El triunfar en una sociedad extremadamente masculinizada como la mexicana no solo le habría sido difícil a Alberto Aguilera sino a la gran masa de sus compatriotas que lo conocieron como Juan Gabriel, quienes adoraron su legado pero no estaban dispuestos a borrar del todo el estereotipo del macho de bigote, cantor mujeriego y bebedor […]
El triunfar en una sociedad extremadamente masculinizada como la mexicana no solo le habría sido difícil a Alberto Aguilera sino a la gran masa de sus compatriotas que lo conocieron como Juan Gabriel, quienes adoraron su legado pero no estaban dispuestos a borrar del todo el estereotipo del macho de bigote, cantor mujeriego y bebedor de tequila que limpiaba a punta de balas el honor.
Con más de cuatro décadas de carrera, Juan Gabriel murió a los 66 años de edad en California, dejando un profundo dolor a sus seguidores y rompiendo esquemas. El estereotipo del mexicano está estrechamente ligado a la figura del «Charro» recreada a partir de un recorrido histórico por las figuras rurales coloniales, porfirianas, revolucionarias y post-revolucionarias, hasta situarlas en dos películas representativas del género ranchero: «Allá en el rancho grande» y «¡Ay Jalisco no te rajes!». A partir de ahí, la homosexualidad no tendría cabida en el país de los «machos». Si resultaba inconcebible que un artista mexicano sea gay, lo era aún más que no haga el esfuerzo por ocultarlo.
«Lo que se ve no se pregunta»
La muerte de Juan Gabriel causó controversia por lo repentina y porque pese a declaraciones de supuestos amantes y examantes, jamás se destapó abiertamente las preferencias sexuales del cantautor. Ante la pregunta de un periodista, respecto a si era o no gay, el artista se limitó a contestar con la pregunta «¿A usted le interesa mucho? «, puntualizando que: «lo que se ve no se pregunta». A pesar de todos los rumores tuvo cuatro hijos, entre adoptivos y biológicos.
Más de un crítico de espectáculos considera que Juan Gabriel rompió las barreras sexuales en el escenario porque exploró el lado femenino de todo hombre. El desaparecido periodista mexicano Carlos Monsiváis lo definió como todo un «self-made man», con una sui generis capacidad para cautivar desde al más gay hasta al más macho; esto no fue entendido por los más ortodoxos.
Según los medios del espectáculo, las canciones de Juan Gabriel fueron traducidas al turco, japonés, alemán, francés, italiano, tagalo, griego, portugués e inglés, siendo interpretadas por más de 1.500 artistas y grupos de todo el mundo. Como cantautor llegó a vender más de 100 millones de discos y sus presentaciones causaban el delirio de millones de personas que no vieron a un gay en el escenario sino a un triunfador, imponiendo su música por encima de todas las descalificaciones.
Los biógrafos más insidiosos reconocen que a Juan Gabriel le costó mucho escalar por ser tachado de exhibicionista, por lo notorio de sus ademanes y por una supuesta ambivalencia sexual; además de ello, pasó por el bautismo discográfico prescindiendo de apellidos.
Dentro de la leyenda de Juan Gabriel se acuñan acontecimientos que validan su status, como aquel de un concierto en un palenque o coliseo de gallos del interior de su país atestado de rancheros, donde uno de ellos desde el anonimato que confiere la masa le gritó: «¡Pinche puto!», mientras el artista con parsimonia y como flotando sobre su ego se acercó al sujeto para soltarle un «Te pareces tanto a mí…», como preámbulo a una canción.
Aunque Juan Gabriel no tuvo una relación pública con la comunidad gay, el cantante contribuyó a una mayor aceptación de la diversidad sexual en su país. Las frases, la vestimenta y sobre todo, sus canciones son parte de la cultura LGBT mexicana desde finales del siglo pasado.
A la inmortal presencia de Jorge Negrete, Pedro Infante, Javier Solís y más recientemente el aún vivo Vicente Fernández, se suma la de Juan Gabriel. La historia del pentagrama mexicano, escrita por José Alfredo Jiménez, Agustín Lara, Armando Manzanero y Roberto Cantoral tiene un espacio para el «divo de Juárez», aunque éste no se ajustara al prototipo del «macho» que tan institucionalizado estuvo en México.
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