Habría que felicitar a Jovino Novoa por algunos destellos de lucidez expresados en su entrevista en El Mercurio. Pero al mismo tiempo habría que compadecerle (la compasión es un sentimiento hacia los débiles y derrotados que los fuertes no merecen, decía Nietzsche) por su ceguera política al no aceptar la realidad y reconocer que infringió […]
Habría que felicitar a Jovino Novoa por algunos destellos de lucidez expresados en su entrevista en El Mercurio. Pero al mismo tiempo habría que compadecerle (la compasión es un sentimiento hacia los débiles y derrotados que los fuertes no merecen, decía Nietzsche) por su ceguera política al no aceptar la realidad y reconocer que infringió la ley electoral. Y por ser incapaz de impedir que los resentimientos contra el periodismo que informa sin tapujos y la justicia en manos de los fiscales se apoderen de él. Como muchos otros políticos de la ultraderecha pinochetista, este pathos tiene su origen en los años de servicio a la dictadura; el de Novoa, más precisamente, de cuando era subsecretario de la Segegob al servicio de Pinochet. De ahí su odio a ciertas conquistas democráticas.
Mientras que la fiscalía se prepara para formalizar a los primeros políticos de la Nueva Mayoría -cuyos nombres ya han sido prácticamente entregados en sendos reportajes periodísticos de fin de semana- por el caso SQM, el jefe histórico de la UDI, actor clave del caso Penta, reconoce ahora en entrevista a El Mercurio la existencia de «una crisis profunda de credibilidad que vive el país», en un momento en que según Novoa «las instituciones han perdido su prestigio»; donde la imagen y el mito se vinieron por los suelos puesto que en la prensa mundial «Chile aparece como un país corrupto», con una «institucionalidad desgastada» y sin «liderazgos a cara descubierta».
Así vistas las cosas, según el conservador-neoliberal Novoa, sólo se salvaría el modelo económico de los Chicago boys. En la entrevista, la prensa en general es objeto de encono por «haber sido instrumentalizada» en una «campaña de desinformación» ya que «no se daba cuenta que le estaban filtrando información a conveniencia del fiscal» (y habría «además una prensa de izquierda que usó esto para causarle grave daño a la UDI y al sistema», dice).
De paso, Novoa se las da de oráculo al adelantarse a los acontecimientos y expresarle al periodista, cuando éste le recuerda que la «ciudadanía está escandalizada» con los casos de corrupción, «que podría producirse un próximo 21 de mayo donde la gente esté gritando fuera del Congreso ‘que se vayan todos los que están adentro’, Gobierno, Parlamento, todos».
El sueño derechista, como vemos, está en caída libre. El diagnóstico hecho por un político en fase terminal es devastador. Aislado, patético y asediado por sus críticos; sin defensa posible de parte de sus hijastros de la UDI; librado a su suerte por el empresariado en plena crisis de existencia (respetar o no las leyes), Novoa es un político que sabe que perdió, pero trata … de salvar algunos muebles en la tribuna ofrecida por El Mercurio, transformado en paño de lágrimas.
Por supuesto que toda la retórica desplegada por Novoa -algo así como la lírica de la última sirena pinochetista- está al servicio de renovar el «proyecto de guzmanista» : de remozar el acuerdo de base de la transición pactada forjado en torno a las instituciones del Estado que garantizan hegemonía y poder a todas las fracciones de la clase dominante. Es su única tabla de salvación. Esta vez con la guardia vieja concertacionista, sectores de la Nueva Mayoría, y bajo presión de políticos oficialistas comprometidos como él en los escándalos de financiamiento ilegal de la política por las grandes empresas.
Novoa no para de asestar fórmulas de apariencia legalista en la entrevista. Intenta negar que es la misma institucionalidad heredada de la dictadura la que es el caldo de cultivo de la corrupción.
Y si su odiosidad contra los fiscales del Ministerio Público es notoria, al tratarlos de «súper héroes al estilo Disney», de «figurines» con «afán mediático» y de montar un «reality show«, es porque el dirigente UDI sabe que la reforma procesal es la única reforma que ha escapado a la esencia autoritaria, conservadora, oligárquica y opaca que anida en el resto del sistema estatal y de su Constitución.
La reforma procesal no salió del genio de algunos juristas chilenos; éstos sólo contribuyeron o se inspiraron del desarrollo del derecho en otras democracias. La reforma fue posible en virtud de situarse en la continuidad de las luchas por los derechos humanos libradas durante la dictadura militar.
Estas gestas alimentaron reflexiones jurídicas que facilitaron más tarde la mutación de los antiguos procedimientos penales hacia un nuevo paradigma: el de la preservación de las garantías dadas a los ciudadanos de que sus derechos civiles y procesales, así como sus cuerpos, serían respetados por igual y se pondrían por encima de la Razón de Estado y de los intereses políticos que se anidan en el Estado de derecho. Y que como vemos, puede transformarse fácilmente, por «razones» de Estado, en Estado de sitio o de «excepción», donde las libertades y derechos civiles son suspendidos.
Aunque falta mucho por hacer para terminar con los enclaves de la justicia de clase y, sin olvidar que el campo del derecho y la justicia es un campo de tensiones y conflictos; de estrategias y relaciones de fuerza. Las diversas medidas cautelares y sus grados expresan esta realidad movediza. En todas las democracias la opinión pública influye en las decisiones del magistrado.
Si la reforma procesal representa una de las victorias jurídico-morales contra el orden oligárquico y su ordenamiento legal, fue porque en ese campo se libraron las primeras luchas por recuperar el derecho y la justicia para todos por igual. Entendemos por qué el ex Subsecretario General de gobierno Pinochet vive en el universo de la negación de estas realidades históricas. La ideología oligárquica y pechoña lo obnubila y confunde.
Durante la dictadura los cuerpos de los disidentes eran torturados, violados, masacrados e invisibilizados. Hoy, Novoa no puede soportar ver la justicia desplegarse ante los rostros y cuerpos agobiados por la culpa, el oprobio público y los actos de sus compinches de Penta formalizados en salas iluminadas y ante un juez. En plena transparencia y con fiscales a cara descubierta frente a un magistrado que expone argumentos comprensibles para el común de los mortales. Y con la prensa y las cámaras paseándose libremente, filmando además a manifestantes que levantan el argumento racional como consigna.
Conmovedoras y difíciles para digerir deben ser para Novoa las imágenes de los detenidos conducidos directamente a prisión preventiva con gentiles toquecitos en la espalda (sin culatazos ni patadas) dados por gendarmes a quienes, como Délano, Lavín y Wagner, cayeron por la fuerza de la ley de las cumbres de Sanhattan y Vitacura a las tranquilas, pero vigiladas celdas de Capitán Yáver.
Es terrible esto de la igualdad de condiciones de la sociedad disciplinaria (M. Foucault) para quienes han crecido, vivido y usufructuado en un mundo de privilegios. Humillante es el peso de la ley.
Afirmar como dice Novoa, que los políticos están siendo «discriminados» y sometidos junto con los empresarios a un «juicio popular» con «una prensa instrumentalizada a la que se le estaba filtrando información» son las únicas ideas persuasivas que pueden concitar simpatías, por el temor que éstas suscitan en muchos del campo adverso, el de la Nueva Mayoría, para un acuerdo de impunidad de la delincuencia de élite acerca del cual ya se discute en los salones de la fronda oligárquica.
Novoa es víctima de sí mismo. Además de hacer plegarias por el regreso de un periodismo de rodillas ante los poderes. El es un producto de su propia historia y de la de su clase. Porque junto con el control de la Secretaría de los Gremios, la Segegob tuvo a su cargo, durante la dictadura civil-militar, la Secretaría Nacional de la Mujer y de la Juventud y la movilización de ganado humano para los actos del régimen pinochetista. Pero por sobre todo le correspondía ejercer el control de los medios de comunicación, que incluía el nombramiento de ejecutivos y directores en TVN y La Nación, la censura previa ejercida por Dinacos y la implementación de la política comunicacional.
Novoa habla no sólo desde la debilidad y del resentimiento, sino que desde sus años de funcionario de la dictadura. La negación de la realidad en un dinosaurio político, conservador y derrotado es un mecanismo mental de fuga para no aceptar que la sociedad chilena vive un ciclo de cambios donde otro país es posible.
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