Es una realidad que está ante todos en A Coruña. El hospital principal de la ciudad de A Coruña lleva el nombre de un pistolero fascista, uno de los principales organizadores durante los años de la República de la estrategia terrorista contra la convivencia democrática y las libertades ciudadanas que desarrollo en aquellos años la […]
Es una realidad que está ante todos en A Coruña. El hospital principal de la ciudad de A Coruña lleva el nombre de un pistolero fascista, uno de los principales organizadores durante los años de la República de la estrategia terrorista contra la convivencia democrática y las libertades ciudadanas que desarrollo en aquellos años la organización conocida como Falange Española. Juan Canalejo es un doloroso recuerdo del terror falangista y de la dialéctica de odio y muerte con la que esta organización, humillada en las urnas por los trabajadores, aniquiló la esperanza democrática de la República. Cuando la dictadura salida de la guerra decidió poner nombre al nuevo hospital de la ciudad, no perdió la ocasión para infamar una vez mas a los coruñeses con la humillación que representaba entonces y ahora que un centro de salud perpetúe el recuerdo de quien fuera un decidido partidario de la violencia y el asesinato como instrumento del terror.
Parece increíble que en pleno siglo XXI, a casi 70 años de la Guerra Civil y con un sistema democrático -digámoslo así- se encuentre uno con homenajes públicos a criminales fascistas ensuciando las calles, aunque si recordamos en que la Transición se basó en la impunidad para el genocidio franquista no debería sorprendernos tanto.
Con ejemplos así en la ciudad de A Coruña, toda la palabrería barata de su alcalde criticando en la actualidad el terrorismo y defendiendo la memoria de las víctimas del terrorismo nos demuestra hasta donde llega su sensibilidad democrática; no se puede criticar el terrorismo y ser insensible ante el genocidio franquista y sus instigadores. Lo cierto es que el regidor socialista Francisco Vázquez ha estado siempre en contra de limpiar su ciudad de esos símbolos de muerte, «son parte de la historia» ha afirmado en numerosas ocasiones. Efectivamente, lo son, una historia atroz y que no debemos olvidar.
En 2004, el congreso del PSOE en Galicia aprobó una resolución en la que se instaba a sus alcaldes a retirar la simbología fascista; muy pronto se vio que no era más un brindis al sol, un desahogo congresual, y que la dura realidad del PSOE se llama Francisco Vázquez -quien se negaría una vez mas a retirar placas, nombres y homenajes- o José Bono Martínez, flamante ministro de Defensa y enamorado hasta el delirio de la memoria de viejo falangista de su ilustre padre.
No tuvo éxito la lucha de las asociaciones ciudadanas, no surtió efecto la recomendación del PSOE de Galicia, no sirvieron años de denuncias y luchas; ha sido ahora, tras el triunfo de la izquierda nacionalista BNG y el PSOE en las elecciones autonómicas gallegas cuando esta campaña por la regeneracion democrática y la recuperación de la memoria tiene perspectivas de avanzar en Galicia. Hace apenas unos días, Carlos Aymerich, portavoz del BNG en el Parlamento gallego ha tenido la coherencia democrática que le falta al PSOE y ha defendido hace unos días que la Xunta de Galicia limpie de una vez A Coruña y le de a su hospital el nombre de alguna personalidad ligada a los valores democráticos y a la salud pública. Aymerich ha sido claro y ha recordado la verdadera identidad de Canalejo y alertado sobre el contrasentido que supone mantener un nombre ligado a la infamia fascista en un sitio público.
¿Quien fue Juan Canalejo Castells? ¿Que pudo hacer de relevante para que su nombre acompañe a los coruñeses en su hospital general y en una de sus calles? En efecto, no se trata solamente de una institución pública, también una calle, como algunas otras de parecidas resonancias en la misma ciudad, recuerda a esta persona cuyo recuerdo tan ardientemente defiende Francisco Vázquez.
Debemos remontarnos a 1934, ese año en el que supuestamente, nos dicen los revisionistas, no había peligro fascista alguno. En 1934, un antiguo teniente de intendencia del ejército, de nombre Juan Canalejo Castells, comienza a entrenar a los miembros de Primera Linea, un grupo terrorista formado en el seno de Falange. A Coruña cuenta con un pequeño núcleo de aspirantes a verdugos y Canalejo pone sus conocimientos militares a su servicio. Los escuadristas azules atacan a militantes de izquierda, asaltan locales, disparan a las manifestaciones, su objetivo es crear inseguridad, extender el terror e impedir que la República construya en paz una España moderna y democrática; se reparten el trabajo, una afectada poesía al servicio de una ideología reaccionaria en los mitines, puños y pistolas en la noche, de forma traicionera y cobarde. Canalejo destaca muy pronto como un escuadrista vocacional, es un hombre de acción. El propio José Antonio Primo de Ribera se referirá a él como a
lguien a quien le faltaba algo de orientación teórica; lo suyo era la práctica de la violencia, los hombres que se formaron con él fueron los verdugos que ensangrentaron A Coruña en el verano de 1936.
En 1931, el año en el que la ciudadanía proclamó la República pacíficamente, se formó en el entorno de algunos alumnos de la Escuela de Comercio de A Coruña un grupo de conspiradores, hijos de familias acomodadas vencidos por la tentación fascista, contactaron bien pronto a través de Enrique Saez con las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista), uno de los grupúsculos de inspiración fascista que luego se fundiría en Falange. En 1934, Canalejo, quien se había acogido a la Ley Azaña y se había retirado del Ejército cobrando su paga íntegra, se une al grupo y les reorganiza en «Primera Línea», iniciando así una escalada de acciones violentas y provocaciones de todo tipo. Crueles palizas y vejaciones son la marca del grupo: Canalejo se hace famoso por hacer tragar gasolina a sus víctimas -campesinos, marineros, obreros miembros de los sindicatos- antes de abandonarlas apaleadas. A partir de 1934 la acción de los falangistas se basa en la provocación continua y en acudir a
la puerta de los cuarteles para ofrecerse como voluntarios para el golpismo en él que cifran sus esperanzas. Canalejo, por su condición de exmilitar, jugará un papel relevante en los relaciones entre militares simpatizantes del golpismo y las escuadras de asesinos de falange.
Canalejo se ofrece a las autoridades militares de la época junto con sus hombres para atacar a los huelguistas de Octubre del 34, participa en tiroteos de hostigamiento a los mitines de las organizaciones de izquierda o republicanas, junto con sus escuadristas intentó reventó un importante mitin del Presidente Azaña donde se abriría paso a golpes y pistola en mano con su «camarada» José , pero a raíz de un asalto al Casino Republicano de la ciudad sería finalmente detenido por la Guardia Civil. Su estancia en la cárcel no se prolongaría en exceso, e incluso en ella no le faltarían apoyos y complicidades entre algunas autoridades.
No eran muchos los escuadristas de Canalejo, unos 30, pero la impunidad en la que se movieron durante el llamado Bienio Negro nos habla del peligro de ascenso del fascismo en 1934 y 35, donde los gobiernos derechistas no mostraron interés en frenarles. El local de Falange en el 28 de la Rúa da Barreira lucirá una calavera sobre el el símbolo de falange, tanto una declaración de intenciones como una premonición de lo que vendrá. La ridiculez de los resultados electorales de Falange y la unión de los partidos democráticos en la marcha hacia lo que sería el Frente Popular ganador de las elecciones de febrero de 1936 les empujan de forma definitiva a la acción terrorista; la playa de Bastiagueiro, además de otros campamentos clandestinos, será testigo de sus prácticas de tiro, con armas cortas y largas proporcionadas por algunos militares de la guarnición y que ya se preparaban para atentar contra el gobierno constitucional. Canalejo, junto con los tristemente célebres López Sue
vos y Pena Manso se entrega de cuerpo entero a organizar un plan de asesinatos masivo con el que paralizar la capacidad de respuesta de la sociedad gallega el día esperado en que los militares se levante contra la República. En junio de 1935, Canalejo lleva a cabo el robo de los archivos de afiliados a Izquierda Republicana de A Coruña: Primo de Ribera visita en marzo de 1935 y anuncia «que la proxima revolución la ganaran sus camisas azules con el fusil en la mano». Los fusiles robados por los militares golpistas serán entregados a los hombres de Canalejo llegado el momento y con ellos serán asesinados cientos de coruñeses no mucho más tarde. Los objetivos de falange son claros en ese periodo, continuar sus acciones criminales al objeto de mantener una escalada de la tensión e impedir que el clima político se tranquilice, todo ello mientras se preparan para tomar las armas cuando ante la inestabilidad, por ellos provocada, los militares acaben por saltar. Los grupos de fala
nge en Galicia asumen la tarea con entusiasmo y combaten su escaso número con fanatismo y un culto extremo a la violencia: Canalejo en A Coruña, Buhigas en Vilagarcia, Veleiro en Ourense, Castro Pena en Pontevedra, Kruckenberg en Vigo son algunos de los nombres más destacados.
La formación del gobierno republicano apoyado por el Frente Popular en febreo de 1936 lleva a falange a extremar sus acciones y a intentar coordinarlas mejor. Llamado a Madrid para estas tareas conspirativas, Canalejo es detenido de nuevo, pero esta vez el gobierno está decidido a poner fin a las acciones terroristas de estos grupos extremistas y le acompañaran en la cárcel buena parte de los cabecillas de falange, incluido su fundador José Antonio Primo de Ribera. La prisión preventiva estaba notoriamente justificada en su caso, habida cuenta de su largo historial terrorista y de lo complejo de la trama golpista en la que estaba inmerso como exmilitar y jefe destacado de falange. Le sustituye rápidamente Carlos Colmeiro Laforet quien asume con entusiasmo el recrudecimiento de las acciones armadas y de acoso contra las organizaciones obreras y de la izquierda coruñesa. Los hombres de Canalejo, como Mariño, Casteleiro, Ovidio Caamaño, Antonio Canalejo, Martínez Almoyna, Lorenz
o Salgado Longueira o Antonio Roldán, se ponen al frente de los nuevos escuadristas y cuando, finalmente, los conspiradores en el seno del ejército dan el golpe contra la República el 18 de julio de 1936, serán quienes organizaran la matanza de ciudadanos demócratas, de miembros de asociaciones culturales, sindicales o políticas con la que aniquilaron a toda una generación y sumieron a Galicia en el horror. Canalejo jugó en ese proceso un papel clave, no solo fundacional, sino determinante en la evolución homicida del mismo.
Los hechos son conocidos. Iniciada la sublevación para destruir el sistema democrático, militares traidores y falangistas son aplastados en buena parte de España, pero el golpe triunfa en algunas capitales merced a la extrema violencia y al terror con el que se impone a una sociedad que, como la gallega de 1936, no vivía realmente en situación de prebélica sino que deseaba con toda su fuerza construir su destino en paz y libertad. La resistencia a los golpistas triunfantes se organiza y la guerra civil le es impuesta a los españoles por quienes quisieron aniquilar la esperanza democrática de la República. A Coruña fue también una ciudad martir en esa terrible historia. Un puñado de oficiales rebeldes se hace con el control de la guarnición asesinando a los oficiales leales; el gobierno civil, desempeñado por un joven abogado de firmes ideas democráticas, es asaltado por los sublevados y sus defensores aniquilados con fuego de artillería, en A Coruña se vivía deseando la paz
y la convivencia y quienes hicieron del odio su programa se impusieron por la fuerza del terror. Los escuadristas de Canalejo serían los verdugos voluntarios en los días de horror que siguieron al triunfo golpista en la ciudad.
Preso en Madrid mientras sus «camaradas» se imponían por el terror en A Coruña, Canalejo se tuvo que enfrentar a su destino a su pesar. Con cargos claros de acción terrorista y de implicación en la trama golpista que había causado la guerra, lo lógico era que Canalejo tuviera que defenderse ante un Tribunal Popular de las graves acusaciones que pesaban sobre él. Ese era su derecho como ciudadano y como tal la constitución de la República se lo garantizaba, pero los acontecimientos se precipitaron y Canalejo cosechó todo el odio homicida que había predicado durante su vida. En los días en los que comenzó la lucha por Madrid, con las tropas fascistas a apenas un par de kilómetros de la Cárcel Modelo, la evacuación de los presos allí retenidos se convirtió en un asesinato masivo, cuando algunas de las expediciones de presos fueron desviadas; al margen de cualquier decisión del gobierno, clandestinamente, aunque con la impunidad que permitieron los días revueltos del asalto a la
ciudad en los que todas las miradas estaban vueltas hacia el frente, unos dos mil quinientos prisioneros fueron asesinados, entre ellos numerosas personas contra los que no existían cargos de ningún tipo. Todos ellos tenían derecho a un juicio justo y a que su vida fuese garantizada por las autoridades republicanas. La noticia de su suerte estremeció a todo el país, la práctica totalidad de los dirigentes republicanos manifestaron su horror ante el hecho y la sensación de que se había cometido un crimen fue general. Juan Canalejo Castells fue de los primeros en morir, junto con otros destacados dirigentes fascistas. Sus asesinos convirtieron en víctima a quien no fue más que un verdugo vocacional toda su vida e impidieron que fuese juzgado por sus crímenes y su condena sirviera de ejemplo.
La muerte de Canalejo sería ampliamente utilizada por sus «camaradas». Su muerte violenta le elevaría a la categoría de mártir. Su sangre fue empleada para hacer olvidar los asesinatos de cientos de ciudadanos de A Coruña, miles en toda Galicia. A los familiares de los asesinados en Galicia, en su absoluta mayoría pacíficos ciudadanos, hombres y mujeres, maestros, obreros, marineros, concejales, sindicalistas, militares leales, se les obligó al silencio, al olvido, a soportar la humillación diaria de ver pasar a sus verdugos impunemente. Canalejo y otros muchos de los responsables del baño de sangre tienen hoy en día calles y espacios públicos en la ciudad de A Coruña. Los criminales de guerra que nos arrojaron a la guerra civil (Franco, Mola, Sanjurjo, Yagüe), militares traidores que se enfrentaron a su pueblo (como incluso un artillero de los que bombardearon el Gobierno Civil de la ciudad) o terroristas reconocidos como Juan Canalejo, presente, sí señor, por partida doble
en A Coruña, en el Hospital General y en una calle…. siguen siendo hoy, de forma sorprendente, objeto de homenaje público.
Es hora ya de retirar esa basura de las calles de A Coruña. Es un hecho que ni la constitución vigente, ni todo el cuerpo legal de los últimos 30 años de régimen democrático han podido evitar que se siga glorificando a quienes nos arrojaron como sociedad al abismo llevados por el odio y el fanatismo. Ya basta.
Benjamín Balboa