El rey Juan Carlos I expresó ayer su apoyo a la fiesta de los toros tras la entrega de los Premios Universitarios y Trofeos Taurinos 2009 que concede la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, acto al que ha asistido en dos ocasiones en sus 35 años de reinado. Una vez concluido el acto, celebrado […]
El rey Juan Carlos I expresó ayer su apoyo a la fiesta de los toros tras la entrega de los Premios Universitarios y Trofeos Taurinos 2009 que concede la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, acto al que ha asistido en dos ocasiones en sus 35 años de reinado.
Una vez concluido el acto, celebrado en una carpa montada para 1.300 personas en el albero de la plaza de toros de Sevilla, el Rey saludó a un grupo de periodistas, que le preguntaron si su presencia se podía interpretar como un apoyo a la fiesta nacional y contestó: «Por supuesto».
En su discurso, el Rey subrayó que la plaza de toros de la capital andaluza, la Maestranza, «sabe distinguir la esencia del buen lance, de la que nace un mundo cultural y artístico fecundo».
El monarca también ha destacado el papel del ganadero porque «preserva la raza pura del toro de lidia», y ha resaltado que los trofeos que ha entregado «valoran la ilusión que marca la vida del toreo, la de su cuadrilla y la del novillero que sueña con llegar a ser un maestro».
Los toros que salen a la corrida, han sido sometidos a sustancias estupefacientes y son cruelmente golpeados para que, agonizantes, enfrenten una batalla final por su vida frente al torero. El bochornoso espectáculo en tres actos, escenifica la falsa superioridad y la fascinación enfermiza con la sangre y la carne de la que se alimentan, contra toda lógica ética y dietética, quienes creen tener un derecho divino a disponer a su antojo de la vida de otros seres vivos, llegando incluso a justificar y trivializar la muerte del toro como arte y diversión; un comportamiento patológico que nace de una incapacidad para afrontar el dolor de las víctimas y una morbosidad irrefrenable ante la posibilidad de ser testigo directo de alguna cornada, o de la muerte del matador.