entrar en la caballería: y morir, para que la respeten los que saben morir. No son los admiradores ciegos del prestigio militar los enemigos más temibles de la república, sino los que, en la hora de ser soldados, se niegan a ser soldados.» (OC, 4, 252)

Consecuente con estas reflexiones son estas confesiones sobre sí mismo que, como máximo líder del movimiento independentista en ese momento glorioso, estaba rodeado y acompañado de generales heroicos de una guerra anterior de diez años. Martí estaba consciente de la difícil circunstancia que afrontaba su liderazgo en la nueva guerra que había organizado y desataría ineluctablemente.

«[…] porque la vida no me ha dado hasta ahora ocasión suficiente para mostrar que soy poeta de actos, tengo miedo de que, por ir mis versos a ser conocidos antes que mis acciones, vayan las gentes a creer que sólo soy, como otros tantos, poeta en versos […].» (EP, I, 246-7)

  Su corta vida alcanzó, no obstante, para demostrar a su pueblo que quien era un poeta de sentimientos y versos, era también, y más grande, quizás, un extraordinario poeta de acciones, que se agigantó con su caída en combate en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895, liderando, como hombre de actos, la guerra liberadora de Cuba. Y como paradigma de un hombre de su tiempo y de todos los tiempos, su figura se proyectó, desde entonces, hacia el futuro de su patria, de nuestra América y del mundo.