En la calle es conocido como Juez Navarro. Es buen conversador, y cuenta las cosas con la gracia y el desparpajo que aporta el acento andaluz. Sus inquietantes crónicas llegaron a ser muy populares. Participó en tertulias radiofónicas, colaboró en periódicos y revistas nacionales, es autor de numerosos ensayos jurídicos, y en los últimos años […]
En la calle es conocido como Juez Navarro. Es buen conversador, y cuenta las cosas con la gracia y el desparpajo que aporta el acento andaluz. Sus inquietantes crónicas llegaron a ser muy populares. Participó en tertulias radiofónicas, colaboró en periódicos y revistas nacionales, es autor de numerosos ensayos jurídicos, y en los últimos años ha publicado varios libros analizando la situación de la justicia en nuestro país, un tema que conoce bien, ya que lleva en la carrera judicial desde 1970. En la actualidad es Magistrado de la Audiencia Provincial de Madrid. Sin esperanza y sin miedo, como asegura en su libro «Palacio de Injusticia», el Juez Navarro analiza los casos más populares de los últimos tiempos, intentando «desvelar quién es quién dentro de esta guerra de poderes cuyas víctimas siempre son los mismos: los ciudadanos». Hoy, tan sólo un periódico de tirada nacional se atreve a publicar sus opiniones.
-El Consejo General del Poder Judicial le abre un expediente disciplinario por unas declaraciones en la radio y dos artículos publicados en la prensa. La Policía encuentra su nombre y su fotografía entre varios documentos intervenidos a dos comandos etarras… Dígame, señor Navarro ¿uno llega a acostumbrarse a vivir así?.
-Pues mire usted, uno nunca llega a acostumbrarse. Este tipo de situaciones son especialmente incómodas porque tienen como objetivo amordazar la libertad de expresión. Cuando esto ocurre, uno llega a la conclusión de que no existe democracia. En España se está intentando neutralizar y limitar el ejercicio de la misma a través de la autocensura y el que no lo hace, pronto recibe consecuencias negativas por ello.
-Me imagino que este tipo de «atrevimientos», si además se producen en el seno de la judicatura, serán aún más imperdonables.
-En este país -aunque algunos aseguren lo contrario- el juez está considerado como un funcionario público. Todo funcionario público, por definición, es una persona dependiente que tiene la obligación de obedecer y plegarse a lo que sea su superior. Para mí el juez es algo diferente. Si la persona encargada de amparar los derechos humanos de todos los ciudadanos frente al Poder, es una persona eunuca -en el sentido de dependiente- precisamente del mismo poder frente al que tiene que luchar… apaga y vámonos.
-En sus libros y en sus críticas hay una idea común que se podría resumir con la frase de Sciacia que emplea en varias ocasiones: «El Poder sigue siendo ese gran delincuente impune». ¿Este es un problema actual o ha sido así siempre?
-Siempre ha sido así. Nosotros seguimos un modelo de justicia denominado continental que es una confusión -a mi entender- de los dos modelos peores que existen: el modelo prusiano y el modelo francés. En éstos, el juez es un apéndice del Ejecutivo y esa mentalidad está muy arraigada en nuestro país. La propia Constitución recoge la frase de que la Justicia se administra en nombre del Rey. Esto lo explica todo. Si en un sistema democrático la justicia emana del pueblo -como dice la Constitución- pero se administra en nombre del Rey… las cosas no coinciden. ¿Acaso el poder legislativo se administra en nombre del Rey? ¿Y el poder ejecutivo? Entonces, ¿por qué el poder judicial? Mire, aquí el Poder cree tener derecho a la impunidad y no tolera el control. Por ello siempre ha recurrido a los consensos.
-¿A qué consensos se refiere?
-Son pactos entre oligarquías para impedir la democracia. Un primer consenso se produjo cuando media docena de personas establecieron unas reglas del juego e imponen una forma Monárquica de Estado sin contar con el pueblo. El segundo consenso fue el parlamentario, según el cual se marginó a las minorías y se estableció un pacto de descontrol del poder. El Parlamento no controla al Ejecutivo, luego no es un Parlamento democrático. El tercer consenso es gubernamental. Se consiguió hacer a la Oposición cómplice de la razón de Estado. El cuarto consenso es jurisdiccional: el poder judicial garantiza la impunidad al poder y los poderosos. Cuando a un juez se le ocurre entrar en alguna de estas materias, le puedo garantizar que le va muy pero que muy mal. Lo sancionan, le expulsan de la carrera judicial, etc. Por último está también el consenso mediático que excluye el debate en cualquiera de los temas anteriores. Por lo tanto aquí no hay quien hable de nada. Y el que lo hace, sabe a qué se arriesga.
-Usted abandona la carrera judicial durante un tiempo y se mete en la política -senador por Almería y diputado con el PSOE-. Dimite de su escaño y vuelve al seno de la Justicia. ¿Por qué regresa y por qué continúa?
-Pues mire, creo que soy un ejemplo vivo de que, pese a todo, es posible la libertad. En España hablar claro sigue siendo una aventura, quizá demasiado peligrosa, pero sin duda necesaria. Muchos han renunciado a esto y han aceptado las normas del sistema. Creo que la manera lícita de comportarse es mantenerse en contra de todos estos consensos -que antes mencionaba- que hacen que «el Poder siga siendo ese gran delincuente impune».
-Varias encuestas desvelan que el ciudadano no confía en la Justicia. Un 51% de los encuestados niegan la imparcialidad de los Tribunales; un 72% no cree que exista igualdad ante la ley penal; un 47% opina que los Tribunales no son coherentes y que resuelven casos iguales de distinta forma… Todo parece indicar que la justicia está por los suelos. ¿A qué achaca usted estos resultados?
-Al final el pueblo ha visto lo que tenía que ver después de tanto escándalo: la ley distingue, discrimina, margina. Luego, también está el hecho de que el poder judicial tampoco está protegido por el resto de los poderes. Así, cuando un fiscal se ha visto obligado a intervenir en casos donde estaba implicada gente poderosa, ha sido abandonado a su suerte y no ha tenido respaldo del poder público. Todo esto ha provocado hábitos, costumbres de sumisión, servidumbres. El pueblo español es muy poco suspicaz, porque si ve que la justicia no es igual para todos, la consecuencia es que tiene la culpa el poder judicial -que tiene gran parte de culpa- pero habría que escarbar para ver por qué es así, qué hay debajo de todo esto.
-En su artículo «Cuatro historias ejemplares» analiza cuatro sentencias bochornosas hacia la mujer. ¿Por qué en este momento el aumento de casos de agresión a mujeres y la falta de sensibilidad por parte de los jueces a la hora de dictar sentencias, son cuestiones que parecen ir a la par?
-Contra toda lógica, el tema de la familia se sigue considerando de ámbito privado. Lo que ocurre es que ante tanta barbarie no ha habido más opción que considerarlo tema público. Por otro lado no hay que olvidar que en España existe un machismo tradicional muy arraigado, transmitido a hombres y mujeres, generación tras generación. Esto ha estado patente también entre los jueces. Todo juez que se precie, por machista que sea -sea hombre o mujer-, atribuye a la mujer por regla general la guardia y custodia de sus hijos en caso de separación o divorcio. Lo cual no he entendido nunca, porque será como todo, depende de cada caso. Y la gran incongruencia es que en otros terrenos no se fían nada de la mujer y la machacan, atentan contra su dignidad a través de sentencias ejemplares. Así ocurre que un marido que ha agredido a su pareja en varias ocasiones, tenga derecho de visita al hijo o deba conocer con exactitud en qué centro de acogida se encuentra la mujer… para poder matarla mejor. Como esta situación no sea aceptada por la mujer, el juez le amenaza e incluso le puede enviar a la policía o guardia civil a casa para hacer cumplir la sentencia. La inmensa mayoría de los jueces españoles, en casos de malos tratos, piensan que algo haría ella, o que sobre el marido pesa -como se decía antiguamente- un derecho de corrección. Esto ha sido mantenido casi hasta anteayer.
-Usted que fue Senador y Diputado por Almería y conoció de cerca la problemática que allí se vive con los inmigrantes. ¿Qué piensa cuando ve hechos como los ocurridos en El Ejido?
-Soy de Almería y conozco aquello. Asistí al nacimiento espectacular de El Ejido y le aseguro que se veía venir todo aquello. El boom económico que vivió la zona no se correspondía con el avance cultural. Mucho dinero circulando, tráfico de drogas, prostitución, auge de la banca usurera, suicidios. Una sociedad de crecimiento acelerado, donde se está a la defensiva para sobrevivir, donde se trabaja como mulos bajo los plásticos -con 60º de temperatura-, prepara todo para expulsar al extraño. El racismo allí es moneda común, son racistas profundos. Otra cosa distinta es que tengan la culpa o no de esto. Allí el moro es una persona absolutamente miserable y repudiable, y la mora es una señora con la que uno se puede acostar. A los moros se les paga una miseria y a cambio no se les da ni la Seguridad Social. Yo creo que esto se está convirtiendo en el gran problema de nuestro tiempo: la gran insurrección mundial va a ser la de los inmigrantes. El mantenimiento de organizaciones como la OTAN se debe fundamentalmente a la preparación de una guerra contra los inmigrantes. Estoy convencido. ¿Para qué se quiere una OTAN si no existe un Ejército Mundial que sirva como oponente? Porque hay que defenderse de la agresión de los países del Tercer y Cuarto Mundo, de los inmigrantes. Hoy el tema preocupa a todos los países y la respuesta está siendo -lo podemos ver en la UE- represión policial y legal. Y luego dicen que España necesitará en breve un millón y medio de inmigrantes como mano de obra porque aquí no nace nadie. Fíjese la que se puede preparar.
-En su libro «Palacio de Injusticia» comenta que en nuestro país se han vivido cuatro grandes conspiraciones. ¿Cuáles son y qué influencia tienen en nuestros días?
-En nuestro país todo circula entre conspiraciones y consensos. A mí me han acusado en muchas ocasiones de conspirador. Cuando me preguntan siempre les digo que yo acostumbro a decir lo que pienso en público: conferencias, libros, entrevistas. ¿Dónde está ahí la conspiración? No obstante me puse a pensar en el tema y llegué a la conclusión de que todas las conspiraciones habían sido organizadas por el poder. La primera fue el intento de golpe de Estado del 23-F, cuyos inquisidores siguen sin salir a la luz, ocupando alguno de ellos, puestos de alta responsabilidad en la trama institucional del sistema. No se arañó ni la superficie de todo aquello porque afectaba a los cimientos del Régimen. La segunda conspiración: Se organiza desde el Estado un grupo terrorista para matar, y mató. Los máximos conspiradores siguen ocultos bajo aquella inmensa X. La tercera: Se trazó un plan para robar desde el Estado y se robó (cohecho, corrupción, estafas, prevaricación). La cuarta conspiración es ante la que nos encontramos: El poder que había hecho las anteriores y que había perpetrado todo tipo de delitos contra la convivencia y la comunidad, decide que es necesario defenderse de aquellos jueces que metían las narices en esas conspiraciones. Necesitaban asegurar su inmunidad y para ello crucificaron a una serie de fiscales y jueces concretos.
-¿Cuándo y sobre qué es mejor guardar silencio?
-No se trata de guardar silencio, si no de ser más inteligente. Me atrae mucho la literatura y creo que va siendo hora de que escriba una novela. Es la mejor forma de decir lo que pienso sin meterme de bofetadas con las cosas. Quiero seguir probándome a mí mismo.
-Hágame una crítica. ¿De qué estamos escasos los españoles?
-De libertad. Estamos huérfanos de capacidad de lucha. El español es más que nunca gregario, está en las filas de la servidumbre voluntaria sin apenas protestar. Esto me llena de indignación.
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